En una de sus grandes salas, el Centro Cultural La Moneda, de Santiago de Chile, aloja al maestro Joaquín Torres García. La muestra se llama Obra Viva y se exhibe desde el 12 de abril al 28 de julio de 2019. El conjunto es original, cuenta con más de 300 obras especialmente elegidas, fue curado por profesionales de ambos museos y es una oportunidad única para enseñar a Torres García «en el centro expositivo más importante de Chile», comentó Alejandro Díaz Lageard, director del Museo Torres García, en entrevista conGranizo.
«Obra Viva surge de una invitación que nos hizo Beatriz Bustos Oyanedel, directora del Centro Cultural La Moneda (CCLM)», puntualizó Díaz. «Empezamos hablando de los juguetes, pero juntos quisimos hacer algo más grande. El núcleo fue la muestra que hicimos en San Pablo en 2015 que se llamaba El niño aprende jugando. De ese núcleo se generó una cosa totalmente diferente y muy importante».
Tan importante ha sido que se transformó en la muestra individual de Joaquín Torres García (1874-1940) más grande realizada en Chile. La exhibición nuclea obras del MTG, del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) de nuestro país, del Museo de la Solidaridad (Santiago), de colecciones privadas de Uruguay, de España y de Chile. «El conjunto es inédito y la exposición muestra a Torres en diez aspectos o momentos. Desde los juguetes y la didáctica, porque retoma el vínculo de Torres con los niños, y amplía la mirada al resto de la obra del maestro. Es un recorrido que lo muestra muy íntimo, en su rol de padre y en familia. También como constructor de juguetes, en sus vínculos con la tradición y con la modernidad, además está el Torres constructivo y cierra con Nuestro norte es el Sur», explica Díaz.
Entre las piezas escogidas hay documentos, obras realizadas en diversas técnicas (óleo sobre tela, pintura en papel, cartón, madera) y juguetes. «La exposición está organizada de una manera original en el centro expositivo más importante de Chile, un lugar con un significativo historial de exhibiciones y un equipo muy profesional», referencia el director del MTG. Desde el año pasado los equipos de ambos museos intercambiaron ideas y coordinaron cómo plasmar la riqueza de un artista complejo que «es un mundo de partes que están en relación, no son partes desligadas, esquizofrénicas, sino que son partes totalmente coherentes y fusionadas».
La curaduría local estuvo a cargo de Alejandro Díaz Lageard con el apoyo de Federico Méndez y Gustavo Serra. La contraparte chilena fue responsabilidad de Beatriz Bustos Oyanedel. El Museo Nacional de Artes Visuales entregó directamente las obras de su acervo y el Museo Torres García centralizó y acondicionó su material y el de las colecciones privadas de Uruguay y de Europa. En el MTG armaron carpetas para los documentos, cajas grandes y muchísimas pequeñas para las piezas más chicas (juguetes, en especial). Una empresa especializada se encargó del segundo embalaje, de los trámites y del viaje en avión. Una vez que la muestra llegó a la capital chilena, se hizo el registro del conjunto con personal de los dos museos. Se revisaron las 300 obras, una por una, y entonces el CCLM montó Obra Viva.
Con esta exposición, el MTG empieza el año tejiendo redes latinoamericanas que dan cuenta del legado de Joaquín Torres García. «No todos los años se dan oportunidades así, con invitaciones como esta y con la participación del Museo Nacional de Artes Visuales, una colaboración que hay que destacar y agradecer», explica Díaz. «Todavía conmueve la idea de Nuestro norte es el Sur, la idea de que desde aquí se puede hacer algo con valor universal, sin necesidad de copiar a Europa. Ese era el planteo de Torres y también de Vicente Huidobro1, gran poeta chileno y amigo de Torres».
Obra Viva es un conjunto original y significativo de diversos elementos artísticos «que funcionan muy bien juntos. Hay dibujos de los hijos de Torres y de sus alumnos que junto con la obra más madura forman un todo orgánico con relaciones que se entrecruzan. Hay una gran consistencia en la estructura de Obra Viva y eso es lo que más me gusta», resumió el director del Museo Torres García.
En Tiempo de Mirar, el Museo Torres García exhibe, virtualmente, las obras de Joaquín Torres García quemadas en el incendio del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro hace cuarenta años. Las 71 obras perdidas —con los imponentes siete murales del Hospital Saint Bois— están reunidas, una vez más, en una muestra ineludible que da cuenta del patrimonio cultural inmaterial de nuestro país.
