Las caras dominicales de Montevideo en #GranizoUy

Publicado en Granizo / 22 de octubre de 2018

Rambla, deporte, ferias, gastronomía y museos. 

Con suave temperatura y ondulante viento, Montevideo se quita, minuto a minuto, los resabios del invierno. A media mañana de un domingo de fines de setiembre, muestra colores de primavera en el cielo, los árboles, el césped, las ropas y los rostros. Rambla, deporte, ferias, gastronomía y museos: así es una de las caras dominicales de Montevideo.

Fotografías: Erika Keuroglian

La rambla es uno de los escenarios más originales de la capital. Desde las primeras horas hay ciclistas (algunos con vistosas bicicletas, ropas y accesorios y otros en birrodados más modestos), corredores y caminantes. Hay locatarios y también hay turistas que se identifican por su voz, alguna bandera distintiva y por las sucesivas fotos en los icónicos emplazamientos de la ciudad. En la zona también hay muchos autos y algunos pocos buses.

En veintidós kilómetros de rambla, Montevideo enseña edificios y casas, áreas verdes, dos puertos, monumentos, plazas, palmeras y algunos bancos. Todo mira al Río de la Plata. La rambla es un borde sinuoso que divide dos mundos. De un lado, hay verde, arenas blancas o rocas y el agua mansa de un río marrón lechoso; del otro, la gran metrópoli del país con sus luces y sombras, que los domingos elige despertarse más tarde. En ese borde ondulante se congregan miles de personas para hacer deporte y pasear. La rambla es un motivo de encuentro, de esparcimiento y de inspiración que se refleja en el arte: pintura, fotografía, literatura, música. En las veredas y en los parques linderos los uruguayos toman mate. Algunos lo hacen en solitario, otros en pareja o en pequeños grupos. También hay cafés para degustar buenos granos, los de especialidad, una tendencia internacional que Montevideo acompaña. En la tarde, hay vendedores ambulantes que ofrecen helados: barritas, conos, sándwiches. Son cremosos, dulces y de estridentes colores; son los preferidos de los más pequeños.

Desde Carrasco —encumbrado barrio capitalino— hacia el Puerto (el kilómetro cero) hay puntos estratégicos para contemplar la ciudad y el manso recorte del horizonte. El largo collar se forma con el Hotel Carrasco, un imponente edificio que fue inaugurado a principios del siglo XX con reciclaje a cargo de la cadena Sofitel, la playa para kite surf y otros deportes de viento en Malvín, el Puerto del Buceo, el cartel de Montevideo en Pocitos que es cita obligada para la foto turística, el Club de Golf y el Parque Rodó que aportan sus espacios verdes, la Fotogalería de la zona —una exposición a cielo abierto que se renueva periódicamente—, la pista de patinaje y el otro embarcadero, el fundamental collado de Montevideo con fama de tener el mejor calado del Río de la Plata.

Fotografías: Erika Keuroglian

Sobre el Puerto hasta Palermo se congregan los pescadores con sus cañas y carnadas en una zona en la que la rambla es ancha y bastante más tranquila. Ahí también se toma mucho mate y reinan la concentración y el silencio. No se escuchan estridencias, solo el ronroneo de los autos y de alguna radio. Los pescadores comparten escenario con los ciclistas que, afanados contra el viento que siempre sopla en Montevideo, pegan la vuelta hacia el este, y también con los patinadores que cada día son más.

En la rambla o en algún otro barrio montevideano es habitual encontrar carreras pedestres. El runninges un deporte fermental en el Uruguay, como en el resto del mundo. Si bien en la ciudad hay carreras todo el año, en primavera y en verano el calendario es más activo. En estos encuentros hay despliegue de color, endorfinas, sudor, música y jolgorio contagiante.

En las zonas de playa hay bañistas que aprovechan el sol. La temperatura del agua está fría y se ven pocos en el agua, solo los más atrevidos. La mayoría se asolea en la arena. Hay pocas sombrillas y mucho filtro solar que hace brillar la piel. Algunos juegan a la pelota, otros al tejo y varios se entretienen leyendo.

Montevideo es una ciudad muy arbolada —con más de doscientos mil ejemplares, algunos centenarios— y en primavera se lucen varias especies. El palo borracho (Ceiba speciosa) muestra brillantes flores rosadas, de cinco pétalos que, muy tupidas, generan un manto como de croché. Los plátanos (Platanus acerifolia), que emanan molestas pelusas que se pegan en la garganta, se meten por los ojos y la nariz y dan a la piel textura de arcilla, preparan sus frondosas ramas que regalarán excepcional sombra en el verano.

En la ciudad florece el lapacho (el amarillo y el rosado) que es autóctono. También el jacarandá que es regional y que se adaptado muy bien al país. Hay ceibo, espinillo y coronilla —todos criollos—  en el Parque Rodó. Los primeros están en su esplendor y la última tiene flores algo discretas, todavía. Los paraísos perfuman el ambiente montevideano, hay grandes ombúes cerca del Memorial del Holocausto del Pueblo Judío, en la zona del Club de Golf, con flores masculinas y femeninas en el mismo ejemplar. Y las palmeras nativas (Butiá yatay, Butiá capitata y Pindó), que perlan toda la rambla, exhiben grandes racimos de flores que luego serán coquitos.

Fotografías: Erika Keuroglian

Cada domingo, durante todo el año, Montevideo arma sus ferias. En la avenida Julio Herrera y Reissig, en el Parque Rodó, se despliegan en paralelo cientos de puestos con ropa y accesorios, fundamentalmente. También se venden pequeños muebles y enseres para el hogar; hay plantas, juguetes y diversos puestos de alimentos. La del Parque Rodó es una feria colorida en la que se muestran las tendencias de moda. En una de las esquinas, además, hay una pequeño mercado de productos orgánicos: frutas, verduras, lácteos y comidas. Un reducto para sibaritas.

