La magia del reino del Tahuantisuyo

Desde hace mucho tiempo anhelaba hacer conocer Machu Picchu; primero fue un proyecto individual y luego compartido y anhelado en pareja. Año tras año debíamos posponerlo pues nuestras principales vacaciones suelen ser en enero (la temporada de lluvias en Perú, estación inadecuada e inconveniente para este viaje).

En marzo de 2012 finalmente todo «cuadró» y comenzamos a planificar Cusco y Machu Picchu para el receso invernal. Debimos considerar la altura, el clima, el estado del tiempo y el equipamiento (técnico y liviano pues nuestro «camino a Machu Picchu» incluiría bici y trekking). El entrenamiento deportivo nos aportó algo de tranquilidad (la aeróbica) para encarar la travesía y el 6 de julio partimos de Montevideo con la ansiedad propia de un viaje de esta naturaleza.

Los vuelos y sus conexiones —complejos para que fueran económicos— fueron tres: a Santiago, Lima y Cusco; el trayecto duró trece cansadoras horas. El aeropuerto de Lima nos impactó: por el calor, la lentitud y la atención casi con descortesía. El funcionario de Aduanas (un sesentón) vestía camisa lila, tenía un brillante en la oreja izquierda y portaba varios anillos muy grandes, uno de ellos con el símbolo de pesos. Un personaje. El aeropuerto de Lima es moderno, cómodo, lindo y limpio, y cuenta con una amplia oferta de servicios (gastronómicos, tiendas, etc.) disponibles las 24 horas.

A Cusco llegamos a las 6 AM del viernes (8 AM de Uruguay) y un transfer nos llevó hasta el hotel. El Casa Andina Private Collection nos deslumbró: muy colonial, lindo, con buen servicio y muchos detalles. Ni bien arribamos nos instaron a tomar té de coca, el primer sorbo fue con recelo (habíamos probado en Montevideo y no nos había gustado) pero luego lo tomamos con más ánimo. ¡Todo para evitar el «soroche» (mal de altura)! También comenzamos a tomar pastillas Sorojchi Pills (mucho, pero mucho ácido acetilsalicilico, menos mal que me saqué la vesícula…).

Descansamos después del check in en una cama amplia y tapados con unas mantas de alpaca delicadas de tenues colores (castaños). Al despertar nuestros estómagos acusaban apetito y salimos a recorrer la ciudad y almorzar. Cusco nos cautivó con su luz diáfana y su esplendor geográfico y arquitectónico. Los sabores peruanos son además un atractivo particular y ya en el primer almuerzo degustamos un fragante cebiche.

Cusco (ciudad sagrada centro del Tahuantisuyo, antigua capital del Imperio incaico) fue fundada por los «hijos del sol» —Manco Capac y Maa Ocllo o los cuatro hermanos Ayar y sus esposas—.  El Inca, soberano del Tahuntinsuyo, movilizaba grandes cantidades de población y así expandió el territorio. Fueron trece los soberanos y el imperio Inca logró extenderse hasta Colombia, Chile, Argentina, Bolivia y Ecuador.  Dicen que el poder del Inca fue tangible en todo el Tahuantisuyo pero es en Cusco donde la arquitectura alcanza su esplendor: el Koricancha o Templo del Sol, las fortalezas de Ollantaytambo y Sacsayhuamán y, lo más impactante, Machu Picchu.  Cusco fue declarada Patromonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1983. Está ubicada a 3.399 msnm y cuenta con una población de 1.265.827 habitantes. Su clima es semiseco y frío con temperaturas que oscilan entre los 4 (mínima) y los 19 grados (de máxima). Su nombre en quechua, Qosqo, significa el «ombligo del mundo» porque en su esplendor controlaba una vasta red de caminos que unían gran parte de Sudamérica (desde el sur de Colombia hasta el norte de Argentina).

Nuestro camino a Machu Picchu (el Inka Jungle) comenzó el domingo bien temprano en la mañana. Luego de un apetitoso desayuno con toques bien locales (deliciosa fruta, mermelada de coca y café peruano, entre otros), el guía —Heider, Jeider o Jaider, no lo tengo claro— pasó a buscarnos. Nos unimos a otros once excursionistas y viajamos hasta Ollantaytambo, un pueblo hermoso, con construcciones coloniales pero de raíces incaicas que en su momento fue un antiguo lugar de descanso de la nobleza inca. Seguimos varios kilómetros más disfrutando del paisaje montañoso y del encuentro de culturas: la del Imperio Inca, la colonial de la conquista y la de un diverso grupo conformado por colombianos, un suizo, un belga, un brasileño, una francesa y un jordano, además del guía local y nosotros, representantes de la “garra charrúa”.