Ausencias en exhibición
En el cuarto piso del Museo Torres García (MTG) [http://granizo.uy/en-accion/todo-lo-de-torres-vende-entrevista-a-alejandro-diaz-director-del-museo-torres-garcia/] —Sarandí 683— proliferan puntos negros en lugar de obras. Además, hay dos murales parcialmente reconstruidos, restos de otras piezas, material de archivo y muchísimas notas de prensa. El ambiente es severo, escueto, algo rígido y enigmático.
Los vestigios de Pax in Lucen, un excepcional mural que tenía algo más de cuatro metros de largo, marcan el acento de la muestra, hablan e interpelan. Algunos de los fragmentos de ese mural parecen marcas de fuego, por otros se cuela luz, brillo y vida y, en el extremo superior derecho, brota la firma del autor. En las paredes, los puntos negros, inertes, esperan ser revelados a través de la realidad aumentada. Con un teléfono inteligente, tableta o lentes especiales se transforman en un cuadro o en un objeto. De esta manera, en paredes blancas y sin el cobijo de otros símbolos, la exposición Tiempo de Mirar muestra, virtualmente, las 71 obras que se quemaron en Río de Janeiro hace cuarenta años, en el mayor siniestro cultural de nuestro país.
La puesta en escena impacta y el uso de la tecnología es oportuno. Nicolás Restelli aportó la poética de la ausencia a través del uso de la realidad aumentada. El montaje estuvo a cargo de Gustavo Serra y Federico Méndez y el equipo se completó con María Eugenia Pérez Burger, Elena O´Neill y Alejandro Díaz como curador y director del MTG. El resultado es una exposición que conmueve. Tiempo de Mirar genera rabia, impotencia, tristeza, desazón y, también, ganas de mirar más y de saber más. Es, como toda la historia que hay detrás, ironía y contrastes, y una oportunidad inapelable para ver lo que ya no se puede ver.
Trapos quemados
«Esta historia comenzó en 1974 con una serie de homenajes a [Joaquín] Torres García a cien años de su nacimiento», explica Díaz. Entre las celebraciones, se realizó una exposición en el Museo de Artes de Artes Plásticas —actual Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV)— que reunía «la crema de la obra constructiva que había en el Uruguay en ese momento. Era lo mejor y lo más importante». Parte de esa muestra viajó después a Buenos Aires y algunas de esas obras también viajaron a París.
La exhibición que se montó en París en junio de 1975 quedó tres años en los depósitos del Musèe d’Art Moderne a la espera de una itinerancia que no se logró concretar. En el retorno pasó por Río de Janeiro porque el Museo de Arte Moderno (MAM) de esa ciudad se hizo cargo del traslado. El acervo era del Estado uruguayo (del Museo de Artes Plásticas y los murales, que habían sido retirados del Hospital Saint Bois, pertenecían al Ministerio de Salud Pública), de la familia del pintor, de la Fundación Torres García y de amigos que prestaron sus obras. «Hacía tres años que los propietarios, el Estado y los particulares, no tenían novedades de esas obras. Era plena dictadura, era difícil reclamarle al Estado en esas circunstancias. Y, después, el Museo de Arte Moderno de Río se incendió y se quemó todo su acervo y toda esa muestra de Torres García».
Unos pocos restos volvieron y quedaron archivados en el Museo de Artes Plásticas. Ángel Kalenberg era el director y curador de aquella muestra y, en torno al polémico tema, dijo a La Diaria en una entrevista en noviembre de 2018: «Las cajas las recibí yo y las dejé en el museo. Lo que entró lo registramos todo. Está en el inventario. Qué pasó después, no sé». En 2007, Jacqueline Lacasa, la directora del ya MNAV, halló una caja cerrada en uno de los depósitos. Cuando la abrió, se encontró con las obras quemadas de Joaquín Torres García y de inmediato llamó al MTG. «Nosotros estábamos organizando una muestra de juguetes y nos estábamos yendo a Buenos Aires. Dejamos todo lo que estábamos haciendo. Fuimos Jimena [Perera Díaz, quien era la directora en ese entonces] y yo. Todo estaba en malas condiciones, obviamente. Los murales eran como trapos doblados. Estábamos con mascarillas porque había hongos que provocaban alergias, al estilo de las tumbas egipcias. Las obras de arte tienen esa cualidad de ser materia espiritualizada y verlas en ese estado, a medio quemar, fue muy fuerte, muy emotivo».
