«La dama y el perrito»

Historias de gente que parece común

Publicado en Granizo.Uy / 8 de febrero de 2019

Fotografía: Javier Noceti

Felipe y los lobos

Es primavera, caen las pelusas de los plátanos en el Cordón. Revolotean. Todo lo invaden. Ella estornuda y el perro también: es que las pelusas se meten, por igual, en la garganta de personas y animales. Como todas las mañanas y las tardes, los dos están en la esquina del Bar Luz en el Cordón. Ella lee el diario, toma café, charla con los mozos y saluda a los vecinos que pasan por la vereda, un cruce muy transitado y con reminiscencias de barrio.

—Me llamo Josseline Ivette Cabanne. Cabanne con dos enes; como Pierre Cabanne, el escritor francés—. Toma mis útiles y escribe para asegurarse de que no haya errores. La lapicera es grande y la libreta es chica, sus manos aletean y los dedos parecen perder el equilibrio, pero Josseline se acomoda y escribe, concentrada, nombre, apellido y teléfono.  Aclara que va al bar todos los días porque la atención es muy buena, el café es muy rico y porque Felipe se hizo habitué.
—¿Desde cuándo tenés el perrito?
—En París y en Madrid vi que mucha gente salía con sus perros. Se sentaban en los bares, en los boliches, en los restoranes e iban a las galerías y autobuses con los perros. Y me pregunté: ¿yo no tendré un perrito? Se lo dije a mi hijo y conseguimos a Felipe, en 2015, y empecé a venir todos los días porque él necesita socializar, así me dijo el veterinario.
—¿Por qué elegiste un salchicha?
—No lo elegí. Yo quería tener un perrito y a Christian, mi hijo, se le ocurrió que fuera un salchicha. Cuando era cachorrito, Felipe hacía amistad con todo el mundo, pero ahora se ha puesto bastante selectivo y tiene sus preferencias. Es íntimo amigo de Pablo, que viene al bar todos los días. Con Pablo tiene locura y con algún otro más también.

Fotografía: Javier Noceti

Josseline es docente de Educación Artística con énfasis en Artes Visuales. Se formó en Literatura, en el antiguo Instituto de Estudios Superiores, y en Arte en el Taller Barradas, principalmente. Desde hace treinta y seis años se dedica a la enseñaza y ahora, jubilada, sigue formando a otros docentes: «siempre en el encuadre de taller porque permite encuentro, diálogos, conversaciones». Desde hace tres años va todos los días al Bar Luz y promovió la creación de un rincón literario que el café ostenta desde el segundo semestre de 2018. Frente al baño había un biombo de mimbre, viejo y desvencijado, y uno de los responsables encargó la restauración de unos postigos que hoy ofician de estantería y que otorgan cierto refinamiento cultural al lugar. Ella hizo la primera donación de libros y luego otros clientes se sumaron.

—En un café del casco antiguo de Bilbao había libros y un cartel que decía: «El rincón del libro promiscuo. Se va con quiera cogerlo». Entonces traje la idea para acá, porque este bar me gusta, pero aquí hay palabras que no podemos usarlas—. Habla con picardía y ríe abiertamente. Disfruta del recuerdo y saborea la historia entre sorbo y sorbo de café.
—Los dueños se apropiaron del proyecto— agrega con orgullo.
—Pregunté de quién había sido la idea y me dijeron: «de la señora del perrito».
—Como Chejov, la dama del perrito— responde con brillo en la mirada y afirma.

A pesar de la tradición literaria de los cafés de tertulia de los siglos XIX y XX y de ciertas cafeterías más modernas que ofrecen libros o que se instalan en librerías, una biblioteca en un bar de barrio es una curiosidad. No todos los clientes se acercan, pero sí reparan en esos libros. Hay nuevos y viejos, hay títulos para niños y para adultos, hay novelas y cuentos.  La biblioteca se ha transformado en motivo de conversación: con los mozos y entre los clientes. Y se escuchan recomendaciones y reflexiones sobre un libro no terminado, el que más gustó, el primero de la vida, el que está pendiente.

