Natalia Cantarelli. De las botas de goma al diseño artesanal: una historia de colores y texturas

 

A fines de 2016, para mi cumpleaños, dos compañeras de trabajo que conocen mi interés por los accesorios me regalaron un collar de la artesana Natalia Cantarelli. Se trata de una pieza original que combina diversas texturas. Tanto me gustó el collar (que parece un “jardín de flores”), que me interesé en la obra de Natalia y la contacté. Un mes después nos encontramos en Santé, que está muy de moda —una carta elegante y una decoración jugada otorgan personalidad a la propuesta gastronómica—. El ámbito fue propicio para una larga charla que derivó en múltiples temas mientras Natalia, con orgullo, me enseñaba piezas de las colecciones Rosita y las Tres Marías.

Natalia luce como una orfebre, se mueve con gracia, es natural y delicada. Se define como artista textil y, fundamentalmente, diseñadora artesanal. Se formó como tal en la escuela de Peter Hamers, aunque su etapa laboral comenzó en el área agropecuaria. En la actualidad, vive de la orfebrería artesanal y realiza piezas únicas que se venden en Uruguay y en el exterior y que forman parte de colecciones que recogen la fusión estética de América Latina y Europa.

Las artesanías de Natalia tienen equilibrio cromático, balance de forma y vibración. Cada pieza es armónica, con características inusuales y mucha personalidad. Los collares y los brazales son un ensamble de texturas. Todas las piezas son muy prolijas y hay un cuidado particular en la presentación y en el empaque. Natalia se encarga de todo, hasta de teñir de forma natural las bolsitas de tela en las que entrega las piezas grandes.

Retener los colores del amanecer, de las flores y de la helada en los montes de manzanos

¿Natalia mujer luce las creaciones de Natalia artesana?
Sí, fundamentalmente las caravanas. Me encariño con lo que hago, tanto que a veces me cuesta vender [las piezas]. ¡Es que me gusta todo! Me tendría que quedar con tanto y eso es imposible, [y por eso] solo tengo un collar que uso muchísimo.

¿Cómo llegaste a ese estilo particular de artesanía?
Totalmente por azar. Comencé a trabajar en una galería de arte, con una artista, pero vengo de la formación agropecuaria. Nací en Montevideo y siempre tuve la fantasía de un internado. Cuando terminé el liceo [me debatía] entre estudiar Antropología y la Escuela Agraria. Mi hermana convenció a mi madre de que no estudiara Antropología, aunque en casa tampoco estaban de acuerdo con la Escuela Agraria, que finalmente fue la opción.

[En la Escuela Agraria de Libertad] comenzó a desarrollarse algo que después reflejé en mis colecciones. Me deslumbró la naturaleza, nunca había estado en contacto con esos amaneceres. Mi preocupación, en una época en la que no era fácil tener una cámara, era retener los colores del amanecer, de las flores y de la helada en los montes de manzanos.

Con la agricultura aprendí muchas cosas, [fundamentalmente] a valorar el tiempo de la naturaleza que me cambió y moldeó mi carácter. Siento que tenía que pasar por eso, también para encontrar la belleza en lo mínimo: en un fruto, en una flor silvestre. A veces añoro vivir rodeada de perfume, de gotas de rocío. Todo era un éxtasis, un descubrimiento que pensé que nunca iba a abandonar.

¿Cuándo llegó ese abandono?
Me abandonaron, en realidad. Trabajaba para unos suizos con un compañero de la Escuela Agraria, hacíamos agricultura no convencional y un día nos despidieron. Fue drástico. Yo tenía facilidad para encontrar trabajo, de hecho elegía en qué establecimiento trabajar, pero la racha se cortó.

Fue en 1999, me estaba comiendo los ahorros y un día una amiga fue a visitarme con una noticia: tenía un trabajo para mí como asistente en una galería de arte en la Ciudad Vieja. En aquel momento practicaba tai chi y estaba vinculada a artistas, mi grupo de amigos estaba conformado por gente del arte. La vida me iba poniendo en ese camino…

Esa oportunidad era la antítesis, [significaba] pasar de la bota de goma al taco. Una amiga me maquilló y fui a la galería. Ana Baxter estaba pintando y con ella empecé una vida diferente que, en definitiva, era la vida de mis sueños porque desde siempre había querido ir a Bellas Artes.

Con la fuerza de la formación agraria: de las ovejas y las lanas a los minitelares

¿Cómo te formaste en ese mundo tan diferente?
Estuve casi un año antes de hacer mi primera venta. Preguntaba, indagaba y estaba atrás de Ana todo el tiempo. Se me abrió un mundo. En mi casa se vivía un discurso muy fuerte [y diferente]: del arte no se puede vivir. En cambio, yo veía vender obras de más de USD 4000 y vivir del arte con dignidad.

Un día Ana me preguntó si quería aprender a dibujar o a pintar. Yo seguía con la formación agraria, con las ovejas y las lanas, y le respondí que quería hacer tapices. Me enseñó las bases e hice mi primer tapiz, comencé a explorar y [en una oportunidad] Ana me comentó que los holandeses usan cobre para dar volumen. Compramos cable en la ferretería y comenzó una nueva etapa de fascinación.

¿Y así comenzó tu recorrido personal?
Todo era muy fermental, en [la calle] Pérez Castellanos se había formado el circuito de diseño con Imaginario Sur, Tiempo Funky, Paulina Gross, Ana Livni. Yo estaba todo el día en la vuelta, pasaba a saludar, había galerías y artistas por todos lados (Cecilia Mattos, el Pollo Vázquez, MVD, Olga Bettas). Todo era propicio. Yo era una esponja, veía cuadros y los trataba de llevar al tapiz. Tenía 30 años y comencé a crear tapices en miniatura a sugerencia de Ana. Armaba los bastidores con fósforos, tenía una carterita llena de hilos con la que iba a todas partes y me pasaba haciendo minitapices. La primera venta fue a un extranjero.

