Gebana de Leiden Shoes: elegancia y comodidad

 

En la primavera de 2016, en las redes sociales vi un anuncio de zapatos que me llamó la atención por el diseño y el estilo del producto. Comencé a seguir la marca, pues quedé inmediatamente enamorada de los Gebana de Leiden Shoes. No los compré en ese momento y tampoco me compré zapatos en primavera ni en verano, quizás porque todos los demás me parecían sosos en comparación con esos zapatos tipo “balerinas sofisticadas”.

¿Qué tenían los Gebana en particular? Taco bajo (ideales para andar todo el día y trasladarme en mi bici urbana), un color muy sutil, cuero con textura, punta marcada y un diseño transversal que deja el empeine libre y cubre el arco. Los zapatos, ya puestos, tienen un interesante efecto espejo, como si fueran una mariposa.

Un lunes de marzo, en el medio de un sopor como no recordaba en mi vida, también en las redes sociales encontré un mensaje que parecía especialmente dirigido a mí: ¡quedaban las últimas Gebanas y estaban rebajadas! Sin dudarlo, me contacté con Leiden Shoes y esa misma tarde fui a buscar mis zapatos. Elegí un par de color habano  —ofrecían, además, la versión en negro— y casi salgo con ellos puestos.

Los estrené la mañana siguiente, a pesar del calor, y ese día y los sucesivos estuve admirando mis pies por la elegancia que otorgan. Son versátiles y por ello perfectos para faldas, vestidos, pantalones de todo tipo y jeans.

Los Gebana (nombre inspirado en La Habana) están confeccionados y forrados íntegramente en cuero nacional.  El taco es de madera y se llama “bizcocho” (diversas piezas pegadas una sobre la otra), la suela es antideslizante y la plantilla tiene un material similar a la goma eva para amortiguar el impacto y hacerlos más cómodos.

El zapato cuenta con dos partes: la puntera (triangular y muy «estilizante») y el resto del pie, unidas por una costura doble. En la vira (contorno) la costura es simple y en el talón es doble. El interior de cada Gebana, forrado en suave cuero, está totalmente realizado en doble costura.

Detrás de los originales Gebana hay talento y un emprendimiento a cargo de dos mujeres que un buen día se la jugaron para vivir del diseño y de la venta de zapatos.

Leiden Shoes: zapatos con diseño pensados para mujeres multitarea

Ana Laura Pacillo (33) es licenciada en Negocios Internacionales y tiene un posgrado en Márketing y Romina Inverso (29) es técnica en Vestimenta. En 2013 se conocieron trabajando en la misma empresa en el rubro textil. Descubrieron intereses en común y un mismo espíritu emprendedor.

Romina ya diseñaba ropa y Ana Laura tenía “un montón de ideas sobre zapatos”. Esas ideas necesitaban “bajarse al diseño y hacerlas viables” y Romina parecía ser “la persona ideal”. “Nos juntamos y comenzó todo. Fuimos trabajando de a poco y Leiden, como empresa, surgió a inicios de 2016. ¡Dejamos nuestros trabajos y nos jugamos! Invertimos todos los ahorros, podíamos ganar o perder, pero sentíamos que ese era el momento. Al inicio fue como una ONG porque todo el dinero que ingresaba lo recapitalizábamos”, explica Ana Laura.

Las “chicas Leiden” se dedican a diseñar y vender zapatos, exclusivamente. Sus creaciones se caracterizan “por el diseño, la combinación de colores y la buena hechura”. Para ello, buscaron un taller propio y se asociaron con el tallerista. “Fuimos hacia atrás en la línea de producción, apostamos a quien hace el zapato. Buscamos a un excelente tallerista; Romina, con su experiencia, se encargó de ese tema y, además, ahora el trabaja en el taller. Y yo me encargo del área comercial”, comenta Ana Laura.

“Alto invierno” fue la primera colección que lanzaron el año pasado, exclusivamente con botines. “Quisimos evaluar la aceptación y tuvimos mucho éxito”, explican. De esa manera, comenzaron a crear un nombre en el mercado y para el avance del verano 2016 ofrecieron diez productos. Entre ellos, las Gebana, “que se caracterizan por la comodidad y elegancia”, según las autoras.

Los zapatos Leiden se encuentran en ferias de diseño (recientemente estuvieron en Máxima) y en el atelier de la marca. Las redes sociales, que ellas mismas gestionan, son su principal instrumento de difusión y venta (FBK, Instagram y Twitter). Sus diseños, para mujeres de 30 a 60 años, procuran brindar comodidad y estilo a “mujeres trabajadoras, con ideales, mujeres multitarea, que buscan zapatos cómodos para cualquier actividad”.

En poco tiempo, pero con muchísimas horas invertidas en el emprendimiento, Romina y Ana Laura ya cuentan con varias lecciones aprendidas. Entre tantas, destacan que “hay muchas mujeres que emprenden, pero que no tienen las herramientas para desarrollar el negocio que quieren. Hay miedos, falta de financiación y poca ayuda. Nosotras llegamos a donde estamos porque actuamos desde otro lugar, ayudamos todo el tiempo y propiciamos el compañerismo, y eso es recíproco”. Agregan que “se puede vivir del diseño y venta de zapatos” y enfatizan que “demanda un compromiso total y muchas horas de trabajo”. Su diferencial es escuchar a las clientas y para ello cuentan con las redes sociales y el atelier que “es un lugar ideal para conversar, charlar y atender personalizadamente”.

En la colección de invierno 2017 siguen los modelos de taco bajo, aunque innovaron con algunos altos y plataformas. Con sus zapatos y botines “de mujeres para mujeres” piensan afianzar el mercado montevideano y llegar al interior del país. “Creemos que hay potencial, necesitamos revendedores que sigan con nuestra línea de atención personalizada porque ese es uno de nuestros diferenciales”.

Del blog al taller. La experiencia de “La Vida la la la” para “construir la realidad en la que se quiere vivir”

Susana Castro Conti (43) es esposa, madre y docente de Comunicación Visual, y es la responsable del Taller (de crochet y otras artesanías) La Vida la la la. Susana es muy cordial, expresiva y se muestra naturalmente dispuesta a mostrar lo que hace. Su inclinación por la docencia se hace evidente en el tono de su voz y en la forma de encarar los temas. Además, en la manera generosa de contar sus vivencias como emprendedora.

Su experiencia comenzó con un blog que se transformó en un taller. El lugar físico en el que se desarrollan las instancias creativas (el taller físico) está muy cuidado porque el entorno debe favorecer el proceso de enseñanza-aprendizaje. La modalidad de taller permite intervenciones que Susana considera fundamentales para el proceso creativo, por ello “el lugar debe generar ganas de estar para predisponer al aprendizaje y fomentar la creatividad”.

El taller, amplio y con ventana a la calle, es un lugar que invita. Es un espacio en el que prevalece el color y el orden, a pesar de la gran cantidad de materiales. Hay latas y latitas, cajas de todos los tamaños y baldes pequeños que albergan lápices, pinceles, fibras. Hay muchos cajones, algunos grandes y otros chiquitos. Hay armonía y diversas texturas. Hay elementos que invitan a trabajar con las manos y artesanías que invitan a mirar o usar. Entre tanto color, prevalece el anaranjado y el rosa con algunos tonos de fucsia y violeta.

