El Mapa de las Lenguas 2023 comienza con «Otro tipo de música», textos breves de Colombina Parra

El recorrido 2023 del Mapa de las Lenguas (colección de Alfaguara y Random House) comienza en el Pacífico con Otro tipo de música. Desde los Andes, el catálogo de este año inaugura el viaje con una autora musical: Colombina Parra (Chile, 1970).

El primer libro del año, el de febrero, revela el debut literario de una chilena polifacética que es música, arquitecta y que, además, es hija del poeta Nicanor Parra (Chile, 1914-2018). Si bien la escritura ha acompañado la vida interior, el ejercicio artístico y el profesional de Colombina, la pandemia y las redes sociales fueron el pretexto para compartir sus textos de otra manera. Así, Facebook se transformó en un medio de expresión para liberar acordes y generar ecos en formato textual mientras creaba una ópera.

En 2022, estas reflexiones se transformaron en Otro tipo de música, libro publicado inicialmente en Chile y que ahora conforma el catálogo 2023 del Mapa de las Lenguas, el territorio sin fronteras de Random House.

En esta obra hay acordes, ritmos y canciones que, vestidos a través del texto, tienen la cadencia del rock. Colombina Parra confiesa que su intención es hablar de amor y lo hace bajo el escrutinio lapidario de Roland Barthes —«No se consigue nunca hablar de lo que se ama», frase con la que se inicia el libro—.

Para dar cuenta del amor, la autora despliega relatos breves, escuetos y próximos que ofrecen preguntas sin respuestas sobre los diversos estratos que conforman el concepto (asiduamente visitado en todas las artes). Hay perspectivas, miradas y reflexiones. Los temas que conforman el amor son heterogéneos y se suceden con la cadencia en la que aparecen en la vida: un día, Colombina recuerda a su padre, en otro aparecen su hermano y su madre, también están los tíos con sus guitarras, la vida, el trabajo, la historia y el presente, la muerte.

Los relatos viajan en el tiempo, con ritmos diferentes. Hay acordes introspectivos que hacen eco en quien lee y se instalan con resonancia. Otros son de escritura apurada, de carácter más efímero. Aparecen la infancia y la adolescencia; la pandemia a través de los miedos, la limpieza y los aplausos; la industria discográfica y la arquitectura; las masculinidades; la densidad de los vínculos; la historia y la actualidad de Chile (la pobreza y la riqueza con la brecha clasista de una sociedad fragmentada) y la maternidad, entre otros.

En los textos de Colombina Parra hay ironía, sagacidad y ternura. También se cuela cierta inocencia y, de repente con estridencia, aparece un concierto de artistas para dar un salto reflexivo y prender una luz enciclopédica a través de figuras como Carmen Berenguer, Mario Vargas Llosa, Ludwig Wittgestein, Bertrand Russell, Oscar Wilde, Marcel Duchamp, Enrique Lihn, Alejandro Jodorowsky, Enrique Lafourcade, Jorge Tellier, Ernst Cassirer, Martin Heidegger, Mick Jagger, William Shakespeare y Rem Koolhaas.

Otro tipo de música es, tal como se propuso la autora, un intento descriptivo del amor como eje de la vida. El menú de experiencias que la autora elige da cuenta de la multidimensionalidad del amor y de su riqueza expresiva.

Dice Colombina que en su espacio caben necesariamente una cama y un velador. A juzgar por el libro, también un cuaderno y un lápiz o cualquier instrumento que le permita dejar constancia de su mundo interior.

Obra: Otro tipo de música
Autora: Colombina Parra (Chile, 1970)
Editorial: Literatura Random House, colección Mapa de las Lenguas 2023 (itinerario que recoge la literatura de 21 países hispanoamericanos a través de los autores más actuales)
Descripción: No ficción


Mapa de las Lenguas es un proyecto editorial panhispánico desarrollado por Alfaguara y Random House. Surgió en 2015 con el propósito de crear un territorio sin fronteras entre los veintiún países que hablan oficialmente el español. Los editores locales —de los países en los que operan agencias de Random House— eligen aquellas obras que, «dada su calidad literaria y su recepción crítica, merecen traspasar el ámbito nacional y situarse en un mapa sin confines, únicamente delineado por el lenguaje». A partir de los libros escogidos, los autores y los lectores viajan a través de la literatura más reciente. El Mapa de las Lenguas se convierte, de esta manera, en una ruta de lectura que permite conocer los talentos y las producciones actuales.

Roberto Acevedo Nash: «Si compro bien, el café se vende solo»

Nació en Iquique, el norte chileno, donde el desierto se encuentra con las aguas del Pacífico. Habla suave y con inconfundible acento trasandino. Demuestra interés por todas las conversaciones relacionadas con el café. Escucha con atención, resignifica y genera redes mientras toma agua o café de especialidad. Se llama Roberto Acevedo Nash, y es el responsable de Kilimanjaro Specialty Coffees.

Se define como un specialty green coffee buyer, y agrega: «creo que si compro bien, el café se vende solo; ese es mi objetivo. Lo mejor de mi trabajo es estar en África, en la montaña, buscando café con la gente. Voy tres veces por año y hay países que repito: Etiopía o Kenia; la reina y el rey del café». Luego de la selección, los granos de exclusivos microlotes se trasladan a Barcelona, donde está el centro de logística de Kilimanjaro. Según las demandas de origen, viajan a Europa o América del Sur para «conectar tostadores con memorables cafés verdes». Roberto dirige todas las operaciones, viaja constantemente y, cuando puede, recala en Budapest, donde están su hogar y laboratorio.