Estaba fascinada y luego de un año me di cuenta de que todo mi dinero lo invertía en hilos, de que ya no salía los sábados y de que al llegar de trabajar me dedicaba exclusivamente a eso. Era algo pasional, mi trabajo era ingenuo y osado. La mayoría de las personas me decían que había algo nuevo [en mis creaciones] y que siguiera insistiendo, porque me faltaba técnica, pero había algo novedoso.

¿Seguís haciendo los minitelares? ¿Cuándo comenzó la joyería?
Ya no hago los telares, aunque fueron el inicio de la joyería porque con esas piezas armaba collares. Eran hermosos, pero lamentablemente no tengo ninguno. Comencé a trabajar con Imaginario Sur y Tiempo Funky. Consignaba mis creaciones y se empezaron a vender. Yo estaba sorprendida. Bordaba las lanas con canutillos, mostacillas, hacía florcitas bordadas y las incrustaba los minitelares. Mi estética actual no admitiría esas creaciones, pero eran muy lindas.

¿Tu estética cambió? ¿Cómo la definís actualmente?
Hago collares, pulseras, brazaletes, anillos, caravanas y prendedores, y todas mis creaciones son muy emocionales. Es tan pasional que estoy en la mesa de trabajo, ensimismada, levanto la cabeza y los ojos me guían al color que interiormente quiero usar. La naturaleza siempre está presente: en mis piezas hay flores y frutos. Procuro equilibrio, que cada artesanía transmita algo y cuando está terminada tengo que sentir algo. Busco unidad, [aunque] tuve una época disruptiva, rupturista y transgresora. Llegaba hasta el borde con colores que se peleaban. Hoy vivo un [momento] más componedor.

Me gustan la historia y la antropología y, de alguna manera, siento que hago un rescate antropológico cuando surgen líneas primitivas, en los colores y en las combinaciones. Mi bisabuela era indígena, mi abuela materna hacía alfombras y un algo de ellas hay en mí. [En mis colecciones] procuro rescatar la identidad uruguaya y siento que mi artesanía es, como el Uruguay, una fusión de Latinoamérica y Europa.

Las colecciones se definen en el proceso de taller y con el nacimiento de una pieza madre

¿Con qué materiales trabajás?
Hilos metalizados y de seda, metal, cobre, cintas de terciopelo y de raso, algo de cuero y tiento. Siempre estoy buscando nuevos materiales. En algún tiempo usé lana, pero no en este momento. La lana es más de invierno y me limitaba en las creaciones y en la venta. Paso buscando materiales. En Montevideo me conocen en todas las mercerías. Traigo del exterior también porque los viajes siempre aportan, me cambian mucho, tanto en la paleta como en los materiales que consigo.

Cuando te sentás a crear, ¿planificás o te dejás llevar?
Cada día, en [una maraña] de materiales, elijo los colores que me llaman la atención. Voy hilando hilo con alambre, voy seleccionando los colores de los hilos y formo una paleta para dar la estructura, la escultura de la pieza. No es un trabajo en serie, aunque procuro un poco de orden, hay días que me dedico a hilvanar, por ejemplo.

Busco movimiento y que el largo de los collares sea regulables. Me gusta que [los ornamentos] de un collar se puedan mover. Armo colecciones primero, dibujo, tiro ideas en el papel, aunque el trabajo se define sobre la marcha, en el proceso de taller. Luego de mucho trabajo, siempre aparece una pieza que es la madre y que define la estética de la colección. Esa pieza tiene una gran cantidad de información que la hace única y referente.

¿Qué te gusta hacer: collares, caravanas, pulseras?
No tengo una pieza favorita. Me gusta hacer todo, aunque en realidad lo que más me apasiona es hacer cosas elaboradas. Pero también me gusta Rosita, la colección más sencilla que tengo, porque es versátil, esos collares los puede usar una chica de quince o una señora mayor.

¿Se puede vivir de la artesanía en Uruguay?
Se vive de la artesanía, aunque hay que ser un poco malabarista. Hay que confiar, apelar a algo que pueda cambiar: que aparezca un buen cliente, una galería nueva, una tienda o una oportunidad. Yo trabajaba con Ana, tenía buenos ingresos, pero decidí jugarme. Me fui en 2008 y ese año, a los pocos meses de renunciar, me salió una beca inesperada. Fui a Hunan (China) a estudiar técnicas de bordado durante tres meses. Fue otro internado y la confirmación de que estaba en mi camino.

[Hace un buen tiempo] me mandaba hazañas que ahora no podría. Cuando me quedaban $ 1000 o $ 1500 era suficiente para irme a Buenos Aires a vender a Plaza Francia y traer dinero para seguir. Así estuve todos los primeros años. Yo creía en mi trabajo, en las creaciones que llevaba en mi mochila, viajaba con un tesoro en mi espalda. En cambio ahora soy más temerosa, ya no me juego tanto.

Quisiera que en Uruguay se valoraran y se vendieran mis creaciones como en Europa y Estados Unidos. Aquí vendo en la galería Acatrás del Mercado, en la tienda del Teatro Solís y cada año en la feria Ideas +. En el exterior, vendo en el barrio Latino de París —en la tienda Pays de Poche—, en la Fundación Iberé Camargo en Porto Alegre (Brasil) y en el museo de Arte Contemporáneo de Seattle, en Estados Unidos.

¿Qué te ha aportado la experiencia de las ferias?
Hace años que estoy en Ideas + y ahora formo parte de la comisión, incluso. Estuve en Francia, en París, y en México en Guadalajara y en el DF, donde me fue muy bien. Brasil y Argentina fueron mis primeras incursiones. De los viajes y de las ferias siempre se aprende mucho, nunca vuelvo de la misma manera.

