«Soy el cadete, el que hace las compras, el que diseña y cose. Soy el área creativa, la producción y distribución…»

Entrevista a María Pía Vargas, Remolacha Diseño

Remolacha Diseño es una marca de productos textiles utilitarios, hechos a mano, con una estética muy cuidada en la que se destacan los colores y el capitoneado. La esencia del emprendimiento está en la cabeza, las manos y el espíritu innovador de María Pía Vargas (29), diseñadora industrial y apasionada de la máquina de coser —que maneja intuitivamente desde niña—. Ella estudió en el Centro de Diseño y cuenta que, de la experiencia de un padre artesano, valoró el trabajo desde el hogar; lo tuvo presente al momento de elegir una carrera primero y volcarse a un emprendimiento después.

Entre cafés, preguntas, respuestas y anécdotas, María Pía definió conceptos de Remolacha y narró metros de experiencia acumulada, porque es todo en el emprendimiento: quien diseña, produce, vende, entrega y hace las cuentas. Ella es una mujer elocuente y desinhibida, que cuenta y describe con pasión. Mezcla temas como si estuviera combinando colores y circunscribe historias como si se tratara del bies de una pieza. También anuda y cierra  anécdotas y aprendizajes porque asegura que “en la vida de un emprendimiento siempre aprendés, también cuando te va mal”.

Me copé con el capitoneado que ahora es la marca registrada de Remolacha

Remolacha nació hace cinco años cuando María Pía estaba preparando el último trabajo de la carrera de Diseño Industrial. “Con una tela que me encantaba me hice una billetera y me copé con el capitoneado que ahora es la marca registrada de Remolacha. Es tan fuerte el concepto que siento que debe de estar presente en todos los productos. Es la seña de identidad, también la combinación de telas y el uso de los colores. Me juego con los colores, pero soy cuidadosa: dos estampados no van, tampoco mezclo cualquier tono. Cada producto tiene una combinación pensada y especial”.

Esa primera billetera fue muy elogiada, tanto que cosió otra que vendió inmediatamente. “Llegaron los pedidos, mi madre se copó y me empezó a ayudar. Elegí el nombre para la marca, que me rondaba de un trabajo de la carrera, y un amigo que diseñador gráfico lo resolvió muy bien: ¡dibujó Remolacha con toda la onda que tiene ahora!”.

Estoy atenta a las mejores y si son viables, las instrumento. A veces se me complica por los insumos, porque Uruguay es un mercado muy chico y no siempre consigo lo que quiero

La marca está orientada, principalmente, a mujeres en un rango etario muy amplio y también, cada vez más, a hombres que se interesan en implementos de diseño. María Pía se ha preocupado en profesionalizar sus productos estables: tres modelos de billeteras, una matera, un bolso, monederos y llaveros, cartucheras y contenedores. “Los clientes piden cambios y yo, además, pregunto a mis amigas. Testeo todo el tiempo. No tomo mate, así que la matera se la regalé a mi hermana y le pedí que sugiriera cambios. Estoy atenta a las mejores y si son viables, las instrumento. A veces se me complica por los insumos, porque Uruguay es un mercado muy chico y no siempre consigo lo que quiero”.

Además de buscar telas originales, algo que según repite María Pía es un tanto difícil, procura reciclar. Aclara que busca ropa en buen estado y las reutiliza porque es un valor asociado a la marca Remolacha. Si el tejido está en condiciones, intenta aprovechar todos los recursos. “Hay veces que se complica porque ciertas telas no son para determinados productos. Tengo que pensar en si lleva broches, las costuras, el bies, si se rasgará con facilidad, etc. Yo reciclo en mi casa, así que si puedo, reciclo en Remolacha porque ¡Remolacha es como yo, pero en marca!”.

Remolacha tiene cuenta en Facebook e Instagram y los productos se compran en Mandolín, Tristán, Mi otra yo, La Vitrina y La Esmeralda Santa Lucía. En breve, estará en Rocha y en San José. La gestión de las redes sociales la hace María Pía, porque “yo soy todo en Remolacha. Soy el cadete, el que hace las compras, el que diseña y cose. Soy el área creativa, la producción y distribución, ¡y el límite de crecimiento de Remolacha, también!”.

El tema con la costura es que soy muy detallista, quiero que todos los productos queden excelentes e iguales. Es un trabajo artesanal, pero con un código de calidad muy alto

A ese respecto, que caracteriza y limita el emprendimiento, comenta que ha estado pensando en delegar y sabe que la producción es un área crítica para el crecimiento de Remolacha. “Si logro ampliar la producción, sería genial, porque ahora tengo un stock limitado. El tema con la costura es que soy muy detallista, quiero que todos los productos queden excelentes e iguales. Es un trabajo artesanal, pero con un código de calidad muy alto. La costura tiene que quedar muy bien. Manejo con mucho cuidado el uso de las telas, la combinación de colores y también los hilos. Siempre trabajo con dos colores diferentes, por ejemplo, y tengo que encontrar a alguien que haga todo eso como yo”.