La historia sobre esta aventura cafetera es larga y tenemos poco tiempo. Mientras Roberto almuerza y bebe un filtrado en Culto Café, en la esquina de Requena y Canelones, explica cómo un ingeniero comercial que trabajaba en un banco en Chile terminó enlazando continentes en busca de cafés. «Desde que terminé la Universidad quería conocer el mundo. Arreglé mi situación financiera y a los 27 años me fui a Nueva Zelanda a aprender inglés». De esta manera llegó a trabajar en un bar en el que había una máquina de espresso. «El barman tiraba un shot de café, con la leche dibujaba y de repente aparecía un corazón. Yo nunca había visto algo así». Roberto, como la mayoría de los chilenos, estaba acostumbrado a tomar un café cualquiera y el cambio fue total: impacto en el sabor, la textura, la forma. Se entusiasmó y quiso aprender. Practicó muchísimo y se hizo adicto. «Empecé a tomar mucho café, muy buen café y también mal café. En Nueva Zelanda me empecé a mover entre ciudades, a conocer diferentes personas. La pasión por el café ya era visible. No tenía la idea de dedicarme cien por ciento a esto, pero la vida te va abriendo puertas, presentando opciones, y yo elegí las opciones del café».

Después de Nueva Zelanda llegó la India y el horizonte cultural de Roberto se amplió todavía más. Las puertas del café seguían abriéndose y él se mostraba cada vez más interesado. Así nació Kilimanjaro Specialty Coffees, una empresa que pone en escena los cafés que Roberto busca en África y Asia con la ayuda de enlaces en cada lugar. El emprendimiento está montado en línea. «Si estoy en Indonesia, en Sumatra, un cliente de Chile me contacta. Me dice lo que necesita, le mando la factura electrónica, hace una transferencia electrónica y envío la orden al almacén. Se prepara la carga, coordino el despacho y luego la entrega», cuenta el especialista en café con naturalidad. «Kilimanjaro se basa en la calidad, la sustentabilidad, la relación con los caficultores y la trazabilidad», afirma siempre que puede.

Además, «hay que contar historias y aportar valor para que alguien decida pagar por ese café». Roberto lo hace a través de una foto, un video, un texto, una historia o con el detalle de la trazabilidad. «Pero todo tiene que estar sustentado en la calidad. Si en la taza no se sustenta el café, mi historia se desvanece, aunque sea Neruda o Galeano, y pueda contar la historia más bella del café».

Roberto visitó Uruguay para trabajar con Álvaro Planzo, tostador de Culto Café. Se conocen desde hace un tiempo y ya había estado en Montevideo dos años atrás. En esta oportunidad, además tuvo a su cargo una cata con cafés africanos y asiáticos el martes 24 de setiembre. Buenos Aires era su siguiente escala, luego Santiago de Chile hasta mediados de octubre y después Zaragoza y Budapest, y España nuevamente para participar del Barcelona Coffee Festival. Así es su vida: viajar, moverse y mutar son la constante… Como en el café donde los conceptos cambian. «Por eso hay que ser humilde y escuchar para aprender. Tampoco hay que imponer. Hay que ofrecer herramientas y conocimiento», reflexiona a modo de síntesis.

Con el último sorbo de café, Roberto se fue hacia Buenos Aires a buscar nuevos clientes. El crecimiento del café de especialidad en Montevideo lo impresionó gratamente y partió con la satisfacción de enviar a Culto Café, una vez más, los granos que selecciona con tanta dedicación y que dan cuenta del estilo de vida de quienes los producen y de quienes los consumen.

Créditos de imágenes. Foto 1: Natalia García, @avocado.cookbook / Siguientes: @kilimanjaro_specialty_coffees


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«No todos los años se dan oportunidades así». Muestra de Joaquín Torres García en Chile

Publicado en Granizo / 21 de abril de 2018

En una de sus grandes salas, el Centro Cultural La Moneda, de Santiago de Chile, aloja al maestro Joaquín Torres García. La muestra se llama Obra Viva y se exhibe desde el 12 de abril al 28 de julio de 2019. El conjunto es original, cuenta con más de 300 obras especialmente elegidas, fue curado por profesionales de ambos museos y es una oportunidad única para enseñar a Torres García «en el centro expositivo más importante de Chile», comentó Alejandro Díaz Lageard, director del Museo Torres García, en entrevista conGranizo.

«Obra Viva surge de una invitación que nos hizo Beatriz Bustos Oyanedel, directora del Centro Cultural La Moneda (CCLM)», puntualizó Díaz. «Empezamos hablando de los juguetes, pero juntos quisimos hacer algo más grande. El núcleo fue la muestra que hicimos en San Pablo en 2015 que se llamaba El niño aprende jugando. De ese núcleo se generó una cosa totalmente diferente y muy importante».