Hacer feria ya no me entusiasma tanto, aunque trato de exigirme y de salir de la dicotomía me gusta/no me gusta. Me da un poco de pereza encarar una producción para una feria que es muy demandante; se trata de un mínimo de USD 5000, además del gasto del viaje, si es en el exterior. Tengo que hacer los trámites de exportación, pensar en el armado y en el empaquetado de cada pieza. Yo me encargo de todo y de la exposición también. Toda esa previa es muy cansadora, además del tiempo de trabajo. Quizás en mayo o junio vaya a México, un lugar que es muy inspirador y en el que no se corre con tanto riesgo porque es barata la estadía.

¿Cómo ves el futuro de Natalia Cantarelli artesana?
Quiero entrar más en el tema del metal. Voy a empezar una investigación con Claudia Anselmi, [ya que] quiero saber qué pasa con la fusión de textil y metal. Siempre en joyas y accesorios y desde lo artesanal, porque cada vez me gustan más la aguja y el hilo, aunque es una lucha con el tiempo y la cantidad [de piezas] que puedo producir. El cuerpo se cansa, las manos se cansan, aunque la cabeza no para…

De niño quería dibujar como Walt Disney, se formó en la prestigiosa School of Visual Arts de Nueva York y hoy se dedica al «surf art»

Eduardo Bolioli (Montevideo) tiene 55 años. Dice que “es padre y que es artista desde que tenía dos años, cuando ya rayaba las paredes de su casa. A los tres años, decía que quería ser Walt Disney y dibujar como él”.

En la escuela pública de Suiza aprendió a dibujar con figuras geométricas, pudo completar el liceo en Estados Unidos gracias a las clases de arte, y la calidad de su portafolio artístico le permitió entrar a la School of Visual Arts.

Vive en Hawái desde hace mucho tiempo y desarrolla un arte descriptivo que se denomina surf art. Trabaja en telas, maderas recicladas y combina mar, ecología, color, gráfica e ilustración. “No intento un arte vanguardista como para llegar a la Bienal de Venecia, hago arte fácil de ver”.

El dibujo me ayudaba a zafar

Eduardo nació en Montevideo, es el hijo mayor de una familia numerosa con una veta creativa genética heredada de un padre «que dibuja y pinta muy bien”. Todos sus hermanos también tienen talento artístico, pero ninguno lo perfeccionó. Su niñez, adolescencia y juventud estuvieron signadas por viajes y experiencias en Suiza, Uruguay, Argentina y Estados Unidos donde desarrolló sus inquietudes artísticas.  

“Mi padre [1] era pastor en Sarandí Grande cuando yo era niño. Íbamos a verlo en tren y mi madre me compraba blocs de hojas grisáceas, como los de almacén, para entretenerme. Luego mi tío fue pastor en esa misma iglesia, así que continuaron los viajes en tren. Para mí dibujar en esos blocs era como tener una computadora. Pasaba las horas del viaje haciendo dibujos animados, creaba mis propias historias. Ya de muy chico lograba reproducir a Super Ratón, que era mi favorito”.

Cuando Eduardo cumplió siete años la familia se mudó a Suiza. En la escuela pública a la que asistía la maestra de arte le enseñó a dibujar con figuras geométricas. “Era la única clase a la que prestaba atención, lo demás me resbalaba todo. Ella me enseñó constructivismo: a partir de unos círculos y rectángulos dibujaba un caballo. Me dio nuevas herramientas, hasta ese momento yo dibujaba a mano libre y a partir de ahí (…) superé los contornos”.

En tercer año de escuela la docente de arte se enfermó y no regresó. La maestra de la clase encomendó a Eduardo hacerse cargo de enseñar dibujo a sus compañeros. “Les enseñaba a dibujar animales fantasiosos tipo cartoon. Con un círculo teníamos el cuerpo de un perro, le agregábamos un nariz tipo Pluto y con dos círculos más formábamos los ojos”. Los demás niños lo seguían con entusiasmo, pero él no tenía a quién seguir y volvió a ser autodidacta.

“Regresamos a Uruguay en 1973, papá tenía que estar acá y no sabía adónde nos estaba trayendo. De Suiza a Uruguay del 73”. En la Escuela 130 de Portones, a la que no le gustaba ir, “seguía siendo el peor de la clase, pero tuve una maestra a la que le gustaba dibujar y de golpe pasé a ser el favorito. El dibujo me ayudaba a zafar de todo”. “Logré terminar la escuela, hice quinto y sexto en Uruguay. Comencé el liceo y comenzaron nuevamente los conflictos”.

Su adolescencia fue especialmente problemática porque “sentía que el liceo no era para mí, me hacía la rata, solo quería andar en skate y dibujar. Ilustraba la injusticia exterior y mi disconformidad”. El skate y el dibujo eran sus escapes, “todavía quería ser Walt Disney y sentía que en Uruguay no podía. Era asfixiante. Tenía que ver cómo irme, pero no estaba dispuesto a pagar el precio para ello: estudiar y terminar el liceo”.

“Me echaron del liceo 15, después me mandaron al [colegio] San Juan Bautista de donde también me echaron. Mis hermanos iban a Crandon, pero papá no quería que yo fuera hasta que no tuvo más remedio [2]. Entonces, pidió que me marcaran cuerpo a cuerpo, como si fuera un número cinco. Entré y me pasaba las clases haciendo caricaturas. (…) En Crandon fue la primera vez que me sentí cómodo en Uruguay. La gente era distinta, más abierta, había otra sensibilidad. Me integré, aunque las notas no subían”.

