Preámbulo. Las vacaciones de enero 2016 debían ser cortas, pues estaba en mis planes avanzar en la tesis con la que finalizaría mi maestría. Luego de la rica experiencia vivida en el viaje a Chile-Bolivia, decidimos descansar en la montaña. Contactamos a Hans, de Spondylus-Chile, para que nos planificara una expedición en función de los días previstos, nuestros intereses y condición física. Surgió así una travesía al cerro El Plomo (Santiago de Chile, Andes Centrales), lugar donde habíamos estado años antes durante un fin de semana.
El Plomo es una montaña ubicada en la Región Metropolitana de la capital chilena. Tiene una altitud de 5424 metros sobre el nivel del mar (msnm); es el punto más alto visible desde Santiago de Chile y fue una montaña sagrada para los incas quienes realizaron la ofrenda más especial de su cultura: un niño.
Fin de año es siempre agitado por su naturaleza y porque es el cierre de un ciclo en mi trabajo (una institución educativa). Entre despedidas, algunos cumpleaños, entrega del avance de la tesis y cierre profesional se fue anudando un año intenso. Sin realizar cuentas de lo que no pudimos concretar, como es nuestra costumbre, y con fuertes compromisos para el año siguiente, llegó el fin de 2015.
Viajamos a Chile el 1º de enero; dejamos una Montevideo dormida y nos recibió Santiago con algo de calor. El ajetreo continuó de alguna manera, entre compras necesarias para la expedición a la montaña y un ansiado cumpleaños. La noche del sábado, previa al inicio de la travesía, fue de poco sueño y mucha ansiedad.
Día 1. Domingo. A las 9 AM nos pasó a buscar Hans, teníamos todo nuestro equipamiento pronto: dos grandes mochilas, los bastones de trekking y dos mochilas chiquitas para portar lo necesario durante las caminatas.
Luego de los saludos y con la alegría de volver a vernos por tercera vez (El techo de Chile / Chile y Bolivia) comenzamos, en camioneta, el viaje hasta Valle Nevado. Entre curvas y curvas, llegamos a nuestro destino. Nos esperaba Patricio, el arriero, con sus cuatro mulas. Patricio comenzó a cargar a Rosalindo, con pericia y experiencia armaba nudos, sopesaba la carga, la balanceaba y sujetaba. Cada mula puede transportar hasta 60 k. Nuestro equipamiento incluía las mochilas (las nuestras y la de Hans), las carpas, grandes cajas azules donde Hans almacena alimentos, enseres y mesa de cocina, la cocinilla, la garrafa, mesas y sillas para la estadía en la carpa comedor.
Mientras el arriero acomodaba la carga, comenzamos a caminar. Valle Nevado está a 3025 msnm; tranquilos, sin prisa y con convicción avanzamos paso a paso. Salimos un rato después del mediodía y cerca de las 3:30 PM llegamos al valle que nos hospedaría durante dos noches.
Me sentí pesada, hinchada, cada paso me costaba mucho, las manos daban cuenta también de la altura que habíamos ganado desde la mañana (Santiago de Chile está ubicada a 800 msnm). En Piedra Numerada, nuestro primer destino, armamos el campamento: la gran carpa cocina-comedor, nuestra carpa y la de Hans. Nos ubicamos sobre el costado de un hilo de agua que nace unos kilómetros más arriba y que da origen al río Mapocho que recorre gran parte de la ciudad de Santiago.
Al atardecer, entre las montañas nos sorprendió un intenso juego de luces. El efecto era teatral, la cúspide de las alta cadena montañosa se tiñó de diversos colores entre anaranjados y rojos. La luminosidad finalizó en minutos, pues la obra fue solo para quienes estaban atentos a la magia que la naturaleza ofrecía… Finalizaba así un primer día de contrastes y nos encontrábamos cansados, prontos para dormir.
Día 2. Lunes. El desayuno es el momento del día que más me gusta en este tipo de viajes. Nos levantamos temprano (la vida en el campamento se desarrolla en función de las horas de luz) para tomar un café y comer tostadas con dulce y queso. Aprontamos un equipamiento ligero (agua, ración de marcha, protector labial, filtro solar) y salimos a hacer una caminata de aclimatación.
