Dua por Grazziela

La semana comenzó con una planificación deportiva muy exigente. El lunes 30, después de haber corrido 21 k el domingo en Durazno, bien temprano en la mañana encaré 15 minutos de trote y la rutina de fuerza (pesas, abdominales y lumbares) en casa. El martes nos tocó correr, estaba frío y al llegar a casa se largó la lluvia. El miércoles teníamos que hacer velocidad en bici de ruta, a la mitad del entrenamiento debimos volver pues la rambla se había vestido de blanco con una espesa y peligrosa niebla. Completamos la jornada con una pequeña rutina de fuerza, para nos sentirnos tan en falta. El jueves volví a los 15 minutos de trote y la lluvia con ansiedad me esperaba… me empapé pero igualmente resistí. Al volver: ¡rutina de fuerza! Y el viernes la lluvia y la niebla suspendieron el entrenamiento más fuerte de la semana. Pasamos entonces la corrida para el sábado y pudimos hacerla en la tardecita. Fueron 15 k progresivos de corrida por una rambla que nuevamente estaba vestida de niebla.

Fue una semana dura, con muchos cambios y con entrenamientos en situaciones adversas.  En mente teníamos varios objetivos y en particular nos habíamos propuesto correr por la mamá de Dilva, una gran amiga. Grazziela Villaamil tiene cáncer y en este momento da dura batalla para continuar disfrutando de la vida y en especial de los nietos —entre ellos, Manuel, hijo de Dilva—. Grazziela me acompañó día a día durante toda la semana: bajo la lluvia, la niebla y el frío.

El sábado terminamos cansados y el domingo bien temprano en la mañana comenzaron los aprontes: bicicletas, cascos, guantes, zapatillas, zapatos para correr, camperas, caramañolas y mucho más. Pasamos a buscar a María Inés, una amiga de trotes y bicicleteadas, y partimos rumbo a Villa Argentina para participar del duatlón de El Águila. La rambla nuevamente lucía un manto blanco y cuando llegamos al punto de encuentro el estado del tiempo no había mejorado.

Comenzaron a aparecer los participantes y saludamos a muchos amigos. El duatlón de El Águila nuevamente convocó mucha gente, había participantes de diversas edades y de diferentes puntos del país. Bicis de todas las marcas —montaña y ruta—, cascos y zapatillas decoraban la playa de exclusión. Hubo duatlón para niños, charla técnica y a las 10:30 h largamos.

La salida fue rápida, intensa y yo estaba muy fría ya que el calentamiento había sido escaso.  Los primeros minutos fueron duros pero luego el cuerpo entró en calor. Corrimos 1,25 k por el asfalto, de Villa Argentina a Atlántida para tomar su linda rambla. Luego bajamos a la playa y volvimos hasta El Águila para subir por una escalera resbalosa y muy empinada. Yo fui con mi bici de ruta (la Reina) y Osmar prefirió su bici de montaña.  El recorrido de ruta era de 20 k (cuatro vueltas, con subidas, bajadas y sinuosas curvas) y el de montaña era de 16 k (3 lindas vueltas, según mencionaron los participantes). Al finalizar nos esperaban 5 k de running, la mitad por asfalto y el resto por arena con la misma subida al final.

El cansancio del entrenamiento “nos pasó factura”, pero el espíritu de Uruguay por Livestrong y la fuerza que brindan las ganas fueron superiores. En nuestras espaldas portábamos con orgullo el cartel en honor a Grazziela y eso se hizo sentir. Saber que corríamos en homenaje a la madre de una amiga nos permitió una particular entrega. En esta oportunidad ofrecimos running, bici y running, la combinación de las dos disciplinas requiere una técnica particular que habitualmente no podemos entrenar pues no tenemos un lugar adecuado para hacerlo y este duatlón es una excelente ocasión para realizar los dos deportes que tanto amamos.

Nuestros tiempos fueron excelentes y se nota el esmerado plan que Claudia, nuestra entrenadora, realiza con nosotros:

—00:12:24 primer recorrido pedestrismo de Osmar, 2.5 k —00:50:47 16 k mountain bike  —00:23:01 segundo recorrido running de Osmar, 5 k —01:26:12 total

—00:14:22 corresponden a mis dos primeros 2.5 k —00:48:16 20 k de bici de ruta —00:25:15 5 k finales —01:27:53 tiempo total.