La situación, “asfixiante y que superaba las posibilidades” se resolvió cuando “a papá lo invitaron a irse de Uruguay y nos fuimos a EEUU, a Ithaca, en 1979”. “Llegué con un carné lleno de unos, ni siquiera llegaba al dos. Tenía seis solamente en dibujo”. Luego de hablar con el consejero del liceo, logró un programa en el que tenía arte fundamentalmente. “Dibujaba todo el día (…), aprendí sobre acrílicos, óleos, carbonilla. Me daban todos los materiales. Tomé clases de fotografía. Fue mi segunda formación. Fueron dos años y terminé la Secundaria”.

Su portafolio: la llave para entrar a la influyente School of Visual Arts

La etapa universitaria no iba a ser fácil, obviamente. “Por recomendación de un amigo de mi padre, apliqué en la conocida School of Visual Arts. Me dijeron que no, pero yo insistí. Llamaba e insistía. Me decían que mis notas no daban y pedí que me dejaran presentar mi portafolio. Tanto insistí que lo logré y [al ver mi trabajo] me aceptaron”.

La experiencia en la School of Visual Arts fue muy fructífera, como no podía ser de otra manera. Las habilidades de Eduardo, su entusiasmo y su ritmo de producción llevaron a que el prestigioso Harvey Kurtzman lo eligiera como miembro de su grupo más íntimo. “[Harvey] me formó y me ofreció un mundo de contactos, estaba metido en la élite del cartooning de Estados Unidos”.

Ese ciclo tan fermental comenzó a cerrarse. Eduardo empezó a asfixiarse nuevamente, sentía que no aprendía más y el surf comenzó a ser protagonista de sus días. Tuvo ofrecimientos de Disney y del propio Harvey, pero decidió no aceptarlos. El de Disney, en particular, era “ser un esclavo de la industria” y “Harvey quería que sí o sí terminara la School of Visual Arts. Me faltaban dos años y me parecía una eternidad”. Entonces abandonó los estudios porque “quería encontrar el lugar donde balancear mis intereses. (…) California o Hawái [eran los lugares] porque mi arte ya estaba vinculado al surf”.

“Llevé el arte de las calles de Nueva York a las tablas de surf”

En 1985 se fue a Hawái con el objetivo de pintar una tabla que apareciera en la revista Surfer. “Tardé un año y medio, pero lo logré”. “Al principio me [rechazaba] todo el mundo” y con insistencia logró trabajar para la fábrica número uno de tablas de surf y aprender el oficio. “Era un embole, [trabajaba con] aerógrafo y cintas, pero aprendí una nueva técnica que yo no manejaba” y después de haber pintado varias llegó la oportunidad de hacer una a su estilo. “Me inspiré en los grafitis que veía en Nueva York. Eran tiempos de Kenny Scharf, Keith Haring, Jean Michel Basquiat, [era] un momento espectacular con mucho arte callejero. Cuando el dueño de la fábrica vio la tabla se horrorizó. Tenía pinceladas intensas, se alejaba de las líneas perfectas [porque] mi tabla era lo opuesto a la perfección. Había llevado el arte de la calle a la tabla”.

Un nuevo golpe de suerte cambió el curso de su historia: un surfista joven quedó impactado frente al diseño. “Le encantó. (…) Quería una, decía que estaba buenísima. El dueño de la fábrica no se convenció, pero me pidió que hiciera algunas más. Pinté diez y duraron dos días en el surf shop”. Y con mucho trabajo y la creatividad a flor de piel, Eduardo se convirtió en director de arte de la marca durante casi diez años.

Ya estaba en la liga grande, su arte era reconocido en el ambiente y en 1992 se cambió a Local Motion, otra marca fuerte. “Me pidieron una reestructura porque estaban perdiendo ventas. Había logrado respetar mis horarios creativos, trabajar en casa e ir a las reuniones dos veces por semana. Surfeaba de día y trabajaba de noche”.

Walt Disney y el regreso a Uruguay

En 1992 surgió una nueva oportunidad creativa al trabajar para VH1 de MTV.  “Hice mi primer dibujo animado junto con mi hermano Sergio. Fui Walt Disney. La idea original del guion fue de Sergio, hicimos la historia del logo de VH1 que se convertía en Rudolf, el reno, para el festejo navideño [de la marca]”. De ahí surgió la propuesta de Vodka Absolut, me invitaron a hacer la obra para Hawái y ese trabajo me expuso también en Estados Unidos. Mi obra se vio en Time Magazine, Newsweek, USA Today”.

El regreso a Uruguay estuvo de la mano de Absolut en 1994. “[Me propusieron] hacerme cargo de la marca. Al llegar, después de 15 años, me encontré sin el trabajo porque Absolut había sido vendida. (…) Decidí dejar la pintura y buscar otro trabajo. Tenía un hijo y algunas historias tristes como el desencanto con el representante. Busqué trabajo en márketing, me vinculé con varias marcas del Uruguay hasta que hace cinco años me quedé sin trabajo una vez más. Me empezó a afectar el tema del estudio, me alcanzó. Tenía experiencia, pero no tenía ningún título. Llegó un momento en el que me cansé y me volví a Hawái en 2014”.

La vuelta a la pintura

En Hawái “tenía un lugar donde quedarme, la casa de mi hermano Sergio, [así que] no tenía que pagar alquiler. Llegué dispuesto a trabajar en lo que fuera. (…). Fui a la tienda In4mation porque conocía al dueño, Jun Jo, un surfista muy famoso. Él conocía mi obra, le hice una tabla que según sus palabras fue la mejor que tuvo. Le dije que necesitaba laburo. Me contestó que no perdiera el tiempo y que volviera al arte. Yo sabía que no podía, que vivía con plata prestada y que tenía que comenzar a producir. Y los espónsores del entorno respondieron una vez más: mis padres. Me prestaron más dinero para volver a pintar”.