La preocupación estética del emprendimiento también se evidencia en las redes sociales. El contenido de las publicaciones de “La Vida la la la” en Faebook e Instagram es variado y, además, generan un boletín de noticias cuando tienen un taller para ofrecer. Se muestra un trabajo arduo y constante, y un afán por sostener el interés del público.

Una instancia para la creatividad personal

Susana se presenta como profesora de Comunicación Visual y también como emprendedora, aunque lo expresa con timidez y parece que debe justificarlo con una sonrisa, como si todavía no se convenciera de su iniciativa. “Mi trabajo formal como profesora de Dibujo, y de Educación Visual y Plástica es en Secundaria (pública y privada). Toda la vida me gustaron las manualidades, me gusta coser, tejer, bordar, y  me pasó algo que es habitual en la docencia: mi espacio creativo personal se fue relegando porque los tiempos no dan….

A partir de una capacitación específica en relación con las TIC (Tecnologías para la Información y la Comunicación), Susana se enganchó en un foro español de decoración de interiores, un tema vinculado a su veta creativa. “Muchos de los miembros del foro tenían blogs, descubrí ese mundo y me entusiasmé. Los blogs abren puertas que abren otras puertas, así que de la decoración de interiores llegué a blogs de artesanías. Y de España salté a Argentina. Me entusiasmé tanto que comencé a armar un blog; empecé a hacerme un espacio para mí, el tiempo creativo que estaba abandonado. Ese fue el primer sentido del blog La Vida la la la.

El nombre del blog, que canta a la vida, es una expresión comodín de su familia. “Es una frase que dice todo y nada, que tiene música y que destaca la unión de vida y del canto, de la vida y del disfrute. Es algo divagada, pero me gustó y me sigue gustando”.

Entre los miembros de un foro (personas con un fuerte interés en común) suelen generarse vínculos fraternos y Susana no fue ajena a esa realidad. En las conversaciones digitales —dice que en ciertas charlas hasta se trataban temas muy íntimos— surgió la necesidad y el empuje para pasar del blog a la acción. Hubo quienes se dedicaron a vender sus artesanías, quienes emprendieron en grupo y quienes se enfocamos a enseñar. Del blog, entonces, surgió el taller “La Vida la la la” para unir la docencia y un espacio de creatividad.

Un espacio para crear con las manos

Los primeros talleres que Susana ofreció, hace cuatro años, fueron de crochet. “El crochet es muy sencillo, yo veía, de niña, a mis abuelas hacer crochet y en particular lo aprendí con mi suegra. Ella me enseñó la técnica básica y descubrí que, a partir de lo básico, se puede hacer mucho”.

Susana agrega, insistentemente, que no es necesario de “tener mano”. En su taller para principiantes llegan personas “que no saben nada y se van con algo hecho por ellos”. “Lo más básico es el punto bajo que permite mucho más, porque el crochet se basa en combinaciones de ese punto. Es cierto que requiere algo de pensamiento geométrico y quizás algunas personas, las que tienen inteligencia espacial, se sentirán más cómodas con la técnica. Pero quienes no tengan esa habilidad, también pueden aprender”.

La propuesta de talleres de “La Vida la la la” es de aprendizaje y experiencia compartida. Susana trabaja en la creación de “un espacio para pasarla bien, para crear con las manos”. Asisten, mayormente, mujeres entre 20 y 60 años y, en general, cuando van adolescentes lo hacen en compañía de sus mamás, “para pasar un tiempo juntas”.

Del crochet para principiantes —que es el primer escalón— se puede continuar con talleres más avanzados. En 2016, se realizaron varios: uno de mandalas, otro de amigurumis y uno de granny squares (los cuadrados de abuela).  

Además del crochet, en “La Vida la la la” se ofrecen diversas instancias creativas porque Susana comparte el taller con otros artesanos. Esas instancias (sobre bordado, encuadernación, fieltro húmedo y papel reciclado) le permiten, además, participar como asistente para aprender y enriquecer su veta creativa.

Emprender es aprender

Gestionar el taller y que funcione implica mucha dedicación, significa tiempo de trabajo, además del que demandan las clases y la vida (del hogar y en general). Para que el taller sea viable hay que alimentar las redes sociales y generar boletines informativos. “Mi esposo me ayuda porque es mucho trabajo. Requiere dedicación, esfuerzo y mantenimiento. Todo fue surgiendo y tuve que aprender sobre la marcha. No solo he tenido que aprender y mejorar las técnicas que enseño, sino que debo estar al día con otras cuestiones. Por eso aprendí a manejar Facebook e Instagram, por ejemplo. Me inclino por las redes que me gustan más o las que me son más fáciles, el blog primero e Instagram ahora. Pero también tengo que hacer otras, porque Facebook, por ejemplo, tiene gran alcance y muchas repercusiones”.

El taller de Susana es parte de su casa, porque “en definitiva, es un emprendimiento familiar, mi esposo se encarga de la gestión de la base de datos para la newsletter y mis hijos me ayudan los días de taller. El emprendimiento tiene un involucramiento familiar. Así se dio porque emprender implica vivir de una forma coherente con los sueños”.

Susana agrega que emprender significa animarse a seguir a pesar de las dificultades y que el desafío es sobreponerse a los problemas y continuar. También implica estar atento a las oportunidades, generar espacios, manejar los intereses y lidiar con el manejo de los tiempos (¡todo un tema, según ella misma confiesa!). Cuando Susana pasó de los sueños a la acción, tenía mucho miedo. “Pensaba ¿qué pasa si no viene nadie? Y me decía: ¡nada! Habrá que ofrecer un nuevo taller”.

Su recomendación, como emprendedora, es que “hay que aprender a bancarse la frustración. Hay que aprender a tolerar los errores porque si realmente se quiere algo, hay que meterle para sobreponerse a `los a pesar de´”.

Taller La Vida la la la

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Qué se ofrece: “Técnicas y experiencias, un tiempo para cada uno. Un tiempo para tomar té, café y crear, para sentir la gratificación de transformar algo.

Días de taller: sábados de tarde.

Técnicas: crochet y bordado, fundamentalmente. En estos años han realizado talleres de encuadernación, fieltro húmedo y papel reciclado. Y a futuro mucho más: origami, caligrafía bordada y confección de prendas básicas.

Para: quienes gustan de las manualidades, valoran los oficios y quieren experimentar la satisfacción de crear.

“Los papeles, que siempre duermen a la espera, despiertan a través de un pliego”. La historia de Macachines – Arte en papel

De niños, en la escuela, seguramente todos hicimos algún que otro origami: el molinete, el barco o el avión. La técnica —también conocida como papiroflexia— es milenaria, de origen oriental y consiste en plegar papel para formar figuras sin cortes ni pegamentos. La base inicial es la de un cuadrado o rectángulo, y el resultado es sorprendente: desde figuras sencillas hasta modelos muy complejos.