La peor pérdida de patrimonio cultural del Uruguay
«Los restos de esas obras quemadas son patrimonio del país y también las obras destruidas de las que hay fotos y registros», comenta el director del Museo. «Y la historia de lo que sucedió es, también, patrimonio nacional. Además, consideramos que era una buena oportunidad para hablar de Torres [García], del arte, de la pintura y de que hay que cuidar los acervos culturales». Contar y mostrar la historia es uno de los objetivos de la muestra, sin buscar culpables ni hacer hincapié en la catástrofe, aclara Díaz. «Aunque la catástrofe es parte de lo que sucedió y tampoco la podemos esconder. Es la peor pérdida de patrimonio cultural y artístico de nuestra historia y me perturbaba la cantidad de gente que no sabe de un hecho de tanta trascendencia».
Entonces, a través de Tiempo de Mirar, el MTG exhibe una investigación que reúne el patrimonio inmaterial de la obra del artista perdida en el incendio del Museo de Arte Moderno en 1974. La muestra «se desprende de un proyecto anterior que busca la reproducción facsimilar de los siete murales», agrega Díaz. Los murales habían sido pintados por Torres García sobre los muros del Hospital Saint Bois [en 1944] y habían sido retirados, con un gran esfuerzo económico [entre 1970 y 1974], pues estaban en mal estado. No fue un capricho, fue una angustia. Los murales estaban llenos de hongos, habían sido muy maltratados y después se quemaron», comenta Díaz.
La reconstrucción facsimilar es una iniciativa de largo aliento que tiene un sustento afectivo-familiar, según explica Díaz, pero que está fundamentada en el arte de Torres García. «En el arte anónimo la mano de cada pintor no se nota y los murales están hechos en ese código plástico que deja de lado lo personal de cada artista», fundamenta el director del MTG. «Entonces, entendemos que es pertinente su reproducción facsimilar porque hay una idea y una manera de hacer que va más allá de la mano del pintor. El gran desafío es hacer muy bien esas reproducciones».
Una oportunidad ineludible
Tiempo de Mirar se inauguró el 29 de noviembre de 2018. Ese día y durante la Noche de los Museos —8 de diciembre—, el público del MTG se multiplicó significativamente. A partir de ese momento, las visitas son constantes con jóvenes y adultos que miran los cuadros de una forma diferente. Se encuentran con restos de murales y de pinturas y con un conjunto de puntos negros estrictos y sobrios. Buscan a través de la tecnología y descubren lo mejor de la creación constructiva de Torres García, un artista que «quería dejar algo más que la obra o que enseñar a pintar, quería formar la conciencia artística». «La muestra ha generado interés porque la historia, la parte trágica y los restos son una presencia muy fuerte. El uso de la tecnología, en este caso, es muy pertinente. No fue un capricho, fue necesario y estamos muy contentos con las repercusiones», sintetiza Díaz.
Esta muestra nace de circunstancias que la hacen única y, además, Tiempo de Mirar tiene todo: investigación museográfica, tecnología, una historia trágica y a Joaquín Torres García, uno de los artistas más importantes del Uruguay. Tiempo de Mirar reúne lo que ya no se puede reunir y es la oportunidad para conocer el patrimonio constructivista de nuestro país. Hay Tiempo de Mirar hasta fines de marzo en el MTG, para dejarse conmover y sorprender.
Tres cuerdas para hilar. La colección del Museo Torres García (MTG, fundado en 1953) se nutre de un gran componente: la donación inicial de Manolita Piña, la viuda del pintor. El MTG cuenta con un significativo conjunto de cuadros y, en especial, libros, manuscritos, documentos, cartas. Están prácticamente todos catalogados y algunos en exhibición. «Es un acervo muy importante, el Museo tiene un enorme porcentaje de la producción de Torres», explica Alejandro Díaz, el director. «Es un material muy rico, lindo visualmente, muy mágico, porque Torres diseñaba, dibujaba y encuadernaba sus propios manuscritos».
En pinturas, en el MTG hay préstamos y comodatos de familiares, y cuando se realizan exposiciones puntuales, se solicitan obras a organizaciones o coleccionistas. «Adquirir es casi imposible. Me gustaría realizar cambios o ventas de obras que no son fundamentales para esta colección, pero no son operaciones fáciles de hacer porque pueden malinterpretarse. Todo lo de Torres vende», expresa Díaz.
