«Al pintar, solo pienso en colores: hoy estoy nogalina y otros días en azul»

Libretas y cuadernos artesanales, las tapas de Amati

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Libretas para todos los gustos y necesidades

Para el escritorio, la cartera o mochila o incluso para el bolsillo. De hojas lisas, con renglones, cuadriculadas, milimetradas o pautadas. Cosidas, con ganchos o con espirales. Con elástico, con soporte para el lápiz o la lapicera. ¿Con sobre interior? ¿Y cubierta exterior? Con o sin separadores separadores. De hojas blancas, de colores, de papel reciclado. Con encuadernación artesanal o seriadas. De autor. Modernas o vintage. Clásicas o innovadoras. Discretas o de llamativos colores y texturas. Algunas son tan bellas que da pena usarlas.

Las combinaciones de las libretas y cuadernos son infinitas y un breve paseo por tiendas de regalos y librerías (físicas o digitales) da cuenta de una tendencia que gana lugar en estantes, bolsos y mochilas. La elección del adminículo para apuntes se ha complejizado. Un nuevo interés por la escritura a mano y las redes sociales que acercan el trabajo de artistas —conocidos y anónimos— muestran un panorama de novedosos artículos para tomar notas. La oferta satisface todos los gustos y los precios varían, también la originalidad.

En el panorama montevideano, diversos artesanos se dedican a la encuadernación y Ana, de Amati, tiene algo diferente para mostrar.

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A mano y con tapas exclusivas

Ana Ferrari (tallerista, maestra, madre y diseñadora gráfica) habla bajo, lo hace con suavidad y cautela. Abre grande sus ojos, que son muy expresivos, mueve las manos y explica rápido. Narra y describe con agilidad. Se para, se sienta y se vuelve a parar. Busca un ejemplo, saca una hoja, muestra un dibujo, va por las herramientas de trabajo. Con paciencia y con sus gestos explica qué hace y muestra sus creaciones. «Siempre me gustó el objeto libro. No tanto leer, sino el libro como objeto», explica con timidez.

Se asombra de que su arte genere interés, quizás porque convive con sus creaciones, son el producto de sus manos, una extensión de su ser. Ana hace encuadernaciones artesanales porque le nace y «tiene mano». Y eso se nota. Tiene arte, mirada sensible y esa intensa capacidad de plasmar sentimientos. «Primero, antes de ser maestra, fui tallerista. De grande estudié diseño y para una entrega de Facultad —Diseño Editorial, la materia que más me gustó— tuve que crear un libro que tenía que hacer a mano. Armé un cuaderno, en realidad, y aprendí a hacerlo por tutoriales».

Esa anécdota tuvo lugar hace siete años y tanto le gustó que buscó ayuda. Llegó a Agustín Montemurro, encuadernador de la Biblioteca Nacional. Con Agustín, una eminencia en la materia, tuvo una «masterclass de tres horas». «Él me dijo esto sí, esto no. Me dio muchos piques», dice Ana. Con el tiempo y algo de práctica experimentada continuó con las encuadernaciones y se animó a usar telas y sus pinturas para las tapas. Descubrió un mundo, una veta, un filón. «Mis amigas me dicen que haga cuadernos seriados, pero yo no quiero, todos hacen eso», admite en defensa de su arte y estilo.

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Sin control zeta

Ana confiesa que, en estos años, su producción ha sido irregular. Hace un tiempo se quedó sin trabajo y entonces hizo práctica y adquirió experiencia, pues pudo dedicarle tiempo a un proceso que demanda sosiego, además de técnica.

«Antes no existía esto de encuadernar, pasaba desapercibido. Pero hora no», dice Ana en tono reflexivo mientras explica y describe el proceso. Mira y muestra el papel y las tapas. Toca las hojas pintadas que servirán para cubrir los registros que poblarán cada libreta. Explica con parsimonia y aclara, una vez más, que la paciencia es esencial para encuadernar.