Gabriela Retamosa (37, licenciada y posgrado en márketing y responsable de Macachines – Arte en papel) dice que el origami llegó a su vida casualmente; pero le gusta pensar que en otra vida debe de haber nacido en China porque, además de armar figuras a través de plegar el papel, hizo yoga y tai chi. Así explica su afición y, en particular, hace hincapié en lo sorprendente de la técnica, pues a partir de un simple papel se pueden lograr fantásticas figuras: una grulla, un elefante, una mariposa, una letra o una flor.

Esta es la historia de un interés que nació para llenar un posible vacío cuando Gabriela se mudó sola y se volvió un emprendimiento que cuenta con tres colaboradoras más, una línea de productos bien definida, impactos en escenarios y grandes superficies, y muchos planes a futuro. Macachines es un ejemplo de cómo un hobbie puede transformarse en un proyecto con perspectivas de crecimiento, un ejemplo de cómo aprender a resolver las más diversas cuestiones y sobreponerse a las dificultades para lograr lo que se quiere.

Frente a su mesa de trabajo, entre papeles de colores, entre vicisitudes y dificultades, proyectos y perspectivas, Gabriela relató las experiencias que dan identidad a Macachines – Arte en papel. Y, en especial, como responsable de Macachines, se atrevió a poner en palabras sus sueños. Como otros emprendedores, Gabriela se sobrepone al “me gusta/no me gusta” y hace de todo, aprende y lo intenta, y vuelve a empezar para “buscarle la vuelta, siempre”.

¿Cómo comenzó tu vínculo con el origami?
Todo surgió por mi hermano, que en un viaje a Europa trajo un libro de origami. Fue hace un montón de años, [tanto que] no recuerdo ni qué edad tenía yo. Él hizo algo de origami y yo también, pero no mucho. Y pasó la vida. A los 30 me mudé sola y me busqué un hobbie para no aburrirme. Le pedí el libro y comencé a plegar papel; hice un móvil para regalarle a mi sobrina que recién había nacido y le mostré los origamis a mis amigos. Comencé a regalarlos; la consigna era: “A vos te lo regalo, pero si querés regalárselo a alguien, te lo cobro”, [porque] esa fue la forma que encontré para promocionarme.

¿Y te empezó a entusiasmar cada vez más?
Sí, veía que todo quedaba lindo. Comencé a comprar otros libros y a seguir tutoriales en YouTube. Machachines me acompaña todo el tiempo, siempre estoy pensando qué hacer y cómo hacerlo. Un día estaba en el Puertito del Buceo, en la tienda que venden frutas y verduras exóticas, y vi un móvil hindú con el clásico elefante. Lo miré y pensé: “Yo puedo hacerlo, pero en papel”. Lo intenté; no encontré las campanitas, pero le adicioné una borla y así salió ese producto.

¿Sos autodidacta o tenés alguna formación específica?
Totalmente autodidacta y no solo en los origami, sino en el mundo de la artesanía. Resuelvo todas las cuestiones vinculadas a los “macachines”, pero nunca me formé.

Cuando vas a un bar, ¿doblás las servilletas para hacer origamis?
No exactamente, pero al principio, hacía grullas con los boletos de ómnibus y las dejaba en las ventanas para ofrecerlas de regalo. Y cuando tengo pedidos grandes, hago origamis hasta cuando voy en el ómnibus a trabajar, porque no tengo mucho tiempo. Mi trabajo full time en IBM —con emprendedores tecnológicos— me demanda muchas horas.

¿En qué momento surgió Macachines como emprendimiento de origamis?
Los móviles gustaban y la forma de hacerme conocida era a través de Facebook. Así que armé la fan page en junio de 2013 porque no tenía sentido, en aquel momento, hacer una página web. Empecé sin pagar nada, a puro pulmón y pidiendo a los amigos que me recomendaran. También tuve que aprender todo lo relacionado con Facebook: cómo publicar, a qué hora, qué promocionar, las fotos.

Nunca tuve dudas con respecto al nombre, porque siempre me llamó la atención la sonoridad de la palabra “macachines”. Si bien la palabra refiere a una flor silvestre que nace en el campo, lo elegí por la conocida canción de Los Olimareños que me recuerda mi infancia y los viajes que hacíamos en el auto [de la familia]. Es un recuerdo lleno de cariño que trato de transmitir en las piezas que hago.

¿Cuál fue tu primer encargo?
Fue en otoño de 2013 través de Mercado Libre y me pidieron un móvil con grullas y cuentas en tonos beige y lila, para el dormitorio de una nena. Me salió carísimo y hasta lo llevé a la casa [del cliente]. Perdí dinero, pero el objetivo [no era ganar, sino] validar la idea.

El primer trabajo grande fue para el Ministerio de Turismo. Me pidieron grullas enormes en tonos de otoño. Las hice con hojas de revista y fue tremendo laburo. Primero seleccioné los colores, pegué las hojas, armé y corté cuadrados y finalmente armé las grullas. Tenía pensado cómo colgarlas, pero finalmente lo tuve que resolver en el lugar. Mi prima y una amiga me ayudaron. Estuvimos hasta medianoche poniendo tanzas, hilvanando y colgando las grullas de lingas. Estuvo desde marzo a diciembre de 2015.

Y en la primavera de 2016, también a través de Mercado Libre, la agencia que hace la decoración de Montevideo Shopping me contactó para hacer gaviotas.

¿Cuáles son los productos que definen a Machachines – Arte en papel?
Móviles (con 24 y 16 origamis), colgantes simples, colgantes tipo hindú y móviles para el auto. La base es el origami y, para diferenciarme, busqué la funcionalidad en la decoración. Por eso los productos de Macachines son algo más que un origami, ya son “macachines”, son arte en papel.

Incluso ahora estamos haciendo kirigami que es arte en papel recortado. También viene de Oriente y ofrece muchas posibilidades; por ejemplo, en este momento estamos haciendo margaritas, con esa técnica, para los centros de mesa de un cumpleaños.

Macachines crece con el cliente, con los pedidos que me hacen. He tenido que ver cómo hacer las estructuras de los móviles en madera y también en alambre forrado con lana. Incluso me pidieron que un móvil tuviese el nombre y [así aprendí] a hacer el alfabeto en origami.

También he decorado escenarios que es algo que me gusta mucho. Hago los escenarios de Gus Oviedo, un compañero que es músico. E hice la ambientación de dos casamientos, uno en Chile y otro en Tarariras.

¿Investigás permanentemente?
Sí y eso me estimula muchísimo. Como te decía, los desafíos vienen de los clientes y de la búsqueda de un producto mejor. Los móviles para el auto los hacía con un elástico que se estiraba y no me gustaba cómo quedaban. Entonces busqué otras opciones y cambié el material. Hoy los hilvano con alambre y el ganchito en el que cuelgan también es más bonito y eficaz.

¿Cuáles han sido los pedidos más difíciles?
Las gaviotas para Montevideo Shopping fueron todo un tema. Estaba de viaje, en Florencia [Italia] cuando recibí el llamado. Así que en el hotel armé un prototipo con unos papeles que mi madre me había comprado en Alemania, le saqué una foto y la envié por WhatsApp al cliente (la agencia que se encarga de las decoraciones del shopping). En ese papel, de 15 x 15 cm, la gaviota funcionaba bien.