Cerca está la Feria de Tristán Narvaja: otro clásico. Más chabacana, más genuina y con el atractivo de los contrastes. En Tristán —así se la conoce familiarmente— se vende de todo. ¡De todo! Hay comida para perros y gatos, frutas y verduras, sellos postales, ropa, juguetes (casi siempre viejos), choripanes, buñuelos y arepas, jugos y bebidas, productos de limpieza, cosméticos, libros nuevos y usados, revistas y diarios viejos, lentes de sol y de aumento —con armazón de colores, de pasta, de acrílico, de metal— y partes de electrodomésticos, también de autos y de motos. Tristán Narvaja es la suma de diversas miradas. La feria tiene perfumes y olores, y despierta estupor ante la exuberancia porque se puede encontrar hasta una dentadura postiza usada a un precio accesible, ¡por supuesto!

Fotografías: Erika Keuroglian

La Ciudad Vieja brilla los sábados con interesantes museos (se destacan Figari, Torres García y Gurvich, reconocidos pintores nacionales), una feria de antigüedades, otra de artesanías y múltiples comercios abiertos. Los domingos muestra su pluralidad de símbolos históricos en un marco más apagado, más deslucido. En el barrio, ameritan una visita el Palacio Salvo, la Plaza Independencia y la puerta de la Ciudadela, el Teatro Solís, la Plaza y la Iglesia Matriz, las peatonales, la Plaza Zabala y el Mercado del Puerto, entre otros.

Para el almuerzo montevideano hay una variada ofertas en sabores y precios: los puestos de las ferias con choripanes, milanesas al pan y chivitos; las clásicas parrilladas uruguayas desperdigadas por toda la ciudad; restaurantes con suculentos platos de pasta que dan cuenta de una viva tradición italiana y los mercados con su especificidad. Hay cuatro en este momento: el del Puerto en la Ciudad Vieja (icónico y con suculentas parrillas carnívoras), el Agrícola de Montevideo con un edificio que merece una visita, el Ferrando que es gastronómico exclusivamente y el Sinergia Design que tiene aires vintage y mucho estilo.

La tarde de los domingos invita a visitar museos, aunque hay varios que cierran ese día. El Museo Nacional de Artes Visuales en el Parque Rodó —en la misma acera de la feria— cuenta con la pinacoteca más grande del país, además de un hermoso jardín que es patrimonio nacional.  En El Prado, está el Museo Blanes que muestra obras de Juan Manuel Blanes y de otros artistas nacionales. El Museo tiene un delicioso parque —el Jardín de los Artistas— y comparte escenario con el cuidado Jardín Japonés. Muy cerca también está el Rosedal que fue construido a principios del siglo XX y que actualmente exhibe más de trescientas variedades de rosas híbridas y silvestres en arcos, columnas y pérgolas.

Fotografías: Erika Keuroglian

Montevideo sostiene tradición de nutridas librerías. Además de las que están en la calle Tristán Narvaja y los puestos de la propia feria, por su especificidad (gastronomía y diseño) merecen una visita la Librería del Mercado en el Mercado Ferrando y la de El Virrey en Sinergia Design. También hay modernas tiendas de libros en los centros comerciales. Visitarlos, una alternativa con otro enfoque, es una opción oportuna para los días en los que no acompaña el estado del tiempo. Hay varios en la ciudad y, en términos arquitectónicos, el más original es el de Punta Carretas que albergó un penal desde 1915 a 1986.

Para la puesta del sol, la rambla se posiciona, una vez más, como uno de los escenarios más atractivos. La Plaza Virgilio, en Punta Gorda, ofrece una vista panorámica de la ciudad. La perspectiva, con la alcurnia del barrio, es abierta y permite apreciar el agua que muchas veces toma color fuego, la playa que se oscurece y la ciudad que brilla en luces ocres. Pocitos y Punta Carretas muestran gran movimiento de público y el Parque Rodó se ilumina con la atmósfera setentista de su parque de diversiones. Sobre las calles hay larga fila de autos y en las veredas hay jóvenes en flirteo permanente. En la rambla se escucha música, algún que otro auto «roncador», se insinúa, se muestra… Hay escotes, brillos, tacos. Hay seducción. Es un plató para dejarse ver.

Montevideo tiene mil esquinas y fachadas, cientos de oportunidades, decenas de posibles dibujos. Hay innumerables esquemas turísticos. Este trazo hace foco en ciertos matices y revela algunas de las capas de una ciudad que vive en diferentes ritmos, que se sostiene con tenue brillo y que ofrece la cadencia de una exigua capital que mira al mar.

Fotografías: Erika Keuroglian

Bicis en la ciudad

Marianela tiene 31 años y tiene una bici dorada, simple y glamorosa. Es muy original. Daniel usa su bicicleta para trabajar. Es limpiavidrios y vive en La Teja. Se mueve por toda la ciudad. Le robaron 59 bicis, tantas como sus años de vida. Betania anda en bici porque la desconecta y porque le «embolan los bondis». A Diego le gusta su bici porque le es fiel y nunca lo dejó a pie. Bruno también piensa lo mismo. Santiago dice que en unos años lo «llevará a recorrer el mundo». Para Cecilia, el peor enemigo de la bici es el viento. Su opinión es compartida por otros. Martín elige este medio de transporte por economía, ecología, autonomía y salud. Luna es chilena y dice que la bicicleta, en su país, es una manera de resistencia.

En la cuenta de Instagram Bicicleta.uy y en la web http://www.bicicletaaa.com cada semana hay microhistorias de ciclismo urbano con otras Marianelas, Brunos, Martines y Lunas. Son relatos cortos, fotorreportajes mínimos que se muestran como un álbum de figuritas, siempre con un elemento en común: el birrodado en la ciudad.

«Me acuerdo del momento justo en el que me la regalaron»

Processed with VSCO with c1 preset

Andrés Amodio (34) es el responsable de estas postales que perfilan a ciclistas urbanos. Él también se mueve en bicicleta por la ciudad. Es diseñador gráfico, docente y le gusta la fotografía. La entrevista fue en Tándem —un café pensado para ciclistas— porque las bicis llaman a las bicis.