El regreso al ruedo del arte fue eminente y en poco tiempo tuvo que armar una muestra. “Mientras tanto, pintaba tablas en alguna que otra fábrica. Sabía que iba a volver a pintar, pero pensaba que a los 70, no a los 50. Me costaba, pero hice la primera obra y tuve mi mejor aliado: Facebook. Las redes sociales cambiaron todo (…) y me permitieron, de golpe, subir la foto de esa obra y venderla muy rápidamente. Tuve que hacer otra y me di cuenta de que había vuelto”.

“Todavía no vivo cien por ciento del arte, aunque lo llevo con dignidad. Siento que estoy en la frontera y estoy por pasar la Aduana. Mis clientes están en todas partes del mundo porque me conocen por las redes sociales y porque Hawái es un lugar muy cosmopolita. (…) Los japoneses compran obras pequeñas por la recesión y por los espacios reducidos en los que viven; también he vendido a europeos y norteamericanos. Y en Uruguay, de golpe, todos los que decían que mis colores estaban mal, que la estética no tenía que ver con el lugar, cambiaron de opinión. Es que yo soy parte de la estética de los ochenta de Nueva York, en la escuela de arte estaba en contacto con esa vanguardia. Ahora me doy cuenta, ¡hasta fui a un cumpleaños de Andy Warhol!, [aunque] en su momento no lo aprecié”.

El surf art de Eduardo en Uruguay

La apertura en Uruguay llegó “hace dos años [cuando] vine para el cumpleaños de mi padre y apareció la galería Los Caracoles para ofrecerme una muestra. Se operaba mi exesposa y me quedé unos meses ese año. La Folie en La Paloma también me pidió una muestra. Vendí unos cuadros y la cosa se empezó a mover. Pocitos Libros y Gourmet Martí también me convocaron. Mostrar y vender, aunque fueran cuadros chicos, me permitieron alargar esa estadía con mis hijos, pero sabiendo que tenía que volver [a Hawái]. Porque vendo acá porque no vivo aquí”.

Además de su trabajo artístico en lienzos, reciclaje y madera, Eduardo tuvo un ofrecimiento diferente este último año: trabajó para Opi Rubio. La diseñadora le pidió una pintura para una casa en Punta Ballena. “Fue algo distinto, un desafío: no podía usar negro y tenía que dibujar una ballena con determinados colores. Yo nunca había dibujado una ballena porque en Hawái hay un artista muy reconocido que se dedica a eso exclusivamente. Para mí era un tema vedado que había evitado toda mi vida y ahora tenía que hacerlo. Además no podía usar negro que es todo para un dibujo animado (…). Y la ballena quedó muy bien. Mucha gente me empezó a llamar porque les gustaba la ballena, tuve varios intentos de vender otras, pero el precio ha sido una limitante. El arte se cobra”.

Eduardo está de visita en Uruguay nuevamente. Este viaje responde, en particular, a una cuestión de salud porque a mediados de enero se intervendrá el hombro derecho. Mientras tanto aprovechó para coordinar una exposición que se realizará el 7 de enero en Punta del Este bajo el patrocinio de Scotiabank (Galería Los Caracoles). Ha recibido otras ofertas también y es probable que se lleve a cabo una muestra en el Hyatt Hotel. Además, acaba de cerrar un contrato de representación con Black Sand Publishing para la venta de arte y gestión de su marca personal.

“En los próximos meses no podré pintar, pero la cabeza funciona. Algunos trabajos los podré hacer de todos modos. Sé que no podré hacer los trazos que hago ahora. Si Carlos Páez Vilaró hizo los murales a partir de los bocetos y con sus ayudantes, yo puedo encarar un proyecto artístico con mis hijos. (…) Tengo ideas para afrontar esos meses. Y también sé que está bueno descansar y mirar el trabajo realizado, como cuando me subo a la escalera de mi estudio a mirar la pintura desde un ángulo distinto. Ahora necesito ver y proyectar. Estoy en el medio de la vorágine y he tenido miedo de parar, pero necesito hacerlo».

 

[1]  Oscar Bolioli, pastor de la Iglesia Metodista en el Uruguay.

[2]  El Instituto Crandon es una institución de la Iglesia Metodista en el Uruguay (IMU). Oscar Bolioli, padre de Eduardo, es un miembro de destacada labor en la IMU y en organizaciones de la Iglesia Metodista en el ámbito internacional.

Soluciones para la gestión de una práctica habitual: gestión y medios de pagos para colectas

La mejor manera de saber si funciona una buena idea es intentar llevarla a la práctica

María José, Mario, Andrés y Gonzalo conforman el equipo de ColectaTe, una empresa emergente (las ya conocidas start-up) que ofrece un sistema de recaudación con diversos medios de pago en línea (transacciones bancarias y débitos de tarjetas) y también a través de locales de pago de red de cobranza.

María José y Mario, una tarde de noviembre, en las oficinas del Centro de Innovación y Emprendimientos (CIE) de la Universidad ORT respondieron preguntas y charlaron animadamente acerca de sueños cumplidos, proyectos y objetivos.

Un claro propósito: facilitar la gestión de las colectas que rodean la vida cualquier adulto

Mario, que se define como “emprendedor nato”, trabaja en el Departamento de Sistemas de una gran empresa estatal y, como todos los integrantes de una organización, ha participado de las más diversas colectas: la fiesta de fin de año, un compañero que va a ser papá, una penca, etcétera. En su sector, una compañera se encargaba de administrar cada colecta; con papel y lápiz encaraba el tema y lidiaba con los clásicos: “me olvidé”, “hoy no tengo cambio”, “recordame el lunes, después de cobrar el sueldo”.

