Eduardo Bolioli (Montevideo) tiene 55 años. Dice que “es padre y que es artista desde que tenía dos años, cuando ya rayaba las paredes de su casa. A los tres años, decía que quería ser Walt Disney y dibujar como él”.
En la escuela pública de Suiza aprendió a dibujar con figuras geométricas, pudo completar el liceo en Estados Unidos gracias a las clases de arte, y la calidad de su portafolio artístico le permitió entrar a la School of Visual Arts.
Vive en Hawái desde hace mucho tiempo y desarrolla un arte descriptivo que se denomina surf art. Trabaja en telas, maderas recicladas y combina mar, ecología, color, gráfica e ilustración. “No intento un arte vanguardista como para llegar a la Bienal de Venecia, hago arte fácil de ver”.
El dibujo me ayudaba a zafar
Eduardo nació en Montevideo, es el hijo mayor de una familia numerosa con una veta creativa genética heredada de un padre «que dibuja y pinta muy bien”. Todos sus hermanos también tienen talento artístico, pero ninguno lo perfeccionó. Su niñez, adolescencia y juventud estuvieron signadas por viajes y experiencias en Suiza, Uruguay, Argentina y Estados Unidos donde desarrolló sus inquietudes artísticas.
“Mi padre [1] era pastor en Sarandí Grande cuando yo era niño. Íbamos a verlo en tren y mi madre me compraba blocs de hojas grisáceas, como los de almacén, para entretenerme. Luego mi tío fue pastor en esa misma iglesia, así que continuaron los viajes en tren. Para mí dibujar en esos blocs era como tener una computadora. Pasaba las horas del viaje haciendo dibujos animados, creaba mis propias historias. Ya de muy chico lograba reproducir a Super Ratón, que era mi favorito”.
Cuando Eduardo cumplió siete años la familia se mudó a Suiza. En la escuela pública a la que asistía la maestra de arte le enseñó a dibujar con figuras geométricas. “Era la única clase a la que prestaba atención, lo demás me resbalaba todo. Ella me enseñó constructivismo: a partir de unos círculos y rectángulos dibujaba un caballo. Me dio nuevas herramientas, hasta ese momento yo dibujaba a mano libre y a partir de ahí (…) superé los contornos”.
En tercer año de escuela la docente de arte se enfermó y no regresó. La maestra de la clase encomendó a Eduardo hacerse cargo de enseñar dibujo a sus compañeros. “Les enseñaba a dibujar animales fantasiosos tipo cartoon. Con un círculo teníamos el cuerpo de un perro, le agregábamos un nariz tipo Pluto y con dos círculos más formábamos los ojos”. Los demás niños lo seguían con entusiasmo, pero él no tenía a quién seguir y volvió a ser autodidacta.
“Regresamos a Uruguay en 1973, papá tenía que estar acá y no sabía adónde nos estaba trayendo. De Suiza a Uruguay del 73”. En la Escuela 130 de Portones, a la que no le gustaba ir, “seguía siendo el peor de la clase, pero tuve una maestra a la que le gustaba dibujar y de golpe pasé a ser el favorito. El dibujo me ayudaba a zafar de todo”. “Logré terminar la escuela, hice quinto y sexto en Uruguay. Comencé el liceo y comenzaron nuevamente los conflictos”.
Su adolescencia fue especialmente problemática porque “sentía que el liceo no era para mí, me hacía la rata, solo quería andar en skate y dibujar. Ilustraba la injusticia exterior y mi disconformidad”. El skate y el dibujo eran sus escapes, “todavía quería ser Walt Disney y sentía que en Uruguay no podía. Era asfixiante. Tenía que ver cómo irme, pero no estaba dispuesto a pagar el precio para ello: estudiar y terminar el liceo”.
“Me echaron del liceo 15, después me mandaron al [colegio] San Juan Bautista de donde también me echaron. Mis hermanos iban a Crandon, pero papá no quería que yo fuera hasta que no tuvo más remedio [2]. Entonces, pidió que me marcaran cuerpo a cuerpo, como si fuera un número cinco. Entré y me pasaba las clases haciendo caricaturas. (…) En Crandon fue la primera vez que me sentí cómodo en Uruguay. La gente era distinta, más abierta, había otra sensibilidad. Me integré, aunque las notas no subían”.
La situación, “asfixiante y que superaba las posibilidades” se resolvió cuando “a papá lo invitaron a irse de Uruguay y nos fuimos a EEUU, a Ithaca, en 1979”. “Llegué con un carné lleno de unos, ni siquiera llegaba al dos. Tenía seis solamente en dibujo”. Luego de hablar con el consejero del liceo, logró un programa en el que tenía arte fundamentalmente. “Dibujaba todo el día (…), aprendí sobre acrílicos, óleos, carbonilla. Me daban todos los materiales. Tomé clases de fotografía. Fue mi segunda formación. Fueron dos años y terminé la Secundaria”.