Al llegar a casa miramos los 400 metros vallas de Londres 2012 ya que participaba Deborah Rodríguez, nuestra compatriota. Deborah hizo una excelente carrera y logró un nuevo récord nacional con sus 57.04. Fue una actuación excelente y nos alegró su logro; agrego entonces a Deborah como homenajeada y, en su honor, también va mi duatlón.

El espíritu olímpico ha permeado estas semanas y se suma el espíritu altruista de Uruguay por Livestrong. El entrenamiento hacia la maratón de Buenos Aires se hace sentir pero la fuerza de los mejores del mundo en las más diversas disciplinas y de quienes luchan frente al cáncer nos motiva día a día.

Por un guerrero

El domingo 29 de julio se realizó la segunda carrera del campeonato 21 k de la CAU (Confederación Atlética del Uruguay); fue en Durazno en un día frío y ventoso. Fuimos con grandes expectativas pues era nuestra primera carrera en esa ciudad y la primera de 21 k de calle —hemos realizado varias de esa distancia pero en modalidad cross—. Para agregar expectativas y emoción habíamos decidido correr por un “guerrero de la vida”: Pedro Martino y, en el camino, Claudia nuestra entrenadora nos planteó los tiempos que pretendía que lográsemos. Íbamos cargados y motivados.

Llegamos a Durazno un rato antes de la largada y vimos poca gente. Y entonces llegó el primer regalo del día: ¡mi madre, mi hermana, mi sobrino y una amiga de la familia habían ido desde Young a alentarlos! Fue un shock vitamínico que sumó un compromiso más… Iba a ser una mañana desafiante. A las 11:00 h se largó pues todos queríamos finalizar en hora para ver el partido de Uruguay en el marco de los Juegos Olímpicos. Con frío salimos a hacer una vuelta de 1 k y pocos metros y luego el circuito (cuatro vueltas de 5 k cada una).

Jose y yo corrimos juntas, igual que el domingo anterior. Hacemos buen equipo pues tenemos un ritmo similar y afrontamos la carrera con el mismo paradigma (alguna que otra charla, aplausos, agradecimientos y reflexión cuando lo amerita). Terminamos la primera vuelta ya sin frío y a buen ritmo; qué lindo fue pasar cerca del arco y encontrar a mi familia con voces de aliento, aplausos y fotos. Tomamos agua y seguimos.

En la segunda vuelta nos pasó el corredor que iba en la punta, tenía un paso espectacular, una zancada larga y firme. Y nosotras seguimos. Soplaba un fuerte viento y en ciertos tramos se dificultaba avanzar, además había poca gente en el circuito y eso es sinónimo de poco ánimo… un circuito triste.

Al finalizar la segunda vuelta escaseaba el agua y en la tercera no había. Es indigna la organización que la CAU desplegó en la carrera de Durazno pues dos aspectos muy importantes de la seguridad fueron descuidados: la vial y la hidratación.  El circuito (en el medio de la ciudad) no fue cercado, los automóviles y las motos no circulaban por la calle por la que iban los corredores pero cruzaban en las transversales y eso es peligroso.  El presidente de la CAU participó del desfile inaugural de los Juegos Olímpicos como miembro de la delegación de Uruguay y portó, para todo el mundo, la bandera de la Confederación. Parece que la CAU está atenta a los Juegos Olímpicos  pero descuida a los deportistas anónimos que participamos de una carrera de 21 k de Durazno; los 108 competidores de Durazno no parecieron ser importantes para la Confederación…

Estos detalles no empañan el desafío de correr 21 k. Además correr en el mes de las Olimpíadas tiene cierta magia pues el espíritu del esfuerzo y de la sana competencia se extiende en el aire. Y cuando se suma una causa solidaria hay más regalos. En carrera, ya no recuerdo si en la segunda o en la tercera vuelta, un corredor se interesó por mi cartel. Le comenté que corríamos con el espíritu de Uruguay por Livestrong y que en esta ocasión lo hacíamos por Pedro, un gran luchador. Me comentó que él también tuvo cáncer —del mismo tipo que Lance Armstrong, el fundador de Livestrong— y que actualmente su hermano también se enfrenta a esa enfermedad. Le pedí que me buscara al final de la carrera para intercambiar correos electrónicos y continuar armando la red.