Ser y hacer todo conlleva sus dificultades y las herramientas de apoyo son vitales para administrar el emprendimiento. María Pía explica que tiene una planilla electrónica para las cuentas y para el stock. De un curso para emprendedores aprendió varias cuestiones, pero también confiesa que “nos enseñaron pila de cosas que no se deben hacer, pero yo las hago igualmente. Por ejemplo, veo cuántos elásticos tengo y compro cuando quedan pocos. Se supone que debo planificar el stock y hacer compras grandes para bajar los costos, ¡pero no tengo lugar! Mi casa está invadida por Remolacha. También guardo todo lo que puedo: los restos de guata, de polifón, de lo que sea. Porque si no sirven para los productos de la marca, pueden servir para otra persona”.

Es el mismo orgullo que sentía cuando era chica y veía a alguien en la calle con un mate tallado por mi papá

Emprender es desafiante y también puede resultar abrumador. Según María Pía, encargarse de los números, la producción, ir, venir, coordinar, salir a comprar, publicar en las redes y terminar los pedidos es agotador. La contracara es cuando ve que sus productos gustan, cuando un cliente vuelve a comprar y en particular se ha sorprendido, en un comercio cualquiera, al ver una persona sacar dinero de una billetera de Remolacha. “Es el mismo orgullo que sentía cuando era chica y veía a alguien en la calle con un mate tallado por mi papá”, agrega con satisfacción.

En relación con el futuro de la marca, la diseñadora cuenta que tiene, entre manos, otra iniciativa textil e industrial y que pronto deberá tomar una decisión al respecto. “Estoy en una encrucijada. Si ese proyecto cuaja este año, me dedicaré a ello porque tiene potencial de diseño y crecimiento. De lo contrario, seguiré profundizando con Remolacha con más productos y una línea para niños, algo así como RemoKids”.

En la cuenta de Facebook de la marca, el 1º de mayo María Pía publicó: «El mundo se mueve gracias a la suma de los pequeños empujones de cada trabajador honesto» (Hellen Keller). En la frase se resumen valores que sustentan el paradigma de atreverse, animarse, ofrecer y aportar. Remolacha es uno de los ejemplos de emprender con honestidad y causa, responsabilidad y constancia; Remolacha es testimonio de un pequeño empujón que deja una impronta en la sociedad.

 

Atrapar y guardar la frescura de un momento

En el hogar de la fotógrafa Virginia Zabaleta Stirling (32) hay fotos colgadas por todas partes. Un hilo narrativo detalla momentos de la familia que conforman Virginia, Guillermo y sus dos pequeñas niñas, Emma y Clara. También hay imágenes del lugar donde Virginia se crió: el campo (Rincón de Francia, Young, Río Negro), la casa y su familia. Hay sonrisas, momentos y recuerdos cotidianos que se hilvanan en las paredes.

Virginia recuerda vagamente el inicio de su relación con la fotografía y la primera vez que tomó una imagen con una cámara. ”Tengo una foto en la que yo tendría unos 4 años. Estaba tirada en el piso con una cámara y una pelota, dos de mis principales intereses en aquel momento”.

En su familia nadie se dedicó a la fotografía profesionalmente ni tampoco como afición, a pesar de estar acostumbrados a los flashes. “Nadie en mi familia sacaba fotos, salvo como forma de retratar un viaje, un acontecimiento en particular o como forma de ilustrar el álbum familiar; teníamos una cámara compacta familiar, era de rollo pero automática. En casa nadie usaba una réflex ni cambiaba lentes”. Por la actividad ganadera y por vivir en una estancia emblemática del Uruguay, la familia estaba acostumbrada a los flashes: recibían delegaciones interesadas en conocer el lugar, fueron parte del repertorio de cascos retratados en dos libros (Antiguas Estancias del Uruguay, Historia y Producción de Irureta Goyena Ediciones y Estancias, arte y paisaje del Uruguay, de Madelón Rodríguez, editorial Manrique Zago) y en su infancia vio a la a la prensa tomar los registros para el remate anual de ganado de la cabaña del establecimiento. “Quizás [todo eso] influyó. Guardo una foto, que adoro, en la que estoy con mi abuelo en un remate. Él está acostado en el piso y yo sobre su espalda, “a caballito”. La tomó un fotógrafo de El País de forma totalmente espontánea mientras registraba los planteles a rematar y nos la envió de obsequio meses después”.