Su portafolio: la llave para entrar a la influyente School of Visual Arts
La etapa universitaria no iba a ser fácil, obviamente. “Por recomendación de un amigo de mi padre, apliqué en la conocida School of Visual Arts. Me dijeron que no, pero yo insistí. Llamaba e insistía. Me decían que mis notas no daban y pedí que me dejaran presentar mi portafolio. Tanto insistí que lo logré y [al ver mi trabajo] me aceptaron”.
La experiencia en la School of Visual Arts fue muy fructífera, como no podía ser de otra manera. Las habilidades de Eduardo, su entusiasmo y su ritmo de producción llevaron a que el prestigioso Harvey Kurtzman lo eligiera como miembro de su grupo más íntimo. “[Harvey] me formó y me ofreció un mundo de contactos, estaba metido en la élite del cartooning de Estados Unidos”.
Ese ciclo tan fermental comenzó a cerrarse. Eduardo empezó a asfixiarse nuevamente, sentía que no aprendía más y el surf comenzó a ser protagonista de sus días. Tuvo ofrecimientos de Disney y del propio Harvey, pero decidió no aceptarlos. El de Disney, en particular, era “ser un esclavo de la industria” y “Harvey quería que sí o sí terminara la School of Visual Arts. Me faltaban dos años y me parecía una eternidad”. Entonces abandonó los estudios porque “quería encontrar el lugar donde balancear mis intereses. (…) California o Hawái [eran los lugares] porque mi arte ya estaba vinculado al surf”.
“Llevé el arte de las calles de Nueva York a las tablas de surf”
En 1985 se fue a Hawái con el objetivo de pintar una tabla que apareciera en la revista Surfer. “Tardé un año y medio, pero lo logré”. “Al principio me [rechazaba] todo el mundo” y con insistencia logró trabajar para la fábrica número uno de tablas de surf y aprender el oficio. “Era un embole, [trabajaba con] aerógrafo y cintas, pero aprendí una nueva técnica que yo no manejaba” y después de haber pintado varias llegó la oportunidad de hacer una a su estilo. “Me inspiré en los grafitis que veía en Nueva York. Eran tiempos de Kenny Scharf, Keith Haring, Jean Michel Basquiat, [era] un momento espectacular con mucho arte callejero. Cuando el dueño de la fábrica vio la tabla se horrorizó. Tenía pinceladas intensas, se alejaba de las líneas perfectas [porque] mi tabla era lo opuesto a la perfección. Había llevado el arte de la calle a la tabla”.
Un nuevo golpe de suerte cambió el curso de su historia: un surfista joven quedó impactado frente al diseño. “Le encantó. (…) Quería una, decía que estaba buenísima. El dueño de la fábrica no se convenció, pero me pidió que hiciera algunas más. Pinté diez y duraron dos días en el surf shop”. Y con mucho trabajo y la creatividad a flor de piel, Eduardo se convirtió en director de arte de la marca durante casi diez años.
Ya estaba en la liga grande, su arte era reconocido en el ambiente y en 1992 se cambió a Local Motion, otra marca fuerte. “Me pidieron una reestructura porque estaban perdiendo ventas. Había logrado respetar mis horarios creativos, trabajar en casa e ir a las reuniones dos veces por semana. Surfeaba de día y trabajaba de noche”.
Walt Disney y el regreso a Uruguay
En 1992 surgió una nueva oportunidad creativa al trabajar para VH1 de MTV. “Hice mi primer dibujo animado junto con mi hermano Sergio. Fui Walt Disney. La idea original del guion fue de Sergio, hicimos la historia del logo de VH1 que se convertía en Rudolf, el reno, para el festejo navideño [de la marca]”. De ahí surgió la propuesta de Vodka Absolut, me invitaron a hacer la obra para Hawái y ese trabajo me expuso también en Estados Unidos. Mi obra se vio en Time Magazine, Newsweek, USA Today”.
El regreso a Uruguay estuvo de la mano de Absolut en 1994. “[Me propusieron] hacerme cargo de la marca. Al llegar, después de 15 años, me encontré sin el trabajo porque Absolut había sido vendida. (…) Decidí dejar la pintura y buscar otro trabajo. Tenía un hijo y algunas historias tristes como el desencanto con el representante. Busqué trabajo en márketing, me vinculé con varias marcas del Uruguay hasta que hace cinco años me quedé sin trabajo una vez más. Me empezó a afectar el tema del estudio, me alcanzó. Tenía experiencia, pero no tenía ningún título. Llegó un momento en el que me cansé y me volví a Hawái en 2014”.