Ese contacto fue un shock de adrenalina, una inspiración, un abrazo a Pedro y en su nombre a millones; la fuerza necesaria para seguir y en Durazno lograr una marca para el recuerdo.  Jose y yo cruzamos la meta con tiempo espectacular (01:53); Osmar ya nos esperaba pues su tiempo fue todavía mejor (01:44).

Un final con tantos aplausos, fotos y abrazos es además otro regalo. Y la emoción que faltaba, el corredor que se interesó por el cartel se acercó y me entregó su medalla para que en nombre de un guerrero se la regalase a Pedro, otro guerrero. Se me encogió el corazón.

Y el día terminó con un almuerzo con familia y amigos. Después regresamos a Montevideo con el alma plena de excelentes recuerdos y saber que el objetivo del día se había cumplido: correr en honor a alguien que lucha por vivir y que lo hace con dignidad, gallardía y buen humor. Así es Pedro Martino y su fuerza y la de Uruguay por Livestrong fueron la motivación para una excelente carrera en Durazno.

Un derroche de energía

A Florida fui muchas veces porque una gran familia que reside en esa ciudad y en Montevideo fue muy solidaria conmigo en un momento de mi vida.  El domingo 22 de julio volví a ir luego de mucho tiempo y lo hice para participar en la 10 k de la Agrupación de Atletas del Uruguay.

La última semana fue de cargas altas y llegamos con el cuerpo cansado, la carrera ya es parte del entrenamiento para la maratón de Buenos Aires así que íbamos con el objetivo de cumplirla pero sin el desafío de un buen tiempo. De todos modos estábamos muy motivados porque en los últimos días decidimos correr los 10 k por Andrea Machado y Hugo Amaya. Andrea es la hermana de Miti —una compañera de trabajo— y tiene un linfoma; Hugo es técnico radiólogo, ha compartido trabajos con Osmar, y tiene cáncer de colon. Prometimos, en un posteo de Facebook, que cada paso dado sería en su honor porque es un honor para nosotros correr en nombre de ellos. Tenemos además la fuerza de ser parte de Uruguay por Livestrong y de recorrer distancias (a pie o en bici) para homenajear a quienes luchan frente al cáncer.

Llegamos a Florida bien temprano, la ciudad nos dio la bienvenida con un cielo azul brillante y mucho frío. Y el ambiente se fue armando… inflaron los arcos, llegaron otros corredores, nos anotamos y comenzó la preparación. Nos pusimos los carteles “en honor”, los carteles con los números y los chips. Ir a los servicios sanitarios fue una aventura pues quienes planificaron la carrera se olvidaron de que los participantes necesitamos baño. Solo había dos para las mujeres y en un estado deplorable, les aseguro que me faltan adjetivos para describir la mugre acumulada y la generada. ¡Qué vergüenza!

Averiguamos que el circuito era de dos vueltas y Claudia, nuestra entrenadora, repasó detalles y la consigna fue clara: la segunda vuelta debía ser al mismo tiempo o mejor que la primera. A las 11:15 se largó y salimos con la velocidad de las carreras de la Agrupación (¡a mil!). El Prado, un bellísimo parque de Florida, nos esperaba con sus elegantes subidas y bajadas. Intenso. Buena entrada en calor. Y seguimos. Durante el recorrido y en las esquinas hubo aplausos, aunque un poco tímidos. Más subidas con sus correspondientes bajadas para tirar las caderas hacia adelante, descansar los brazos y ganar segundos.