Su amor por la bicicleta comenzó de niño y su primera chiva fue una Graziella roja que no siente como la primera. «La que más me acuerdo era una BMX celeste con las ruedas amarillas que tenía los polifones en el manillar y en el cuadro. Tenía todos esos chiches. Las ruedas, cuando estaban nuevas, tenían pelito, como unos pinchos. Me acuerdo del momento justo en el que me la regalaron». Narra la anécdota con brillo en los ojos y cadencia en la voz. Hay un sentimiento que contagia en sus palabras, hay ritmo de pedaleo.

Su actual bicicleta es amarilla y roja, tiene los colores de los superhéroes. Parece Flash. «La compré usada y tenía un cuadro metalizado que se partió y tuve que cambiarlo. Fui a una bicicletería y justo tenían ese que es amarillo, también metalizado». Tiene un guardabarros aerodinámico —una pieza que se adosa de marca Ass Saver— de color rojo, como el manillar. «La bici fue armándose de a poco. Es una rutera con ruedas de la marca Create y asiento Brooks». La de Andrés, es una bici que parece haber viajado en el tiempo. Es un poco setentosa y para completar el atuendo, su casco es como los que usaban los motociclistas antiguamente. «Quería que fuera simple y lindo para usarlo», explica.

Contagiar porque «hace bien»

Andar en bici me «hace sentir bien» —dice Andrés—. «De niño y adolescente andaba en bici, pero estuve un buen tiempo sin andar porque me la habían robado. Después retomé como un medio de transporte, me pareció lógico e inteligente para no andar en ómnibus. La bici es un transporte feliz. No se ven ciclistas enojados, no es el rostro del estrés de quienes manejan otros vehículos. Es un disfrute» .

Tan bien se sentía que se propuso «intentar contagiar» y para eso le pareció buena idea «contar las historias que hay detrás de los ciclistas». De referencia tenía el proyecto Humans of New York que «es un catálogo increíble», agrega. «Mi idea no es llegar a tanta profundidad porque tiene que ser algo rápido: un par de preguntas, unas fotos y nada más».

Pedaleó el proyecto en su cabeza durante más de un año, sin animarse a salir. «Lo pensaba y lo pensaba y no lo hacía. Lo pensaba y nada. Como soy diseñador, armé la gráfica y hasta que no estuvo lista no quería largarlo. Después busqué cuatro o cinco personas cercanas para no tener un Instagram vacío al iniciar».

Así, en marzo de 2018, empezaron los primeros fotorreportajes. Luego tomó coraje y se animó a parar ciclistas por la calle, contar su propósito, preguntar y tomar fotos. Comenzó con una cuenta de Instagram y después sumó una web. Dice Andrés que las herramientas son adecuadas para cierto rango de edad. «Hay historias muy interesantes, de gente adulta que —como no entienden de qué se trata esto de las redes—, no aceptan salir».

Bicicleta.uy tiene casi cuatro mil seguidores en Instagram, un número significativo para Uruguay y para un segmento tan concreto. «No sé si es tanto», dice con humildad. Y agrega con cadencia de anhelo: «Me gustaría llegarle a más gente. Quiero contagiar y contagiar».

Todas las microhistorias de Bicicleta.uy tienen un mismo formato: una foto bien cuidada y siete imágenes más solo con texto en blanco y negro. Breves y concretas, con ocho secuencias se relata una experiencia ciclista con nombre, edad, ocupación, el traslado de ese día, la primera bicicleta, el peor enemigo, la mejor bajada, el porqué de la bici en general y de esa en particular. Son historias sencillas y genuinas que demuestran amor por una máquina que fue creada hace doscientos años. «La gente se siente orgullosa de su bici. Es que la bici te representa. Entonces ahora me contactan, me envían sus fotos porque quieren salir». Entre tantos relatos, el que más le llegó es el de Ruben. «Él trabaja en un Frigorífico y se mueve en la bici para dar los servicios sanitarios. Lleva una valija pesada y los baldes. Es muy diferente a la gente con la que me cruzo habitualmente».

Diversos actores con un propósito en común

En Uruguay, como sucede en otros países, surgen biciactivistas como Andrés. El cicloctivismo es una herramienta de cambio a partir de las bicis (Cicloesfera), es global y diverso y se expresa en personas y organizaciones. Y nuestro país no está ajeno, por eso han surgido diversos grupos ciclistas y un número significativo de personas que usan el ciclismo como medio de transporte. Han surgido también colectivos como Masa Crítica, Café con ruedas y cafeterías especializadas: Tándem y KOM, recientemente inaugurada.

Cada actor, individual o grupal, aporta su identidad y todas las voces ponen el foco en la bicicleta más allá del objeto e instan a otros a movilizarse de esta manera en términos de rebeldía, autonomía, individualidad y estilo.

Bicicleta.uy en Instagram
http://www.bicicletaaa.com

Bicis que encuentran cafés

Captura de pantalla 2018-03-18 a la(s) 11.23.18

Punto de encuentro

Café Latente abrió un nuevo local en el Parque Rodó y desde hace unos meses, está en Panyaro, un centro recreativo en Luis Piera casi Jackson. La cobertura de este nuevo café fue polifónica, a modo de entrevista cruzada, con los ciclistas de Café con Ruedas a quienes quería cubrir desde hace un tiempo, por la novedosa actividad que realizan.

El martes 6 de marzo, a media mañana, llegaron tres de los integrantes de esta original comunidad. Son cinco ciclistas uruguayos y han creado Café con Ruedas, un grupo que “visita diferentes lugares de venta de café en busca de nuevas experiencias para usuarios y amantes de la bicicleta”. Martes y jueves hacen el programa, que está en Facebook exclusivamente y que puede verse siempre, solo hay que buscarlo en la cuenta de la red social. Después de rodar un par de horas —salen muy temprano y a buen ritmo—, entran a un café, toman algo, charlan y puntúan el lugar. Tienen buena onda, son muy amenos y distendidos. Acumulan, en casi un año de vida, una experiencia interesante, con miles de kilómetros recorridos y más de sesenta cafés relevados.