«Compro las resmas en el lugar más barato de todo Montevideo. En el barrio Reus. Son hojas de noventa gramos. Para el lápiz es mejor porque se desliza con más soltura. También son mejores para dibujar», agrega. «La pliego en dos y armo los folios. Es un trabajo que puedo hacer hablando con una amiga, con mis hijos dando vueltas en la casa. Después prenso». Pero no tiene prensa y añade que es fundamental porque da una terminación más acabada. Usa libros y discos para aportar peso. «No me ha rendido el trabajo para comprar una prensa todavía», aclara.

Ana guarda las hojas plegadas y luego cose. Usa hilo especial, «el posta». La aguja que utiliza, grande y fuerte, fue un regalo de Agustín. La muestra y se detiene a mirarla como si se tratara de un tesoro. Sabe que lo es. Se distrae con el detalle y luego sigue.

«Prenso y coso. Y comienzo con otra tanda. Tengo distintas camadas. Si tengo tiempo y espacio para pintar las futuras tapas, aprovecho y lo hago. Coso los folios y al final anudo. Después me encargo de las guardas que van pegadas a la tapa y luego de la tela del lomo que sirve para unir y que no se vea el aire entre las hojas. Esta tela porta firmeza y unidad», agrega.

Cuando las guardas están secas, hay que refilar y, como no tiene las herramientas para hacerlo, va a una imprenta. Luego llega el momento del lomo y de hacer los cálculos porque hay que armar canaletas para que el libro o cuaderno se pueda abrir. Se calculan los milímetros para que no se rompan las páginas de guarda y para que se abra bien.

Durante la charla, en más de una ocasión aclara que disfruta del proceso y realmente se nota. Es evidente en las libretas, en las fotos que toma para mostrarlas y en en cómo lo cuenta. «En diseño existe el control zeta que se usa para deshacer una tarea, pero aquí no», explica. Y agrega: «Aquí lo importante es respetar los tiempos. Este es el mundo de la materia, no podés ir para atrás. No hay retornos, es un trabajo que requiere otros tiempos, otras habilidades. Todo es corpóreo y reparar demanda otras técnicas».

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La expresión de su arte

Con cartulina blanca y muchos colores, Ana plasma estados de ánimo, percepciones e imágenes interiores. Dice que «en las tapas expresa su arte y que son su diferencial» mientras muestra varios ejemplos realizados con cascola, una técnica que aporta textura. Tiene una serie con hojas de ginkgo biloba que juntó y secó, y otra realizada con nogalina a espátula. «La serie ginko es única. Y está mi lado oscuro que se ve en la de nogalina. No la pensé como una serie, pero salió. La serie azul tiene caracoles porque es del mar», reflexiona. Dice que al pintar solo piensa en colores: «Hoy estoy nogalina y otros días en azul, por ejemplo. Todo surge desde el color. Tengo muchas ideas y voy plasmándolos de a poco. Tengo series en mi cabeza y un cuaderno específico para las ideas. En el arte me gustan lo abstracto y las vanguardias. Fuerza y colores fuertes. No soy pastel».

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«Esperé tanto tiempo y ahora puedo hacerlo»

El emprendimiento de Ana se llama Amati, «que significa amado. Amor por los libros, por lo que uno hace». El logo es un libro corazón y «es la representación del amor», explica.

Ana creó el logo, toda la gráfica de la marca y se encarga de la cuenta de Facebook. También, entre el ejercicio docente y el de su familia, encuaderna, procura aprender sobre redes sociales, saca las fotos y arma los textos. «Todo demanda mucho tiempo, pero seguiré de esta manera porque esperé tanto tiempo y finalmente ahora puedo hacerlo», agrega con la satisfacción de dar vida a Amati.

