#MuseosEnGranizo: Alejandro Rubbo y el Museo del Carnaval

Publicado en Granizo.uy / 9 de febrero de 2019

@fatimacostafoto

«El Carnaval es un acto efímero y el Museo es la oportunidad de transportarlo al futuro»

Es teatral, tiene magia y atmósfera. Con música y una iluminación segmentada, el guion del Museo del Carnaval es el del mundo de lonja y de madera, y del bombo, del platillo y del redoblante. Los tambores que se escuchan parecen surgir de mismísima calle Isla de Flores en una noche de febrero cuando la fiesta está en su esplendor. Hay una pantalla gigante que aporta imágenes: una mama vieja, dos bailarinas que muestran sus brillos y quiebran caderas sobre tacos muy altos, el público que aplaude, decenas de manos que tocan chicos, repiques y pianos. Hay atmósfera. Hay Carnaval.

Entre disfraces y accesorios, cabezones/cabezudos , un mural de Carlos Páez Vilaró, vitrinas con letras de retiradas y cuplés, y las reproducciones en miniatura de antiguos tablados, el Museo exhibe la fiesta más popular del Uruguay. El libro de visitas da cuenta de expectación y asombro y de la emoción de vivir una expresión de la cultura popular de nuestro país.

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Vocación y visión nacional. Desde sus orígenes (2006), el Museo del Carnaval se planteó el desafío de ser «un centro cultural vinculado a la gente y con proyección barrial». Responde a una política pública municipal de revalorización del Carnaval y tiene por objetivo «mostrar la fiesta popular por excelencia», explica Alejandro Rubbo, el director.

Es un museo montevideano con vocación y visión nacional, gran apertura al interior del país y proyección internacional. «No hay otro museo que esté documentando lo que está sucediendo en el Carnaval del Uruguay», dice Rubbo. Por ello, no solo investigan y muestran el Carnaval de la capital, sino que visitan el interior, comparten las muestras y viven las diferentes fiestas locales. «Cada año, desde hace diez, vamos a Salto durante el Carnaval con una pequeña muestra; también hemos hecho intervenciones artísticas en las cárceles y muestras itinerantes en el exterior».

El guion del museo se plantea desde dos discursos en sectores diferenciados: el salón del traje con una muestra permanente y  la historia del Carnaval «que está fija también, se puede retocar, pero en definitiva es lo que se muestra ahí», explica el director. Además, hay exposiciones temporarias que surgen de las investigaciones que el equipo del Museo lleva a cabo. «Las líneas de investigación son abiertas y se generan en función de exposiciones concretas». Por ejemplo, cuando la murga Curtidores de Hongos cumplió cien años, se realizó una investigación que generó una muestra específica.

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El corazón del Museo. El Centro de Documentación —que «es el corazón del Museo», dice Rubbo— definió la política y el protocolo de acción. En especial, trabajó sobre las adquisiciones. «No todo es musealizable. Por ejemplo, si la indumentaria no es trascendente, no podemos recibirla porque no tenemos lugar suficiente». La conservación del material del Museo del Carnaval también aporta un importante grado de dificultad, puesto que el material —diverso y usado—  es difícil de conservar y requiere múltiples tratamientos. Tal es la complejidad que, en este momento, la Dirección se ocupa de mejorar las condiciones generales de conservación del material.

La extensión del Museo del Carnaval es esencial, pues así surgió la entidad. «A mí me llamaron para el relacionamiento con la comunidad», explica Rubbo. «Recorrimos los tablados populares que hoy conforman una Red de Escenarios Populares, hicimos un informe y detectamos que había que vincular a esas personas con el Museo, sin descuidar otros objetivos, los clásicos del Museo».

Las maquetas de los tablados que se exhiben en el sector de la historia del Carnaval surgieron de ese vínculo. Rescatar la decoración de los escenarios, una de las tradiciones perdidas de los tablados, nació del trabajo con las comunidades y los referentes. «Los decorados contaban algo, narraban un hecho, realizaban un homenaje o reivindicaban una situación en particular. Desde la gestión pudimos rescatar esa tradición para mostrarla y para volver a realizarla», dice Rubbo. Ese programa cumple diez años; comenzó con pocos tablados y se fueron sumando más. «Somos facilitadores, no nos encargamos del arte, son los vecinos los que se encargan. Sentimos que la tradición se ha rescatado porque los espectadores están deseosos de ver los escenarios».