Nos alejábamos de Cusco, descendíamos en la altura pero una intensa niebla con lluvia y frío enrarecía el ambiente. El guía decidió continuar pues no era seguro rodar en bicicletas en esas condiciones; finalmente pudimos comenzar el tan ansiado descenso. Nos subimos a las bicis y la sensación de libertad fue inmediata, la lluvia mojaba nuestros rostros felices, de un lado las montañas altas y del otro el abismo, frente visualizábamos la carretera sinuosa y en el cielo nubes esponjosas, cercanas. Rodamos un par de horas, pasamos cauces de agua fría y hasta hubo pinchazos y leves caídas.

El primer día finalizó en Santa María, un pueblo triste y pobre entre las montañas. Fuimos a la cama temprano en un hostal básico y sin agua caliente; nos dormimos rápidamente pues estábamos cansados.

El lunes la caminata comenzó al alba, dejamos Santa María y nos  dirigimos al tradicional Camino Inca. A media mañana llegamos a Monkey House, una cabaña en la ceja de selva (selva alta) para descansar y conocer los productos típicos de la zona: frutas, vegetales, café, cacao. En el camino vimos numerosas plantas de coca, café secándose al sol y probamos naranjas y limas que tomamos directamente de los árboles. El imponente Salkantay con su pico nevado se visualiza siempre al frente, como indicando la ruta.

En la tarde llegamos a las termas cercanas a Santa Teresa, nuestro siguiente lugar de estadía nocturna. El baño termal fue reparador y muy agradable. Al pueblo arribamos en la noche, el último tramo lo hicimos alumbrados por nuestras linternas y bajo un cielo brillantemente estrellado. Éramos pocos caminantes pues la mayoría del grupo lo hizo en bus. Osmar y yo continuamos con nuestras pesadas mochilas con el convencimiento de estar entrenando…

Santa Teresa también es un pueblo deslucido aunque un poco más grande que el primero. La cena, al igual que todas las comidas, incluyó arroz como acompañamiento y nos dimos cuenta —finalmente y en conversación con los colombianos— que en Perú todos los platos típicos tienen este cereal. La sopa, bien casera, fue tan deliciosa como las anteriores.

El martes dejamos Santa Teresa con el objetivo de llegar a Aguas Calientes en la tarde. La última parte del tramo es hermosa, se camina al costado de la vía del tren entre una tupida vegetación con Machu Picchu y Wayna Picchu coronando una cadena montañosa espectacular.

Y llegamos a Aguas Calientes (o Machu Picchu pueblo) cansados, sudorosos, con apetito y deseando una ducha caliente.  Cenamos y descansamos porque el miércoles debíamos desayunar antes de las 04:30 h. A las 5 se abre el Puente Ruinas que conduce a la ciudadela y es conveniente tener buen lugar para ascender hasta las boleterías y entrar ni bien se abren las puertas.

Llegar hasta arriba es una difícil “carrera encubierta”, todo el mundo trepa, corre y algunos se desplazan con dificultad; en el camino se escuchan pasos, susurros y jadeos. Si bien Machu Picchu no está a la altitud de Cusco (3.399 msnm), igualmente falta el aire y además se sube por pequeños e irregulares escalones de piedra. Osmar y yo corrimos, nos cansamos, pasamos mucha gente y con esfuerzo llegamos en 44 minutos. Bañados en un sudor frío esperamos que las puertas se abrieran y entramos a una Machu Picchu vacía. El esplendor de la ciudadela inca nos esperaba y me emocioné… Esas lágrimas testimoniaron un sueño cumplido y la magia del reino del Tahuantisuyo invadió nuestros ojos y almas. Recorrimos la ciudadela, la disfrutamos y vimos cómo el primer rayo de sol penetra por la ventana principal del Templo del Sol. Es indescriptiblemente inteligente todo lo que esa civilización construyó, me pregunto dónde quedaron la conciencia colectiva y la inteligencia social… parece no haber rastros en la actualidad.