Tan importante ha sido que se transformó en la muestra individual de Joaquín Torres García  (1874-1940) más grande realizada en Chile. La exhibición nuclea obras del MTG, del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) de nuestro país, del Museo de la Solidaridad (Santiago), de colecciones privadas de Uruguay, de España y de Chile. «El conjunto es inédito y la exposición muestra a Torres en diez aspectos o momentos. Desde los juguetes y la didáctica, porque retoma el vínculo de Torres con los niños, y amplía la mirada al resto de la obra del maestro. Es un recorrido que lo muestra muy íntimo, en su rol de padre y en familia.  También como constructor de juguetes, en sus vínculos con la tradición y con la modernidad, además está el Torres constructivo y cierra con Nuestro norte es el Sur», explica Díaz.

Entre las piezas escogidas hay documentos, obras realizadas en diversas técnicas (óleo sobre tela, pintura en papel, cartón, madera) y juguetes. «La exposición está organizada de una manera original en el centro expositivo más importante de Chile, un lugar con un significativo historial de exhibiciones y un equipo muy profesional», referencia el director del MTG. Desde el año pasado los equipos de ambos museos intercambiaron ideas y coordinaron cómo plasmar la riqueza de un artista complejo que «es un mundo de partes que están en relación, no son partes desligadas, esquizofrénicas, sino que son partes totalmente coherentes y fusionadas».

La curaduría local estuvo a cargo de Alejandro Díaz Lageard con el apoyo de Federico Méndez y Gustavo Serra. La contraparte chilena fue responsabilidad de Beatriz Bustos Oyanedel. El Museo Nacional de Artes Visuales entregó directamente las obras de su acervo y el Museo Torres García centralizó y acondicionó su material y el de las colecciones privadas de Uruguay y de Europa. En el MTG armaron carpetas para los documentos, cajas grandes y muchísimas pequeñas para las piezas más chicas (juguetes, en especial). Una empresa especializada se encargó del segundo embalaje, de los trámites y del viaje en avión. Una vez que la muestra llegó a la capital chilena, se hizo el registro del conjunto con personal de los dos museos. Se revisaron las 300 obras, una por una, y entonces el CCLM montó Obra Viva.

Con esta exposición, el MTG empieza el año tejiendo redes latinoamericanas que dan cuenta del legado de Joaquín Torres García. «No todos los años se dan oportunidades así, con invitaciones como esta y con la participación del Museo Nacional de Artes Visuales, una colaboración que hay que destacar y agradecer», explica Díaz. «Todavía conmueve la idea de Nuestro norte es el Sur, la idea de que desde aquí se puede hacer algo con valor universal, sin necesidad de copiar a Europa. Ese era el planteo de Torres y también de Vicente Huidobro1, gran poeta chileno y amigo de Torres».

Obra Viva es un conjunto original y significativo de diversos elementos artísticos «que funcionan muy bien juntos. Hay dibujos de los hijos de Torres y de sus alumnos que junto con la obra más madura forman un todo orgánico con relaciones que se entrecruzan. Hay una gran consistencia en la estructura de Obra Viva y eso es lo que más me gusta», resumió el director del Museo Torres García.

Centro Cultural La Moneda: Obra Viva, Joaquín Torres García en Santiago de Chile
12 de abril al 28 de julio de 2019
Lunes a domingo de 09:30 a 19:30 h
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Vicente García Huidobro Fernández
Santiago de Chile, (1893-1948), poeta vanguardista, referente de la primera mitad del siglo XX.

En las montañas la naturaleza se ofrece, sugiere, propone y finalmente dispone. La vida en el techo de Chile desde la óptica del nivel del mar

De nuestra primera experiencia de vida en las montañas recogimos muchas enseñanzas, fundamentalmente aprendimos que la naturaleza es la que gobierna. Procuraré describir la experiencia vivida detalladamente para dar respuesta a quienes no han tenido la posibilidad de conocer las montañas. Espero que mi relato pueda establecer un mapa, definir roles, tareas y transmitir alguna de las tantas emociones vividas. La nuestra fue una experiencia completa, desde la vida en Montevideo a nivel del mar a los Andes (Chile) a muchos metros de altura. Quizás algunos pasajes de esta crónica resulten monótonos, pero hay días de montañas que así lo son. En las alturas hay que ser paciente, moverse lentamente y dejar que el tiempo transcurra. La naturaleza es la que gobierna y hay que respetar la salida del sol, el momento de calor, el viento y la noche; a veces también la lluvia y la nieve.

El plan. A mediados de año, un día cualquiera en el frío del invierno montevideano Osmar me sorprendió con un posible plan para las vacaciones de enero 2014: ascender el Ojos del Salado. subir un volcán me pareció inaccesible, pero creo que puse escasos reparos. Después de solicitar un para de cotizaciones, cuando quise darme cuenta ya estaba fijado el objetivo del verano. Y así llegó fin de año y el comienzo de las vacaciones.

La previa. Volamos a Santiago con el equipo mínimo para la montaña, una lista de compra y muchas preguntas. El jueves 2 de enero fuimos a buscar el equipamiento: chaquetas de pluma, parkas, medias, mitones, pantalones de polar, entre otros. Nos probamos las botas especiales; era un día de calor en el seco verano santiaguino e intentamos caminar con ellas (con dos pares de media puestos) y transpiramos hasta para sacarlas.