Antes de finalizar el k 1 me sumé a Jose (una de las integrantes del grupo “Las Saladas” con las que compartimos entrenadora) que iba rápido y juntas sostuvimos el ritmo. En el k 4 intenté un paso más conservador ya que de lo contrario no lograría el objetivo propuesto por nuestra entrenadora. Y seguimos a buen ritmo. Pasamos el arco a los 24:17 y yo estaba asustada pues íbamos muy rápido y no lograría mantener esa velocidad. Otra vez El Prado, otra vez subidas y bajadas; mi cuerpo respondía y las piernas se movían con agilidad.

Pasamos el kilómetro 9 y luego de una vuelta nos encontramos con la recta final y el arco que con gallardía nos esperaba. Esprintamos en los últimos metros y logramos un tiempo espectacular. En 48:27 recorrí los 10 k de Florida. Fue un derroche de energía y les garantizo que la razón es la energía que Andrea y Hugo nos otorgaron. Ellos son luchadores, conocen del esfuerzo y de las ganas de vivir. Su motivación fue la nuestra y nos permitió lograr nuestros mejores tiempos porque Osmar ya me esperaba en la meta —hizo su carrera en 45:28—.

Hugo, que vive en Florida, fue a vernos y testimoniamos el momento con fotos. Me emocioné pues recordé nuestra lucha y la de tantos. Saber que hoy puedo transmitir energía a través de mis piernas y correr en homenaje a la vida me hace feliz, intensamente feliz…

Para finalizar la jornada fuimos a buscar a otras amigas y con alegría compartimos los últimos kilómetros de la ¡primera 10 k de Jacky! Luego brindamos y reparamos fuerzas con un apetitoso almuerzo.  Espero muchas carreras como la de hoy aunque sé que esta fue especial: por las personas homenajeadas, porque fue la primera de Jacky y porque además en Florida di mi homenaje a una familia que, como comentaba al principio, en un momento de mi vida me brindó la hospitalidad necesaria para continuar mis estudios y proyectar mi vida profesional/laboral.

Así fue Florida el domingo: intensa, al igual que sus subidas y bajadas.

La magia del reino del Tahuantisuyo

Desde hace mucho tiempo anhelaba hacer conocer Machu Picchu; primero fue un proyecto individual y luego compartido y anhelado en pareja. Año tras año debíamos posponerlo pues nuestras principales vacaciones suelen ser en enero (la temporada de lluvias en Perú, estación inadecuada e inconveniente para este viaje).

En marzo de 2012 finalmente todo «cuadró» y comenzamos a planificar Cusco y Machu Picchu para el receso invernal. Debimos considerar la altura, el clima, el estado del tiempo y el equipamiento (técnico y liviano pues nuestro «camino a Machu Picchu» incluiría bici y trekking). El entrenamiento deportivo nos aportó algo de tranquilidad (la aeróbica) para encarar la travesía y el 6 de julio partimos de Montevideo con la ansiedad propia de un viaje de esta naturaleza.

Los vuelos y sus conexiones —complejos para que fueran económicos— fueron tres: a Santiago, Lima y Cusco; el trayecto duró trece cansadoras horas. El aeropuerto de Lima nos impactó: por el calor, la lentitud y la atención casi con descortesía. El funcionario de Aduanas (un sesentón) vestía camisa lila, tenía un brillante en la oreja izquierda y portaba varios anillos muy grandes, uno de ellos con el símbolo de pesos. Un personaje. El aeropuerto de Lima es moderno, cómodo, lindo y limpio, y cuenta con una amplia oferta de servicios (gastronómicos, tiendas, etc.) disponibles las 24 horas.

A Cusco llegamos a las 6 AM del viernes (8 AM de Uruguay) y un transfer nos llevó hasta el hotel. El Casa Andina Private Collection nos deslumbró: muy colonial, lindo, con buen servicio y muchos detalles. Ni bien arribamos nos instaron a tomar té de coca, el primer sorbo fue con recelo (habíamos probado en Montevideo y no nos había gustado) pero luego lo tomamos con más ánimo. ¡Todo para evitar el «soroche» (mal de altura)! También comenzamos a tomar pastillas Sorojchi Pills (mucho, pero mucho ácido acetilsalicilico, menos mal que me saqué la vesícula…).