Fue un trekking duro, pero ya nos sentíamos algo mejor que el día anterior. Las montañas nos esperaban con los más diversos terrenos, a veces con senderos relativamente sencillos y otros complejos donde nos costaba avanzar. En esas superficies las botas se entierran, además falta el aire, el cansancio se apropia del cuerpo y de la mente, no se ve la cima del día… hay que avanzar a pesar de todo.
Llegamos, finalmente, a la cumbre estipulada y quedamos muy satisfechos cuando Hans nos comentó que no esperaban llegar tan alto (4070 msnm). Comenzamos el descenso que por suerte no fue tan tortuoso para mi vértigo. Debimos, como en la subida, descender varios kilómetros para poder bordear el cruce de agua sin mojarnos. Durante la caminata nevó varias veces, aunque fueron copos minúsculos que no impidieron nuestra marcha.
Luego de una cena reparadora, nos fuimos a dormir pues al día siguiente debíamos levantar campamento. Hans nos leyó la historia del niño del Plomo. Conversamos al respecto, reflexionamos sobre el gran imperio inca y la concepción de la vida y la muerte. Un dejo de tristeza se instaló en mí, sin lugar a dudas la incapacidad para comprender las ofrendas humanas.
Día 3. Martes. A las 7:30 AM comenzó nuestro día. Desayunamos y levantamos todo el equipo. Pronto llegó el arriero, nosotros comenzamos a caminar y él se encargó de cargar las mulas.
La primera parada fue en la cascada que origina el cruce de agua que se transforma en el río Mapocho. La cascada, como todos los elementos naturales, era un símbolo muy importante en las celebraciones incaicas que se realizaron en la zona. Nos detuvimos sobre una plataforma construida en las peregrinaciones hacia la cima y apreciamos otras construcciones. La proximidad con la historia fue cercana.
Continuamos con la ilusión, el espíritu y el ambiente de un nuevo camino incaico, recordamos de alguna manera el realizado hace unos años (La magia del reino del Tahuantisuyo). El imperio Inca fue enorme y se extendió bien al sur de América, incluso mucho más abajo que Santiago de Chile. No deja de asombrarme la fuerza espiritual de los incas que pudieron extender sus redes a pesar del poderío de la naturaleza que parece no dar tregua con el frío, el viento, la altura, las inmensas distancias.
A Federación, nuestro segundo paraje, llegamos luego de una caminata que no nos demandó demasiado esfuerzo, aunque las pantorrillas acusaban la gran cantidad de subidas realizadas. A 4135 msnm armamos el campamento. Patricio ya nos había dejado la carga; el trabajo nos cansó y decidimos dormir un rato, comenzó a nevar y a soplar un fuerte viento. Tuve un atisbo de preocupación.
En el lugar había otras carpas que, al igual que nosotros, debieron reforzar su seguridad con más cuerdas. Eolo soplaba con determinación.
Día 4. Miércoles. Desayunamos a las 8 AM y al finalizar comenzamos la caminata de aclimatación del día. Para el ascenso planificado usamos las botas de montaña que son incómodas, pero abrigadas y muy seguras. El tiempo fue bueno, a pesar de una noche con viento y nieve que nos había dejado poco sueño.
Caminamos casi cinco horas, un total de cinco kilómetros y 300 metros desde 4135 a 4840 msnm. Por momentos el cansancio fue agotador, pero increíblemente el cuerpo se recupera en minutos de descanso para permitir la marcha una vez más.
La vista en la altura es increíble. La nieve caída en los últimos días había generado un manto blanco e impecable, salvo en los senderos en los que se ve la huella de los caminantes.
El silencio era profundo y devastador por momentos. Las reservas de energía del cuerpo parecen evaporarse paso a paso, pero se recargan inexplicablemente. Las montañas dominaban la escena. El sol nos fue esquivo una vez más y el viento, por suerte también.
El descenso fue estresante por momentos (tengo vértigo); me pregunté qué hacía en ese lugar y por qué intentaba una vez más vencer mis miedos en la acción. La respuesta, como en los grandes desafíos deportivos, me esperaba al finalizar el recorrido.