En Machu Picchu recorrimos las diferentes zonas: la agrícola, la industrial y la religiosa. Comenzamos por el Reciento del Guardián, conocimos la casa del Inka, las fuentes, los depósitos, el imponente Templo del Cóndor, la Plaza Principal, la Roca Ceremonial y el Templo de las Tres Ventanas, entre otros.  El acceso principal a la ciudad es un portal perfectamente construido con doble viga y un sistema de cerramiento muy avanzado.  La ciudadela es fuerte y cada piedra pulida descansa sobre otra para erigir paredes inexplicablemente sólidas.

A las 10 AM teníamos marcada nuestra entrada a Wayna Picchu (la gran montaña puntiaguda que siempre aparece atrás en las clásicas fotos) y entramos. El camino, a la vera de la montaña, es sinuoso y escalonado; es duro, falta el aire y es cansador, pero el regalo es ver a la ciudadela desde diferentes ópticas. La cima —pequeña y vertiginosa— es también un obsequio al esfuerzo y a la vuelta no tuvimos mejor idea que continuar la caminata hasta la Gran Caverna y Templo de la Luna. Cientos de escalones más, rodeados de una intensa vegetación. Más esfuerzo.  Terminamos exhaustos y felices, también hambrientos y esta vez no hubo arroz pues almorzamos en el servicio bufet del Sanctuary Lodge que está abierto a los turistas que no se hospedan en ese hotel (único en la zona, un super exclusivo cinco estrellas): verduras, pescados, quinoa y frutas —con litros de bebida— repararon mi cuerpo cansado.

En Aguas Calientes nos quedamos un día más y el jueves en la mañana volvimos a hacer trekking, esta vez sin mochilas… Parecíamos livianos y etéreos, y sin equipaje fuimos hasta los Jardines de Mandor. El lugar (ceja de selva con cataratas de agua bien fría) es muy bello y conserva la biodiversidad de la zona. Después nos trasladamos a las conocidas termas de aguas sulfurosas que dan nombre a la ciudad, pero no nos gustaron así que el paseo duró menos de diez minutos.

En la tarde-noche del jueves (18 h local, ya con estrellas en el cielo) tomamos el tren rumbo a Cusco. Llegamos a la antigua capital del Perú —el que fuera «ombligo» del mundo incaico, pues eso significa Cusco— a la medianoche. La ciudad es siempre tranquila y segura, limpia y sin gente mendigando. De noche se puebla de brillantes estrellas blancas en el cielo y miles de luces amarillentas del alumbrado público a lo largo y ancho de las montañas que cercan la ciudad por los cuatro puntos cardinales.

El viernes, bien temprano en la mañana, salimos a trotar. El objetivo era correr 40 minutos y partimos rumbo a las ruinas de Sacsayhumán. No pudieron ser continuos pues caminamos al final de la ciudad en intensas escaleras que parece que tocan el cielo.  La vuelta, en bajada, fue rápida y con las caderas hacia adelante; la frecuencia cardíaca fue una locura, siempre como en sprint final.

La ciudad de Cusco nos esperaba, luego del desayuno, para recorrer sus empedradas calles, disfrutar del sol y del limpio cielo azul. En Cusco hay cientos de lugares donde comprar objetos bonitos, miles de restós y cafés. Es un lugar muy cosmopolita, espectacular, una verdadera Torre de Babel, pintoresca y con rico perfume a comida. Recorrimos una vez más la Plaza de Armas, visitamos la imponente Basílica —construida sobre vestigios incaicos—, Koricancha y el cromático y versátil mercado.

En la noche nos dimos otro «regalo» pues habíamos gestionado una reserva en Chicha, el restó local del famoso chef Gastón Acurio. La cena, bien peruana con causas, cebiche, humita y quinoa, fue inolvidablemente deliciosa.

El sábado salimos nuevamente a correr con el objetivo de superar la cardíaca odisea del día anterior. Paramos un par de veces en la «subida al cielo» pero corrimos mucho más. De hecho, fue una hermosa visita a Sacsayhumán y una espléndida vista de toda la ciudad de Cusco desde lo más alto. Fue una experiencia para poner a prueba nuestra resistencia pulmonar, los cuádriceps en la subida y los gemelos en la bajada. Al final llegamos molidos pero felices y con ganas de más.