Tuvimos una charla “de contertulios”, en un lugar que merece una parada. Café Latente en Panyaro es un café cien por ciento “biciamigable”, tanto que ese día estaban instalando un nuevo bicicletero —fuerte, robusto, indestructible— porque el anterior había sido vandalizado. Sirven buenas bebidas, cuentan con potente wifi y una vista inmejorable: al Río de la Plata.

Hechas las presentaciones, comenzamos a rodar. Con cadencia liviana, para entrar en calor.


Los primeros kilómetros

Ese martes, los chicos de Café con Ruedas venían del este, en sus bicis ruteras, equipados con el maillot del grupo, como siempre. E inmediatamente aclararon: “salimos para el mismo lado, no somos como los ciclistas [se refieren a los profesionales] que salen con viento en contra para volver con viento a favor”, aclaró Marcos Martínez.

Antes de entrar al local, con la cámara del celular ya prendida, Marcos hizo la presentación para la audiencia que ya esperaba en el mundo virtual. Luego habló con las chicas que estaban a cargo del café y describió la propuesta. Así empezó el programa, con el ritual de siempre. Luego armaron la mesa (el “set”), pidieron los cafés, el jugo “que debe ser natural” y los sólidos. El programa estaba en su curso natural y ya rodábamos los primeros kilómetros de acondicionamiento o entrada en calor.

Fue una charla muy divertida, una conversación informal. Debo confesar que a escasos minutos, me había olvidado de la cámara ante la naturalidad con la que se manejan. Porque esa es su fortaleza: la soltura, la picardía y el intercambio de intereses en común. Ellos hablan y se “pisan”, se ríen, hacen comentarios y anotaciones al margen y las que van al margen del margen, todo con efusividad y elocuencia. Son simpáticos, manejan cierto humor negro en determinadas circunstancias y se ríen de sí mismos. Si bien, pedalean de verdad, no lo hacen saber.

En una articulación de entrevista cruzada que no había sido pautada, quisieron saber mi experiencia como ciclista urbana. Hablamos de la vestimenta, de los zapatos, del casco y de otras cuestiones del ciclismo de ciudad. Convinimos en que los cambios de Montevideo no han sido significativos, pues todos esperábamos más y la ciudad necesita un acondicionamiento vial en el que se incluyan los birrodados a pedal. Observamos, con preocupación, el gran número de ciclistas que salen con audífonos y los que no usan casco, y Marcos fue rotundo: “Salir sin casco, no es de ciclista”. Alejandro Rodríguez y Marcelo Gopar tienen hijos pequeños y comentaron la naturalidad con la que sus niños usan el casco. “Bien por las nuevas generaciones”, concluimos.

Sostuvimos una conversación caótica, que nunca decayó, saltamos de tema en tema que osciló entre cuestiones de ciclismo urbano, las carreras, este blog, los cafés, su experiencia como deportistas y la historia de Café con Ruedas.


Constancia, ritmo y cadencia

Entre los ciclistas que usan las redes sociales, Café con Ruedas ya es un punto de encuentro que suscita comentarios. La iniciativa “surgió mucho antes que el programa”, explica Marcelo. “El año pasado entrenamos Marcos y yo solos, y al terminar íbamos a la ANCAP del Faro por un ´café con cookies´. Una promo que estaba buenísima. Lo hicimos así todo el invierno”. Y Marcos agrega: “Cuando dábamos la vuelta, en El Pinar, ya estábamos pensando en esas cookies. Estábamos deseando llegar a la ANCAP”.

Mientras tomaban ese café y degustaban las galletitas, que dicen estaban deliciosas, charlaban unos cuantos minutos más. “Lo mismo que ahora”, dice Marcelo. “No inventamos nada nuevo, es igual que ahora. Solo que pusimos la cámara”, aclara Marcos.

Marcelo es muy cafetero, tiene sus rituales y buen paladar para la bebida. Durante sus jornadas laborales, suele parar en Los Araucanos y un día invitó a sus compañeros de entrenamiento a cambiar de lugar. En ese entrenamiento, también estaban Juan Alloy. Fueron a Los Araucanos y a Marcos se le dio por filmar desde su cuenta de Facebook, era mayo de 2017 y así, con la espontaneidad que los caracteriza, surgió Café con Ruedas.

Ya están por celebrar el primer aniversario. “Habrá catorce barras y quince orquestas”, dice Marcos con desparpajo. Y comenzó el sprint de ideas, inusitados planteamientos que se suceden uno tras otro y que van perfeccionado con los agregados que aporta la audiencia. Esa dinámica, constante y jocosa, les sale naturalmente, pues la tienen muy bien aceitada.

Para el festejo proponen repartir café de un balde de veinte litros de pintura, “¡pero con decorado!”, dice Alejandro. Y lo servirán con cucharón o “se podrá tomar directamente”, aclaran. El pie era obvio: comenzamos a contar historias de hidratación en carreras. Y así, se escaparon de un tirón, dejaron el pelotón y tuve que ir a buscarlos.

Armamos nueva escalera y Marcos acotó que la primera filmación fue malísima, casi no tenían experiencia. Mejoraron rápidamente, armaron una página en Facebook y, cuando tuvieron seguidores, comenzaron a emitir desde Café con Ruedas. Meses después surgió la ropa y tienen merchandising también: gorros, remeras, buffs y jarritos.

Son cinco en total: Marcos Martínez, Marcelo Gopar, Juan Alloy, Alejandro Rodríguez y Daniel Guerequiz. Rara vez pueden salir todos, pero se las arreglan para darle continuidad. Entre solo dos y un día cualquiera, los he visto “remar” un programa. Con sagacidad, con pasión y constancia. “Lo nuestro es todo improvisación”, dice Marcos. Alejandro aclara que están atentos a los cafés y reciben piques de los seguidores y “de las familias, que no los abandonan”. Tienen más de sesenta lugares visitados y el orgullo de no haber repetido ninguno. Café con Ruedas ha cubierto un menú amplio, desde Carrasco a Ciudad Vieja y con áreas inexploradas porque advierten “que no han peinado el Centro, ni el Prado, por ejemplo”.