Domingo 5 de enero de 2014. Nos levantamos temprano, desayunamos bien pues no sabíamos a qué hora almorzaríamos y nos fuimos al aeropuerto. La noche anterior me quité el esmalte y me corté las uñas tan al ras como pude. Me saqué los anillos y las caravanas. Tuve una rara sensación, fue como un ritual de despojo. Volamos de Santiago a Copiapó y en el aeropuerto nos esperaba Hans, el responsable de Spondylus Chile, la empresa que habíamos elegido. El primer encuentro fue muy positivo: Hans se presentó muy educadamente, fue amable y nos brindó la información general del plan del día. Salimos inmediatamente, almorzamos algo ligero y continuamos hasta el primer campamento.

La primera noche. En Valle Chico (3050 metros sobre el nivel del mar) armamos el campamento y realizamos nuestra primera caminata. Ascendimos 300 metros en una hora y bajamos en 35 minutos. Entre montañas de diversos colores —gris, negro, verde, amarillo, terracota—, con escasa vegetación y pocos animales, esperamos la noche y la cena. Descansamos profundamente y comenzamos a disfrutar del contacto con la naturaleza.

Lunes 6. Desayunamos, desarmamos las carpas, aprontamos el equipamiento y salimos a caminar rumbo al próximo objetivo. Hans nos recogió en el camino, llegamos a la Laguna Santa Rosa (3760 msnm) que nos esperaba con sus bellos flamencos como en una postal. Armamos las carpas y Hans estableció la cocina-comedor en el refugio de la Laguna; nosotros aprovechamos para lavar ropa y luego almorzamos. La caminata de aclimatación fue en la tarde. Bordeamos el agua y ascendimos un poco. Reinó el viento, un viento como nunca antes había sentido. La laguna es parte de un salar, la vista es espléndida, se trata de una geografía sin igual, casi inhóspita y atrapante. El descanso fue realmente reparador.

Martes 7. Una vez más nos despertamos cerca de las 7 AM y una hora más tarde desayunamos. A las 9 comenzó la rutina del día, con las mochilas cargadas de agua y una abundante ración de marcha, caminamos hacia nuestro destino: cumbre de la montaña Siete Hermanos (4755 msnm, altura acumulada desde nuestra base: 1000 m). El ascenso nos demandó cinco horas y en dos pudimos descender. La subida fue dura, lenta, pausada, esforzada y sin tregua. Solo hicimos un par de paradas para hidratarnos y volver a embadurnarnos con filtro solar. Ya habíamos aprendido que hay algunas cuestiones que son básicas en ese tipo de excursiones: —buena chaqueta cortaviento, —lentes de calidad para proteger la vista, —filtro solar y filtro para labios, —la hidratación. Lo mejor del ascenso fue la vista y obviamente el logro de haberlo realizado. Lo peor fue la vuelta pues a la dificultad del descenso se sumó un viento que soplaba sin tregua. Llegamos a media tarde para un almuerzo liviano; luego descansamos y cenamos en la tardecita para un nuevo descanso reparador.

Miércoles 8.  Temprano en la mañana desayunamos; despertarse y levantarse al alba tiene sus privilegios en la montaña y en este caso pudimos apreciar el amanecer. Fue simplemente una bella estampa, sencilla y grande, con la inmensidad que la naturaleza dotó a los Andes.  La luz es singular, el sol se refleja en la laguna y también las montañas. La tranquilidad del ambiente —no hay viento desde la noche hasta el mediodía— permite que el agua sea un espejo perfecto en el que se mueven grácilmente los flamencos. En la mañana del miércoles debíamos partir hacia el próximo destino, así que desarmamos el campamento y comenzó el viaje hacia Laguna Verde (siguiente etapa del plan de aclimatación). Dejamos paisajes inolvidables con la elegancia de las montañas, el lago y sus habitantes de suaves colores.

Laguna Verde. Laguna Verde (4350 msnm) resultó un lugar paradisíaco, que despertó voces de admiración ni bien lo vimos. Frente al agua de un intenso color había además varios campamentos que daban color al paisaje árido del suelo. Después de armar las carpas y establecer la cocina-comedor en el refugio del lugar, almorzamos. A media tarde salimos a dar una caminata corta de hora y media. Ascendimos unos 250 m, pues siempre es conveniente subir unos metros más que lugar donde se pernocta, de esta manera se favorece la aclimatación. Al regreso el cielo se cubrió de nubes negras y decidimos disfrutar del pozón termal del refugio. Si bien no era el más elegante (sino bastante precario), estaba resguardado. El baño fue el mejor de mi vida y me reconcilió con mi cuerpo; fue reconfortante y balsámico. Descansamos hasta la hora de la cena, compartimos el lugar con un contingente ruso y la mesa con un australiano. Comenzó así la fase cosmopolita del viaje. La noche estaba clara y plena de estrellas. El descanso fue largo y sirvió para recuperar fuerzas. Dormíamos en una carpa para tres personas en la que colocamos una colchoneta para cada uno, con las mochilas grandes, las mochilas pequeñas y esa noche improvisamos una cuerda para secar medias y ropa interior. Resultó una “suite” exótica y bien diferente a nuestra vida habitual.