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Desde el puerto al mundo. En el puerto de Montevideo, en un casco histórico acorde a la temática, el Museo del Carnaval «es una puerta de entrada al espíritu del Uruguay». El local funcionaba primero como barracas linderas al Mercado del Puerto y tiempo después como talleres y estacionamiento de la Administración Nacional de Puertos, que está enfrente. En 2005 comenzó el proceso de cesión y transformación para alojar el testimonio de la manifestación de cultura popular más grande del Uruguay.

Los escolares y los liceales son los públicos que más visitan el Museo. Desde el Área Educativa —a cargo de un equipo de docentes— se trabaja en un programa que integra propuestas temáticas sobre el Carnaval en general, con especial énfasis en los temas de alcance curricular. También hay turistas, de todo el mundo y en especial de la región, que todos los días se asombran y aprenden sobre murgas, parodistas y lubolos. «Los turistas se sorprenden ante la belleza del vestuario, en particular», dice el director. Estiman recibir cincuenta mil personas por año. El Día del Patrimonio los visitan siete mil y en la Noche de los Museos también reciben un número significativo de visitantes pues generan «un intenso programa de actividades».

Un equipo pequeño con gran proyección. Diez personas trabajan en el Museo del Carnaval, «todos multifunción, multidisciplinarios y carnavaleros, ¡los que no lo eran, ya lo son!,» dice Rubbo con beneplácito. «Van a los tablados, hablan de Carnaval constantemente y cuando salen los fallos, es el tema del momento».

Entre todos definen acciones porque la de Rubbo es una gestión horizontal y participativa. Tiene varios proyectos que explica con verborragia y convicción. En particular, destaca la necesidad de rescatar las tradiciones del Carnaval popular, documentar a los mascaritos y la celebración con la que se despide al dios Momo: el «entierro del Carnaval».  También dice que «se ha hablado de otros museos en el interior, pero por ahora no ha surgido ninguno» y, entonces, son ellos los que ocupan ese lugar: el de rescatar y mostrar. En relación con cuestiones más técnicas, dice que necesitan cambiar las luces y que la próxima exposición ya se realizará con luminaria led. «Así, iremos cambiando de a poco, es importante que lo hagamos», enfatiza.

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Estrategias para la implicación emocional y accesibilidad universal. En general, las colecciones del Museo del Carnaval «están pensadas para mirar sin tocar, por el impacto que cada huella deja sobre el material», aclara Rubbo. La accesibilidad universal es una de sus preocupaciones. Para el director, el tema «está en el debe, y es parte de la proyección del Museo».

Rubbo explica que «el Carnaval, en general, es un acto efímero porque los trajes se hacen para un año y se tiran. Entonces, el Museo es la oportunidad de aportar al legado, de transportar el Carnaval al futuro». Para ello, «buscan musealizar la esencia» y procuran hacerlo «de forma inmaculada y con una política de apertura a todos los públicos». Tanto es así que han desarrollado acceso en línea y gratuito a los recursos del Centro de Documentación. En el repertorio, muy rico, se puede buscar por título, autor y temas en las siguientes categorías: humoristas, murga, parodistas, revista, sociedad de negros y lubolos, tablados y otros.

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Alejandro Rubbo: «Me hice murguero y cómo no serlo»

Alejandro Rubbo, el director del Museo del Carnaval, nació en un hogar abierto al arte y al deporte. Dice que, aunque de chico le gustaron ambos, su inclinación por las actividades culturales fue temprana. Cantó en el coro del liceo y también hizo teatro en las épocas de la adolescencia. Tiempo después, sin ser «muy carnavelero», integró la murga La mal papeada.

En tiempos de dictadura, fue parte del grupo que creó el conocido festival de canto popular en La Paz, en Canelones. Antes de terminar el Festival e incluso unos años después, ese grupo también gestionó tablados. Así, fue haciéndose murguero «¡y cómo no serlo!», confiesa con orgullo.  Dice Rubbo que con el Festival de La Paz logró «conectarse cien por ciento con la cultura desde una manifestación real de rebeldía. El Festival tenía un formato original que incluía artistas del interior y de la capital, los nuevos y los viejos. «Inventamos algo, lo autogestionamos y fue un éxito. Éramos chiquilines y aprendimos a llevar adelante un evento de esa naturaleza». Así, le que tomó el pulso a la gestión cultural y nunca más se alejó.