A la señora del perrito le gusta el café bien caliente. Si lo encuentra frío, pide que se lo calienten un poquito más. Los mozos están atentos, ya lo saben, y cuidan sus hábitos. De mañana, come pan con grasa y algunas tardes un alfajor de maicena. Pero no quiere que su hijo lo sepa porque «me va a retar», dice con picardía. Además del Bar Luz, va a otros bares y cafés. Conoce todos los del barrio y los del Parque Rodó, el Centro y la Ciudad Vieja. Va a las cafeterías de moda y a las clásicas. Cuando Felipe era chiquito, iba a Puro Verso y lo llevaba en el bolso. Dice que lo acariciaba y se quedaba tranquilo mientras ella leía, miraba libros y tomaba café. A Josseline le gusta salir, tiene muchas actividades: los jueves de noche coordina un curso en el taller Barradas para docentes y los martes da clases a los que se forman para maestros de Educación Inicial, siempre en educación artística. Los miércoles de tardecita asiste, como alumna, a la cátedra Alicia Goyena y los viernes, en general, tiene más libre, pero aclara que muchas veces supervisa trabajos de los docentes y que los fines de semana siempre tiene algo.

—Tu agenda es muy agitada…
—Sí y dos veces por semana voy al Espacio de Desarrollo Armónico de Graciela Figueroa. Tomo clases de Armonización y Danza. Me encanta. Ella combina varias disciplinas: yoga, baile, el encuentro.
—A ti te interesan los encuentros y generar conversaciones, ¿hablás a través de los libros y de tu cuerpo que se expresa?
—Claro. El Espacio de Desarrollo Armónico integra hasta la capoeira. Integra el grito primario para identificarse con el animal. Yo me identifico con el lobo. Entonces, de repente, me paro y aúllo—.  Estamos sentadas afuera y Josseline fija la mirada en la calle, sus ojos se posan en el aire, endereza el cuerpo, acomoda los hombros hacia atrás, apoya levemente las manos sobre la mesa y, en teatral pose con la cabeza en alto, aúlla. Aúlla. Lo hace bien. Lo hace con convicción, con cuerpo y alma, y luego ríe. Ríe.
—¿Y vos hacés todo eso?
—Sí. Yo trato de interpretar lo que Graciela hace y le contesto a través de mi cuerpo. Es un diálogo corporal.
—¿Cuántos años tenés?
—¿Qué te parece?—. Se rehúsa, como en un juego de típica frivolidad femenina, tengo que convencerla y finalmente responde.
—Bueno, cumplí 70.

Fotografía: Javier Noceti

Los libros y los platos

Es verano, hay mucho sol que se cuela a través de los plátanos y hace algo de calor. Ese día, Josseline usa un sombrero de paja, con ala. «Lo uso por el sol y en primavera siempre ando de sombrero porque me protege de las pelusas de los árboles. En invierno también uso, por el frío. Y Felipe, en invierno, usa capitas, tiene varias. También le compré un pañuelo, pero no se lo dejó poner. Él es friolento, de noche se cubre solito con su manta».

Cuando hace frío, ella se abriga para salir —con capas de diversos materiales, algún pañuelo o chalina y siempre con un marcado perfil de artista bohemia— y se resguarda en una mesa próxima a la pared. Si el día lo permite, disfruta del sol. Siempre se sienta afuera porque va con el perrito. Y, si llueve, no pueden ir porque al chucho no le gusta el agua. «Sí bañarse, pero no mojarse con la lluvia. Es muy coqueto». En verano, cuando hace calor, Josseline se sienta en una mesa que está frente a una puerta secundaria que, suele estar cerrada, pero que los encargados abren para ventilar. El perro se acuesta en la vereda y, de a poco, va metiendo su cuerpito hacia adentro, buscando el fresco del interior. Felipe gana espacios porque, como dice Josseline, «se cree el patrón del barrio».

—¿Se porta bien?
—Sí, bastante.
—¿Rompe cosas?
—Bueno, él se cree un artista y hace intervenciones textiles que comienzan como un broderie y terminan en un filamento. Entonces lo tengo que retar.
—¿Reconoce tu tono de voz?
—Cada vez más. Yo le digo: «hay un regalo para Felipe» y va a la heladera porque sabe que tiene un hueso o carne. Y si le digo: «vamos a dormir», va para su camita. Con «vamos a pasear» se pone como loco y agarra la correa. Reconoce, desde muy pequeño, cuando le digo «quedás al mando» o «quedás al frente».
—¿Por qué «queda al frente o al mando»?
—Cuando queda responsable del apartamento porque yo me voy a trabajar.
—Te decodifica por la entonación de tu voz…
—Dicen que los perros tienen un acervo comprensivo de 170 palabras y que hay que hablarles mucho. Yo creo que le da rabia no entender todo el lenguaje, porque Felipe quiere hablar.