Jueves 9. Tomamos el desayuno a las 8 AM, como de costumbre y esperamos un rato pues había tormenta y estaba atemorizante. A las 9:15 AM finalmente salimos a bordear la laguna, caminamos un buen rato por la orilla y luego ascendimos unos metros para visualizar la magnitud del paisaje. Pudimos ver el esplendor de la laguna rodeada de cerros y montañas con nieve, apreciamos elevaciones y estructuras, distintas capas geológicas que denotan diferentes estadíos. Regresamos lentamente para completar un recorrido de tres horas. Aprovechamos el calor y el buen tiempo (así de rápido cambia el estado del tiempo) para un baño en los pozones externos, también lavamos ropa y almorzamos frugalmente pues el día continuaba. En la camioneta salimos luego rumbo al refugio Atacama. El camino ya no estaba bueno y el vehículo se bamboleaba constantemente, y mi estómago sufrió las consecuencias. Al llegar al refugio (5350 msnm) caminamos un rato, ascendimos unos 300 m y llegamos a los 5500 de altura. Fue un trekking exigente, debimos subir lentamente procurando respirar hondo, sin perder la calma y el entusiasmo. El descenso fue significativamente más sencillo. Regresamos después al campamento y disfrutamos de un nuevo baño termal en la piscina interior. Tuvimos la compañía de tres chilenos que volvían del San Francisco, nuestro próximo objetivo.

Viernes 10. En la noche del jueves preparamos el equipamiento y las mochilas pues ese viernes se jugaba un gran partido: el ascenso al San Francisco. Nos levantamos a las 5 AM para desayunar una hora más tarde y 45 minutos después salimos hacia la montaña en cuestión. Llevábamos buenas medias y las botas especiales, pantalón polar y cubrepantalón, una primera capa y parka. Cubrimos nuestras manos con mitones, nos pusimos filtro solar y los infaltables lentes de montaña que ya eran parte de nuestros rostros. En las mochilas cada uno llevaba dos botellas de hidratación, una bolsa con raciones de montaña (fruta, caramelos, chocolates, Mantecol, barritas de cereales y frutos secos) y las chaquetas de pluma. Osmar portaba además el equipo de primeros auxilios y Hans una enorme mochila llena de cuestiones importantes para garantizar una buena expedición, y con lugar suficiente para agregar a la vuelta las nuestras y facilitarnos el descenso.

El San Francisco, nuestro primer seismil. Arribamos al lugar donde comenzó nuestro ascenso pasadas las 7 AM y luego de los últimos aprontes (demoramos en colocarnos las botas debido a nuestra inexperiencia) comenzamos a caminar. Llegar a la cumbre nos demandó siete horas de esfuerzo, fue un trekking muy severo. La noche antes Hans nos había dicho que “un seismil no regala nada” y pudimos experimentar esa verdad en toda su magnitud. Caminar a esa altura es como correr con la boca cerrada —invito al lector a hacer la prueba—. Hay que pedirle permiso a una pierna para que dé un paso y luego a la otra, y mientras tanto pesa el cuerpo y hay cansancio, además de dolor de cabeza y náuseas. Los movimientos son lentos, pausados y se avanza poco. El San Francisco tiene diferentes territorios: piedra al principio, arena y tosca dura después, tierra negra con vestigios de nieve, nieve baja y dura y finalmente mucha nieve. Cerca de la cumbre se avanza muy despacio y hay viento que levanta nieve. Hace frío y es muy difícil caminar. Durante el ascenso hicimos algunas paradas para alimentarnos y otras para descansar, tomar aliento y seguir. En marcha el corazón palpita con una frecuencia cardíaca alta y al parar lo hace más rápidamente aún.

Llegar a la cumbre fue realmente extenuante física y emocionalmente; lo hicimos entre las felicitaciones de otros excursionistas y las lágrimas, entre abrazos y ahogos. En la cumbre estuvimos unos escasos 20 minutos. Sacamos las fotos de rigor (con la bandera de nuestro país y la de Spondylus Chile) y nada más, ya que el frío y el viento hacían imposible la estancia. Lograr la cumbre es como terminar un maratón, pero con una gran diferencia: todavía hay que bajar. Y en mi caso eso implica luchar contra el vértigo. Yo, al igual que todos, me esfuerzo en la subida, pero después no puedo disfrutar de la bajada. Comenzamos el descenso y nos encontramos con más viento, en el tramo cercano a la cumbre las ráfagas eran envolventes y además tenían nieve que nos quemaba la piel. Después tuvimos viento seco y ya no hizo tanto frío. El San Francisco significó diez intensas horas de constante caminata con paradas cortas (para no enfriarnos y para avanzar con constancia. Llegamos exhaustos y satisfechos, fue nuestro primer seismil. La cumbre del San Francisco  tiene por convención 6100 msnm y ascendimos unos 1300 m para lograrla. En la montaña las distancias se miden por los metros de ascenso y en horas, nadie menciona a los kilómetros —la medida de quienes corremos y andamos en bicicleta—. A los corredores nos cuesta comprender esa forma de medir el esfuerzo, es bien diferente a lo que estamos acostumbrados. En la montaña además es muy difícil que los novatos puedan determinar distancias, pues se bordean las alturas y se camina en zigzag.