En la tarde descansamos, probamos los crampones que usaríamos el día siguiente al intentar cumbre. Tenía mis serias dudas acerca del éxito de lo que nos esperaba: ocho horas de caminata hasta la cumbre más el regreso.
Ese día y en función del estado del tiempo, Hans decidió que intentaríamos cumbre el jueves (a pesar de que también podríamos hacerlo el viernes pues contábamos con un día de seguridad). Saldríamos con la esperanza de una buena sintonía con la Pacha Mama, pero con la información meteorológica que preveía vientos y nieve en la tarde. Esos factores podrían significar un eminente regreso sin hacer cumbre.
La experiencia de Hans y su mesura me daban tranquilidad. Aún así, sentía la angustia previa a las «grandes gestas». La montaña, mi cuerpo y mi cabeza decidirían cuánto podría avanzar el día después.
Cenamos muy temprano, comimos pasta con salsa, limpiamos todo, aprontamos las raciones de marcha y nos fuimos a descansar. Mi pie izquierdo (el metatarso) que está resentido desde hace unos meses acusaba el ajetreo del día y estaba especialmente dolido por las botas que son rígidas.
Me dormí con la convicción de que al día siguiente diría que no iba a intentar cumbre: muchos factores me indicaban que no estaba en condiciones de hacerlo.
Día 5. Jueves. ¡Lo logramos! Comienzo por el final, como en la gran obra de Gabo —la que más me gusta— Crónica de una muerte anunciada. Lo hago por la vital sensación totalizante de logro que todo lo invadió.
Salimos 3:30 AM, aunque debimos levantarnos una hora antes. Desperté con la convicción de intentarlo y, a pesar de que el pie me molestaba, solo quería salir y comenzar a caminar. El cielo estaba bordado de estrellas y no había viento, la noche era espléndida. Caminamos con nuestras luces frontales prendidas por el mismo sendero que transitamos el día anterior. Estábamos muy abrigados, no teníamos frío, solo ganas.
Cruzamos el refugio Agostini, descansamos y continuamos. Pasamos por el punto al que habíamos llegado el día anterior 30 minutos antes incluso. En un momento Hans nos comentó que «teníamos chances» —por el desempeño que era el esperado y por las condiciones del estado del tiempo—. Decidimos seguir hasta que las chances se agotaran.
Por momentos el cansancio se apoderaba de nuestro cuerpo, el ascenso no daba tregua. Llegamos a una pirca incaica, lugar sagrado en el que acondicionaron al niño ofrecido a los dioses antes de conducirlo a su morada final en la altura de El Plomo. Estábamos exhaustos, varias veces creí que no lo lograríamos.
Metros después de la pirca comienza el cruce del glaciar, nos pusimos los crampones (entre el cansancio y el frío, Hans realizó la tarea por nosotros) y continuamos. Supimos que todavía faltaba una hora y 30 minutos de marcha y decidimos continuar, más por voluntad que por fuerza.
El terreno seguía en ascenso, en ocasiones el sendero se volvía casi imposible y debíamos descansar. Conté 140 pasos y tuvimos que detenernos para tomar aire, usé el sistema como medida un par de veces más.
Divisamos una altura, pero se trataba de la falsa cumbre, la que se ve desde Santiago. Seguimos unos metros más que fueron casi un suplicio, pero la meta estaba cerca, muy cerca… Y pronto vimos a Hans con un mástil en alto con la bandera chilena. Lloramos, sin lugar a dudas. Disfrutamos del momento, pues casi no había viento y se asomó el sol. El panorama de los Andes es sobrecogedor. Nos tomamos fotos, nos abrazamos y volvimos a llorar.
Comenzamos el descenso, hacía siete horas que habíamos salido; pensábamos hacer cumbre en ocho, así que tan mal no estábamos. Desandamos el camino con las mismas paradas para descansar. En el refugio Agostini encontramos una pareja que se sumó al descenso, bajamos charlando, el tiempo se escurría fácilmente. El cielo se enrareció y espesas nubes cubrieron el entorno. Aún así fue increíblemente bonito, tan gris, tan sórdido.