Desde La Paz, su ciudad, de la que se siente orgulloso, trabaja incansablemente en la gestión cultural.  Con elocuencia, simpatía y siempre atento a los detalles, Rubbo explica cuestiones del Carnaval, de las murgas, del Festival de La Paz. Dice que le gusta el deporte —el fútbol en particular—, la música, la lectura. Le interesan todos los museos y, por supuesto, que visita los pocos que hay sobre el Carnaval.

Su trayectoria en el ámbito de la gestión cultural tiene diversas manifestaciones y un largo vínculo con la esfera privada. Dice que le gusta el trabajo, en especial, por la plasticidad y los múltiples enfoques, porque «el gestor cultural hace de todo». Rubbo fue, por muchos años, productor del guitarrista y compositor Numa Moraes quien celebra, en 2018, cincuenta años de carrera en la que el director del Museo ha tenido mucho que ver.

Además, ha colaborado con la publicación periódica El Oriental (Canelones) y en la actualidad escribe un libro sobre la experiencia del Festival de La Paz. Además, cursa la Tecnicatura en Museología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República). Se anotó cuando comenzó la carrera en 2011 con un gran interés y preocupación por su formación. Tiene aprobadas las asignaturas técnico-profesionales y «todos los informes, de cada una de las asignaturas cursadas —incluida la pasantía— fueron sobre el Carnaval. El Carnaval en la Colonia, las murgas en la Dictadura, por ejemplo», explica.

Está vinculado al Museo desde su creación en 2006 —comenzó como encargado del relacionamiento con la comunidad—  y actualmente es el director. En diciembre pasado se fue la directora anterior (Graciela Michelini) y él quedó como responsable. «Tengo el museo a mi cargo, somos diez en total», aclara. «Trabajo con un equipo de Dirección con áreas específicas. Tenemos una reunión mensual con todos los empleados en la que cada uno opina». De esta manera, se logra que todos estén motivados y que «el intercambio enriquezca al equipo de Dirección», aclara. La gestión de Rubbo «es abierta, horizontal y democrática porque el Museo se sostiene con el trabajo de cada uno. Cada uno juega un rol fundamental». Para ello, el director pone especial interés en la comunicación interna. Se ocupa de que  cada uno de los integrantes del Museo reciba las novedades institucionales cada quince días y agrega: «Involucrar a todo el equipo es parte de la buena gestión. Vivimos un momento glorioso del Carnaval con el Carnaval de las promesas, Murga Joven y candombe en todo el país. Hay una explosión nacional y nosotros tenemos que responder con compromiso».

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●●●Qué ver en el Museo del Carnaval
En el Museo del Carnaval, único en su temática en el Uruguay, están los últimos cabezudos que se usaron en el Carnaval de Montevideo. Hay una cautivadora colección de maquetas de los escenarios de los tablados populares de Montevideo. Está el bombo de Tito Pastrana —una pieza entregada en comodato—, la famosa gargantilla de Rosa Luna, la radio que escuchaba Marta Gularte, el saco de Eduardo «Pitufo Lombardo» cuando fue figura de oro en 2017 y una gran colección de trajes y accesorios con su ficha técnica.

A través de muestras estables, temporales, itinerantes y virtuales, el Museo del Carnaval es «una puerta de entrada al espíritu del Carnaval».

El Museo tiene, además una activa sala de espectáculos con una agenda que trasciende la temática del Carnaval. La programación de la Sala del Museo se compromete con la música nacional, en primer término, pero también con manifestaciones extranjeras. Además, el Museo cuenta con su propio tablado desde 2010. El escenario, elegido por los turistas, es al aire libre para «disfrutar de espectáculos de Carnaval con la comodidad de un área techada, pantalla gigante, plaza de comidas y entrada por el propio Museo».

●●Dónde está el museo
Rambla 25 de Agosto de 1825, esquina Maciel (Ciudad Vieja).

●●Web y redes
«La mejora de la comunicación es parte de la proyección del año», dice el director quien demuestra especial interés en la temática. La comunicación interna es la base de su gestión y la externa, con escaso personal, se desarrolla a través de una página web muy dinámica y atractiva, cuentas de Facebook, Twitter y YouTube.

●●Público/Privado/Costo
El Museo del Carnaval es, desde 2008, la primera entidad institucional cultural administrada bajo la figura del fideicomiso conformado por diversas entidades: la Intendencia Municipal de Montevideo, el Ministerio de Turismo, el Ministerio de Educación (MEC) y Cultura y la Administración Nacional de Puertos (que, en la última Rendición de Cuentas, cedió el local al MEC). Los trabajadores del Museo son empleados del fideicomiso, solo hay un municipal, explica Rubbo.