Estos hechos marcaron cierta impronta en Virginia, aunque ella explica que su interés está relacionado con el álbum familiar. “La fotografía es una forma de guardar recuerdos, momentos. Es la forma en la que conocí la infancia de mis hermanos. Yo soy la menor de seis, nací diez años después de mi hermana más chica y crecí muy sola. El álbum me hacía sentir parte de ellos, de su niñez”.

Cambiar de lente

Salí del liceo bastante perdida porque nunca tuve una vocación muy marcada. Me gustaban muchísimas cosas. Sabía que quería estudiar porque en casa nos motivaron a formarnos.

[Primero] me inscribí en Magisterio (en Paysandú), completé primero un año y después me mudé a Montevideo. Me inscribí en Comunicación, Licenciatura en Biología y Diseño Industrial. Seguía perdida y finalmente terminé en Comunicación en la Universidad Católica. En tercero, a la hora de elegir la opción, decidí hacer Organizacional. Periodismo era mi veta, pero opté profundizar en un ámbito que conocía poco para complementar mi formación y que podía darme más opciones laborales”.

A pesar de haber elegido la opción Comunicación Organizacional, la tesis de grado de Virginia fue sobre fotografía. Se sumó a un equipo que realizó una investigación histórica a partir de fotografías de principios del siglo XX en el marco rural. El tema era atractivo por sus vivencias de infancia en el campo y porque la fotografía siempre le resultó fascinante: “un combo difícil de superar por temas organizacionales”.

Encuadre y enfoque

De estudiante trabajó en una consultora de medios y luego de recibirse condujo dos revistas radiales en Maldonado (“Tarde en Vivo” en 1560 AM Radio Maldonado (2008) y “Al Fin Viernes” en FM 101.5 Radiocero en Punta del Este (2013 y 2014). También se dedicó al área organizacional en dos colegios privados de la zona. A la fotografía llegó de forma natural porque “siempre estaba con la cámara en la mano. Mi esposo, Guillermo, participa de un grupo de corredores y yo era quien tomaba las fotos. Creo que el primer trabajo surgió espontáneamente. La gente elogiaba las fotos y yo me sentía cómoda con la cámara. Así fue que di el paso inicial de mi carrera independiente, siempre con todo el apoyo de mi esposo que cree en mí y me estimula constantemente”.

En el rubro fotográfico, como en tantos otros de la vida laboral, la especialización implica una mejor performance. Para Virginia, por sus diferentes intereses, esto es muy difícil. “Me atrae y me encanta la variedad. Así que me muevo entre retratos, bodas, cumpleaños y real state. No he incursionado en fotografía de naturaleza, ya que en mi caso la asocio al ocio y a mis intereses más personales. Cuando voy al campo, a la casa donde crecí, tomo fotos para llevarme un pedacito de aquello al lugar donde vivo ahora”.

La formación continua es parte de la vida cotidiana de la fotógrafa. Se nutre de bibliografía especializada de origen internacional y sigue de cerca el trabajo de colegas porque considera que “en el Uruguay y en el mundo hay una nueva camada de fotógrafos que son excepcionales. Se ha evolucionado desde la fotografía dura, rígida y plana, del retrato clásico al fotorreportaje, que es la tendencia más actual, [en el que se trata de] contar una historia y mostrar los detalles significativos”. Dice que siempre está atenta a la innovación internacional en las áreas que su interés: el fotorreportaje de bodas, el retrato de familias y de recién nacidos. “Más allá de ver ejemplos concretos de determinados fotógrafos, me gusta investigar constantemente y conocer nuevos autores, analizar su mirada y entrenar el ojo en la búsqueda de una composición estéticamente bella que a su vez surja lo más espontáneamente posible”.

Entre diversos cursos y talleres, destaca un seminario de bodas con Fran Russo (fotógrafo español), un taller de Antropología Fotográfica en el CCE (Centro Cultural de España, Montevideo), otros de investigación y conservación de fotografías antiguas en el CdF (Centro de Fotografía, Montevideo) y la formación continua a través del portal Creative Live.  “Los hago porque me gustan, enriquecen mi trabajo y porque no quiero que me encasillen, no quiero que vean una foto y que digan que es de Virginia Zabaleta porque siempre hace lo mismo. Todo me ayuda a definir mi estilo, me nutro de distintas corrientes e incluso de distintas disciplinas, ya que creo que el arte de fotografiar se puede construir desde las más diversas inspiraciones”.

El estilo: planos, estética, tonos

Dice Virginia que no hay un plano en exclusiva que defina su estilo. “Me gusta ir al detalle que dice tanto, pero también me gusta tomar planos generales. Hay una foto que me caracteriza de alguna manera: llevo la cámara al piso y tomo la imagen con un lente de 20 mm, es un gran angular que realza toda la escena, en este caso tomada desde la perspectiva del piso. Rinde mucho en los cumpleaños y con los bebés que están aprendiendo a caminar. Muestro la pisada y generalmente van tomados de la mano de la mamá o el papá, es una foto que cuenta, narra, describe”.

