Día 1. De Río a Manaos, de la gran ciudad a la selva húmeda. Salimos de Río de Janeiro el lunes 8 de julio bien temprano, el sol comenzaba a bañar las playas y ya hacía algo de calor. Volamos a Brasilia que nos esperaba con 13º y en minutos tomamos el avión rumbo a Manaos. Al salir del aeropuerto nos abrazó un calor húmedo que se instaló en nosotros. Viajamos en una van durante dos horas por carreteras lisas que recortan un paisaje verde y frondoso. El último tramo fue en un camino de tierra que atraviesa la selva misma.
Llegamos a Anavilhanas Jungle Lodge (http://www.anavilhanaslodge.com/home/) y nos esperaban con jugos tropicales bien frescos. Hicimos el registro y reconocimos las instalaciones. Nos sentimos a gusto desde el primer momento y temprano pudimos cenar en un ambiente distendido con una oferta gastronómica muy bien lograda (sopas, verduras, pollo, pescado, arroz, tarta y frutas). Esa noche tuvimos un paseo en lancha para conocer la selva de noche y descubrir su fauna.
La excursión fue singular. La noche estaba densa y muy oscura, las únicas luces (potentes, por cierto) eran las de los guías que iluminaban el agua y los árboles en busca de algún ser digno de admirar. Para nosotros era como buscar “una aguja en un pajar” pero ellos, con una experiencia admirable, detectaban el movimiento, la luz de unos ojos, cierto reflejo y posicionaban sus linternas para acercar la lancha.
El río Negro es oscuro y limpio y con el reflejo de las luces se veía una imagen perfectamente simétrica. A lo lejos era difícil reconocer el borde del agua pues parecía que la vegetación se replicaba caleidoscópicamente.
Cuando se apagaba el motor de la lancha se escuchaban los ruidos nocturnos de la selva y en un lugar en particular —una especie de canal— apreciamos un coro de sapos y ranas mientras el cielo se estremecía ante truenos y relámpagos.
En esa aventura nocturnos vimos pájaros, dormilones de movimientos gráciles, una tarántula mimetizada en un tronco tan áspero como ella y los ojos de un yacaré. El paseo fue fantástico, inimitable y conmovedor.
Día 2. El río Negro, los pobladores locales y la pesca de pirañas. Nuestro sueño fue profundo y reparador. Nos despertamos al alba pues desde hacía varios días dormíamos pocas horas. Tomamos un desayuno tropical con frutas, tostadas, jugos y buen café y otra vez río arriba salimos de paseo.
Fuimos a conocer la comunidad de Cabocla (Tiririca), se trata de 40 personas que viven en la actualidad subvencionadas por el gobierno y el hotel y que buscan, como otros tantos, mecanismos de autosustentabilidad. La realidad de los pobladores del Amazonas es bien diversa: hay quienes viven aislados como hace cientos de años, hay grupos con economías precarias pero solventes y otros que subsisten casi como por arte de magia. Hay en la Amazonía más de 150 pueblos indígenas, cada uno posee su identidad cultural y casi 50 permanecen aún sin contacto con el resto de la población brasileña.
La mañana del martes fue muy calurosa y húmeda. Al volver el viento acariciaba nuestros rostros y nos brindaba cierto respiro. En el río Negro se navega rápido, las lanchas del Anavilhanas van y vienen con turistas de todas partes del mundo que procuran captar en imágenes la belleza exuberante del lugar.
El almuerzo fue variado, rico y liviano. En la tarde nos tocó la pesca de pirañas. Osmar tuvo suerte y fue el primero en capturar uno de estos temibles animales protagonistas clásicos de las películas de aventura y de terror. Después de las fotos su piraña volvió al río. Fue un paseo diferente, sin igual, pues en pocos lugares del mundo se pueden pescar pirañas.
El Amazonas. El Amazonas es la selva tropical más grande del mundo con 6 millones de kilómetros cuadrados; se ubica alrededor del río de igual nombre (el cauce de agua más caudaloso y largo de América del Sur). Son nueve los países que forman parte de esta región: Brasil, Perú, Colombia, Ecuador, Bolivia, Guyana, Venezuela, Surinam y Guyana Francesa. Los dos primeros son los que poseen mayor extensión territorial.
El amazonas es una de las ecorregiones con mayor riqueza ambiental y con un equilibrio climático balanceado.
El Proyecto SIVAM. La Amazonía permaneció casi intacta hasta hace poco tiempo. Durante el período militar (1964-1984) la región fue insensatamente amenazada y los daños fueron enormes. La tala de árboles y varios intentos de pastoreo y agricultura comprometieron su equilibrio. Entre otros, se extinguieron muchas especies de animales y de vegetales. En las últimas décadas ha crecido la preocupación por preservar la zona geológica más rica del mundo. Se han procurado, entre otros, reemplazar las actividades depredadoras por las alternativas que proporcionan un desarrollo sustentable.