El Museo del Carnaval maneja diversas tarifas y descuentos con la tarjeta del Banco República. Los precios, horarios y días libres se pueden consultar en la página web.

●●La tienda y la cafetería del Museo del Carnaval
El Museo del Carnaval no tiene su propia cafetería pero está ubicado en una zona con diversas opciones gastronómicas. La tienda ha sido una de las preocupaciones desde la Dirección anterior y han desarrollado una interesante boutique con una rica propuesta en audio y libros sobre el Carnaval. También venden remeras, algunas artesanías y souvenirs, y los tiques de los cruceros y para el palco para el Desfile de las Llamadas (en febrero).

●●Estacionamiento para bicicletas
El Museo no cuenta con estacionamiento para bicicletas pero sí con buena voluntad y visión de servicio. «Es una zona de influencia turística y estamos preparados para recibir ciclistas», dice Rubbo. De esta manera, las bicis quedan a resguardo mientras se realiza la visita al Museo.

Una librería gastronómica que se alimenta del diálogo con los clientes

En la Librería del Mercado (Mercado Ferrando) hay «provocaciones» culinarias en formato papel. Son tres mil libros en 15 metros cuadrados. Casi una obra de arquitectura y diseño —un perfecto ensamble— para tentar con libros de cocina y vinos. También hay ficción para niños y para adultos, pero «esta es una librería de nicho» en la que se ofrecen obras de cocineros uruguayos, del Mercosur y del mundo, explica Laura Martínez, responsable del local.

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En la mesa de la entrada, una «rotonda» con diseño minimalista, se exhiben Los frutos nativos de Laura Rosano, Nuestras recetas de siempre de Hugo Soca, ROU de Marcela Baruch y Pía Supervielle, Las cuatro estaciones de Juliana López May, Cocina fresca y ligera de Donna Hay.

A la derecha, en una estantería desde el piso al techo, están los libros de gastronomía y afines. Recorrer los títulos es un viaje por los sabores de América, del Mediterráneo, de Medio Oriente y de Tailandia, muy de moda en este momento. Hay libros para el gran público y específicos para los interesados en la temática culinaria. A la izquierda, en otra estantería tan grande como la anterior, hay ficción para niños y adultos. En el mostrador, se exhiben postales del país y Uruguay Highlights, el último libro de Aguaclara.

La Librería es la materialización del sueño y del trabajo de Laura Martínez (44), licenciada en comunicación. Laura es argentina ―«¡cordobesa!», corrige inmediatamente. Una cordobesa casi sin acento, pero casi… porque en algunos momentos, cuando la conversación se aligera, su voz recrea el canto de las sierras argentinas. «Ya digo setiembre sin p», bromea. «Pero digo zapatillas, no puedo con championes».

Hace un año y ocho meses se vino a Montevideo. «Tuve un paso por barrica porteña… 15 años en Buenos Aires y de Buenos Aires a Montevideo es como volver a Córdoba, es cierto, pero es un regreso con mar…». Laura suspira y dice que no piensa regresar a Córdoba porque quería vivir en otro país y Uruguay fue la oportunidad. «No la dejé pasar porque me gustó siempre, la idiosincracia es similar, aunque no somos iguales, somos parecidos. Hay un idilio, una visión romántica del Uruguay, un país que no está tan contaminado de los vicios de Argentina, en especial de los vicios porteños. Por supuesto que también tiene lo suyo, pero en otra escala. Es cansador vivir en una sociedad totalmente dividida en dos bandos y acá eso no pasa tanto. Argentina es Boca-River todo el tiempo, blanco o negro, unitarios-federales».

 

De la comunicación al mercado editorial

Hace 18 años que Laura trabaja en el mundo de los libros. Se recibió de licenciada en comunicación, estaba dando clases y con su primer sueldo fue a una librería en Córdoba a comprar un libro de Galeano. Estaban tomando gente y dejó sus datos. A la semana estaba trabajando en esa librería. «Ahí arranqué. De vendedora seguí como encargada de local y a los dos años me fui a Buenos Aires». Después trabajó en una editorial, estuvo dos años en Planeta y luego en V&R que era una editorial chiquita en aquel momento. «A una de las dueñas de V&R, a Trini Vergara, le gusta la cocina y creó una línea editorial dedicada a la gastronomía. A mí me encanta cocinar y tomar ricos vinos, me interesa el tema y tenía que vender los libros, así que fui involucrándome cada día más».