Después nos fuimos a Venecia y todo estaba lleno de gaviotas, las filmaba para ver la curvatura de las alas y cómo volaban. Solo miraba gaviotas. Llegué a Uruguay de mañana temprano y me fui a Lagomar a la casa de mis padres derecho a armar los origamis gigantes. A las 4 de la tarde tenía que entregar una muestra. Cuando hice la gaviota en grande, cortando y pegando papeles, las alas se caían, no quedaban curvas. La gaviota no volaba… tenía flacidez en los brazos, era horrible. Creí que el trabajo se pinchaba, sentía que podía “quemarme” con un trabajo así, pero lo intenté. Salí a buscar una papelería cerca y ¡justo conseguí una que se llama “Origami”, no lo podía creer! Compré cartulina, corté un cuadrado, doblé y la gaviota voló.

Hace un tiempo también me pidieron un colgante con unicornios que me dio muchísimo trabajo. Tuve que mirar varios tutoriales y finalmente lo saqué. Y, por mi trabajo, conozco a los chicos de Oincs, así que a Marcelo [Wilkorwsky] le hice un chanchito de regalo que también demandó su investigación.

Me cuelgan mucho los trabajos así, me incentivan a ir a más. Para resolverlos sigo en YouTube a especialistas, me gustan Leyla Torres y también Jo Nakashima; con él aprendí a hacer el unicornio y las letras del alfabeto.

¿Un solo taller y una sola persona para tanto trabajo?
Yo trabajo en mi casa que está invadida por Macachines. La mesa está siempre llena de papeles, cuentas, tijeras e hilos. Pero no es el único taller, ahora hay otros porque Macachines hoy cuenta con más artesanas. Si bien empecé sola en 2013, amigos y familiares se han sumado a ayudarme cuando tuve pedidos grandes, y luego llegó el momento de sumar colaboradores “oficialmente”. Primero fue Érika, una amiga, y ahora somos cuatro con la incorporación de Sara y Karin.

Cuando entró Érika, tuve que armar la estructura de precios y costos, tiempo de trabajo, fijar una lista de precios, definir cuestiones del armado y cobrar el envío que es tiempo perdido. Ese fue un momento muy importante en el proceso de crecimiento de Macachines.

¿Dónde conseguís el material para armar los productos?
Algunos aquí, pero mayormente en el exterior. Y como no soy la única que hace origami en Uruguay, busqué diferenciarme en el papel que es muy importante. Invierto mucho en la materia prima, compro por internet y mis amigos y conocidos me traen papeles —en lugar de chocolates— cuando viajan. Y si me voy yo, la prioridad son las papelerías. ¡Tener papeles es mi vicio!

¿Tenés stock o trabajás por encargo?
Solo por pedidos. Los macachines son muy personales y requieren de una creación en conjunto; quien los solicita, pide la estética, [define o sugiere] los colores y las figuras. Y vamos trabajando en contacto directo porque el gusto del cliente es muy importante. Los papeles siempre están a la espera de un cliente, por así decirlo. Duermen hasta que despiertan a través de un pliego. El feedback con el cliente es vital; incluso, al terminarlo y entregarlo, si no está satisfecho, me devuelve el producto y yo le reintegro el dinero. El objetivo no es obligarlo a quedarse con algo que no le guste, sino disfrutar y valorar el “macachín”.

¿Cuáles son las dificultades con las que te has encontrado como origamista-artesana-”macachinera”?
¡Es verdad, creo que ya soy una “macachinera”! Además de los papeles, problema que está medianamente solucionado, [es difícil] conseguir cuentas y todos los elementos que adicionan a un “macachín”. El mercado uruguayo es muy limitado en esos productos; en Argentina y Brasil cambia la cosa, pero aquí hay muy poco.

También está el tema de la regulación de la empresa y los costos fijos que eso implica. ¡Todo es muy caro! Y el tiempo, porque trabajo muchas horas y no tengo horas libres para dedicarme a Macachines. También sé que no podría vivir de esto porque físicamente es muy demandante. Para participar de una feria en el Colegio Alemán trabajé muchísimo y me contracturé; después de esa feria estuve una semana tomando medicamentos. Por todo eso, el modelo de negocios será tener otros artesanos trabajando para la marca.

¿Cómo ves el futuro de Macachines?
Macachines ha crecido significativamente. En 2016 se duplicó la cantidad de ventas y de clientes en relación con el año anterior, y eso está muy bueno. Ahora quiero crecer más, ¡mucho más! Estoy a punto de lanzar la página web para acompañar la venta a través de Facebook y de Mercado Libre.

A través de IBM, conocí a Gabriel Colla (Infocorp). A él le gustó el proyecto y, además de pedir sus regalos para fin del año pasado, me ha incentivado y hoy es mi mentor. Él me está ayudando a ver Macachines desde otro lugar y no solo como un hobbie. La idea, a través de la mentoría de Gabriel, es tener artesanos en diversas partes del mundo haciendo “macachines”. Porque no hacemos origami, sino algo más: son “macachines” funcionales para decorar.

El próximo paso es validar Macachines en otro territorio que no sea Uruguay y que esté bastante lejos. Comenzaré con una fan page en inglés y procuraré vender en Estados Unidos, fundamentalmente.

También quiero explorar escenografías, vidrieras y museos porque son desafíos muy interesantes y un mundo para crecer. Sueño con hacer una intervención en el Teatro Solís, ¡me emociono de solo pensarlo!

Natalia Cantarelli. De las botas de goma al diseño artesanal: una historia de colores y texturas

 

A fines de 2016, para mi cumpleaños, dos compañeras de trabajo que conocen mi interés por los accesorios me regalaron un collar de la artesana Natalia Cantarelli. Se trata de una pieza original que combina diversas texturas. Tanto me gustó el collar (que parece un “jardín de flores”), que me interesé en la obra de Natalia y la contacté. Un mes después nos encontramos en Santé, que está muy de moda —una carta elegante y una decoración jugada otorgan personalidad a la propuesta gastronómica—. El ámbito fue propicio para una larga charla que derivó en múltiples temas mientras Natalia, con orgullo, me enseñaba piezas de las colecciones Rosita y las Tres Marías.

Natalia luce como una orfebre, se mueve con gracia, es natural y delicada. Se define como artista textil y, fundamentalmente, diseñadora artesanal. Se formó como tal en la escuela de Peter Hamers, aunque su etapa laboral comenzó en el área agropecuaria. En la actualidad, vive de la orfebrería artesanal y realiza piezas únicas que se venden en Uruguay y en el exterior y que forman parte de colecciones que recogen la fusión estética de América Latina y Europa.

Las artesanías de Natalia tienen equilibrio cromático, balance de forma y vibración. Cada pieza es armónica, con características inusuales y mucha personalidad. Los collares y los brazales son un ensamble de texturas. Todas las piezas son muy prolijas y hay un cuidado particular en la presentación y en el empaque. Natalia se encarga de todo, hasta de teñir de forma natural las bolsitas de tela en las que entrega las piezas grandes.