El Proyecto SIVAM (Sistema de Vigilancia de la Amazonía) integra diversos recursos gubernamentales del Brasil. Se inició en la década de los 90 y su objetivo es reunir y procesar información que facilite la preservación de la región. La misión final es cohibir el narcotráfico, el contrabando, la deforestación y la extracción ilegal de minerales.
En el 2000 la UNESCO reconoció un área de la selva amazónica como Patrimonio de la Humanidad.
Día 3. Canoas y delfines. La actividad del miércoles comenzó temprano, como de costumbre, así que a las 07:30 dimos cuenta de un desayuno tropical y una hora más tarde —ya con mucho calor— salimos para recrearnos en el paso matutino. En la lancha fuimos hasta un “furo” (canal) y entre árboles y ramas paseamos en canoas deslizándonos por las aguas oscuras del río Negro. La luz se colaba entre la espesa vegetación para rebotar en el espejo profundo del río. Fue tranquilo, cadente y delicioso, salvo por el parloteo constante de algunos turistas que no saben apreciar la intensidad del silencio.
En la tarde, luego del almuerzo (¡con pescado, obviamente!) y de una reparadora siesta, salimos por el río para conocer una reserva abierta de delfines rosados en el pueblo de Novo Airão. Hasta pudimos tocarlos. Son raros: amorfos, simpáticos y entretenidos. En el pueblo visitamos un par de locales con artesanías. El calor era sofocante y la tarde se hizo densa; fue el paseo más deslucido aunque nos permitió conocer sobre los “botos rosados” y visitar un pueblo aletargado en el medio de la Amazonía.
El día terminó con un refrescante chapuzón en el río Negro primero y en la piscina después.
El río Amazonas. El río Amazonas es el más caudaloso del mundo. Nace en los Andes peruanos y al entrar en Brasil se llama Solimões. Pasa a denominarse Amazonas cuando se une al oscuro río Negro. Este encuentro de aguas es único en el planeta ya que se juntan diferentes temperaturas, densidades y velocidades y por ello se ven aguas de dos coloraciones que corren paralelas sin juntarse durante casi seis kilómetros.
Flora y fauna. Se estima que en una hectárea de la selva hay más especies vegetales que en toda Europa. En un mismo ecosistema pueden convivir entre 40 y 300 especies de árboles y existen ecosistemas muy complejos y diferentes entre sí.
Los científicos estiman que más del 70 % de las especies de animales amazónicos está sin clasificar ni describir. Hay 1400 tipos de peces, vive el 25 % de las mariposas del mundo, se encuentra la mayor biodiversidad de anfibios y hay 550 tipos de reptiles, 1000 de aves y 300 de mamíferos.
Día 4. Las cuevas de Madadá. ¡Día de la excursión larga a la selva! El único paseo de día entero y la ansiedad se notaba en nuestros rostros. Nos despertamos más temprano todavía y a las 06:30 comenzamos los preparativos pues debíamos ir de pantalón largo, llevar ropa para cambiarnos, protector solar, agua, etc.. Cada vez que salíamos de la cabaña comenzaba un ritual especial pues nos embadurnábamos primero con filtro solar y luego con antimosquitos en aerosol. Cuidamos siempre nuestras cabezas con gorros o sombreros y también usamos lentes de sol.
A las 08:30 h salimos y navegamos durante casi dos horas, fueron 50 k a una buena velocidad. Llegamos hasta el embarcadero de la Reserva de Madadá, nos dieron unas perneras de goma para proteger los tobillos y parte de las piernas y comenzamos a caminar rumbo a las cuevas. Esos cobertores de goma, que producían un calor sin igual, evitan las posibles picaduras de insectos y reptiles, pues con contundencia nos explicaron que “nunca pasó, pero estamos en la selva…”.
Caminamos y caminamos entre una vegetación espigada, frondosa y salvaje con una paleta de verdes amplia e intensa. La luz se colaba entre los árboles altos para dar un efecto teatral y diferente a cada paso. La selva nos cautivó con su magia: —un arbusto que pliega sus hojas con solo tocarlas, —un árbol fino que al cortarlo filtra agua fresca y casi dulce, —un enjambre de mariposas amarillo verdosas, —una vara densa que al agitarla se despliega como un junco, —las hormigas más grandes (¡grandes de verdad!) del mundo.