Después de la experiencia editorial en V&R, volvió a trabajar en una librería ya con la decisión de mudarse a Uruguay. Empezó a buscar trabajo aquí, en el mundo de los libros y explica que Cristina Mosca le «abrió la puerta del libro en Uruguay». Estuvo más de un año en Bookshop ―muy contenta y a gusto, agrega― pero siempre en la búsqueda de algo más y con el sueño de la librería propia. Un día vio un aviso en las redes sociales en el que anunciaba la apertura de un mercado gastronómico. Entró a la web y envió un mensaje preguntando si habían pensado en una librería culinaria. «Me respondieron inmediatamente, nos juntamos y aquí estoy. Es tan simple como eso», dice con elocuencia.

Pero no es tan simple y Laura lo sabe. Está dispuesta a contarlo, no tiene recelos ni vueltas, se muestra honesta y abierta. «Hay un paso importante porque emprender implica dar un paso importante. Lo primero es animarse y creo que eso es una diferencia entre uruguayos y argentinos. Los argentinos nos tiramos a la pileta y los uruguayos son más temerosos y buscan lo seguro. Yo creo que está bueno salir de la zona de confort. Pero no es fácil ni seguro. Pasé de un buen sueldo de lunes a viernes con algunos sábados y ahora le pongo alma y cuerpo de lunes a lunes a algo que es mío».

Laura explica que no necesitó una gran inversión porque «el mercado del libro tiene la particularidad de que se puede consignar. Armó un proyecto sólido de una librería gastronómica y habló con los principales proveedores de plaza para convencerlos y buscar su apoyo. «Ellos ya me conocían ―señala― y les ofrecí mis veinte años de experiencia, conocer del rubro, muchas ganas y la intuición de que el Mercado Ferrando funcionaría».

En quince metros cuadrados, Laura tiene tres mil unidades, «todo lo que hay en plaza en relación con el rubro gastronómico y los vinos. Poca inversión en mobiliario y la consideración del alquiler del local y de los gastos comunes que no son baratos». Su desafío es llevar adelante una librería autosustentable, «algo que vengo logrando», agrega.

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Ser prolijo, estar atento, virar si es necesario

La licenciada, especialista en el mercado editorial gastronómico, explica que en el rubro la clave es ser prolijo con las consignaciones. «Si no cumplo, pierdo la confianza que es mi crédito porque yo tengo una cuenta corriente en stock de mercadería. Si tuviera que comprar todo lo que tengo en la librería, no podría hacerlo porque no tengo ese dinero». Y detalla, sin miedo y con solvencia: «Para que rinda, una librería debe rotar el stock en seis meses. Esta todavía no tiene seis meses de vida pero tiene, hasta el momento, una venta del 17 % del stock. Es un gran desafío que requiere mucho trabajo, tengo que estar atenta a los catálogos, a lo que recibo, a lo que repongo, a las demandas de los clientes. Estoy siempre en contacto con los proveedores, me informan, voy y elijo. Estoy suscripta a todos los newsletters gastronómicos que hay. Además, sigo páginas de gastronomía y vinos. Y escucho mucho a los clientes. Mucho».

Laura explica que hay «librerías fast food donde vas, elegís y te vas y hay otras en las que hay un diálogo con el cliente que hace a la riqueza del catálogo». Explica que los clientes sugieren productos o títulos que enriquecen la librería porque « saben más que yo. Estuve un mes seleccionando los libros, pero no puedo saber todo».

Si bien la suya es una librería especializada en gastronomía y vinos, Laura ofrece otros temas con cierta relación. «Narrativa de ficción vinculada a la gastronomía, ensayos, diccionarios y libros de textos para estudiantes de cocina. Alimentación en general, para veganos y vegetarianos y libros de ficción para adultos y niños porque acompañan y complementan. La librería tiene que ser rentable. Hay meses en los que la ecuación es 70/30 gastronomía/ficción y hay meses en los que ha sido al revés».

Para llegar a ese estado, confiesa que ha realizado ajustes. En algún momento, probó con temáticas que no le funcionaron, cine y música, por ejemplo. Y dejó de incluirlas en su catálogo porque «no es mi métier y no me interesa competir en esas áreas».