Cambio de rumbo. Al llegar al campamentos tomamos el baño del día, cenamos y conversamos sobre lo que habíamos logrado. Hans nos felicitó por nuestro primer gran logro, por nuestro esfuerzo y determinación, pero nos sugirió redefinir el viaje. Su experiencia le indicaba que no estábamos preparados para un sietemil (el Ojos del Salado tiene 6890 m de altura). Nos faltaba experiencia, obviamente, y también tiempo para acostumbrarnos a usar el equipamiento (las botas de montaña no son fáciles de portar). Se sumaba además mi vértigo que me impediría cruzar el cráter del volcán. Pues bien, nos fuimos a dormir temprano, luego de una cena caliente y deliciosa que complació nuestros estómagos, con la tarea de conversar y responderle al día siguiente. Hans dejó abierta la posibilidad de intentar cumbre de todos modos, pero nos dijo muy claramente que él creía que no lo lograríamos. El Ojos requiere salir de madrugada, caminar por un terreno difícil y llegar al punto más alto antes de las 13 h para asegurarse el descenso con luz.  En la carpa, antes de dormir, Osmar y yo sopesamos las posibilidades y estuvimos de acuerdo en recalcular, resignificar y armar un nuevo plan. Esa noche, después de una jornada agotadora, dormimos profundamente; la carpa ya se había transformado en una “suite con más de cinco estrellas”.

Sábado 11. A la hora del desayuno definimos nuevos rumbos y dos montañas para escalar: Barrancas Blancas y El Ermitaño. Según Hans, tendríamos así dos seismiles bien diferentes con mucho para aportar a nuestra experiencia montañera. Aprovechamos la mañana para ordenar la cocina-comedor del refugio, ya que ese sería nuestro lugar durante los cinco días siguientes. Laguna Verde es un excelente campamento pues cuenta con agua para lavar, los pozones termales y hasta retretes (están sobre una elevación, a la vista de todo el mundo pues los vientos se encargaron de arrancar sus casetas, son “dos tronos” que despiertan el pudor de hasta el más avezado, pero son baños al fin). Lavamos ropa, ordenamos la carpa, asoleamos las botas, los sobres de dormir y las colchonetas. Tomamos un almuerzo rápido minutos antes del mediodía y partimos hacia el refugio Atacama (5270 msnm, Ojos del Salado). Si bien es cerca, ese camino es tan malo que se demora mucho en recorrerlo; nuevamente mi estómago sufrió las consecuencias y volvieron a aparecer las náuseas. El refugio estaba repleto y al llegar comenzamos el trekking del día desde Atacama a Tejos (5825 msnm). Parte de ese camino puede realizase en vehículo, por eso están señalizados los kilómetros. Entre ambos lugares hay cuatro kilómetros y un ascenso de 550 m. El primer kilómetro lo hicimos en 30 minutos y el segundo en una hora, ¡fue desmoralizante! Aunque Hans medía el esfuerzo en términos de ascenso, para nosotros era difícil conmensurar de esa manera. Salimos de Atacama a las 14 h y llegamos a Tejos a las 16:30, sin aire y cansados. Tejos es el último refugio del volcán Ojos del Salado. El lugar estaba vacío y esperaba a los grupos que ese día y el siguiente pernoctarían antes de hacer cumbre. A Tejos llegamos muy fatigados y con el último aliento; el ascenso no es técnico, pero la altura mengua fuerzas y se siente la exigencia. En el refugio descansamos 20 minutos y comenzamos la baja que fue fácil, pues el terreno es mayormente de arena con pequeñas piedras. Encontramos picos de nieve y aprovechamos para tomar unas fotos. Regresamos a Laguna Verde cansados y un par de horas más tarde cenamos. Hans nos propuso descansar el día siguiente y la decisión fue fácil de tomar porque los dos estábamos muy extenuados y además Osmar acusaba síntomas de gripe.

Domingo 12. A las 8 h desayunamos, con la exactitud de quienes gustan de la puntualidad y el ajuste de un equipo que ya funcionaba a la perfección. A una semana de haber iniciado el viaje sabíamos ya que la elección de Spondylus había sido la correcta. Durante la mañana y con la lentitud que impone la montaña, nos dedicamos al aseso de la ropa y de la “suite”. Procuramos quitar la arena de la carpa y ordenamos la ropa y los enseres. La ropa lavada quedó sobre la pirca (pared de piedra que bordea una carpa) para que el intenso sol del día se encargase de hacer su tarea. Aproveché el día para ponerme al día con la crónica sentada frente al lago que nunca dejó de impactarme con su color —a veces azul, otras verde y también turquesa—. Hace días, muchos ya, que vivíamos sin espejo, así que no tenía idea de cómo lucía, pero tampoco me preocupaba mucho. Tenía los labios lacerados (quemados por sol y la nieve) y los pies lastimados por las largas caminatas con las botas. La piel estaba reseca y los intestinos “confundidos” por el cambio de alimentación. Pero la imponente naturaleza que nos rodeaba, con paisajes gigantes, compensaba cualquier inconveniente.

El tiempo. En la región de Atacama durante el verano amanece cerca de las 6 AM y la serenidad reina el ambiente. El sol comienza a calentar lentamente y casi no hay nubes. Al mediodía hace mucho calor y entra Eolo en acción que sopla cada vez más. La temperatura baja en la tardecita y cerca de las 21 se esconde el sol. El viento se detiene y el cielo se puebla de estrellas. En ciertas ocasiones no hay viento y eso significa mal tiempo con nevadas en las montañas cercanas. En esos días, durante la tarde hay muchas nubes, enormes y esponjosas.