Cuestiones de técnica y vuelta a la calma

La evaluación de café, al final de cada encuentro, es fundamental y se lo toman en serio. Manejan diversos criterios que dejan claros mientras los comentan. Marcos acota que “un cinco ruedas, máxima calificación, debe ser un lugar bikefriendly, con productos buenos y un bicicletero seguro y a la vista. La bici tiene que estar segura y próxima al ciclista. No vamos, ni entramos si no es así, porque si no están dadas las condiciones, no es para Café con Ruedas”.

Dentro de las cinco ruedas, están también “las de carbono”: ¡la máxima expresión! Alejandro recuerda que “en Café Nómade entramos rodando. Fue superior: un lugar pensado para la bici”. Hay tres “cinco ruedas de carbono” en Montevideo: MAPI Café, Café Nómade y Tándem.

La charla se extendió, el programa fue el más largo hasta el momento y aportó otra cuestión novedosa: fui la primera mujer ciclista en participar. Marzo era un mes propicio para incorporar la experiencia femenina y así lo observaron las espectadoras. Varias de ellas eran mis compañeras de Chicas en Bici, vale decirlo. Pero había muchas más, porque las mujeres somos parte activa del ciclismo que, en Uruguay, viene creciendo pedal a pedal.

Con la cadencia de la vuelta a la calma, hablamos del futuro y Marcelo dejó bien en claro que “la impronta natural es el espíritu del grupo, algo que no se puede perder. Estas charlas son como las que tenemos en una reunión de amigos. Esta es la consigna”. Alejandro acotó que brindan información que el ciclista o el amante de la bici quiere tener, “queremos seguir en esa línea y seguir siendo espontáneos”.

Café con Ruedas ha generado un espacio de información en el ciclismo competitivo, además, porque no hay medios que cubran esas actividades. Ellos aprovechan las carreras, comentan y brindan datos, y cuentan con la ventaja de conocer a los ciclistas profesionales (con los que comparten competencias). Han hecho coberturas especiales en diferentes carreras y encuentros: La Eroica Punta del Este, Rutas de América, la Doble de Melo y desde Piriápolis, Cardona y otros tantos lugares. También reciben invitados, los improvisados y otros agendados previamente. “Nos gustan los invitados, sus historias y anécdotas. Nos gusta que nos cuenten ´las perdidas´, fundamentalmente”, acotan.

La interacción con los espectadores es lo más importante que tienen, mencionan una y otra vez. Por eso están en Facebook y no en YouTube. Tienen muchos seguidores, en todo el país y también en el exterior. Y uno en particular, el sexto integrante: Rodolfo Alejandro Miguez, un amante del ciclismo que los sigue desde el primer día.

Pronto habrá autoadhesivos Café con Ruedas para los lugares que han visitado, una de las tantas ideas que nació en el programa. Habrá más iniciativas, sin lugar a duda, porque son una usina de proyectos. Ahora se preparan para la cobertura de Café con Ruedas en el Gran Fondo Schneck 2018 que convocará, a fines de abril, a 1200 ciclistas. Llegarán al punto de encuentro de este Gran Fondo, frente al glamoroso Hotel Casino Carrasco, en un carro de bomberos con sirena abierta, en bote o en un carro tirado por caballos. Habrá que ver.

 

Café con Ruedas y Para despuntar el vicio:
https://www.facebook.com/cafeconruedasuy/videos/395896114214403/

Los cafés cinco ruedas
Café Solana / Diego´s Coffee & Food / La Farmacia Café / Farola / Café & Animé Shop Macaco / Pachu´s / Tropical Smoothies / Beatniks Café / Amadeo BAR / La Isla Surfshop Café / Nescafé Dolce Gusto Uruguay / Deli / Café Doré / Café Latente en Alma Libre / Tienda de Café / Almacén de Pizzas / Café Latente en Panyaro

La Farmacia, un elegantísimo café de la Ciudad Vieja, fue el elegido por los seguidores en una votación que realizaron en diciembre de 2017.

Los cinco ruedas de carbono
MAPI Café en MAPI Museo: “El primer cinco ruedas de carbono. Llegás por ciclovía, tienen estacionamiento cerrado y con minitaller. Generaron un espacio para ciclistas, lo crearon aunque el edificio no tenía las condiciones, quisieron hacerlo y lo lograron”.

Café Nómade: “Entrás andando con la bici, es lo máximo. Está pensado así. Y ellos ya nos seguían, fue todo una sorpresa. Cuando nos dijeron que la rampa estaba pensada para entrar andado, ¡colapsamos! Ese programa fue compartido hasta en Brasil con el comentario: ´Cuando las bicis encuentran café´”.

Tándem: “Bici, taller y café, ¡es el sueño del pibe! Todos los ciclistas queremos tener un café así. Tienen nuestro espíritu, nos sentimos a gusto”.

Ciudades en domingo

El primer saludo a Apolo: la mañana del domingo
Ocio sin consumo / Niza, enero de 2018, temporada baja
Movimiento sobre manto blanco / Val-d`Isère, enero de 2018, temporada alta

EL PRIMER SALUDO A APOLO: la mañana del domingo

Desde el año 321, los domingos son días de reposo para la gran mayoría de los trabajadores. Salvo ciertos rubros, los demás gozan de un día libre para “conmemorar el nacimiento de Apolo, Dios del Sol”, a instancias del emperador Constantino. Los domingos, entonces, se celebran ritos familiares, religiosos, deportivos y sociales porque, en definitiva, se descansa. También se celebran ceremonias menos prosaicas, las de limpieza y compras para el hogar, por ejemplo.