El suelo de la selva es blando, poroso e irregular. Todo es pegajoso y algo intimidante. Durante el recorrido pudimos apreciar ruidos, disfrutar del contacto con tanta naturaleza, conocer algunos de sus habitantes (solo el 10 % de los animales de esa zona tiene vida diurna): pájaros, arácnidos, insectos, mariposas.
La cueva o gruta de Madadá fue descubierta hace unos 20 años y es un conjunto enorme de piedras cubiertas de vegetación, perfectamente escondidas en el entorno. El recorrido demanda unas tres horas de caminata sin grandes exigencias físicas aunque el calor marchita hasta el ánimo y los pies se recalientan debido a los protectores de goma.
La excursión finalizó con un picnic con sándwiches, frutas que rápidamente comimos pues todos teníamos apetito y sed. Retornamos algo cansados y con el sabor de haber conocido uno de los lugares más ricos del planeta.
La cabaña fresca (gracias al aire acondicionado), la ducha y la enorme cama del Anavilhanas fueron la dosis de civilización justa para valorar los placeres del confort y conocer la naturaleza en la medida necesaria ya que las cercanías con el trópico demuestran sus cualidades (mucho calor e intensa humedad) y hacen que el cuerpo se sienta pesado.
Mitos y leyendas. En el Amazonas hay, como en toda tierra enigmática, mitos y leyendas de todo tipo y color. La de “Curupirá” me llamó la atención. Se trata del guardián de la selva, es el protector de quienes aman y conocen a la naturaleza y el más temible enemigo de quienes no la respetan. Los aborígenes dicen que Curupirá hace que un mal cazador se pierda para siempre en el espesor del Amazonas. Son sus huellas las que engañan al mal cazador y lo internan en la selva para no salir más.
Ecoturismo y Anavilhanas Jungle Lodge. El ecoturismo es una alternativa económica para algunas comunidades de la Amazonía. Anvilhanas es una de las tantas ofertas turísticas que favorecen la economía de estos grupos, ayudan a concientizar acerca de la importancia global del Amazonas y preservar su riqueza incalculable.
El hotel está ubicado sobre la rivera del río Negro en Novo Airão a 110 k de Manaos en el corazón del Amazonas. Es un pequeño hotel que cuenta con una veintena de cabañas, sala de estar/recepción, comedor, piscina, sala de hamacas, sala de TV, mirador y embarcadero. Debe su nombre al archipiélago de Anavilhanas que está en frente. El hotel está inmerso (y casi mimetizado) en la selva y fue concebido para vivir la naturaleza con confort y sofisticación.
Día 5. El archipiélago y algo más de caminata. El quinto día compartimos el paseo matutino con una familia suiza con cuatro niños pequeños que se comportaron muy bien. Durante la semana tuvimos contacto con turistas de diversas regiones del mundo: de Brasil obviamente, de Europa y México. El comportamiento de las personas refleja los valores de cada cultura y eso hace que algunos turistas sean molestos, ruidosos y hasta insoportables, mientras que otros —los europeos sajones, germanos y los del este— son educados y resultan compañeros respetuosos.
El objetivo de esa mañana era conocer el archipiélago de Anavilhanas así que recorrimos los canales que se forman debido a las inundaciones típicas de la época de las lluvias. Se trata del archipiélago de agua dulce más grande del mundo con aproximadamente 400 islas en cadena que ocupan 90 k. Durante la temporada de aguas altas (de diciembre a julio) la mitad de las islas está sumergida y se forman bosques flotantes, ensenadas y canales. La vegetación densa es refugio de aves, mariposas, iguanas, monos y serpientes. Las aguas del río presentan un PH particular que permite liberar la teína y cafeína de los árboles, se genera así un microclima sin mosquitos y con pirañas, caimanes, delfines, manatíes y 400 especies particulares de pescados —en otras áreas del río hay más de 1100—.
El paseo fue tranquilo pero tuvo su pequeña dosis de aventura ya que pudimos columpiarnos en una liana que colgaba de un árbol enorme y centenario. Fuimos Jane y Tarzán por un ratito.
Al llegar decidimos salir a caminar ya que el cansancio extremo del maratón de Río (http://wp.me/p2D7AZ-jr) ya había sido superado. Tomamos el camino de tierra por el que habíamos entrado al hotel y fuimos hasta Novo Airão, regresamos con calor para refrescarnos en el río Negro. El embarcadero estaba concurrido porque las altas temperaturas obligaban a buscar mecanismos de refrigeración: un chapuzón, el resguardo de un árbol o un jugo tropical.