Descansamos después del check in en una cama amplia y tapados con unas mantas de alpaca delicadas de tenues colores (castaños). Al despertar nuestros estómagos acusaban apetito y salimos a recorrer la ciudad y almorzar. Cusco nos cautivó con su luz diáfana y su esplendor geográfico y arquitectónico. Los sabores peruanos son además un atractivo particular y ya en el primer almuerzo degustamos un fragante cebiche.

Cusco (ciudad sagrada centro del Tahuantisuyo, antigua capital del Imperio incaico) fue fundada por los «hijos del sol» —Manco Capac y Maa Ocllo o los cuatro hermanos Ayar y sus esposas—.  El Inca, soberano del Tahuntinsuyo, movilizaba grandes cantidades de población y así expandió el territorio. Fueron trece los soberanos y el imperio Inca logró extenderse hasta Colombia, Chile, Argentina, Bolivia y Ecuador.  Dicen que el poder del Inca fue tangible en todo el Tahuantisuyo pero es en Cusco donde la arquitectura alcanza su esplendor: el Koricancha o Templo del Sol, las fortalezas de Ollantaytambo y Sacsayhuamán y, lo más impactante, Machu Picchu.  Cusco fue declarada Patromonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1983. Está ubicada a 3.399 msnm y cuenta con una población de 1.265.827 habitantes. Su clima es semiseco y frío con temperaturas que oscilan entre los 4 (mínima) y los 19 grados (de máxima). Su nombre en quechua, Qosqo, significa el «ombligo del mundo» porque en su esplendor controlaba una vasta red de caminos que unían gran parte de Sudamérica (desde el sur de Colombia hasta el norte de Argentina).

Nuestro camino a Machu Picchu (el Inka Jungle) comenzó el domingo bien temprano en la mañana. Luego de un apetitoso desayuno con toques bien locales (deliciosa fruta, mermelada de coca y café peruano, entre otros), el guía —Heider, Jeider o Jaider, no lo tengo claro— pasó a buscarnos. Nos unimos a otros once excursionistas y viajamos hasta Ollantaytambo, un pueblo hermoso, con construcciones coloniales pero de raíces incaicas que en su momento fue un antiguo lugar de descanso de la nobleza inca. Seguimos varios kilómetros más disfrutando del paisaje montañoso y del encuentro de culturas: la del Imperio Inca, la colonial de la conquista y la de un diverso grupo conformado por colombianos, un suizo, un belga, un brasileño, una francesa y un jordano, además del guía local y nosotros, representantes de la “garra charrúa”.

Nos alejábamos de Cusco, descendíamos en la altura pero una intensa niebla con lluvia y frío enrarecía el ambiente. El guía decidió continuar pues no era seguro rodar en bicicletas en esas condiciones; finalmente pudimos comenzar el tan ansiado descenso. Nos subimos a las bicis y la sensación de libertad fue inmediata, la lluvia mojaba nuestros rostros felices, de un lado las montañas altas y del otro el abismo, frente visualizábamos la carretera sinuosa y en el cielo nubes esponjosas, cercanas. Rodamos un par de horas, pasamos cauces de agua fría y hasta hubo pinchazos y leves caídas.

El primer día finalizó en Santa María, un pueblo triste y pobre entre las montañas. Fuimos a la cama temprano en un hostal básico y sin agua caliente; nos dormimos rápidamente pues estábamos cansados.

El lunes la caminata comenzó al alba, dejamos Santa María y nos  dirigimos al tradicional Camino Inca. A media mañana llegamos a Monkey House, una cabaña en la ceja de selva (selva alta) para descansar y conocer los productos típicos de la zona: frutas, vegetales, café, cacao. En el camino vimos numerosas plantas de coca, café secándose al sol y probamos naranjas y limas que tomamos directamente de los árboles. El imponente Salkantay con su pico nevado se visualiza siempre al frente, como indicando la ruta.