Las ciudades se muestran de otra manera, cambian de ropa y se animan a salir sin maquillaje, más auténticas, más relajadas. Su fisonomía se transforma porque los domingos operan servicios diferentes al resto de la semana. Algunos comercios cierran y, en cambio, otros abren específicamente: hay ferias, actividades lúdicas y deportivas, paseos distendidos. Los domingos muestran otra faceta de la vida cotidiana, muestran valores y creencias, costumbres y rituales. Los domingos son más destensados y auténticos; en especial, por la mañana, cuando las ciudades relatan costumbres, modos de vida y qué ofrecen a los turistas que viven, a diferencia de los locatarios, siempre en domingo.

OCIO SIN CONSUMO, propuestas alternativas para un clásico de la costa azul francesa: Niza / 21 de enero de 2018 / Invierno, temporada baja

Un domingo de invierno, con las primeras luces de la mañana, cerca de las ocho, la “Promenade des Anglais” en la Bahía de los Ángeles comienza a animarse con corredores y caminantes. La temperatura del invierno europeo en la costa del Mediterráneo es estupenda para hacer deporte y la rambla invita en una mañana luminosa, sin bruma y casi sin viento.

El Paseo de los Ingleses, quizás la semblanza más característica de la ciudad, es ancho y espacioso. Mira al Mediterráneo que es tan azul como en las postales y sugiere un chapuzón o mojar los pies cuando no es estación de playa. El mar, en lugar de arena, tiene piedras de diferentes tamaños, algunas son pequeñas, de esas que se inmiscuyen entre los dedos de los pies.

En la rambla, cada tanto, una hilera de sillas invita a contemplar el agua. La escena se repite en varias ocasiones. La silla azul de metal es otro de los emblemas de la ciudad. También hay grandes macetas con flores, pérgolas, faroles y quioscos. El conjunto es singular, armónico, de cuidada estética.

Sobre una pequeña parcela de la playa, una de las pocas áreas con arena gruesa, entrena un equipo femenino de fútbol. Son preadolescentes, están todas vestidas de rojo; practican técnica en un pequeño espacio, se ríen y conversan en francés. El mar está vacío y solo una persona, a lo largo de muchos kilómetros, toma un baño corto. Si bien está agradable para correr, quienes caminan están abrigados porque hace frío. La bañista, una intrépida mujer de tercera edad, apura el baño y se envuelve en una toalla grande.

Pasan los minutos y se incorporan más deportistas en el entorno. También hay patinadores. En el bulevar que está próximo a la rambla —con palmeras y estilizados edificios art nouveau del otro lado de la calle se ven numerosos ciclistas. Van de a uno, en parejas o en tríos, y otros en grandes grupos. También hay ciclistas que transitan por el carril bici de la propia rambla, una incorporación significativa para la movilidad de la ciudad. Algunos van en bicicletas tándem y otros en bicirodados más extraños, esos que atraen a los turistas.  

Sobre la calle se ven autos, algunos veloces y todos costosos. También hay buses locales y muchos de turistas. No hay vestigios de una noche frenética de sábado, el espacio está impecable, dispuesto para el disfrute de quienes salen temprano en la mañana. Algunas áreas públicas y ciertas veredas tienen el pavimento mojado, como si recién las hubiesen lavado.

La rambla, que no tiene interrupciones, ofrece varios kilómetros para recorrer sin pausa con una vista excepcional. La ciudad tiene edificaciones claras sobre el mar y otras de colores armoniosos en el centro histórico, con construcciones rosadas y amarillas principalmente. Detrás están las primeras elevaciones: hay canteras y barrancos con casas de diferente tamaño, luego hay sierras con vegetación muy verde y en el fondo, lejos pero no tanto, montañas con nieve.

A media mañana, los comercios están cerrados, solo algunos cafés están abiertos con locatarios que leen la prensa y turistas que miran sus mapas. Se perciben y se disfrutan los olores del pan francés recién salido del horno y del café que acaba de prepararse. La ciudad recién comienza a moverse, lentamente. Incluso, sobre el mediodía en la zona turística, los locales de venta de ropa y de accesorios siguen cerrados. Todos: los de baratijas y también los más encopetados, esos que atrapan gruesas billeteras y que también dan identidad a la propuesta nizarda.

En temporada baja, los domingos de Niza son de pausa comercial. La ciudad convoca al deporte y a la cultura. Además de la rambla, un paseo por las cercanías (con muy buenos senderos en la zona de Tourrette-Levens) o caminar por la ciudad, hay varios museos atractivos. El nacional de Chagall, el de Matisse, el de Bellas Artes, el de Arte Moderno y Contemporáneo, y el de Fotografías, por ejemplo. También una visita por las iglesias, aunque la más hermosa y elegante, la Catedral Rusa, está cerrada al público, pues es día de oficio religioso. A pesar de ello, vale la pena asomarse entre las rejas para admirar su arquitectura colorida y suntuosa, para dejarse llevar por su porte elegante, tan adecuado a la ciudad.

Niza, uno de los centros turísticos más famosos de la costa azul francesa, saluda a Apolo con mesura y se aleja del consumo con propuestas que revalorizan su patrimonio. Sin lugar a dudas, una buena invitación para vivir la ciudad sin gastar mucho dinero.

MOVIMIENTO SOBRE MANTO BLANCO: Val-d’Isère, Francia / 14 de enero de 2018 / Invierno, temporada alta

Val-d’Isère, en los alpes franceses, es una pequeña ciudad que no alcanza los 2000 habitantes. Su estación de esquí es reconocida entre los aficionados y especialistas en el deporte por una geografía generosa en extensiones, pendientes y con gran caudal de nieve. Junto a Tignes, la localidad más próxima, conforma una de las zonas de esquí más importantes de Europa que congrega un alto caudal de turistas. El pueblo, mayormente en madera y piedra, es un conjunto armonioso y bien cuidado de construcciones bajas, con balcones y techo a dos aguas. Tiene un pequeño canal y, como no podía ser de otra manera, una iglesia que le aporta historia y tradición, construida en 1664.