Además, Laura realiza un trabajo personalizado, de boutique. Toma nota de sugerencias, hace seguimiento a los pedidos y otros detalles: «Le vendí el libro de Hugo Soca a una muchacha de Paysandú y le pedí a Hugo que se lo dedicara. Son pequeños gestos diferenciales que puedo aportar». Y establece alianzas con sus vecinos del Mercado, con Samud (la boutique de especias), Lutini que es la despensa gourmet y Maridán, los especialistas en vinos. «Hemos hecho acciones en conjunto. Nuestro ciclo es diferente a los locales que venden comida. Si no nos juntamos, como dice el Martín Fierro, nos van a comer los de afuera».

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Tener un proyecto desde el minuto cero

Tiene dieciocho de oficio, pero «mucho por aprender», aclara una y otra vez. La Librería del Mercado es su sueño materializado en quince metros cuadrados. Sintetiza el desafío de emprender, «el dejar de ser empleado para ser emprendedor, tener un proyecto desde el minuto cero».

Tiene el orgullo de ser la responsable de la primera librería gastronómica del Río de la Plata, no solo de Montevideo. También la primera en un mercado gastronómico porque Buenos Aires todavía no lo tiene. Y el negocio funciona porque, además de la presencia de los turistas, asevera que en «Uruguay se venden libros porque se lee. Por mi formación, miro librerías y qué lee la gente y lo veo en el ómnibus. En 2000, yo trabaja en Yennie, en Buenos Aires. El Loco Abreu jugaba en San Lorenzo, pasó por la librería y le vendí una pila de libros, de actualidad política y de otros temas. El Loco me dijo que le gusta leer y esas cosas marcan la diferencia y generan lectores. Las ediciones de la Banda Oriental, a un precio accesible, son otro fenómeno a destacar. Eso es un valor cultural de Uruguay».

En estos meses, Laura aprendió que emprender cuesta, pero dice que el Estado uruguayo ofrece diversas oportunidades para aprovechar. «No hay que rendirse al primer “no” de una oficina pública. Hay que animarse. Ser un poquito kamikaze, pero no delirar. Dejar el cuerpo, estar atento, hacer giros de timón. Probar, retroceder uno para avanzar más, quizás perder un poco de margen para ganar promoción. No tener miedo a equivocarse y reencauzar. No perder de vista que el backup de emprender es la fuerza de trabajo».

Uruguay le abrió las puertas y Laura asegura que pretende devolver al país esa oportunidad. «Aquí logré algo que no sé si en la Argentina hubiese sido posible. Ahora vivo acá y grito los goles de la Celeste. Para este Mundial tengo dos equipos, uno para disfrutar y otro para sufrir». Ríe con elocuencia. Y compara, en un ejercicio didáctico: «Para que a la selección de Argentina le vaya bien, tiene que haber constancia y un proyecto, lo mismo que en un emprendimiento».

El fútbol, otra de sus pasiones, introduce a «las figuritas selladas» y Laura bromea que en la Librería del Mercado están «¡todas las del mundo editorial gastronómico!». «Tengo todos los libros de cocina de autores uruguayos y los que más se venden son los de Hugo Soca y los de Sequeira, el de especias y el de hongos. Funcionó bien el libro de TV Ciudad [¿Qué hay de comer?]. Estoy esperando la reedición del Manual de Cocina que se agotó, porque el libro de Crandon está fuera de registro, arriba del resto. Es el regalo de casamiento, el que te regala tu abuela, el que compra tu madre, y si alguien no sabe cocinar, obvio que se lleva el Manual de Crandon. De afuera, tengo a Juliana López May, que la aman, y a Jamie Oliver».

Sentadas frente a la librería, en una de las grandes mesas del Mercado Ferrando, charlamos un buen rato. La entrevista se desarrolló en segmentos, llegó un cliente primero, luego un proveedor. Un par de chicas buscaban algo para regalar y luego se acercó una de las clientas habituales. Laura los atendió con tiempo y dedicación y volvió a la charla dispuesta a retomar las preguntas. Siempre fue expresiva y sorprendentemente abierta para compartir la dinámica del rubro, sus conocimientos y sensaciones. Tanto como para confesar, con convicción pero con humildad: «A veces miro la librería y sonrío. Me hace muy feliz. Hay momentos en los que no me doy cuenta de lo que he logrado y otros en los que paro y me pellizco».

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