De niña, para una tarea escolar escribí un retrato sobre mi abuelo; creo que fue unos años después de que había fallecido, así que su presencia todavía estaba muy próxima. No sé dónde está ese papel, quizás aparezca en algún cajón de la casa de mi madre, quizás haya avivado algún fuego de invierno.
Muchas veces pensé en hacer un nuevo esbozo, incluso escribí algunas líneas sobre mi abuela en una crónica deportiva a propósito de una carrera que hicimos en su honor. Y la semblanza de mi abuelo, figura vertebral en mi vida, fue postergándose… probablemente por lo que implica emocionalmente.
La presentación de un libro sobre su vida en el trigésimo segundo aniversario de su fallecimiento removió mi interior. Desde ese día, las palabras, su figura y diversas metáforas pugnan por salir y los deseos de escribir se aceleran. Hoy siento ganas de poner en palabras lo que recuerdo de su fuerte presencia. Aunque debo ser honesta, hay olvido y resignificación a partir de su muerte. También hay elementos que descubrí en la presentación del libro y en el propio documento que se cuelan con el pasado para dar vida a mi memoria de niña (él murió cuando yo tenía diez años).
Mi abuelo —los nietos lo llamábamos “tata”— era un prohombre. Su accionar solidario lo ubica en un lugar importante en la historia de Young, tanto es así que hay una plaza en su nombre. Y para muchos, la escuela Nº 67 para discapacitados intelectuales debería incluirlo también. Es que Héctor Conrado Castromán marcó su entorno y fue un pilar para las personas y las instituciones que lo rodeaban.
Lo recuerdo en contrastes y antítesis: severo y gritón, suave y cariñoso, intempestivo y sereno, muy trabajador y hogareño; y siempre erguido sobre sus valores, con la cabeza y la frente en alto. Si él estaba presente, todo giraba a su alrededor. Se imponía, generaba respeto y quizás idolatría. Para mí era todo, aunque mi cariño competía entre él y “la mama” (María Rosa, su esposa), que era la abuela perfecta.
El “tata” era atildado, muy pulcro, se vestía con esmero y adecuación. Era acalorado y su cara siempre tenía matices rosados producto del vitiligo; de pelo blanco y engominado (aunque usaba otro producto, era amarillo me parece…) lucía muy buen porte. Sus manos eran de piel fina y estaban castigadas por la vida, por el trabajo que lo había acompañado desde la infancia y porque, como pasatiempo, criaba gallinas que lo picoteaban cuando las alimentaba. Además, era diabético y las cicatrices, por pequeñas que fueran, llegaban para quedarse.
Todo lo hacía bien, buscando la perfección. Recuerdo que en las tardes de invierno preparaba el fuego de la estufa, arrimaba los palos y con diario, solamente, lograba que la leña ardiera. Dejaba todo limpio y el encendedor estaba siempre en el mismo lugar. Así de prolija estaba su mesa de luz y también el auto. Nada quedaba librado al azar, todo se desarrollaba bajo su atenta mirada y unas manos rápidas que respondían a una mente sagaz.
Cada tarea la encaraba con energía y un compromiso hasta el final, en su paradigma no existían las cosas a medias, era “todo o nada”. Sin importar la envergadura del emprendimiento —podía tratarse de una iniciativa social o de lustrar los zapatos—, su entrega era ejemplar.
Dicen que era sistemático y metódico. Quiero creer que de esa manera y con profundas ansias de vivir logró superar su escasa instrucción, ya que había cursado solamente hasta tercer año de Escuela. Lo recuerdo culto, pues era muy buen lector. Hablaba muy bien y era elocuente. Con estas características, ineludiblemente, no escapó a la pasión de la política; pero de su accionar proselitista no puedo hablar porque no lo recuerdo en ese ámbito.
Con sorpresa últimamente descubrí que, además, tenía un humor fino. Era, sin lugar a dudas, una figura sorprendente y «totalizante», quizás por eso opacaba a muchos y generaba rechazo en otros. Porque no era inocente: gritaba y se hacía imponer, sabía cómo mandar y le gustaba hacerlo. Creo que llegaba a desprender una aureola de miedo en quienes no lo conocían. No parecía humilde y los foráneos podían creer que era un “agrandado”; en realidad, se vestía con una coraza de majestuosidad que ocultaba un hombre muy sensible y castigado.
Viví varios años de mi niñez junto a mis abuelos, tanto es así que en Fray Bentos —su ciudad de origen— muchos creían que era una “hija de la vejez”. Nuestra relación se hizo muy profunda, pues era una nieta-hija a la que ambos entregaban todo: cariño, valores, enseñanzas y algún que otro reto.
A pesar de una galopante ansiedad de vivir todo como si fuera el último día, de ser andariego e impaciente, se tomaba el tiempo suficiente para, por ejemplo, enseñarme a escribir. Fue en el verano anterior a comenzar mi primer año de Escuela, cada tarde durante un ratito de su sagrada siesta cotidiana identificábamos vocales y consonantes, dibujábamos letras y comenzamos a armar las primeras palabras. Él me introdujo en el paralelo mundo de la lectura sin tiempos ni horarios, me enseñó a zambullirme en las historias y me trasladó su cuidado por los libros.
El “tata” era para mí, y para todos los nietos, dulzura pura. Esa figura rígida y perfeccionista nos mostraba con altruismo la generosidad de dar. Lo hacía con acciones a la comunidad y también con regalos cotidianos. Cada noche miraba el cielo, juntaba sus manos como en una oración y le pedía a las estrellas un regalo. Un dulce coronaba el rito y materializaba un acto de alegría para el nieto involucrado y supongo que fundamentalmente para él, que había vivido una niñez privada de afecto y de magia.
Cuando murió, la pérdida fue irreparable y cada miembro de la familia debió reconstruir su vida sin él, que era todo… Me dejó muchas cosas (apego al trabajo, a la solidaridad, rectitud, fijación por la puntualidad); aunque quisiera que me hubiese dejado más, pues era una persona fenomenal, como hay pocas en el mundo.
Hermoso Gaby !!!!!
He quedado sin palabras, todos están ahí en su justo lugar.
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Que hermoso Gaby , que suerte haber tenido unos abuelos así ! Yo también fui una afortunada , conocí a mis cuatro abuelos . Que admirable saber escribir y transmitir use sentimiento que te genera . Abrazo
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Qué lindo tener un recuerdo tan fuerte de quien fue tan importante para ti.
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Me encantó Gaby! Ahora entiendo de donde proviene tu exquisita manera de ser!
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Pues yo creo que dejó más de lo que a simple vista adviertes. Yo, que miro por fuera, veo en ti mucho de lo que cuentas de él…lo compartimos con un cafecito??
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Como tercera generación manifiestas los valores trasmitidos por ese abuelo ,unidos por el afecto y la admiración !
Qué bendición tener esa capacidad para recordarlo en toda su magnitud y además poder compartirlo con tanto cariño y respeto cómo tú lo logras.
Feliz dia Gabriela!
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Hermoso Gaby!! .. gracias por compartirlo!!! … me emocioné y reviví algunos momentos de la infancia junto a mis abuelos …
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Muy bueno Gabriela.
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