“Yo tengo la actitud de emprender y detecto necesidades todo el tiempo”, dice Mario. “Donde alguien ve problemas, desde siempre veo oportunidades. Tenía muchas ideas, pero nunca me había animado y finalmente, ante el tema de las colectas, me lancé”. El propósito era solucionar la gestión a quien hace una colecta y con la idea plasmada en una hoja tamaño A4, en agosto de 2014 Mario fue a hablar con Enrique Topolansky, Director del CIE.  Topolansky le dijo que empezara y le aclaró que la única manera de saber si funcionaría era intentándolo; mientras tanto, la idea seguiría durmiendo en el papel. Y agregó, “alguien más puede estar pensándolo, alguien más puede estar haciéndolo”.

Mario habló con Sergio, un amigo que también es analista en sistemas, y con quien muchas veces habían conversado acerca de hacer algo en conjunto. Sergio se entusiasmó ante la propuesta y la elocuencia de Mario, y repartieron tareas. “El se enfocó en estructura, tecnología y desarrollo de la web, y yo me dediqué a los servicios”, explica Mario. “De forma inmediata comenzaron a aparecer diferentes productos, no solo la colecta. Además de facilitarle el trabajo al que organiza la recaudación, enseguida pensamos en agregar medios de pago para el que quiere aportar”.

Sabían que una de las claves era diferenciarse y, mientras desarrollaban el prototipo de ColectaTe, investigaron el mercado y encontraron que en Uruguay casi no había servicios iguales, aunque detectaron algunos con características similares. “Y nos enfocamos en brindar servicios minoristas: soluciones para artesanos, organizar un asado, las colectas para las maestras. Comenzamos a ver diferentes posibilidades y al poquito tiempo teníamos un montón de ideas”.

Compraron un hosting con una inversión inicial de USD 100, armaron una cuenta de Facebook y otra de Twitter y el 29 de noviembre de 2014 salieron con el primer prototipo de producción. Se largaron al ruedo con todo lo que tenían: la web y las redes sociales. De forma inmediata, comenzaron a tener seguidores en las redes sociales, amigos fundamentalmente, y algunos usuarios. Hoy ven que todo era muy primitivo, pues necesitaban colaboradores especialistas en márketing y comunicación, aspecto que solucionarían tiempo después.

Para ello, María José se sumó en abril 2015. Ya conocía el proyecto y como especialista en márketing pensó en que estaría bueno dar una mano. Comenzó tirando ideas y luego su participación creció. Sergio se abrió y hoy su figura como “socio fundador” es importante en la breve historia de ColectaTe. Gonzalo y Andrés, del “palo de sistemas”, se unieron para dar impulso al proyecto. Se fue conformando un equipo que se consolida día a día y que les demanda un tiempo importante de trabajo.

El ruedo y los problemas de emprender

El primer cliente fue la protectora de animales SOS Caninos y Equipos, “fue el 5 de diciembre y llegamos casualmente, por un perrito que se había perdido en el barrio”, explica Mario. “Adoramos a esa ONG porque fue la primera que confió en nosotros. Cuando pensamos ColectaTe no pensamos en las ONG, las veíamos como grandes clientes, incluso. Y ColectaTe estaba enfocado a un modelo de negocios con clientes micro. Pero la realidad nos sorprendió y las ONG más necesitadas se sumaron inmediatamente, fue un boom”.

Hasta el momento han contado con ayudas del CIE y de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). Esta los apoyó en dos oportunidades y actualmente están en el proyecto “Jóvenes Emprendedores” con procesos largos y rigurosos (hitos a cumplir, informes, rendiciones de cuentas y gastos) que les han permitido crecer significativamente. Han cumplido con todo lo que se han propuesto y ya están pensando en un tercer apoyo para continuar consolidándose.

Dicen que necesitan firmeza, posicionarse y crecer. Todas las ganancias obtenidas hasta el momento se han reinvertido, pues los integrantes de ColectaTe viven de sus sueldos en otros trabajos. Además, han invertido dinero en el proyecto.  Aclaran que comienzan a tener lindos problemas: se preguntan si quieren tener un inversor ángel, también los han invitado al piso 40 del World Trade Center a exponer su idea frente a posibles inversores.

El próximo objetivo a corto plazo es posicionarse masivamente. Saben que lograrlo sin una inversión masiva es un objetivo casi imposible de lograr. Hasta el momento, la microempresa ha crecido de forma orgánica, pero necesitan dar el salto exponencial de visibilidad.

La flexibilidad para resolver problemas y buscar soluciones para los clientes

ColectaTe nació para resolver la colecta al compañero de trabajo que se encargaba de la tarea, pero “tuvimos que ir por más y hoy tenemos un ejemplo que nos encanta: Desayuno Continental, una banda de rock que hizo una campaña para grabar su primer disco a través de una especie de crowfunding. Nos contactaron, no teníamos ese servicio y se los diseñamos. Fue una experiencia enriquecedora para ellos y también para nosotros”.

“Una ONG nos planteó que iba a realizar una actividad y que necesitaban solucionar la recaudación de un bono colaborador. Analizamos si cuadraba dentro de la ley que nos rige, vimos que sí y les brindamos el servicio. Porque la flexibilidad nos caracteriza”.

También incorporaron servicio de subastas para las ONG y notificaciones cuando se vencen colaboraciones periódicas que se debitan través de tarjetas de crédito. Lo hacen directamente al correo electrónico de quien colabora para una determinada organización. “Es una facilidad para quien organiza la colecta y para quien colabora, ¡no tiene ni que agendarse la tarea!”

La empresa, por su naturaleza, está auditada por el Banco Central, ya que ColectaTe es una institución de intermediación financiera de colocaciones minoristas, aunque estrictamente no “colocan”, no reinvierten. Toman el dinero, retiran su comisión y lo pagan cuando se les solicita. Aclaran que pueden brindar muchos servicios dentro del marco legal que los rige.