Retener los colores del amanecer, de las flores y de la helada en los montes de manzanos

¿Natalia mujer luce las creaciones de Natalia artesana?
Sí, fundamentalmente las caravanas. Me encariño con lo que hago, tanto que a veces me cuesta vender [las piezas]. ¡Es que me gusta todo! Me tendría que quedar con tanto y eso es imposible, [y por eso] solo tengo un collar que uso muchísimo.

¿Cómo llegaste a ese estilo particular de artesanía?
Totalmente por azar. Comencé a trabajar en una galería de arte, con una artista, pero vengo de la formación agropecuaria. Nací en Montevideo y siempre tuve la fantasía de un internado. Cuando terminé el liceo [me debatía] entre estudiar Antropología y la Escuela Agraria. Mi hermana convenció a mi madre de que no estudiara Antropología, aunque en casa tampoco estaban de acuerdo con la Escuela Agraria, que finalmente fue la opción.

[En la Escuela Agraria de Libertad] comenzó a desarrollarse algo que después reflejé en mis colecciones. Me deslumbró la naturaleza, nunca había estado en contacto con esos amaneceres. Mi preocupación, en una época en la que no era fácil tener una cámara, era retener los colores del amanecer, de las flores y de la helada en los montes de manzanos.

Con la agricultura aprendí muchas cosas, [fundamentalmente] a valorar el tiempo de la naturaleza que me cambió y moldeó mi carácter. Siento que tenía que pasar por eso, también para encontrar la belleza en lo mínimo: en un fruto, en una flor silvestre. A veces añoro vivir rodeada de perfume, de gotas de rocío. Todo era un éxtasis, un descubrimiento que pensé que nunca iba a abandonar.

¿Cuándo llegó ese abandono?
Me abandonaron, en realidad. Trabajaba para unos suizos con un compañero de la Escuela Agraria, hacíamos agricultura no convencional y un día nos despidieron. Fue drástico. Yo tenía facilidad para encontrar trabajo, de hecho elegía en qué establecimiento trabajar, pero la racha se cortó.

Fue en 1999, me estaba comiendo los ahorros y un día una amiga fue a visitarme con una noticia: tenía un trabajo para mí como asistente en una galería de arte en la Ciudad Vieja. En aquel momento practicaba tai chi y estaba vinculada a artistas, mi grupo de amigos estaba conformado por gente del arte. La vida me iba poniendo en ese camino…

Esa oportunidad era la antítesis, [significaba] pasar de la bota de goma al taco. Una amiga me maquilló y fui a la galería. Ana Baxter estaba pintando y con ella empecé una vida diferente que, en definitiva, era la vida de mis sueños porque desde siempre había querido ir a Bellas Artes.

Con la fuerza de la formación agraria: de las ovejas y las lanas a los minitelares

¿Cómo te formaste en ese mundo tan diferente?
Estuve casi un año antes de hacer mi primera venta. Preguntaba, indagaba y estaba atrás de Ana todo el tiempo. Se me abrió un mundo. En mi casa se vivía un discurso muy fuerte [y diferente]: del arte no se puede vivir. En cambio, yo veía vender obras de más de USD 4000 y vivir del arte con dignidad.

Un día Ana me preguntó si quería aprender a dibujar o a pintar. Yo seguía con la formación agraria, con las ovejas y las lanas, y le respondí que quería hacer tapices. Me enseñó las bases e hice mi primer tapiz, comencé a explorar y [en una oportunidad] Ana me comentó que los holandeses usan cobre para dar volumen. Compramos cable en la ferretería y comenzó una nueva etapa de fascinación.

¿Y así comenzó tu recorrido personal?
Todo era muy fermental, en [la calle] Pérez Castellanos se había formado el circuito de diseño con Imaginario Sur, Tiempo Funky, Paulina Gross, Ana Livni. Yo estaba todo el día en la vuelta, pasaba a saludar, había galerías y artistas por todos lados (Cecilia Mattos, el Pollo Vázquez, MVD, Olga Bettas). Todo era propicio. Yo era una esponja, veía cuadros y los trataba de llevar al tapiz. Tenía 30 años y comencé a crear tapices en miniatura a sugerencia de Ana. Armaba los bastidores con fósforos, tenía una carterita llena de hilos con la que iba a todas partes y me pasaba haciendo minitapices. La primera venta fue a un extranjero.

Estaba fascinada y luego de un año me di cuenta de que todo mi dinero lo invertía en hilos, de que ya no salía los sábados y de que al llegar de trabajar me dedicaba exclusivamente a eso. Era algo pasional, mi trabajo era ingenuo y osado. La mayoría de las personas me decían que había algo nuevo [en mis creaciones] y que siguiera insistiendo, porque me faltaba técnica, pero había algo novedoso.

¿Seguís haciendo los minitelares? ¿Cuándo comenzó la joyería?
Ya no hago los telares, aunque fueron el inicio de la joyería porque con esas piezas armaba collares. Eran hermosos, pero lamentablemente no tengo ninguno. Comencé a trabajar con Imaginario Sur y Tiempo Funky. Consignaba mis creaciones y se empezaron a vender. Yo estaba sorprendida. Bordaba las lanas con canutillos, mostacillas, hacía florcitas bordadas y las incrustaba los minitelares. Mi estética actual no admitiría esas creaciones, pero eran muy lindas.

¿Tu estética cambió? ¿Cómo la definís actualmente?
Hago collares, pulseras, brazaletes, anillos, caravanas y prendedores, y todas mis creaciones son muy emocionales. Es tan pasional que estoy en la mesa de trabajo, ensimismada, levanto la cabeza y los ojos me guían al color que interiormente quiero usar. La naturaleza siempre está presente: en mis piezas hay flores y frutos. Procuro equilibrio, que cada artesanía transmita algo y cuando está terminada tengo que sentir algo. Busco unidad, [aunque] tuve una época disruptiva, rupturista y transgresora. Llegaba hasta el borde con colores que se peleaban. Hoy vivo un [momento] más componedor.

Me gustan la historia y la antropología y, de alguna manera, siento que hago un rescate antropológico cuando surgen líneas primitivas, en los colores y en las combinaciones. Mi bisabuela era indígena, mi abuela materna hacía alfombras y un algo de ellas hay en mí. [En mis colecciones] procuro rescatar la identidad uruguaya y siento que mi artesanía es, como el Uruguay, una fusión de Latinoamérica y Europa.

Las colecciones se definen en el proceso de taller y con el nacimiento de una pieza madre

¿Con qué materiales trabajás?
Hilos metalizados y de seda, metal, cobre, cintas de terciopelo y de raso, algo de cuero y tiento. Siempre estoy buscando nuevos materiales. En algún tiempo usé lana, pero no en este momento. La lana es más de invierno y me limitaba en las creaciones y en la venta. Paso buscando materiales. En Montevideo me conocen en todas las mercerías. Traigo del exterior también porque los viajes siempre aportan, me cambian mucho, tanto en la paleta como en los materiales que consigo.

Cuando te sentás a crear, ¿planificás o te dejás llevar?
Cada día, en [una maraña] de materiales, elijo los colores que me llaman la atención. Voy hilando hilo con alambre, voy seleccionando los colores de los hilos y formo una paleta para dar la estructura, la escultura de la pieza. No es un trabajo en serie, aunque procuro un poco de orden, hay días que me dedico a hilvanar, por ejemplo.