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Amor por las listas

Sé que hay muchos adictos a las listas, veo sus ojos brillar frente a una linda libreta en blanco (como un lienzo sin pintar), los capto cuando se pasean entre las góndolas del supermercado con anotaciones digitales o en papel, los reconozco de lejos cuando de un saque perfecto tachan algo para indicar que ya fue realizado. ¿Por qué somos adictos a las listas? ¿Qué buscamos, más allá del método? ¿Se trata de una forma compulsiva de ordenar y controlar? ¿Queremos que nada se nos pase? ¿No confiamos en nuestra memoria? Son muchas las interrogantes que conviven detrás de una tarea simple y vital para quienes buscamos organizarnos a través de las listas. Dejo estas dudas para la sesión de terapia y para los artículos de prensa especializados en las ciencias del comportamiento, pues en esta reseña me referiré a cuestiones más banales.

Hago listas desde siempre, creo que al inicio fue imitando a mi madre que en la heladera nos dejaba las tareas pendientes para la mañana, para hacer antes de ir a la Escuela. Comencé a hacer mis propios registros con cierto grado de prolijidad y esmero en el liceo cuando procuraba ordenar las obligaciones de las diferentes asignaturas. Y en la vida adulta mi adicción a las listas se agudizó con el pago de facturas, el detalle de la compra en la feria y en el supermercado, los arreglos en el hogar, los trámites, los recordatorios de cumpleaños y un largo etcétera. En particular, lo que más me gusta de una lista es tachar las tareas: ¡siento que me despojo de un peso y que aliviano la mochila de los pendientes de cada jornada! Es un placer liberador que produce endorfinas, incluso.

Llevo mis listas al día con diversas herramientas y combino métodos digitales con analógicos. En el celular uso gTasks que sincronizo en diferentes dispositivos. La aplicación permite elaborar diferentes listas y en cada una de ellas se crean tareas a las que se le asignan fecha, repetición, alerta, notas y prioridad. gTasks es una herramienta sencilla y muy intuitiva en la que consigno tareas periódicas, cumpleaños y demandas puntuales.

En el trabajo uso el sistema Bullet Journal porque se adapta a mis necesidades y permite escribir a mano, aspecto fundamental al momento de pensar, planificar y proyectar. Escribo cada tarea en un renglón de forma sintética para mirar a vuelo de pájaro el día y saber qué es lo que tengo que hacer. Además, utilizo la bandeja del correo electrónico como una lista de las tareas a realizar. A cada mensaje le asigno las etiquetas correspondientes con diversos colores para facilitar la labor cotidiana a través de la nemotecnia y lo archivo solamente cuando está pronto.

En la mochila o cartera tengo una libreta con elástico para lo que sea. Me gustan las de tapa dura, fundamentalmente, y con diseños coloridos. Pueden tener renglones y en particular me atraen las cuadriculadas, no sé exactamente por qué. Si tienen rulo son más cómodas para plegarlas y escribir en el aire. En las libretas suelo escribir con lapiceras (o similares) de colores y la línea Stabilo point 88 es un deleite por el trazo suave y la gran cantidad de tonos.

En casa uso artilugios para la heladera, son los que me resultan más cómodos para indicar los productos y alimentos que hay que comprar, puesto que la mayor parte de las demandas hogareñas se originan en la cocina. Hasta hace poco tenía libretas con imán; en particular me gustan las largas y angostas con hojas de colores y muchos renglones. Cambié de dispositivo recientemente, cuando me enamoré de una pequeña pizarra blanca de plástico con forma de una burbuja de diálogo. Así que ahora, en lugar de arrancar la hoja a la libreta antes de ir al supermercado o la feria, saco una foto a mi original pizarra con el celular.

Con estas diferentes herramientas intento mantener el equilibrio ante la gran cantidad de tareas que se originan en mi vida personal y profesional. Siempre estoy atenta a los diversos métodos y, más allá de que me siento muy cómoda con los actuales, me gusta innovar.  Tomo ideas de las muchas comunidades de “amantes de las listas y de la organización” que hay en las redes sociales y de entradas de blogs, también. Y esta es mi humilde contribución, una más en el enjambre, la simple reseña de prácticas que presumen mostrar un interés que con el tiempo he intentado “profesionalizar” y que da cuenta de mi amor por las listas.

 

Imágenes extraídas de Pixabay