El director explica que desde el Museo se trabaja con el objetivo de «facilitar una acercamiento a Joaquín Torres García, un artista que es un universo». «Obra, vida y pensamiento de Torres García son tres cuerdas que hay que hilar. Las tejemos todo el tiempo porque se tejen en la vida del maestro. Mi función, como director, es ser un facilitador. No pretendo explicar a Torres, sino dar elementos para que cada uno se pueda hacer una idea. Para eso he leído todo lo que he podido de Torres y sé mucho de su vida».
El MTG desarrolla líneas propias de investigación y realiza exposiciones a partir de esas rutas. Es habitual que las investigaciones se muestren primero en el exterior. «Es cuestión de escala», explica Díaz y aporta un ejemplo: «Ahora estamos en un proyecto con los juguetes, juegos y didáctica, sobre una exposición que hicimos en Brasil en 2015, en la Fundación Mario Da Andrade».
Dice Díaz que, como responsable del Museo, le «interesa trabajar pocas cosas, pero a fondo» y por ello el Departamento de Educación del MTG tiene un rol fundamental. «Hay un público muy importante para nosotros que son los niños, fueron importantes para Torres y son importantes para un museo» —expresa el director con buscado énfasis―. «La idea es que las personas vivan la experiencia de ver un cuadro, no desde el punto de vista intelectual. No te lo voy a explicar, quiero ayudarte a que lo veas y eso se puede lograr mucho mejor con los niños en una actividad de una hora, por ejemplo. En parte porque tienen menos prejuicios y porque tenés al público un buen rato para vivir un proceso. Todo eso se planifica para niños y niñas desde preescolares a liceales. Ahí siento que nos acercamos a lo que queremos comunicar: abrir a la experiencia de sensibilizarse ante obras de arte». En ese marco, desde el MTG proponen visitas dinamizadas para que los escolares «aprendan haciendo» a partir de las líneas artísticas del pintor.
El universo Torres. En el MTG hay tres colecciones, cada una con su lógica: Arte Mediterráneo, Pintura y Hombres Célebres. La primera exhibe bocetos y estudios para pinturas murales. Pintura, según la web del Museo, dirige «la mirada a lo puramente pictórico en la obra de Torres García y [atiende] la producción del artista que, cada tanto se liberaba de la necesidad de ofrecer una visión trascendente del mundo, para simplemente pintar». En el último piso está Hombres Célebres, una exposición temática de retratos, la única serie de cuadros realizados por Torres García.
Además, hay exposiciones itinerantes del pintor y de otros artistas, con variadas curadurías. Entre tantas muestras, Díaz menciona las realizadas con obras de Pablo Picasso (2003), de Joan Miró (2000) y de Eduardo Díaz Yepes (2012); también de otros «artistas actuales, no tan conocidos. Vamos por un perfil de arte visual. El objetivo es abrir la casa, abrir la cancha».
A pesar de todo ello, Díaz confiesa: «Siento que no mostramos a Torres tal como deberíamos. Torres es un universo. Es un universo de vida, de obra y de pensamiento, y no creo que hoy en el Museo podamos mostrar todo eso. Desde hace un tiempo procuro no hacer cosas descolocadas, sino que formen parte de un camino y es un camino largo que incluye una línea editorial. Son varias puntas y tengo una idea macro de cómo mostrar ese universo y me desvela concretarlo».
Plasmar esos «desvelos» tiene dos aristas, uno presupuestal y otro artístico, según Díaz. La reconstrucción de los murales del Hospital Saint Bois ―perdidos en el incendio del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro (Brasil) en 1978― es un ejemplo. «Era un arte impersonal y colectivo, y porque están hechos dentro de esa teoría e idea podemos pensar en reconstruirlos. Se quemaron, además, setenta cuadros y no se me ocurre repintarlos porque son la huella digital del artista. Es imposible hacerlos de vuelta, es como cantar como Caruso. Pero los murales eran obras constructivas hechas dentro de esa concepción del arte, un arte anónimo en el que importan la concepción y la estructura. Fueron pintados de una forma simple, en un código plástico que podemos reconstruir y aportar valor para dimensionar cómo eran esos murales».
El de los murales es un proyecto que responde a «una búsqueda artística y por eso decidimos que cuando estemos seguro de que vamos a llegar a un resultado, ahí saldremos a buscar espónsores», agrega Díaz.
El regreso a Nueva York. En 2015, el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) presentó la primera muestra retrospectiva de Torres García con dibujos, pinturas, esculturas, publicaciones, cuadernos y otros objetos personales. Para esa muestra, el MTG fue la institución que aportó más piezas y fue un orgullo que el maestro estuviera presente en el Museo, puesto que «en el MoMA es muy difícil que cuaje una exposición. Hay un equipo curatorial de cien personas y Luís Pérez-Oramas, el curador, trabajó diez años para lograrlo», explica Díaz.