Busco movimiento y que el largo de los collares sea regulables. Me gusta que [los ornamentos] de un collar se puedan mover. Armo colecciones primero, dibujo, tiro ideas en el papel, aunque el trabajo se define sobre la marcha, en el proceso de taller. Luego de mucho trabajo, siempre aparece una pieza que es la madre y que define la estética de la colección. Esa pieza tiene una gran cantidad de información que la hace única y referente.

¿Qué te gusta hacer: collares, caravanas, pulseras?
No tengo una pieza favorita. Me gusta hacer todo, aunque en realidad lo que más me apasiona es hacer cosas elaboradas. Pero también me gusta Rosita, la colección más sencilla que tengo, porque es versátil, esos collares los puede usar una chica de quince o una señora mayor.

¿Se puede vivir de la artesanía en Uruguay?
Se vive de la artesanía, aunque hay que ser un poco malabarista. Hay que confiar, apelar a algo que pueda cambiar: que aparezca un buen cliente, una galería nueva, una tienda o una oportunidad. Yo trabajaba con Ana, tenía buenos ingresos, pero decidí jugarme. Me fui en 2008 y ese año, a los pocos meses de renunciar, me salió una beca inesperada. Fui a Hunan (China) a estudiar técnicas de bordado durante tres meses. Fue otro internado y la confirmación de que estaba en mi camino.

[Hace un buen tiempo] me mandaba hazañas que ahora no podría. Cuando me quedaban $ 1000 o $ 1500 era suficiente para irme a Buenos Aires a vender a Plaza Francia y traer dinero para seguir. Así estuve todos los primeros años. Yo creía en mi trabajo, en las creaciones que llevaba en mi mochila, viajaba con un tesoro en mi espalda. En cambio ahora soy más temerosa, ya no me juego tanto.

Quisiera que en Uruguay se valoraran y se vendieran mis creaciones como en Europa y Estados Unidos. Aquí vendo en la galería Acatrás del Mercado, en la tienda del Teatro Solís y cada año en la feria Ideas +. En el exterior, vendo en el barrio Latino de París —en la tienda Pays de Poche—, en la Fundación Iberé Camargo en Porto Alegre (Brasil) y en el museo de Arte Contemporáneo de Seattle, en Estados Unidos.

¿Qué te ha aportado la experiencia de las ferias?
Hace años que estoy en Ideas + y ahora formo parte de la comisión, incluso. Estuve en Francia, en París, y en México en Guadalajara y en el DF, donde me fue muy bien. Brasil y Argentina fueron mis primeras incursiones. De los viajes y de las ferias siempre se aprende mucho, nunca vuelvo de la misma manera.

Hacer feria ya no me entusiasma tanto, aunque trato de exigirme y de salir de la dicotomía me gusta/no me gusta. Me da un poco de pereza encarar una producción para una feria que es muy demandante; se trata de un mínimo de USD 5000, además del gasto del viaje, si es en el exterior. Tengo que hacer los trámites de exportación, pensar en el armado y en el empaquetado de cada pieza. Yo me encargo de todo y de la exposición también. Toda esa previa es muy cansadora, además del tiempo de trabajo. Quizás en mayo o junio vaya a México, un lugar que es muy inspirador y en el que no se corre con tanto riesgo porque es barata la estadía.

¿Cómo ves el futuro de Natalia Cantarelli artesana?
Quiero entrar más en el tema del metal. Voy a empezar una investigación con Claudia Anselmi, [ya que] quiero saber qué pasa con la fusión de textil y metal. Siempre en joyas y accesorios y desde lo artesanal, porque cada vez me gustan más la aguja y el hilo, aunque es una lucha con el tiempo y la cantidad [de piezas] que puedo producir. El cuerpo se cansa, las manos se cansan, aunque la cabeza no para…

CamisasUY propone transformar camisas de adultos en vestimenta para niños

Rodrigo Silvera, Alexandra de León y Armando Acosta y Lara llevan adelante CamisasUY, un emprendimiento social que recientemente golpeó las puertas de las redes sociales de muchos uruguayos. El objetivo es reciclar camisas de adultos para transformarlas en vestimenta para niños.

El 27 de noviembre Rodrigo publicó en su muro de Facebook que había comenzado un proyecto social junto a dos grandes amigos (Alexandra y Armando, Mamo). Anunciaba que recogerían camisas para reciclar en ropa para niños. Por ese medio solicitaba hilo, elástico, botones, parches y también personas para colaborar. La publicación se viralizó y pasó de muro en muro, la compartieron casi 500 personas y la red comenzó a construirse.

Entrevisté a Rodrigo y Alexandra el lunes 5 de diciembre. Era una tarde muy calurosa, yo aparecí con dos bolsas de camisas, una de ellas me la había dado una compañera de trabajo que se había entusiasmado con el proyecto, la otra estaba repleta de camisas de mi esposo. Rodrigo y Alexandra me esperaban cargados con prendas, algunas nuevas, incluso, que habían recibido como donación. Ya tenían casi cien a la espera de mutar en nuevas prendas para niños y niñas.

Rodrigo supo de la experiencia en Lima (Perú), se enteró por la publicación de unas amigas de su novia. Le encantó, ya que cuadraba con sus valores, y se entusiasmó, pues hacía mucho tiempo que pensaba en comenzar un emprendimiento de carácter social. Sabía que Mamo, con quien estudia Márketing en la UDE, se sumaría inmediatamente. Y también Alexandra que es Psicóloga y tiene mucha experiencia en trabajo social. Los convocó y la respuesta fue inmediata. Tan inmediata que se largaron al ruedo y todo comenzó a andar rápidamente. Muy rápidamente.

Mientras convocaban a sus conocidos a través de Facebook en la primera comunicación personal, Alexandra investigaba en internet sobre patrones de costura. Entre blogs, Pinterest y otras páginas, descartó moldes, se entusiasmó con otros y finalmente eligió los que, a su modo de ver, eran los más apropiados. Alexandra aprendió a coser con su mamá y ellas son, por ahora, las costureras oficiales del proyecto.

En ese momento, el emprendimiento ni siquiera tenía un nombre y debieron pensarlo mientras comenzaban a coordinar las primeras prendas que ya comenzaban a recibir. Dicen que, en el apuro, el nombre que les salió  no es muy original ni creativo, pero necesitaban “salir de eso, darle un nombre fácil y con mucha recordación”. Así que una vez bautizado el proyecto, que oficialmente se llama “CamisasUY”, necesitaban una identidad visual y Hernán Pérez (novio de Alexandra) diseñó una imagen que emana fuerza, energía y calidez, “todo lo que necesitábamos transmitir”. Después llegó el momento de crear una página de seguidores en Facebook y comenzar a publicar contenidos para darle un marco profesional. “Porque nos interesa que la gestión sea profesional, con este emprendimiento de carácter social queremos también desmitificar el Márketing que está muy denostado”, explica Rodrigo.