Aprender, tomar decisiones, jugar en la cancha

Todos los días se enfrentan a experiencias distintas, dicen María José y Mario. “Al momento de emprender, la emoción, las ganas y el entusiasmo todo lo dominan. Después las cuestiones financieras y económicas comienzan impregnar la vida cotidiana y ya es diferente. Más que un hobbie, hay que hacer que el emprendimiento se vuelva rentable”.

“Son muchas horas de trabajo, se deja la familia de lado, los amigos, etc. Es la vida de todo emprendedor”, agregan. “El mundo de los negocios es cruel, pero estamos muy confiados en el proyecto. Sabemos que tiene potencial, aunque sabemos también que alguien con la inversión suficiente y con una idea igual o similar nos puede pasar por arriba. Pero mientras tanto, seguimos con convicción, porque sabemos que sirve, que es útil”.

Entre sus clientes, tienen varias recaudaciones por enfermedad o accidente y organizaciones que nuclean a personas con capacidades diferentes, y son conscientes de que ese rubro tiene futuro en su proyecto. “Estamos aprendiendo a manejar nuestra emoción en relación con esos clientes”, dice Mario. “Hoy tratamos de involucrarnos con cada caso para ver exactamente cómo ayudar. Así hemos incorporado a la Fundación Forge y otras tantas organizaciones. También hemos dado charlas sobre emprendedurismo y participado de actividades sociales y deportivas. Estuvimos en Fundación a Ganar, vamos a ir al Liceo Francisco en Paysandú. Nos alimenta el espíritu, nos roban sonrisas.”

Hasta el momento han tenido un solo caso que les generó dudas y decidieron no sumarse al proyecto como plataforma de recaudación. “Las dudas no tenían relación con los valores de esa organización, sino con la transparencia de los fondos”, dice María José. “Si no queda claro el propósito, no lo aceptamos. No se trata solamente de aceptar clientes, sino que estudiamos todo y si nos cuadra, lo incorporamos. Manejamos dinero que la gente dona con un fin, entonces somos estrictos porque debemos brindar seguridad y confiabilidad”.

El futuro de ColectaTe

María José y Mario, con seguridad y sin titubear, dicen que “quieren vivir de ColectaTe”. Agregan que pretenden terminar por adelantado el año y los objetivos de la ANII. En concreto, en nueve meses quieren hacer una encuesta a 2000 mil personas y que se los conozca. También seguir consiguiendo transacciones, nuevos clientes que traerán nuevos clientes. “Queremos alimentar el clásico boca a boca”.

“Las ONG son grandes canales de difusión, pero queremos también atraer otros canales y hacer foco en casamientos, cumpleaños, colectas en colegios. Hoy tenemos nueve medios de pagos y queremos ampliar la oferta. Pronto seremos la primera empresa con la que ANDA probará medios de pagos digitales”.

También quieren anexar Paganza, porque en definitiva buscan anexar todos los medios de pago y que nadie se quede sin colaborar. “Nos gustaría que el usuario que desea pagar, tenga varias opciones y que decida cómo hacerlo. Nos gustaría que al momento de pensar en una colecta, nuestro servicio sea el primero que esté en la mente de los usuarios y que brinde todo lo que esa colecta demanda”.

Ficha técnica ColectaTe: servicios

El negocio es ofrecer medios de pago, armar una página web (estrictamente una landing page) para promocionar la recaudación y difundirla a través de las redes sociales de ColectaTe. El servicio está orientado a quienes necesitan recaudar dinero y no tienen cómo hacerlo.

Ofrecen pagos en línea: transferencia bancaria, tarjetas (VISA, ANDA, Creditel y OCA)  y PayPal. También pagos en la red de cobranza de RedPagos.

Ficha técnica ColectaTe: integrantes

Mario Camerota. Licenciado en Sistemas egresado de la Universidad ORT y, fundamentalmente,  emprendedor por naturaleza.

María José Lorenzo. Analista en Marketing, UDE. Invitada a participar del proyecto, seguidora de ColectaTe desde los inicios del proyecto.

Andrés Pavoni. Analista en Sistemas, estudiante de Ingeniería en sistemas en UDELAR.

Gonzalo Gutiérrez. Analista en Sistemas, estudiante de Ingeniería en sistemas en UDELAR.

Sergio Garrido. socio fundador, ya no forma parte de la organización.

Acotaciones sobre otras consideraciones

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Una periodista mexicana que vivió seis meses en Montevideo publicó en su blog algunas apreciaciones sobre la ciudad y su gente. El artículo, además, fue difundido en En Perspectiva. Desde que lo leí —hace unas semanas— pienso en las conclusiones que esboza desde su mirada de extranjera y, a modo de respuesta, dejo consignadas algunas cuestiones que percibo como habitante de la ciudad.

Andrea Arzaba, así se llama la periodista y bloguera, comienza diciendo “no tenía expectativa alguna al venir al paisito sureño, y sin embargo debo confesar que me sorprendió mucho”. Desde el inicio la autora plantea un cuestión que, a mi modo de ver, es muy importante: “Uruguay como paisito”. Así lo definen muchos uruguayos, aunque mi opinión es totalmente diferente. Uruguay es un país chico, pero no es un “paisito”. ¿Son Suiza y Finlandia “paisitos”? El diminutivo lo empequeñece y, además, genera el marco ideal para fortalecer el bagaje de excusas propicias al “dejarse estar”, “quedarse en la cómoda”, “hacer las cosas a la que te criaste” propias del “paisito” que no dará el salto, que nunca será grande porque está destinado a ser pequeño: un “paisito”.

Como periodista y estudiante de maestría, Andrea A. plantea aspectos que dicen le parecieron curiosos en relación con la cultura y la gente del Uruguay. Me detendré en algunos de ellos, en los que me causaron más escozor.