Las últimas horas de Cusco las destinamos a dos museos: el Inca y el de Machu Picchu. Encontramos reveladores objetos del mundo preincaico en el primero y una linda puesta en escena en el segundo con los objetos que fueron encontrados en las excavaciones de Bingham en la zona (1912 y 1915) y que finalmente fueron repatriados pues durante mucho tiempo se mostraron en los EEUU (Universidad de Yale y National Geographic Society).

A primeras horas de la tarde del sábado fuimos hasta el aeropuerto y comenzamos el periplo de regreso (Cusco-Lima, Lima-Santiago, Santiago-Montevideo). En la capital chilena nos esperaban nuestros entrañables amigos Víctor y Feña y la fiesta continuó en el restó Madam Tusan, también de Gastón Acurio. En esta oportunidad con comida chifa: una modernísima fusión peruano-china. Y el paladar explotó en sabores una vez más.

El domingo llegamos a un Montevideo gris y muy frío. Felices, muy felices de haber logrado un sueño personal que se concretó en pareja. Todavía me emociona haber conocido Machu Picchu y ya anhelo el próximo viaje.

Machu Picchu, la «Ciudad Perdida de los Incas» es una ciudadela enclavada ubicada al sur de los Andes peruanos; está situada en la cima de una montaña que domina el cañón del río Urubamba en plena selva tropical (ceja de selva o selva alta). Se piensa que fue un centro de culto y de observación astronómica o el recinto privado de la familia del Inca Pachacútec. Fue descubierta para el mundo moderno y occidental en 1911 por el norteamericano Hiram Bingham. En quechua Machu Picchu significa montaña vieja; esta ciudadela es considerada el ejemplo más extraordinario de arquitectura paisajística del mundo.

13 comentarios en “La magia del reino del Tahuantisuyo

  1. Gabriela:
    Gracias por compartir este viaje con nosotros. Me encantó rocordar tan hermosos lugares. Las fotos espectaculares. Parece que uno puede oler el aire de esos mercados que visitaron.
    Me alegro que haya salido todo bien.
    Carlos

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  2. Fantástico Gabriela, me imagino cómo lo deben haber disfrutado, tanta belleza, tanto empuje para un logro más al cumplir el desafío físico que les gusta y en un lugar tan único y difícil de resistir. Felicitaciones y gracias por compartir fotos y relatos con tus seguidores.
    Beso, Ana

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  3. Querida Gaby, gracias por compartir una ve más tus bellas crónicas; hermosas desde tu producción, ya que tienes reales dotes de una muy buena narradora, y bellas por el agregado cultural que ellas portan.
    Me alegra sinceramente saber que hayas podido cumplir y compartir uno de tus sueños. Como siempre te digo, tú te lo mereces, brindo porque puedas seguir cumpliendo con este estilo de anhelos.
    Hermosas las imágenes.
    Te cuento que fui a ver «Perdidos en Yonkers»,me encantó. También te cuento que aproveché para preparar entregas para la ucu, tú sabes bien de que trata,
    Un gran cariño y hasta la vuelta a clases.
    Ale.

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  4. Un relato espléndido. Una descripción precisa y detallada. El entusiasmo al que Gabriela nos tiene acostumbrados, recorre la narración de principio a fin. Están presentes las sensaciones y las emociones, no faltan las explicaciones, ni los comentarios, el corto viaje crece al leerlo pues las vivencias de la protagonista se desarrollan contando el paso a paso, sin escatimar hechos, paisajes, comidas, y personajes. Deseo que esta singular pareja siga viajando y Gabriela nos deleite contándonos la historia del paseo. Gracias.

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  5. Gaby, me alegra muchísimo que hayan vivido esta experiencia que es inolvidable. Para mi fue el viaje que más recuerdos dejó en mi memoria y no lo repito porque no me perdonaría tener que limitarme por cuestiones de estado físico. Reconozco que no podría hacer todo el circuito como lo hice en 1975. Pero Dios me dió la oportunidad de conocer esa maravilla y debo agradecerlo.
    Felicitaciones a ti y a Osmar.
    Saludos.
    Graciela

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  6. Muy lindo todo Gaby, el blog, las fotos y lo que escribís, te felicito y a seguir compartiendo anécdotas de sus viajes, que la verdad se te da muy bien, besos, Mariana

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  7. Pingback: Tras las huellas de los incas: ascenso al Plomo | paradespuntarelvicio

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