En la tarde hicimos una caminata por la selva en la que reconocimos parte de sus riquezas. La farmacia del mundo se encuentra ahí y también los perfumes más exquisitos. Probamos la corteza del árbol que produce la quinina (el medicamento contra la malaria) y olimos al intenso pau rossa, una de las esencias del glamoroso Chanel Nº 5. Hay además árboles con maderas exquisitamente bellas y tan perfectas que los muebles que de ellos resultan no necesitan ni siquiera productos contra los insectos.
El paseo fue todo un espectáculo ya que el guía nos enseñó mecanismos de sobreviviencia en la selva. Supimos cómo hacer fuego con poca cosa (se necesita el cuchillo que nunca debe faltar, una piedra y esponja de aluminio), cómo armar una red de pesca con varas y algunos hasta se animaron a comer larvas asadas.
En la tardecita de la selva, cerca de las 18 h, salimos a trotar para “escuchar” a nuestros cuerpos posmaratón y sacarnos las ganas de correr en la selva. Fueron 6 kilómetros por el camino de tierra que habíamos hecho en la mañana. Volvimos exhaustos, tan mojados como si nos hubiésemos bañado y cansados pues el esfuerzo fue enorme (debido a nuestras condiciones físicas y a los 30º y 90 % de humedad).
Gastronomía. Durante la semana degustamos melón, sandía, abacaxi, açai, lima, mango, cajú, maracuyá, papaya, graviola, acerola, tanto frescas como en jugos, en los desayunos, almuerzos y cenas. Las frutas tropicales son carnosas, dulces, ácidas, tiernas, hay que probarlas para conocer la opulencia de una tierra que es fértil para estos tesoros y totalmente estéril para el pastoreo y la agricultura. Los jugos son coloridos y suntuosos.
Comimos riquísimos pescados de río preparados de diversas maneras, ensaladas de verdes y con legumbres rugosas, un cus cús inolvidable, probamos mandioca asada y otras tantas delicias del trópico.
Día 6. Amanecer en el río Negro y Manaos. El fin de la aventura amazónica se coronó con la contemplación de la salida del sol desde el río Negro. Para ello debimos levantarnos más temprano aun ya que un rato antes de las 6 AM estábamos en el río. El sol se despertó de a poco entre nubes rosadas, casi a ritmo del caribe, con sopor y brillo… fue el broche perfecto para una semana natural y salvaje.
Dejamos Anavilhanas felices de haber conocido la Amazonía brasileña y emprendimos el primer tramo del retorno. Al llegar a Manaos fuimos a conocer dos de sus lugares más famosos: el Teatro Amazonas y el mercado. El calor era insoportable, pegajoso e invasivo. Manaos (en portugués Manaus) es una de las ciudades más importantes del norte de Brasil y es la capital del estado de Amazonas. Está situada cerca de la unión de los ríos y es un importante puerto. La ciudad fue fundada en 1669 por portugueses y cuenta con una población de más de 1.700.000 habitantes.
El rosado Teatro Amazonas se fundó en 1896; demoró 17 años en construirse y es un edificio suntuoso que demuestra el progreso económico de la región en momentos en los que hacía furor la extracción del caucho. Es neoclásico, con estructura de hierro forjado, mármol de Verona, candelabros de Murano, cúpula de tejas vitrificadas importadas de Francia. El mobiliario es parisino, las paredes de acero fueron hechas en Inglaterra y el telón fue realizado en París por Crispim do Amaral y representa la unión de los ríos Negro y Solimões en el Amazonas. En las columnas frente a los camarotes (90 con capacidad para 5 personas cada uno) se encuentran 22 máscaras de la tragedia griega que representan a diversos artistas: Shakespeare, Wagner, Moliére, Goethe, Mozart, etc.
En 1966 fue declarado monumento histórico y fue restaurado en 1990. La cúpula del Teatro Amazonas se divisa desde distintos lugares de Manaos; con 36.000 tejas vitrificadas importadas de Francia se forma un mosaico imponente con los colores de Brasil.
Cuando llegamos al mercado ya estábamos mustios. La ciudad es como el Chui a la enésima potencia y reinan los gritos, los olores y los colores. Al mediodía el Mercado Municipal que era una locura. Si bien la estructura es atractiva pues se construyó según el modelo de las Halles de París en 1880, el lugar no me cautivó quizás porque hacía demasiado calor y los olores eran muy fuertes. Entre un laberinto de coloridos puestos de frutas y verduras también se lucen plantas medicinales, artesanías y kilos y kilos de mariscos.
En la tarde dejamos ese enjambre de voces y postales caribeñas para continuar el retorno. Llegamos a Río en la noche del sábado 13 de julio y el domingo al mediodía arribamos a un Montevideo gris, frío y calmo.