Fotografía: Javier Noceti

Josseline adora los libros y confiesa que cada vez tiene más. Los atesora, aunque se desprendió de algunos para formar la biblioteca del bar. Colecciona libros de adultos y, en especial, de educación artística y de filosofía de la educación. También tiene libros para niños pequeños porque coordina un curso de primera infancia. Lee de todo un poco: «Me gustan todos los escritores que le gustaban a Julio Cortázar porque ¡soy devota! ¡Devota de Julio! Lo amo locamente».

—Empecé a leer a Walt Whitman a los doce años. Ahí comencé a hacerme humanista y antibelicista. Leo mucho en francés. Ahora estoy leyendo un libro sobre filosofía de la educación artística y a Loris Malaguzzi, de Reggio Emilia.
—Hoy te vi leyendo El Observador, pero comúnmente leés El País.
—Leo lo que hay acá, como para empezar la mañana. Pero no son diarios que compro para nada. Me gusta la revista Lento y me gusta mucho Brecha. Antes la compraba, ahora no puedo, porque no me dan los capitales y tengo que priorizar.

Josseline ha dado varias ponencias sobre educación para el arte. Fue dos veces a España a presentar trabajos: en 2007 estuvo en la Universidad de Alcaná de Henares en un encuentro de escritura silenciada y, en 2015, en la Universidad de Huelva, donde disertó sobre educación en el arte en contextos socioeconómicos desfavorecidos. «Es un tema en el que he trabajado bastante. El arte permite calar hondo», reflexiona. Felipe ladra y nos interrumpe. Josseline lo llama al orden y seguimos conversando hasta que se repite la escena.

En 2016, curó una exposición de platos infantiles con depósito para el Archivo Histórico de Montevideo. En 2018, diseñó una nueva muestra para el Museo de Historia del Arte (MuHAr) de Montevideo. Las exposiciones surgieron de su propia colección. «Tenía tres platos infantiles, los térmicos que se calientan con agua abajo», explica. «Muy viejos, de “cuando la tierra estaba caliente”». Y así comenzó a coleccionarlos. Los compra en la feria de Tristán Narvaja, en la casa de remates Bavastro y trilla la feria del barrio, también.

—¿Cuántos platos tenés?
—¿Esto va a ser público? Me estás dejando «en cuero vivo». Bueno, poné 200 piezas— dice mientras ríe fuerte, revolea los ojos y busca a Felipe que, atado, nunca se aleja más de un metro porque, además, es aprehensivo y también un poco quisquilloso.
—Nos tenemos que ver otro día, ahora me voy al taller. El sábado voy a hacer una formación con un grupo italiano que trabaja el gesto gráfico desde la danza, desde el movimiento. Me voy a tomar dos oxabedoce para «aguantar la pulseada» porque será todo el día.

El oxabodoce es un analgésico y desinflamatorio que Josseline toma para calmar sus dolores neuropáticos (mal funcionamiento del sistema nervioso). «Me cuesta subir escaleras. Me cuesta mucho, pero vivo en un segundo piso por ascensor», aclara al pasar sin prestarle mucha atención a la cuestión.

Fotografía: Javier Noceti

Colgada en un arnés

Una mañana tomamos café y reflexionamos sobre los objetos del ritual: la taza, el pocillo, el vaso y la bebida. A Josseline le gusta el café en pocillo, ya sabemos que caliente, pero lo repite varias veces para que quede claro. Me cuenta que desayuna con café y que el resto del día toma mate. Compra café en una tienda del barrio.

—Pido 300 gramos de familiar especial y 200 gramos de moka. Lo hago moler para la cafetera italiana. ¡Queda delicioso! El sabor y el objeto, esa cafetera… Los italianos son los padres del diseño. Pero no conozco Italia, siempre fui a los mismos lugares: España, Francia y algo de Portugal. Como «el caballo del comisario, siempre a los mismos lugares».
—Decías que te gusta el mate…
—Me gusta el mate, pero me gusta que me lo ceben. Es que en casa no sé dónde lo dejo. Me olvido. No tomo mucho té porque me da un poco de acidez. Me encanta el submarino porque me enloquece el chocolate. ¡El chocolate! ¡El chocolate!— y Josseline ríe. Y Felipe ladra. Ella lo mira y dice: «Este se cree el dueño del barrio».