Torres García en el MoMA fue un hecho elocuente. «El momento que realmente me emocionó fue cuando vi un cuadro de Torres que yo conocía por fotos. Es una imagen de Nueva York que tiene pegada la hoja membretada de una empresa a la que se había presentado para ofrecer el diseño de sus juguetes. Esa hoja es una carta de rechazo. Ver cómo él utilizó la carta en un cuadro y ver el cuadro colgado en el MoMA me emocionó muchísimo ―dice Díaz―. Me emocioné de verdad. Y te lo cuento y me vuelvo a emocionar. Conozco mucho la historia, hicimos un libro, un catálogo y conozco todo lo que él sufrió y disfrutó durante esos dos años de vida en Nueva York. Torres no encajaba y padeció la ciudad».
El artista había viajado de Barcelona a Nueva York en 1920 y pronto, en 1922, regresó a Europa (Italia, Fiésole). Con la exposición del MoMA, «el maestro regresó» a los Estados Unidos, muchos años después.
Accesibilidad y estrategias simbólicas. El MTG cuenta con rampa y ascensor. No hay audioguías, pero sí hay un cuidado programa de visitas que deben coordinarse con antelación. En ciertas exposiciones, como las de juguetes que incluyen réplicas, se puede interactuar con las obras.
Para mostrar la extensa colección de manuscritos —«que parecen salidos de una escuela de magia»―, desde el Museo se planifica exhibirlos a través de herramientas tecnológicas de visualización. El proceso ya está en marcha y «con un poco de presupuesto lo sacaríamos adelante, pues el trabajo de base está pronto», explica Díaz.
Todas las exposiciones del MTG se acompañan de documentación que se encuentra disponible en su web, son textos en pdf y también hay videos publicados en el canal de YouTube del Museo.
El Museo Torres García tiene sala de teatro, además. La cartelera «apunta a espectáculos con cierto riesgo artístico». Y, al igual que las invitaciones a otros artistas visuales, el «objetivo es abrir la casa, abrir la cancha».
Alejandro Díaz: «Torres es Torres y conviene tenerlo claro»
La oficina del director del Museo Torres García (MTG), Alejandro Díaz, está en el último piso del edificio. Da a la peatonal Sarandí y en días hábiles el movimiento de trabajadores y turistas se escucha muy cercano. También se oye tango, rock o lo que elija el músico de turno de la calle Sarandí. Es una oficina grande y luminosa con versiones de muebles diseñados por Torres García; tiene una enorme mesa oscura con sillas muy cómodas y hay numerosos libros (de pintura, del y sobre el «maestro»). Además, está «Yepes, no sé si lo conocés», dice Díaz refiriéndose a una estatuilla de mediana estatura e importante valor cultural. Y aprovecha la ocasión para explicar quién fue Eduardo Díaz Yepes y los vínculos con la familia Torres-Piña. «¿Te transformaste en un experto en Torres García?» le pregunto. Responde que sí. Lo dice con convicción, pero sin grandilocuencia.
Alejandro Díaz maneja la ironía y el humor; también el tono, las pausas y el cambio de ritmo. Son recursos que le sirven para que el interlocutor se introduzca en el «universo Torres, que es complejo» porque el «maestro» está siempre presente en la charla, también cuando Díaz habla de sí mismo.
El director del MTG es ingeniero mecánico y tiene tres hijos a los que les gusta ir al Museo, en especial cuando van de visita con la escuela. Qué hace un ingeniero mecánico dirigiendo un museo es la pregunta ineludible. Y, con su respuesta, Díaz invita a la conversación a otro maestro del arte. «Leonardo Da Vinci ―explica con parsimonia― está parado afuera de la Facultad de Ingeniería y yo, equivocadamente, pensé: “a mí me gusta inventar cosas, soy una persona creativa, así que la Ingeniería me va a dar herramientas para crear lo que quiera”. Antes de la mitad de la carrera me di cuenta de que no era tan así. Aunque también hay ingenieros muy creativos, el grueso del trabajo no me resultó atractivo».