En la tarde llegamos a las termas cercanas a Santa Teresa, nuestro siguiente lugar de estadía nocturna. El baño termal fue reparador y muy agradable. Al pueblo arribamos en la noche, el último tramo lo hicimos alumbrados por nuestras linternas y bajo un cielo brillantemente estrellado. Éramos pocos caminantes pues la mayoría del grupo lo hizo en bus. Osmar y yo continuamos con nuestras pesadas mochilas con el convencimiento de estar entrenando…

Santa Teresa también es un pueblo deslucido aunque un poco más grande que el primero. La cena, al igual que todas las comidas, incluyó arroz como acompañamiento y nos dimos cuenta —finalmente y en conversación con los colombianos— que en Perú todos los platos típicos tienen este cereal. La sopa, bien casera, fue tan deliciosa como las anteriores.

El martes dejamos Santa Teresa con el objetivo de llegar a Aguas Calientes en la tarde. La última parte del tramo es hermosa, se camina al costado de la vía del tren entre una tupida vegetación con Machu Picchu y Wayna Picchu coronando una cadena montañosa espectacular.

Y llegamos a Aguas Calientes (o Machu Picchu pueblo) cansados, sudorosos, con apetito y deseando una ducha caliente.  Cenamos y descansamos porque el miércoles debíamos desayunar antes de las 04:30 h. A las 5 se abre el Puente Ruinas que conduce a la ciudadela y es conveniente tener buen lugar para ascender hasta las boleterías y entrar ni bien se abren las puertas.

Llegar hasta arriba es una difícil “carrera encubierta”, todo el mundo trepa, corre y algunos se desplazan con dificultad; en el camino se escuchan pasos, susurros y jadeos. Si bien Machu Picchu no está a la altitud de Cusco (3.399 msnm), igualmente falta el aire y además se sube por pequeños e irregulares escalones de piedra. Osmar y yo corrimos, nos cansamos, pasamos mucha gente y con esfuerzo llegamos en 44 minutos. Bañados en un sudor frío esperamos que las puertas se abrieran y entramos a una Machu Picchu vacía. El esplendor de la ciudadela inca nos esperaba y me emocioné… Esas lágrimas testimoniaron un sueño cumplido y la magia del reino del Tahuantisuyo invadió nuestros ojos y almas. Recorrimos la ciudadela, la disfrutamos y vimos cómo el primer rayo de sol penetra por la ventana principal del Templo del Sol. Es indescriptiblemente inteligente todo lo que esa civilización construyó, me pregunto dónde quedaron la conciencia colectiva y la inteligencia social… parece no haber rastros en la actualidad.

En Machu Picchu recorrimos las diferentes zonas: la agrícola, la industrial y la religiosa. Comenzamos por el Reciento del Guardián, conocimos la casa del Inka, las fuentes, los depósitos, el imponente Templo del Cóndor, la Plaza Principal, la Roca Ceremonial y el Templo de las Tres Ventanas, entre otros.  El acceso principal a la ciudad es un portal perfectamente construido con doble viga y un sistema de cerramiento muy avanzado.  La ciudadela es fuerte y cada piedra pulida descansa sobre otra para erigir paredes inexplicablemente sólidas.

A las 10 AM teníamos marcada nuestra entrada a Wayna Picchu (la gran montaña puntiaguda que siempre aparece atrás en las clásicas fotos) y entramos. El camino, a la vera de la montaña, es sinuoso y escalonado; es duro, falta el aire y es cansador, pero el regalo es ver a la ciudadela desde diferentes ópticas. La cima —pequeña y vertiginosa— es también un obsequio al esfuerzo y a la vuelta no tuvimos mejor idea que continuar la caminata hasta la Gran Caverna y Templo de la Luna. Cientos de escalones más, rodeados de una intensa vegetación. Más esfuerzo.  Terminamos exhaustos y felices, también hambrientos y esta vez no hubo arroz pues almorzamos en el servicio bufet del Sanctuary Lodge que está abierto a los turistas que no se hospedan en ese hotel (único en la zona, un super exclusivo cinco estrellas): verduras, pescados, quinoa y frutas —con litros de bebida— repararon mi cuerpo cansado.

En Aguas Calientes nos quedamos un día más y el jueves en la mañana volvimos a hacer trekking, esta vez sin mochilas… Parecíamos livianos y etéreos, y sin equipaje fuimos hasta los Jardines de Mandor. El lugar (ceja de selva con cataratas de agua bien fría) es muy bello y conserva la biodiversidad de la zona. Después nos trasladamos a las conocidas termas de aguas sulfurosas que dan nombre a la ciudad, pero no nos gustaron así que el paseo duró menos de diez minutos.