Llegamos al campamento a las once horas de haber iniciado la travesía del día. Recorrimos once kilómetros y 50 metros desde los 4135 msnm hasta la cumbre de El Plomo a los 5400 msnm. Satisfechos, así nos sentimos al llegar. No me creía capaz de hacerlo, pero lo logré. Cuando arribamos al campamento solo pensaba en descansar, estaba marchita. Hans ya tenía planes para el día siguiente, aunque yo solo pensaba en recostarme.
Ese día también cenamos temprano (un delicioso guiso de lentejas) y nos fuimos a descansar y leer.
Día 6. Viernes. Dormimos bien, pero de a ratos porque había mucho viento. Soplaba en ráfagas intensas que parecían arrancar la carpa con nosotros adentro. Salió el sol por primera vez desde que llegamos, se veía un cielo azul y limpio, pero el viento generaba un ambiente inhóspito. Entre ráfaga y ráfaga el silencio generaba expectativas de calma y minutos después desde lejos se comenzaba a escuchar un zumbido que se transformaba en un remolino que sacudía la carpa nuevamente.
Desayunamos a las 8:30 AM tal como teníamos previsto, pero el plan del día —un ascenso al cerro La Leonera— se suspendió. Preparé un té para hidratarme (aspecto fundamental en la altura) y dar calor al cuerpo mientras escribía y leía para esperar que el mal tiempo nos diera la oportunidad de una nueva caminata.
El día nunca mejoró. Tuvimos visitas de otros campamentistas, conversamos sobre la vida, los ascensos, las dificultades de la altura, los viajes. Descansamos en la tarde y nos fuimos a dormir temprano, pues al día siguiente debíamos retornar.
Día 7. Sábado. El plan del día era sencillo, pero intenso: terminaba la experiencia a El Plomo. Luego de desayunar, levantamos campamento. Llegó el arriero y comenzó a cargar las mulas y nosotros abandonamos Federación rumbo a Valle Nevado.
Caminamos cinco horas, nos cruzamos con hombres y mujeres que, al igual que nosotros, marchaban con el objetivo de conocer el punto más alto de Santiago. Había, además, varios corredores que se aclimataban y entrenaban ya que la semana siguiente tendría lugar la Mammut Andes Infernal con dos distancias: 15 y 28 k (desde Valle Nevado hasta Federaciones en la versión corta y desde Valle Nevado a la cumbre del Plomo en la carrera «más alta del mundo»).
Patricio, el arriero, nos esperaba en el lugar donde una semana antes había comenzado esta historia con la carga en el suelo, pronta para subir a la camioneta y regresar a Santiago. El fin del viaje era eminente y los sentimientos propios de un cierre estaban a flor de piel: alegría por lo vivido, tristeza y añoranza por la vida de montaña que tendrá que esperar un año más para volver a repetirse.
Fuentes: [http://www.andeshandbook.org/montanismo/cerro/18/Plomo] [http://chile.travel/donde-ir/santiago-y-alrededores/centros-de-ski/valle-nevado/]
Ropa recomendada (en bolsas ziplocs): botas de trekking / botas de montaña / pantalón de montaña / sobrepantalón / medias (tantas como se pueda) / 2 pantalones de trekking / chaqueta de plumas / chaqueta cortaviento / 2 equipos primera capa / 2 remeras de manga corta / 2 polares / 1 remera de manga larga / ropa interior / pijama y medias / sandalias, crocs o similar / 1 pantalón deportivo o calza
Equipamiento sugerido (también en bolsas ziplocs): sobre y colchoneta para dormir / bastones de trekking / luz frontal / termo / botella para agua / desodorante / toallas húmedas / bolsas de nylon / toalla (aunque no pudimos bañarnos ni lavar ropa pues solo tuvimos un día de sol) / jabón de lavar (sirve para un eventual aseo) / cepillo y pasta dental / medicamentos (dolor de estómago y de cabeza principalmente) / peine / filtro solar / protector labial / crema antiherpes / alcohol en gel / crema para el rostro y el cuerpo / cuerda y palillos / costurero / curitas, vendas, cinta / alicate / cepillito / esponja / hipoglós (crema curativa) / ratisalil (antiinflamatorio) / sopas y jugos