A Díaz le gustan el dibujo y en especial la música, y también hizo teatro. Se acercó al MTG en 2002 «para dar una mano», porque hizo un posgrado en dirección de organizaciones —fue director del Correo Uruguayo—. En un principio trabajó gratis y durante un año y medio se dedicó a cuestiones organizativas y de márketing. «Hice un curso de diseño de objetos porque veía mucho potencial en la tienda. Y una de las primeras cosas que me encargué fue de una reforma en la planta baja para dar valor a la tienda. También el mobiliario que tiene ahora. Me fui interiorizando en otras áreas. La primera vez que tuve que escribir un texto sobre Torres me puse a leer y me di cuenta de todo lo que no sabía».
Después fue asesor, director ejecutivo en un período en el que había dos directores y ahora es el responsable del MTG. Estar al frente de un Museo implica recibir a los medios, planificar instancias educativas, «ver por qué no hay agua, cambiar la empresa de seguridad, lidiar con cuestiones organizativas, con las que Torres no se llevaba bien, aunque sí resolvía las cuestiones prácticas materiales. Para las otras, Manolita era fundamental», aporta Díaz en un constante ejercicio de acercar al «maestro».
El director del MTG dice que no vive con Torres García y que trata de «mandarlo para su casa. Torres es Torres y hay que tener cuidado con eso. Hay que discriminar y ser sano». El pintor está presente en todo momento, por su imponente presencia y porque fue un artista total.
Como responsable del museo, su vínculo con Torres García debe «tener un equilibrio, conozco directores que se involucran demasiado. Eso puede llevarte a una mentira, no se trata de hacerle decir a Torres lo que yo quiero que diga. No hay que perder la distancia necesaria. Parte de mi función es escuchar a Torres. Muchas veces me pasa que no lo termino de entender. Para estar a tono con esto tengo que aprender, crecer, mejorar. A veces no llego y me pregunto por qué. ¿Él no lo dijo bien o no me llega en ese momento? Me tomo tiempo, hablo con otros, lo dejo descansar, madurar. Tampoco tengo empacho y no es irreverencia decir cuando no entiendo nada. ¿El problema está en mí o en él? Y resulta que llega un día en el que se juntan muchas de las piezas del puzzle y se van cerrando las ideas. También se abren nuevas… es que él estuvo toda su vida creando».
● Qué ver en el Museo Torres García Las obras de Torres García son el alma y la razón de ser del Museo, aunque el edificio —que alberga el MTG desde 1991— también concita interés, pues fue el famoso bazar Broqua y Sholberg, una muestra de Art Nouveau montevideano.
En tres plantas con ascensor, en el MTG se despliegan diferentes muestras (permanentes e itinerantes) y en el último piso se destaca la serie Hombres Célebres u Hombres, Héroes y Monstruos. Se trata de la única serie temática de óleos que Torres García realizó entre 1939 y 1946 en respuesta a un período histórico tan significativo. Son hombres universales, las versiones «torresgarcianas» de Cristo, José Pedro Varela, Rabelais, Rafael, entre otros. «La serie fue hecha en la Segunda Guerra Mundial y es uno de los pocos momentos en los que Torres reacciona, como artista, a un hecho del presente. Están todos los cuadros, salvo tres. Faltan los monstruos: Hitler, Stalin y Chamberlain. Quienes conservaron la colección se jugaron por los buenos. Tengo idea de dónde están y tengo interés. Pero de lograrlo, hay que hacer algo informativo muy fuerte y explicar su presencia. Lo tengo en el tintero», explica el director.
El MTG brinda dos tipos de visitas: las comentadas y las dinamizadas; ambas deben coordinarse con antelación. Las primeras, dirigidas a los adultos, proponen un recorrido por el Museo a cargo de un guía o educador quien explica las etapas de la carrera artística de Joaquín Torres García. Las visitas dinamizadas también ofrecen un itinerario que invita a «aprender haciendo» con instancias participativas y lúdicas en las que los asistentes pueden crear, probar, preguntar.
● Web y redes La web se actualiza permanentemente y «tiene un diseño muy torresgarciano», según describe el director. Y agrega: «Nos preocupamos de que visualmente sea atractiva y amigable. También en las redes sociales cuidamos las fotos y los contenidos». El MTG tiene cuenta en Facebook y en Instagram(@museotorresgarciaoficial) y canal de YouTube.
● Público/Privado/Costo El MTG es una fundación sin fines de lucro, de gestión autónoma con un convenio con el Ministerio de Educación y Cultura. «Se navega con zozobra. No hay un presupuesto para planificar ampliamente, el flujo de caja es estrecho y los esponsoreos aparecen en proyectos puntuales, pero es un sistema que funciona».