Lunes 13, Barrancas Blancas. A las 05:15 h sonó nuestro despertador con un tono bien bajo para no molestar a los vecinos. La vida en un campamento de este tipo se basa en el respeto, el silencio y la integridad. Después del desayuno salimos rumbo al Barrancas Blancas, una montaña de 6040 m de altitud. El equipamiento que llevamos fue similar al del San Francisco: medias de montaña —no demasiado abrigadas—, pantalón de polar, cubrepantalón, botas de montaña, primera campa, chaqueta cortaviento, gorro, lentes y guantes. En la mochila guardamos botellas de hidratación, filtro solar, protector labial y bolsa con raciones de montaña. Llegamos al lugar donde comenzaría nuestra caminata por un camino ruinoso que nuevamente agitó mi estómago. Y comenzó la caminata por una cuesta constante. Fueron siete horas de ascenso, como si se tratase de subir una escalera hasta casi las nueves. Cada tanto descansábamos, procurábamos regular la respiración y tomábamos un poco de líquido. El Barrancas Blancas forma un anfiteatro y tiene varias cumbres y vías de acceso. Hans eligió para nosotros un camino “sencillo pero largo” —les aseguro que de sencillo no tenía nada—.

Siempre caminamos como si subiéramos escalones y sobre piedras, algunas eran chicas, otras medianas y también las había muy grandes al final. Durante el recorrido, como en las otras caminatas, solo escuchamos el ruido de las botas, de los bastones y de la respiración entrecortada por el cansancio. En la montaña se camina en silencio que solo se quiebra por algún comentario aislado o durante los descansos. A veces estos también suelen ser en completo silencio. El ascenso al Barrancas Blancas comenzó a los 5000 msnm; demoramos cinco horas para hacer cumbre y los últimos 800 metros de distancia los hicimos en 50 interminables minutos. Al llegar desplegamos la bandera de nuestro país y tomamos fotos. Pudimos quedarnos unos minutos, pues no hacía frío y tampoco había mucho viento. Comenzamos el descenso por un camino difícil, casi en línea recta con el zigzag obligatorio que requiere este tipo de marcha. Ese día usé mi pulsómetro para calcular la frecuencia cardíaca y el gasto calórico. Fueron 2000 calorías a un ritmo como de trote sin aire y con un permanente estado nauseoso. Regresamos al campamento para el baño ritual con posterior descanso. Cenamos temprano, como siempre, y nos fuimos a la carpa en medio de una gélida tormenta. Llovió despacio y con constancia.

Martes 14. A las 8 AM estaba frío y despejado; los techos de las carpas tenían escarcha y se veía claramente el vapor de los pozones termales. Luego del desayuno lavamos ropa y nuevamente sacamos todo de la carpa para aprovechar el sol. También aseamos, en la medida de lo posible, la cocina-comedor del refugio. Mientras me ponía al día con la crónica, comenzaron a aparecer nubes entre las montañas. El lago estaba estático y reflejaba el paisaje de montañas gigantes. En Laguna Verde la belleza natural es inquietante, el color de la laguna es sobrecogedor, el silencio embarga el alma. Mientras tomábamos un baño termal en la tarde, Hans nos dio una mala noticia: le habían robado 20 libros de bencina. En 14 años de actividad turística era la primera vez que le sucedía. Estaba atónito y no podía creerlo, pues el hecho atentaba contra los códigos de los montañistas. Ya no podríamos ir a El Ermitaño porque para ello necesitábamos movernos en auto hasta la base de esa montaña. Por suerte hay muchas opciones más y teníamos el Mulas Muertas para ascender. Replanificamos una vez más.

Miércoles 15, Mulas Muertas. Desayunamos a las 6 AM y armamos mochilas con todo el equipo necesario. Esa mañana decidí abrigarme un poco más y la intuición me ayudó pues fue el día más frío. Salimos 6:30 AM con paso lento y firme; por un camino de rocas y piedras transitamos durante seis horas hasta llegar a la cumbre norte del Mulas Muertas —5700 msnm—.

Fue un ascenso trabado, cansador y largo, acumulamos un desnivel de 1400 m y nuestros cuerpo sintieron esa diferencia. El descenso no fue sencillo porque el camino no estaba marcado y las piedras (medianas, grandes y muy grandes, afiladas, irregulares y algunas hasta resbaladizas) dificultaban el camino. El trekking nos llevó nueve interminables horas; esa noche “caímos desmayados”. Al acostarnos nevaba constantemente y la nieve hacía un ruido muy particular sobre el techo de la carpa, como un susurro pesado.

Jueves 16, último día. Quedamos en desayunar a las 7 AM y el campamento amaneció con un manto blanco. Las montañas estaban virginalmente vestidas y la luna nos esperaba todavía para tomar increíbles fotos. Comenzamos la “operación retorno”: armamos bolsos, desarmamos carpas y Hans se encargó de las varias cajas azules con los comestibles y utensilios. Después llegó el turno de colocar todo en la camioneta: la mesa y los banquitos, las cajas azules, los bidones de agua y los de combustible, las carpas, mochilas y bolsas. Una gran lona cubrió el equipamiento y con cuerdas se sujetó la carga. Nos esperaban seis horas de carretera. Dejamos Laguna Verde y sentí nostalgia, y más nostalgia sentí cuando abandonamos el camino de tierra y tomamos la carretera asfaltada a pocos kilómetros de Copiapó. Las vacaciones en la montaña definitivamente habían terminado.