El lunes 5, además de las cien camisas que ya tenían recogidas, se habían sorprendido con una donación de la Mercería Cadi (hilos, elásticos, parches y botones). Fueron vehementes al comentar el entusiasmo de la gente, no solamente de los cercanos, sino de una gran cantidad de personas desconocidas que ya los había contactado. Y también dejaron claro que desean que otras organizaciones se sumen de la misma manera que lo hizo Cadi.

Con tantas camisas y los materiales para coser, el próximo paso es transformar las prendas en nuevas camisas y vestidos. Pretenden realizar prendas para niños y niñas de diferentes edades. Alexandra tiene varios patrones seleccionados y probados, pero les gustaría contar con la ayuda de diseñadores para darle un toque original al proyecto. También quisieran agregar elementos decorativos, si fuera posible, y una grifa en la que se mencione que las prendas fueron hechas a mano.

Rodrigo y Alexandra hablan con fervor, sonríen y se sonrojan ante los elogios recibidos. También deben explicar son solamente “un grupo de amigos reunidos con un fin común” y que les basta con ayudar solidariamente, no pretenden nada más, “no buscamos beneficio de ningún tipo, salvo ayudar”, explica Alexandra. Agregan que hay gente que los mira con escepticismo, pero ellos están llenos de entusiasmo. Saben que será difícil sostener el proyecto en el tiempo, pero confían en la recepción y solidaridad de la gente y en su capacidad de trabajo.

Todavía no saben qué organizaciones se beneficiarán con las prendas. Tienen que evaluar y definirlo rápidamente porque sueñan con realizar la primera donación antes de Navidad. Quisieran que fueran organizaciones con familias, niños y niñas que sientan el valor del trabajo a mano que hay detrás de cada prenda. Eso sí tienen claro, que les gustaría que existiese una sinergia ante los valores que hay detrás de cada camisa reciclada. Y al momento de soñar, imaginan el proyecto convertido en un taller de costura que, además, sirva para transmitir el oficio. “¿Y si nos transformamos en una escuela de costura o contamos con el apoyo de la UTU y de sus alumnos… ¡eso sería fantástico!”, dice Alexandra.

Por ahora, gestionan CamisasUY entre la confección de las primeras prendas y la búsqueda del material (máquinas de coser overlock o rectas, elástico fino, botones y parches, camisas de mujer o de hombre). No aceptan donaciones en dinero y salvo esa cuestión, necesitan de todo: en especial, diseñadores, modistos y costureras, y hasta servicios de cadetería y lavadero. Ya tienen más de 200 camisas y dos mercerías más se sumaron al proyecto, además de cuatro particulares (con más camisas, telas y cintas para decorar y ¡hasta encaje!). Alexandra, además de coser, coordina el trabajo con cinco costureras más y con el trabajo de muchos, este tejido de apoyo social se construye día a día.

Más info y contacto: CamisasUY en Facebook / camisasuy@gmail.com

Soluciones para la gestión de una práctica habitual: gestión y medios de pagos para colectas

La mejor manera de saber si funciona una buena idea es intentar llevarla a la práctica

María José, Mario, Andrés y Gonzalo conforman el equipo de ColectaTe, una empresa emergente (las ya conocidas start-up) que ofrece un sistema de recaudación con diversos medios de pago en línea (transacciones bancarias y débitos de tarjetas) y también a través de locales de pago de red de cobranza.

María José y Mario, una tarde de noviembre, en las oficinas del Centro de Innovación y Emprendimientos (CIE) de la Universidad ORT respondieron preguntas y charlaron animadamente acerca de sueños cumplidos, proyectos y objetivos.

Un claro propósito: facilitar la gestión de las colectas que rodean la vida cualquier adulto

Mario, que se define como “emprendedor nato”, trabaja en el Departamento de Sistemas de una gran empresa estatal y, como todos los integrantes de una organización, ha participado de las más diversas colectas: la fiesta de fin de año, un compañero que va a ser papá, una penca, etcétera. En su sector, una compañera se encargaba de administrar cada colecta; con papel y lápiz encaraba el tema y lidiaba con los clásicos: “me olvidé”, “hoy no tengo cambio”, “recordame el lunes, después de cobrar el sueldo”.

“Yo tengo la actitud de emprender y detecto necesidades todo el tiempo”, dice Mario. “Donde alguien ve problemas, desde siempre veo oportunidades. Tenía muchas ideas, pero nunca me había animado y finalmente, ante el tema de las colectas, me lancé”. El propósito era solucionar la gestión a quien hace una colecta y con la idea plasmada en una hoja tamaño A4, en agosto de 2014 Mario fue a hablar con Enrique Topolansky, Director del CIE.  Topolansky le dijo que empezara y le aclaró que la única manera de saber si funcionaría era intentándolo; mientras tanto, la idea seguiría durmiendo en el papel. Y agregó, “alguien más puede estar pensándolo, alguien más puede estar haciéndolo”.

Mario habló con Sergio, un amigo que también es analista en sistemas, y con quien muchas veces habían conversado acerca de hacer algo en conjunto. Sergio se entusiasmó ante la propuesta y la elocuencia de Mario, y repartieron tareas. “El se enfocó en estructura, tecnología y desarrollo de la web, y yo me dediqué a los servicios”, explica Mario. “De forma inmediata comenzaron a aparecer diferentes productos, no solo la colecta. Además de facilitarle el trabajo al que organiza la recaudación, enseguida pensamos en agregar medios de pago para el que quiere aportar”.

Sabían que una de las claves era diferenciarse y, mientras desarrollaban el prototipo de ColectaTe, investigaron el mercado y encontraron que en Uruguay casi no había servicios iguales, aunque detectaron algunos con características similares. “Y nos enfocamos en brindar servicios minoristas: soluciones para artesanos, organizar un asado, las colectas para las maestras. Comenzamos a ver diferentes posibilidades y al poquito tiempo teníamos un montón de ideas”.

Compraron un hosting con una inversión inicial de USD 100, armaron una cuenta de Facebook y otra de Twitter y el 29 de noviembre de 2014 salieron con el primer prototipo de producción. Se largaron al ruedo con todo lo que tenían: la web y las redes sociales. De forma inmediata, comenzaron a tener seguidores en las redes sociales, amigos fundamentalmente, y algunos usuarios. Hoy ven que todo era muy primitivo, pues necesitaban colaboradores especialistas en márketing y comunicación, aspecto que solucionarían tiempo después.

Para ello, María José se sumó en abril 2015. Ya conocía el proyecto y como especialista en márketing pensó en que estaría bueno dar una mano. Comenzó tirando ideas y luego su participación creció. Sergio se abrió y hoy su figura como “socio fundador” es importante en la breve historia de ColectaTe. Gonzalo y Andrés, del “palo de sistemas”, se unieron para dar impulso al proyecto. Se fue conformando un equipo que se consolida día a día y que les demanda un tiempo importante de trabajo.

El ruedo y los problemas de emprender

El primer cliente fue la protectora de animales SOS Caninos y Equipos, “fue el 5 de diciembre y llegamos casualmente, por un perrito que se había perdido en el barrio”, explica Mario. “Adoramos a esa ONG porque fue la primera que confió en nosotros. Cuando pensamos ColectaTe no pensamos en las ONG, las veíamos como grandes clientes, incluso. Y ColectaTe estaba enfocado a un modelo de negocios con clientes micro. Pero la realidad nos sorprendió y las ONG más necesitadas se sumaron inmediatamente, fue un boom”.