La vuelta a la pintura
En Hawái “tenía un lugar donde quedarme, la casa de mi hermano Sergio, [así que] no tenía que pagar alquiler. Llegué dispuesto a trabajar en lo que fuera. (…). Fui a la tienda In4mation porque conocía al dueño, Jun Jo, un surfista muy famoso. Él conocía mi obra, le hice una tabla que según sus palabras fue la mejor que tuvo. Le dije que necesitaba laburo. Me contestó que no perdiera el tiempo y que volviera al arte. Yo sabía que no podía, que vivía con plata prestada y que tenía que comenzar a producir. Y los espónsores del entorno respondieron una vez más: mis padres. Me prestaron más dinero para volver a pintar”.
El regreso al ruedo del arte fue eminente y en poco tiempo tuvo que armar una muestra. “Mientras tanto, pintaba tablas en alguna que otra fábrica. Sabía que iba a volver a pintar, pero pensaba que a los 70, no a los 50. Me costaba, pero hice la primera obra y tuve mi mejor aliado: Facebook. Las redes sociales cambiaron todo (…) y me permitieron, de golpe, subir la foto de esa obra y venderla muy rápidamente. Tuve que hacer otra y me di cuenta de que había vuelto”.
“Todavía no vivo cien por ciento del arte, aunque lo llevo con dignidad. Siento que estoy en la frontera y estoy por pasar la Aduana. Mis clientes están en todas partes del mundo porque me conocen por las redes sociales y porque Hawái es un lugar muy cosmopolita. (…) Los japoneses compran obras pequeñas por la recesión y por los espacios reducidos en los que viven; también he vendido a europeos y norteamericanos. Y en Uruguay, de golpe, todos los que decían que mis colores estaban mal, que la estética no tenía que ver con el lugar, cambiaron de opinión. Es que yo soy parte de la estética de los ochenta de Nueva York, en la escuela de arte estaba en contacto con esa vanguardia. Ahora me doy cuenta, ¡hasta fui a un cumpleaños de Andy Warhol!, [aunque] en su momento no lo aprecié”.
El surf art de Eduardo en Uruguay
La apertura en Uruguay llegó “hace dos años [cuando] vine para el cumpleaños de mi padre y apareció la galería Los Caracoles para ofrecerme una muestra. Se operaba mi exesposa y me quedé unos meses ese año. La Folie en La Paloma también me pidió una muestra. Vendí unos cuadros y la cosa se empezó a mover. Pocitos Libros y Gourmet Martí también me convocaron. Mostrar y vender, aunque fueran cuadros chicos, me permitieron alargar esa estadía con mis hijos, pero sabiendo que tenía que volver [a Hawái]. Porque vendo acá porque no vivo aquí”.
Además de su trabajo artístico en lienzos, reciclaje y madera, Eduardo tuvo un ofrecimiento diferente este último año: trabajó para Opi Rubio. La diseñadora le pidió una pintura para una casa en Punta Ballena. “Fue algo distinto, un desafío: no podía usar negro y tenía que dibujar una ballena con determinados colores. Yo nunca había dibujado una ballena porque en Hawái hay un artista muy reconocido que se dedica a eso exclusivamente. Para mí era un tema vedado que había evitado toda mi vida y ahora tenía que hacerlo. Además no podía usar negro que es todo para un dibujo animado (…). Y la ballena quedó muy bien. Mucha gente me empezó a llamar porque les gustaba la ballena, tuve varios intentos de vender otras, pero el precio ha sido una limitante. El arte se cobra”.
Eduardo está de visita en Uruguay nuevamente. Este viaje responde, en particular, a una cuestión de salud porque a mediados de enero se intervendrá el hombro derecho. Mientras tanto aprovechó para coordinar una exposición que se realizará el 7 de enero en Punta del Este bajo el patrocinio de Scotiabank (Galería Los Caracoles). Ha recibido otras ofertas también y es probable que se lleve a cabo una muestra en el Hyatt Hotel. Además, acaba de cerrar un contrato de representación con Black Sand Publishing para la venta de arte y gestión de su marca personal.
“En los próximos meses no podré pintar, pero la cabeza funciona. Algunos trabajos los podré hacer de todos modos. Sé que no podré hacer los trazos que hago ahora. Si Carlos Páez Vilaró hizo los murales a partir de los bocetos y con sus ayudantes, yo puedo encarar un proyecto artístico con mis hijos. (…) Tengo ideas para afrontar esos meses. Y también sé que está bueno descansar y mirar el trabajo realizado, como cuando me subo a la escalera de mi estudio a mirar la pintura desde un ángulo distinto. Ahora necesito ver y proyectar. Estoy en el medio de la vorágine y he tenido miedo de parar, pero necesito hacerlo».
[1] Oscar Bolioli, pastor de la Iglesia Metodista en el Uruguay.
[2] El Instituto Crandon es una institución de la Iglesia Metodista en el Uruguay (IMU). Oscar Bolioli, padre de Eduardo, es un miembro de destacada labor en la IMU y en organizaciones de la Iglesia Metodista en el ámbito internacional.