Bahía Inglesa. Llegamos a Bahía inglesa a media tarde y nos encontramos con un balneario animado, colorido, repleto de gente y con olor a mar. El baño que tomamos al llegar al hotel fue interminable; demoramos bastante en recomponer nuestra imagen. Y el remate final fue perfecto: esa noche comimos mariscos y pescados con Hans y dos suizos que conocimos durante el periplo (Christian y Otmar). Fue una noche muy cosmopolita con el mar de Chile en la mesa y un inglés con acentos de Suiza, Alemania y Uruguay para tender lazos, reírnos y recordar anécdotas de esos días de montaña.

Viernes 17. El descanso fue entrecortado, nos molestó el calor y el ruido de la ciudad —los habituales, pero ya estábamos acostumbrados a noches con silencio de montaña—. Sentimos alarmas, conversaciones, ladridos y recién en la madrugada reinó el Pacífico y cada ola procuró arrullar nuestro sueño.  En la mañana temprano salimos a correr luego de una semana y media de abstinencia. Recorrimos la bahía y la ciudad en una hora de buen trote. El día transcurrió entre correos electrónicos y mensajes en las redes sociales para dar cuenta de la experiencia vivida. En la tarde tomamos en el aeropuerto el último café con Hans. Dejamos la región con muchas ganas de volver y con varios planes de vacaciones con Spondylus Chile. Nos llevamos además nuestros spondylus (molusco), regalo de Hans para que su riqueza, energía y fertilidad nos acompañe a diario.

La montaña. La montaña es un lugar de respeto que requiere un saber particular, experiencia, tolerancia y capacidad para replanificar. No es un lugar para ir en solitario si no se cuenta con el conocimiento adecuado. La montaña es introspección, autosuficiencia (el montañista debe procurar solucionar sus propios inconvenientes) y también trabajo en equipo. Es aconsejable contactar y contratar operadores turísticos responsables; mirar y aprender de otros durante las expediciones y ser humilde frente al que cuenta con la experiencia. Requiere además conciencia ecológica para dejar la mínima cantidad de rastros posibles, los del organismo son inevitables y los demás pueden portarse para eliminarlos responsablemente en las ciudades. Con criterio, paciencia y tiempo las consecuencias de la altura (dolor de cabeza, náuseas, vómitos, etc.) pueden mitigarse y realizar una buena aclimatación.

El saldo. Al mirar las imágenes de los días vividos me asombro de los lugares recorridos, de la inmensidad de las alturas, del color del cielo y del agua. Miro cada foto y me asombro de la experiencia vivida. El impacto en el cuerpo durante la vida de las montañas en enorme y el tiempo de introspección tan largo como el día mismo… son muchas horas para pensar, meditar, soñar y planificar nuevas rutas. Siento la certeza de que elegimos a la persona exacta para hacer el viaje, con Hans formamos un equipo bien aceitado y encontramos la seguridad en sus acciones, palabras y miradas. Spondylus Chile nos brindó un marco perfecto en el que todos los detalles estaban contemplados. Además de logística, encontramos en Hans, historias, anécdotas, compañerismo y calidez.

Anexo: la alimentación. La alimentación es para mí un capítulo aparte: soy una persona que cuida casi obsesivamente lo que come pera mantener el peso (hace unos años tuve un período de sobrepeso importante). Entre el ejercicio y una dieta balanceada, con escasa carne roja y con muchas frutas y verduras crudas, transita mi vida alimenticia. Consumo además pescados, lácteos descremados, no ingiero postres ni azúcar refinada, tampoco harinas demasiado procesadas. Tomo mucho líquido y las únicas grasas permitidas en este plan provienen del aceite de oliva. Semanas antes del viaje, contactamos a Hans para consultarlo sobre la alimentación durante la vida en las montañas. Recibimos un listado y algunos ejemplos de comidas. El tema era para mí extremadamente preocupante. Creo haber sorteado la prueba con cierta altura, pues debí comer —y lo hice en algunas ocasiones hasta con placer— platos que hacía mucho no saboreaba (un guiso, por ejemplo) y combinaciones “casi prohibidas” (carbohidratos y proteína animal: puré y pescado, pollo y arroz, etc.). Fui cuidadosa con las raciones de marcha y solo ingerí frutas, barras de cereales y frutos secos; evité los chocolates y el Mantecol. Soy consciente de que en algunas ocasiones esa decisión me significó no contar con azúcar y grasa suficiente. Agrandé las porciones con miedo, pero con la convicción de la necesidad de contar con la energía necesaria para las caminatas. Me hidraté bien y obviamente mi cuerpo acusó el cambio de alimentación, pues el reloj biológico se trastocó. Solo fue eso, pues no hubo aumento de peso.

Las comidas, algunos ejemplos. Domingo, cena: salmón con alcaparras y papines. Lunes, desayuno: tostadas con queso y miel. Lunes, cena: pasta con salsa de atún y flan.  Martes, cena: humitas y tomate, ensalada de frutas. Miércoles, cena: arroz con pollo. Jueves, almuerzo: arroz con tomate, maíz, arvejas, aceitunas y pepinillos. Jueves, cena: verduras salteadas con puré. Viernes, cena: guiso de lentejas. Sábado, cena: cuscús con atún y maíz, papayas en almíbar. Domingo, cena: capeletis de carne con salsa de tomate. Lunes, cena: jurel con puré y duraznos en almíbar. Martes, almuerzo: palmitos con ananá, huevo duro y arroz. Miércoles, cena: cuscús con verduras.