Hasta el momento han contado con ayudas del CIE y de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). Esta los apoyó en dos oportunidades y actualmente están en el proyecto “Jóvenes Emprendedores” con procesos largos y rigurosos (hitos a cumplir, informes, rendiciones de cuentas y gastos) que les han permitido crecer significativamente. Han cumplido con todo lo que se han propuesto y ya están pensando en un tercer apoyo para continuar consolidándose.

Dicen que necesitan firmeza, posicionarse y crecer. Todas las ganancias obtenidas hasta el momento se han reinvertido, pues los integrantes de ColectaTe viven de sus sueldos en otros trabajos. Además, han invertido dinero en el proyecto.  Aclaran que comienzan a tener lindos problemas: se preguntan si quieren tener un inversor ángel, también los han invitado al piso 40 del World Trade Center a exponer su idea frente a posibles inversores.

El próximo objetivo a corto plazo es posicionarse masivamente. Saben que lograrlo sin una inversión masiva es un objetivo casi imposible de lograr. Hasta el momento, la microempresa ha crecido de forma orgánica, pero necesitan dar el salto exponencial de visibilidad.

La flexibilidad para resolver problemas y buscar soluciones para los clientes

ColectaTe nació para resolver la colecta al compañero de trabajo que se encargaba de la tarea, pero “tuvimos que ir por más y hoy tenemos un ejemplo que nos encanta: Desayuno Continental, una banda de rock que hizo una campaña para grabar su primer disco a través de una especie de crowfunding. Nos contactaron, no teníamos ese servicio y se los diseñamos. Fue una experiencia enriquecedora para ellos y también para nosotros”.

“Una ONG nos planteó que iba a realizar una actividad y que necesitaban solucionar la recaudación de un bono colaborador. Analizamos si cuadraba dentro de la ley que nos rige, vimos que sí y les brindamos el servicio. Porque la flexibilidad nos caracteriza”.

También incorporaron servicio de subastas para las ONG y notificaciones cuando se vencen colaboraciones periódicas que se debitan través de tarjetas de crédito. Lo hacen directamente al correo electrónico de quien colabora para una determinada organización. “Es una facilidad para quien organiza la colecta y para quien colabora, ¡no tiene ni que agendarse la tarea!”

La empresa, por su naturaleza, está auditada por el Banco Central, ya que ColectaTe es una institución de intermediación financiera de colocaciones minoristas, aunque estrictamente no “colocan”, no reinvierten. Toman el dinero, retiran su comisión y lo pagan cuando se les solicita. Aclaran que pueden brindar muchos servicios dentro del marco legal que los rige.

Aprender, tomar decisiones, jugar en la cancha

Todos los días se enfrentan a experiencias distintas, dicen María José y Mario. “Al momento de emprender, la emoción, las ganas y el entusiasmo todo lo dominan. Después las cuestiones financieras y económicas comienzan impregnar la vida cotidiana y ya es diferente. Más que un hobbie, hay que hacer que el emprendimiento se vuelva rentable”.

“Son muchas horas de trabajo, se deja la familia de lado, los amigos, etc. Es la vida de todo emprendedor”, agregan. “El mundo de los negocios es cruel, pero estamos muy confiados en el proyecto. Sabemos que tiene potencial, aunque sabemos también que alguien con la inversión suficiente y con una idea igual o similar nos puede pasar por arriba. Pero mientras tanto, seguimos con convicción, porque sabemos que sirve, que es útil”.

Entre sus clientes, tienen varias recaudaciones por enfermedad o accidente y organizaciones que nuclean a personas con capacidades diferentes, y son conscientes de que ese rubro tiene futuro en su proyecto. “Estamos aprendiendo a manejar nuestra emoción en relación con esos clientes”, dice Mario. “Hoy tratamos de involucrarnos con cada caso para ver exactamente cómo ayudar. Así hemos incorporado a la Fundación Forge y otras tantas organizaciones. También hemos dado charlas sobre emprendedurismo y participado de actividades sociales y deportivas. Estuvimos en Fundación a Ganar, vamos a ir al Liceo Francisco en Paysandú. Nos alimenta el espíritu, nos roban sonrisas.”

Hasta el momento han tenido un solo caso que les generó dudas y decidieron no sumarse al proyecto como plataforma de recaudación. “Las dudas no tenían relación con los valores de esa organización, sino con la transparencia de los fondos”, dice María José. “Si no queda claro el propósito, no lo aceptamos. No se trata solamente de aceptar clientes, sino que estudiamos todo y si nos cuadra, lo incorporamos. Manejamos dinero que la gente dona con un fin, entonces somos estrictos porque debemos brindar seguridad y confiabilidad”.

El futuro de ColectaTe

María José y Mario, con seguridad y sin titubear, dicen que “quieren vivir de ColectaTe”. Agregan que pretenden terminar por adelantado el año y los objetivos de la ANII. En concreto, en nueve meses quieren hacer una encuesta a 2000 mil personas y que se los conozca. También seguir consiguiendo transacciones, nuevos clientes que traerán nuevos clientes. “Queremos alimentar el clásico boca a boca”.

“Las ONG son grandes canales de difusión, pero queremos también atraer otros canales y hacer foco en casamientos, cumpleaños, colectas en colegios. Hoy tenemos nueve medios de pagos y queremos ampliar la oferta. Pronto seremos la primera empresa con la que ANDA probará medios de pagos digitales”.

También quieren anexar Paganza, porque en definitiva buscan anexar todos los medios de pago y que nadie se quede sin colaborar. “Nos gustaría que el usuario que desea pagar, tenga varias opciones y que decida cómo hacerlo. Nos gustaría que al momento de pensar en una colecta, nuestro servicio sea el primero que esté en la mente de los usuarios y que brinde todo lo que esa colecta demanda”.

Ficha técnica ColectaTe: servicios

El negocio es ofrecer medios de pago, armar una página web (estrictamente una landing page) para promocionar la recaudación y difundirla a través de las redes sociales de ColectaTe. El servicio está orientado a quienes necesitan recaudar dinero y no tienen cómo hacerlo.

Ofrecen pagos en línea: transferencia bancaria, tarjetas (VISA, ANDA, Creditel y OCA)  y PayPal. También pagos en la red de cobranza de RedPagos.

Ficha técnica ColectaTe: integrantes

Mario Camerota. Licenciado en Sistemas egresado de la Universidad ORT y, fundamentalmente,  emprendedor por naturaleza.

María José Lorenzo. Analista en Marketing, UDE. Invitada a participar del proyecto, seguidora de ColectaTe desde los inicios del proyecto.

Andrés Pavoni. Analista en Sistemas, estudiante de Ingeniería en sistemas en UDELAR.

Gonzalo Gutiérrez. Analista en Sistemas, estudiante de Ingeniería en sistemas en UDELAR.

Sergio Garrido. socio fundador, ya no forma parte de la organización.