En la tarde-noche del jueves (18 h local, ya con estrellas en el cielo) tomamos el tren rumbo a Cusco. Llegamos a la antigua capital del Perú —el que fuera «ombligo» del mundo incaico, pues eso significa Cusco— a la medianoche. La ciudad es siempre tranquila y segura, limpia y sin gente mendigando. De noche se puebla de brillantes estrellas blancas en el cielo y miles de luces amarillentas del alumbrado público a lo largo y ancho de las montañas que cercan la ciudad por los cuatro puntos cardinales.

El viernes, bien temprano en la mañana, salimos a trotar. El objetivo era correr 40 minutos y partimos rumbo a las ruinas de Sacsayhumán. No pudieron ser continuos pues caminamos al final de la ciudad en intensas escaleras que parece que tocan el cielo.  La vuelta, en bajada, fue rápida y con las caderas hacia adelante; la frecuencia cardíaca fue una locura, siempre como en sprint final.

La ciudad de Cusco nos esperaba, luego del desayuno, para recorrer sus empedradas calles, disfrutar del sol y del limpio cielo azul. En Cusco hay cientos de lugares donde comprar objetos bonitos, miles de restós y cafés. Es un lugar muy cosmopolita, espectacular, una verdadera Torre de Babel, pintoresca y con rico perfume a comida. Recorrimos una vez más la Plaza de Armas, visitamos la imponente Basílica —construida sobre vestigios incaicos—, Koricancha y el cromático y versátil mercado.

En la noche nos dimos otro «regalo» pues habíamos gestionado una reserva en Chicha, el restó local del famoso chef Gastón Acurio. La cena, bien peruana con causas, cebiche, humita y quinoa, fue inolvidablemente deliciosa.

El sábado salimos nuevamente a correr con el objetivo de superar la cardíaca odisea del día anterior. Paramos un par de veces en la «subida al cielo» pero corrimos mucho más. De hecho, fue una hermosa visita a Sacsayhumán y una espléndida vista de toda la ciudad de Cusco desde lo más alto. Fue una experiencia para poner a prueba nuestra resistencia pulmonar, los cuádriceps en la subida y los gemelos en la bajada. Al final llegamos molidos pero felices y con ganas de más.

Las últimas horas de Cusco las destinamos a dos museos: el Inca y el de Machu Picchu. Encontramos reveladores objetos del mundo preincaico en el primero y una linda puesta en escena en el segundo con los objetos que fueron encontrados en las excavaciones de Bingham en la zona (1912 y 1915) y que finalmente fueron repatriados pues durante mucho tiempo se mostraron en los EEUU (Universidad de Yale y National Geographic Society).

A primeras horas de la tarde del sábado fuimos hasta el aeropuerto y comenzamos el periplo de regreso (Cusco-Lima, Lima-Santiago, Santiago-Montevideo). En la capital chilena nos esperaban nuestros entrañables amigos Víctor y Feña y la fiesta continuó en el restó Madam Tusan, también de Gastón Acurio. En esta oportunidad con comida chifa: una modernísima fusión peruano-china. Y el paladar explotó en sabores una vez más.

El domingo llegamos a un Montevideo gris y muy frío. Felices, muy felices de haber logrado un sueño personal que se concretó en pareja. Todavía me emociona haber conocido Machu Picchu y ya anhelo el próximo viaje.

Machu Picchu, la «Ciudad Perdida de los Incas» es una ciudadela enclavada ubicada al sur de los Andes peruanos; está situada en la cima de una montaña que domina el cañón del río Urubamba en plena selva tropical (ceja de selva o selva alta). Se piensa que fue un centro de culto y de observación astronómica o el recinto privado de la familia del Inca Pachacútec. Fue descubierta para el mundo moderno y occidental en 1911 por el norteamericano Hiram Bingham. En quechua Machu Picchu significa montaña vieja; esta ciudadela es considerada el ejemplo más extraordinario de arquitectura paisajística del mundo.