Me muestra una foto de Christian, su hijo. «Es psicólogo, también vive por aquí y, a veces, viene conmigo al bar. Le encantan los perros y con Felipe se llevan divino. Felipe se vuelve loco cuando le digo que viene su hermano. Además de ser buen mozo, Christian es un excelente profesional y una excelente persona». Su expresión se suaviza, como si se quebrara.

—¿Qué hiciste el fin de semana?
—Fui a ver una película exquisita, impresionante: Mi obra maestra. Te la recomiendo. Fui con un amigo. No tiene desperdicio esa película.
—¿Y vas al cine sola, también?
—Sí. Me gusta ir con compañía, pero también voy sola.
—¿Te molesta salir sola?
—No, para nada—. Su voz denota asombro, como si la pregunta sobrase.
—No todo el mundo vive la soledad como una oportunidad.
—Puede ser. Yo no me ato a la situación. Voy generando el día a día.
—¿Hiciste algo más el fin de semana?
—El sábado estuve todo el día en una formación intensísima en Casa Rodante: una compañía italiana que trabaja el gesto gráfico y el gesto corporal. Muy nutritivo y formador. ¡Todo el día! Estuve desde las nueve de la mañana hasta las ocho y media de la noche. Y, después de estar todo el día en la formación en Casa Rodante, me fui de noche a una cena en La Unión.

Pasa una vecina con su perro. Se para y saluda a Felipe. Él se queda quieto para recibir mimos. Minutos después se acerca un muchacho con su mascota y Felipe, atento, lo espera para jugar. Josseline reflexiona: «Felipe y sus amigos». Me quedo mirando los perros y su juego un tanto infantil, cómo interactúan los dueños y el mozo del bar que también es parte de la dinámica. Josseline aprovecha mi distracción y busca algo en su celular. Me muestra un video en el que está colgada en un arnés de tela, se la ve paralela al piso, suspendida en el aire y dibujando sobre cartulinas.

—Eso fue el sábado en Casa Rodante. Sentís que volás y mientras, con las manos, hacés gestos gráficos sobre el papel. Fue intensísimo— cuenta con entusiasmo.
—¿Y vos te colgaste?
—¡Obvio! ¿Me voy a quedar con las ganas de experimentar eso?

Fotografía: Javier Noceti

Fuentes

Josseline Cabanne, comunicación personal, 11 de octubre de 2018.
Josseline Cabanne, comunicación personal, 15 de octubre de 2018.
Josseline Cabanne, comunicación personal, 18 de diciembre de 2018.
Josseline Cabanne, comunicación personal, 14 de enero de 2019.


Un café para cada ocasión

 

La web está repleta de reseñas y calificaciones de cafés. Antes de entrar a uno, se pueden revisar los comentarios en la página de Facebook del lugar, también en TripAdvisor y en blogs especializados. En Uruguay, las chicas de Caramelos de Lima relevan las opciones vegetarianas y veganas y Valentina Baccino —licenciada en nutrición— describe los lugares y aporta valiosas sugerencias nutricionales.

Entonces, ¿por qué volver sobre un tema tan trillado? La razón es simple y práctica: en esta reseña aportaré, desde mi vasta experiencia en cafés, para qué ocasión es ideal cada lugar. Se me ocurrió ante varias consultas, pues mis conocidos saben que relevo lugares y me preguntan cuando necesitan uno en especial.

Desde hace un tiempo uso cafés y bares para estudiar. Escribí mi tesis en esos recintos, aprendí a concentrarme y a inspirarme. Lo hacía para aprovechar mejor el tiempo porque en casa cualquier excusa era buena para distraerme: el sillón, la cama, los quehaceres de la cocina. Y fue muy productivo e inspirador, tanto que tengo decenas de fotos de las diferentes ocasiones que publiqué con las etiquetas #tesis, #inspiración, #superación. Incluso, desarrollé una estética particular en esas imágenes que luego acompañaron mi defensa de tesis.

Debo aclarar que, además del café, soy amante del té. Pero no suelo tomarlo en las cafeterías ni bares porque habitualmente ofrecen saquitos. No reniego de ellos, pero puedo prepararlos en casa en donde tengo una vasta colección a la que me referiré en otra reseña. En cambio, el café de bar tiene sus encantos: el vaso, las capas de colores, su sabor tostado, el mágico momento en se amalgaman la leche, el café y la espuma. Cuando el café está bien hecho —es fundamental que lo sirvan con leche descremada o al menos semidescremada— es como viajar a Perú, Brasil, Guatemala, Costa Rica. Sumatra.