“1. Creen que Montevideo es una ciudad muy peligrosa. (…) En realidad, viniendo de ciudades más grandes como la Ciudad de México, Montevideo me parece una de las capitales más tranquilas del mundo”. Los montevideanos, en general, no percibimos a la ciudad como si fuera tranquila, tampoco es amigable. Si se compara con Ciudad de México (no la conozco), seguramente sea mejor; el tema es la vara con la que se compara. Quisiera compararla con otras capitales y me atrevo a decir que la conclusión será diferente. ¿Podríamos usar como parámetro Santiago de Chile, Washington, Madrid, París, por ejemplo? ¿Cómo nos iría en ese ejercicio? Mi vara está puesta en esas ciudades, no en Buenos Aires o Ciudad de México, pues como ciudadana comprometida aspiro a que mi ciudad sea como las más cómodas, amigables, bellas.

“3. El arte callejero es asombroso. Da vida a la ciudad, especialmente los murales que se encuentran en Barrio Sur, Palermo, Parque Rodó y el Centro. También es fácil encontrarse círculos de percusionistas en distintos barrios de la ciudad. El candombe trae calor hasta en los días más nublados”. ¿El arte callejero es asombroso? Yo diría que esos murales pasan casi desapercibidos en una ciudad desprolija, gris, muy sucia y llena de grafitis que distan mucho de lo “artístico”.

En un principio consideré mencionar que el candombe se luce casi exclusivamente en la noche de las “Llamadas” cuando despliega todo su esplendor, pero varias personas que conocen más del tema me comentaron que en ciertos barrios los ensayos de las comparsas son de gran nivel, dan cohesión al barrio, y desde los adultos se crea un verdadero proceso de identidad cultural que permea en los más jóvenes.

Por otra parte, es cierto que el candombe aporta calor. Su ritmo profundo cala hondo y junto con las palmas representan, en el imaginario colectivo, la firme presencia ante la represión.
“5. La relación del uruguayo con Argentina. Me recuerda a una relación de dos hermanos que se quieren pero se pelean. Los uruguayos critican a Argentina por el fútbol, porque los turistas llenan sus playas, y sin embargo se sienten orgullosos del arte y la cultura del país vecino. Cuando un uruguayo quiere validar algún argumento siempre menciona algo relacionado con Buenos Aires”. Es verdad, la relación de uruguayos y argentinos es como la de hermanos, y los nacidos al oriente del Río Uruguay consideramos que los del otro lado nos tratan como si fueran nuestros hermanos mayores. Y la relación es ambivalente, casi de “amores y odios”, como la de hermanos. Pero no concuerdo con la afirmación “cuando un uruguayo quiere validar algún argumento siempre menciona algo relacionado con Buenos Aires”, ya que muchos de nosotros somos críticos con ciertas costumbres y manifestaciones simbólicas de los argentinos. Seguramente en el ámbito en el que se movió la periodista fue así, pero no es generalizable.

“6. Los conductores del ómnibus parecen seres todoperosos. Muchos de ellos conducen, abren las puertas, cobran y dan cambio a los pasajeros. (…) El transporte en la ciudad me pareció bueno y nunca tuve que esperar demasiado a que pasara un ómnibus”. El transporte en Montevideo es uno de los mayores problemas de la ciudad: es lento (¡paquidérmico!), pesado y muy malo. El servicio es de baja calidad, los ómnibus están sucios y muchas veces la gente viaja atiborrada; además quienes los conducen maltratan a los pasajeros mayormente. El taxi no es mucho mejor tampoco y la relación entre pasajero y conductor parece estar signada porque los segundos hacen un favor a los primeros aunque estos paguen. ¿Muy raro, no?

Por otra parte, los conductores de ómnibus y de taxis suelen considerarse “todopoderosos”, se comportan, en su mayoría, como si fueran los dueños de la calle. Y lo digo con la propiedad que me brinda la experiencia: soy ciclista en Montevideo y uso la bicicleta para ir a trabajar y también para hacer deporte.

“8. Malas palabras. Si uno quiere conocer todas las malas palabras del español de Uruguay, una buena idea es mirar un partido de fútbol en un bar o con una familia uruguaya”. Cuando leí el artículo por primera vez al llegar a este ítem el rigor profesional de la escritora se desmoronó por completo. ¿Qué periodista considera que las palabras son malas o buenas? Esa distinción es antiquísima y suele ruborizar a los lingüistas y a quienes procuramos expresarse correctamente. Las palabras no son buenas o malas, son adecuadas, inadecuadas o malsonantes en determinados contextos. ¿Es necesario introducir el trillado ejemplo de “cola” y “culo” y sus diferentes connotaciones según los márgenes del Atlántico?

Por otra parte, no miro fútbol así que no puedo asegurar que el repertorio de palabras malsonantes (aquellas que además son inadecuadas para un ámbito escolar, por ejemplo) se despliegue en quienes miran un partido en un bar o en el seno de una familia uruguaya.

Para finalizar, la periodista esboza algunas ligeras conclusiones en relación con el alcance del sistema de salud, la educación, el reparto equitativo de la riqueza, la educación y amabilidad de los uruguayos. Finaliza mencionando que “estos y muchos aspectos hacen de este país una nación excepcional. Uruguay es un país maravilloso, pero sus habitantes no lo saben. A mí me gustaría que lo supieran”.

Soy una uruguaya que a diario ejerce su ciudadanía con responsabilidad y creo que la periodista mexicana concluye con ligereza y liviandad. En mis crónicas de viaje suelo hacerlo también, pero el problema aquí es el lugar que le confiere la responsabilidad profesional como periodista. Más allá de esas cuestiones, Uruguay es un país en el que muchos vivimos bien pero que está muy lejos de ser maravilloso. Según el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) «maravilloso» significa extraordinario, excelente, admirable. ¿Algún país puede ostentar estas características? Disculpen la franqueza y el nivel de rigidez, creo que solo en la ficción existen países así.