A media mañana de domingo, en plena temporada invernal, la ciudad está fría. Hay seis grados bajo cero y la sensación térmica es menor, todavía. Está todo blanco, del cielo al piso, y el suelo algo resbaladizo. Se ven turistas en movimiento. Son esquiadores, mayormente; portan su equipaje: esquíes, bastones y botas, y van con lentes, gorro y guantes, algunos también llevan casco. Caminan lento y con movimientos poco gráciles. Se mueven en grupos de a dos o tres, algunos más numerosos.

Los comercios están abiertos, hay tiendas de ropa y de accesorios de esquí, también varios supermercados, bien surtidos y con precios similares a otras ciudades (salvo las frutas y las verduras que son significativamente más caras). Todo parece funcionar con normalidad. En la estación de policía terminan de limpiar la entrada, se nota que barrer la nieve da trabajo. La funcionaria a cargo se mueve rápidamente y su rostro congestionado muestra el contraste ante el calor que desprende su cuerpo y el frío del exterior.

Hay nieve por todos lados, gruesas capas que cubren todo, vehículos totalmente tapados y enterrados bajo una capa blanca. El día está muy gris y el límite de las montañas, cubiertas de nieve, es apenas perceptible. El cielo parece fundirse entre las elevaciones que muestran protuberancias, pinos de diversas formas, pistas de esquí, carriles de funiculares, construcciones.

Los cafés están casi vacíos, en algunos hay turistas que compran bebidas calientes para llevar y algún croissant. Hay poco movimiento, la movida se desplegará más tarde, hasta la noche cuando los servicios gastronómicos despachan platos calientes y bebidas frías entre animadas conversaciones.

El escenario general es de postal europea de invierno. Icónico e ineludible para el registro mental de referencias geográficas. También el frío, que es inapelable.

El bus local, gratuito, recorre parte de la ciudad acercando a los esquiadores a la zona de subida. En las paradas, hay dispositivos digitales que indican el tiempo que falta para el próximo servicio. Cuando para el bus, los deportistas suben y bajan, cuidan que los esquíes no se golpeen, se mueven lento, trabajosamente.

La gente es cálida y educada, en los comercios y en la calle. Hay algunas familias y pocos adultos mayores. El público ronda, en líneas generales, entre los 25 y los 50 años. Se nota su alto poder adquisitivo en la ropa y en los accesorios. Visten de colores brillantes: azul, verde, amarillo, fucsia. Los lentes son envolventes, los guantes muy grandes y también las botas, firmes, de un plástico duro y con trabas en la suela. Hablan diferentes lenguas: francés, inglés, alemán y, esporádicamente, se escucha el español.

Se respira un aire turístico pautado por la adrenalina que espera fluir arriba, en la montaña. Se palpa ese aire de ansiedad, la espera de algo bueno que sucederá. En la playa, la sensación está ahí, sobre el mar; en cambio, en una ciudad turística con estación invernal, la adrenalina está arriba y comienza a brotar cuando los esquiadores suben a las pistas.

Sin viento, en Val-d’Isère todo parece inmóvil, pero el movimiento es imperativo porque, de lo contrario, el frío penetra y lacera. Primero llega a la piel, luego al músculo y finalmente al hueso. Ahí se instala, sin pudor y sin piedad. Los turistas lo sienten, sus rostros evidencian el frío pero parece que no les importara porque van en busca de la adrenalina del manto blanco. Los locatarios, agradecen ese manto blanco que atrae turistas y, con la calefacción arriba de 24º, miran la escena desde las ventanas de los comercios y de los hogares.

El lunes, Val-d’Isère despierta de la misma manera y a la escena del domingo se le suman los vehículos para retirar la nieve, los de limpieza y los que abastecen los servicios gastronómicos y de hotelería. Es un lunes resplandeciente, con el cielo tan azul como se pueda imaginar y sin tanto frío, para alivio de los trabajadores y gozo de los turistas. Otra postal europea de invierno.

Algo en común

MdeoSolanasBiciRutaNov2012_gral

Somos diferentes: altas y bajas, chicas y grandes, rubias, castañas y morochas, con distintos intereses y realidades, aunque somos todas espléndidas… Es visible que tenemos algo en común a pesar de esas diferencias, el placer de bicicletear nos une y nos motiva a realizar mil gestiones personales para disfrutar de un fin de semana de pedaleo y relax.


Por eso el último fin de semana de noviembre era muy esperado para todas nosotras, sabíamos desde hacía meses que esas 48 horas eran nuestras y que realizaríamos, como hace varios años, la salida anual en bici de ruta para mujeres organizada por Trek. La consigna de 2012 era sencilla de explicar pero ardua de pedalear: ir de Montevideo a Solanas por las rutas 8 y 9 con subida al Cerro San Antonio. Vicky (Trek) se encargó de la gestión y lo hizo excelentemente, como siempre. Todo estaba previsto y solo necesitábamos buen tiempo pues ganas siempre sobran.

Y el sábado 25, bien temprano en la mañana, salimos de Trek Pocitos hacia Trek Américas. Veintiocho mujeres, Nacho en la camioneta de apoyo y Fernando para “empuje y armado” encaramos la ruta 101 primero y la 8 después. La primera parada fue en Soca a los 55 k y luego continuamos rumbo a la ruta 9. Antes de cruzar la interbalnearia hicimos la segunda parada y desde ahí, pedal tras pedal, nos dirigimos al Cerro San Antonio.

En cada una de los descansos intercambiamos apreciaciones, comentarios y vituallas. Había de todo: fainá, pasta fría, sándwiches, ticholos, barritas de cereales, aceitunas, agua, gaseosas, bebidas energizantes. El paisaje de mujeres y bicicletas se inundaba de sabores compartidos. Entre risas y jolgorio hicimos esas “paradas técnicas” aprovechando las estaciones de servicio, nos volvimos a poner filtro solar y recargamos la energía de las piernas con las delicias mencionadas.

El San Antonio nos esperaba con sus tres k de casi continua cuesta y cada una a su ritmo lo encaró para testimoniar el logro en lo más alto con flashes de varias cámaras. Bajamos y seguimos, faltaba poco. Bordeamos la costa y salimos a la interbalnearia y luego de seis horas de pedaleo llegamos a Solanas.