En las condiciones antes mencionadas, ofrezco un listado que, por supuesto, es inacabado y muy personal.

Agosto Café (Parque Rodó). En Agosto me encuentro con una amiga porque es estupendo para tomar un rico café y parlotear. Es muy chiquito, así que nunca se me ocurrió desplegar computadora, apuntes, cartuchera, etc.

Bar Luz (Cordón). Es uno de los pocos bares de barrio que quedan en la zona (y me atrevería a decir en Montevideo). Tiene un muy buen café, con leche descremada y servido en vaso de vidrio. También hay wifi y un par de enchufes. Con dos cortados es posible pasar horas de estudio o de trabajo.

Café del Sol (Puerto del Buceo). ¡Un café con una vista espléndida, una de las mejores de la rambla montevideana! El lugar es perfecto para una larga charla de amigas y también una salida romántica.

Café Martínez (Carrasco). Hay cafés de varios lugares del mundo y sirven el “montevideano”: cortado en vaso de vidrio, como a mí me gusta. En ese lugar descubrí que no soy la única con esa obsesión. Tiene mesas en el interior en las que se puede estudiar y trabajar, buena wifi y es bastante tranquilo (aunque a veces la música es muy melosa). Y tiene una terraza preciosa para disfrutar en otoño y primavera, incluso en verano debajo de las amplias sombrillas.

Camelia (Pocitos, no he ido a las sucursales de Ciudad Vieja y Carrasco). Tiene mesas amplias diseñadas para grupos, pues ir a trabajar o estudiar está arraigado en su concepto de negocio. Cuenta con buena wifi, pero el café lo sirven en vaso de telgopor que lo convierte en un atropello. Hay aguas saborizadas y aire acondicionado para hacer frente al calor del verano.

Deli Hyatt (Puerto del Buceo). Es deli como su nombre, es bonito, atildado y chic. El café es muy rico, aunque chico y caro. La wifi no es buena, pero bien vale una charla de trabajo en un lugar con una vista fantástica.

Escaramuza (Cordón). Una amiga, antes de la inauguración, me envió la primicia con esta acotación: “Se eleva el barrio” y ¡cuánta razón tenía! Escaramuza es una librería muy bien equipada en una casona reciclada que despierta el interés de todo el que pasa por ahí. Y el café es muy bello, tiene estilo y ricas opciones. La wifi no es suficiente para trabajar, creo cuando fui con esa intención había varias personas colgadas y tuve que usar mi propia red.

La Pasionaria (Ciudad Vieja). La Pasionaria me gusta porque además del café y restó tiene una tienda de diseño que es un placer (y una tentación). Este lugar es perfecto para hacer una pausa en solitario, un encuentro de pareja o charlar con amigos. Sirven buen café y una limonada riquísima. Tienen wifi, pero no es un lugar al que he ido a estudiar o trabajar porque no está abierto sábados y domingos en la tarde y en la semana cierran temprano.

Sweet House (Pocitos). Solía ir mucho pues fue uno de los primeros lugares con enchufe y wifi. Me pasaba horas en el piso de arriba, cómodamente instalada y con la adrenalina que me aportaba su buen capuchino. En el último tiempo, lo encontré un poco descuidado. Es un café ideal para estudiar y trabajar.

Un Secreto (Punta Carretas). Rico café, buena vajilla y mesas amplias. Un Secreto es uno de mis lugares favoritos. Además, en verano mi tesis se refrescaba con un vaso enorme de limonada. Tienen buena wifi y un ambiente lindísimo.

The Lab Coffee Roasters (Ciudad Vieja). Es un lugar moderno, amplio y decorado con muy buen gusto. Es como viajar al exterior. Son especialistas en café, así que nada puede agregarse acerca de la calidad de lo que sirven. Tienen buenas tazas y decoran la espuma de cortados y capuchinos (¡un primor). Hay mesas amplias así que es un lugar espectacular para trabajar, aunque la wifi no es buena. Me pareció caro y el mayor problema es su ubicación (en una de las zonas más feas de la Ciudad Vieja, además hay que pagar estacionamiento de lunes a viernes).