Comenzó la segunda etapa del fin de semana: descanso, piscina, regalos, comidas compartidas regadas de anécdotas. El ciclismo es, en apariencia, nuestro aspecto en común, pero en realidad tenemos en común el gusto por la superación. Solo quienes quieren superarse saben del esfuerzo que significa pedalear seis horas, vencer las ganas de bajarse de la bicicleta, soportar calor y ansiar llegar cuando falta un buen trecho todavía. El pedal es un deporte sacrificado que requiere determinación, entrenar con viento, frío y, muchas veces, hasta con lluvia. Las salidas en bicicleta suelen ser largas y el asiento molesta, las piernas se cansan y el agua para hidratarse se calienta.

Así es el deporte que elegimos por eso tenemos en común la voluntad, el esfuerzo y las ganas. Somos mujeres fuertes que vamos siempre por más y disfrutamos del logro que significa llegar. En esta ocasión fueron 148 k en bici de ruta, sabemos que serán más en la próxima oportunidad.

Dua por Grazziela

La semana comenzó con una planificación deportiva muy exigente. El lunes 30, después de haber corrido 21 k el domingo en Durazno, bien temprano en la mañana encaré 15 minutos de trote y la rutina de fuerza (pesas, abdominales y lumbares) en casa. El martes nos tocó correr, estaba frío y al llegar a casa se largó la lluvia. El miércoles teníamos que hacer velocidad en bici de ruta, a la mitad del entrenamiento debimos volver pues la rambla se había vestido de blanco con una espesa y peligrosa niebla. Completamos la jornada con una pequeña rutina de fuerza, para nos sentirnos tan en falta. El jueves volví a los 15 minutos de trote y la lluvia con ansiedad me esperaba… me empapé pero igualmente resistí. Al volver: ¡rutina de fuerza! Y el viernes la lluvia y la niebla suspendieron el entrenamiento más fuerte de la semana. Pasamos entonces la corrida para el sábado y pudimos hacerla en la tardecita. Fueron 15 k progresivos de corrida por una rambla que nuevamente estaba vestida de niebla.

Fue una semana dura, con muchos cambios y con entrenamientos en situaciones adversas.  En mente teníamos varios objetivos y en particular nos habíamos propuesto correr por la mamá de Dilva, una gran amiga. Grazziela Villaamil tiene cáncer y en este momento da dura batalla para continuar disfrutando de la vida y en especial de los nietos —entre ellos, Manuel, hijo de Dilva—. Grazziela me acompañó día a día durante toda la semana: bajo la lluvia, la niebla y el frío.

El sábado terminamos cansados y el domingo bien temprano en la mañana comenzaron los aprontes: bicicletas, cascos, guantes, zapatillas, zapatos para correr, camperas, caramañolas y mucho más. Pasamos a buscar a María Inés, una amiga de trotes y bicicleteadas, y partimos rumbo a Villa Argentina para participar del duatlón de El Águila. La rambla nuevamente lucía un manto blanco y cuando llegamos al punto de encuentro el estado del tiempo no había mejorado.

Comenzaron a aparecer los participantes y saludamos a muchos amigos. El duatlón de El Águila nuevamente convocó mucha gente, había participantes de diversas edades y de diferentes puntos del país. Bicis de todas las marcas —montaña y ruta—, cascos y zapatillas decoraban la playa de exclusión. Hubo duatlón para niños, charla técnica y a las 10:30 h largamos.

La salida fue rápida, intensa y yo estaba muy fría ya que el calentamiento había sido escaso.  Los primeros minutos fueron duros pero luego el cuerpo entró en calor. Corrimos 1,25 k por el asfalto, de Villa Argentina a Atlántida para tomar su linda rambla. Luego bajamos a la playa y volvimos hasta El Águila para subir por una escalera resbalosa y muy empinada. Yo fui con mi bici de ruta (la Reina) y Osmar prefirió su bici de montaña.  El recorrido de ruta era de 20 k (cuatro vueltas, con subidas, bajadas y sinuosas curvas) y el de montaña era de 16 k (3 lindas vueltas, según mencionaron los participantes). Al finalizar nos esperaban 5 k de running, la mitad por asfalto y el resto por arena con la misma subida al final.

El cansancio del entrenamiento “nos pasó factura”, pero el espíritu de Uruguay por Livestrong y la fuerza que brindan las ganas fueron superiores. En nuestras espaldas portábamos con orgullo el cartel en honor a Grazziela y eso se hizo sentir. Saber que corríamos en homenaje a la madre de una amiga nos permitió una particular entrega. En esta oportunidad ofrecimos running, bici y running, la combinación de las dos disciplinas requiere una técnica particular que habitualmente no podemos entrenar pues no tenemos un lugar adecuado para hacerlo y este duatlón es una excelente ocasión para realizar los dos deportes que tanto amamos.

Nuestros tiempos fueron excelentes y se nota el esmerado plan que Claudia, nuestra entrenadora, realiza con nosotros:

—00:12:24 primer recorrido pedestrismo de Osmar, 2.5 k —00:50:47 16 k mountain bike  —00:23:01 segundo recorrido running de Osmar, 5 k —01:26:12 total

—00:14:22 corresponden a mis dos primeros 2.5 k —00:48:16 20 k de bici de ruta —00:25:15 5 k finales —01:27:53 tiempo total.

Al llegar a casa miramos los 400 metros vallas de Londres 2012 ya que participaba Deborah Rodríguez, nuestra compatriota. Deborah hizo una excelente carrera y logró un nuevo récord nacional con sus 57.04. Fue una actuación excelente y nos alegró su logro; agrego entonces a Deborah como homenajeada y, en su honor, también va mi duatlón.

El espíritu olímpico ha permeado estas semanas y se suma el espíritu altruista de Uruguay por Livestrong. El entrenamiento hacia la maratón de Buenos Aires se hace sentir pero la fuerza de los mejores del mundo en las más diversas disciplinas y de quienes luchan frente al cáncer nos motiva día a día.