“Me gusta cambiar de planos, lo hago todo el tiempo. Busco el arriba, el abajo, el costado. Me muevo todo el tiempo. Además trabajo con lentes fijos, no con zoom. Cambio los lentes constantemente y principalmente uso dos: el 20 y el 50. Miro la escena y decido. La mayoría de las veces, en un evento, arranco con el [lente de] 20 mm y cruzo el umbral del espacio físico donde se desarrolla para recrear la experiencia que tendría una persona: capto la idea general, como hace el ojo humano. Después voy a los detalles con el 50 antes de que llegue la gente. Y vuelvo al 20 cuando la gente va entrando. La lente fija es excelente porque fue concebida para esa distancia focal, entonces la calidad de imagen, su definición y la profundidad de campo que se logra es muy superior. No necesito ni me gusta usar flash, solo cuento con él en situaciones específicas donde no tengo más remedio que usarlo o porque deseo lograr un efecto puntual”.

Ante el dilema del color o la escala de grises, Virginia piensa y explica: “el color transmite mucho, aunque me gusta alternar los dos al entregar mis trabajos. La escala de grises tiene una connotación más editorial, se asocia de forma natural a la prensa, por lo que se puede decir que “es más periodística” y eso me atrae también. Generalmente edito en escala de grises las fotos que más me gustan y preferentemente en tonos crema, que le da una estética muy particular a la imagen destacando mucho los contrastes.

En el zoom de Virginia Zabaleta

Según Guillermo, esposo y “segunda” cámara del emprendimiento, Virginia se destaca por su dedicación durante las sesiones: “la entrega que brinda genera un feedback increíble con el cliente. Genera lazos de amistad, un relacionamiento a partir de su simpatía. También el tiempo dedicado a la posproducción, a cada foto, porque Virginia considera que cada imagen tiene un algo en particular, aunque parezca similar a otra”. Ella agrega: “quizás es la mirada que es distinta o un ángulo que la vuelve diferente y, al tratarse de algo tan subjetivo, no me gusta decidir por el cliente. Entrego todo, y no me cuesta hacerlo, al contrario, disfruto muchísimo de lo que hago, incluyendo la postproducción”.

Recién nacidos. Hago las sesiones a domicilio para no sacar a los bebés de su hogar y porque me gusta captar el entorno familiar. Llevo algo simple, telas negras, blancas o de colores neutros porque busco imágenes puras y naturales. También llevo distintos detalles que voy consiguiendo pues siempre estoy buscando agregados que den un toque especial a las imágenes e invito a los papás a incluir accesorios que sean emocionalmente importantes para ellos. Puede ser el primer par de escarpines, un muñeco o el nombre del bebé en letras corpóreas. La sesión de recién nacido normalmente se prepara con bastante anticipación y en conjunto con los papás, los padrinos, tíos o abuelos, que muchas veces son quienes la obsequian”.

Bodas, cumpleaños, bautismos. “Le doy mucha trascendencia a las ceremonias, y los momentos cumbre de un bautismo, un barmitzvah o un casamiento son las fotos que más exigen a nivel técnico. Si me equivoco, ¡no es posible repetir el momento! La foto que me pone más nerviosa es cuando la novia entra a la iglesia. Es “el” momento y quiero captar su esencia”.

Sesiones familiares. Parto de la comunicación con cada familia en particular y de lo que ellos tengan en mente y las sesiones las hago siempre en exteriores porque no hago fotografía de estudio. Salvo excepciones, [ya que] me ha tocado hacer sesiones familiares en alguna casa de familia, normalmente buscamos la playa, el Arboretum Lussich, algún paisaje rural, un lindo jardín o espacios públicos abiertos”.

Inmobiliaria. “Todos los rubros en los que me muevo están vinculados con la gente, salvo el de inmobiliaria que está más relacionado con el arte y la estética, porque hago fotografía inmobiliaria de apartamentos de alta gama y casas con mucho diseño. Son lugares que me inspiran donde además puedo hacer producción, que también me gusta. Llevo copas, vino, libros y armo escenas”. Aquí y en los eventos empresariales es donde entra más en juego la mirada comunicacional: analizar el destino que dará el cliente a las imágenes, cuál es su función y qué se pretende lograr con ellas, y a partir de esto orientar la mirada.

Autorretrato I: aprendizajes

Virginia hace la gestión de las redes sociales de su marca y también se encarga del mantenimiento de la página web. Procura encargarse de todo y lo hace pasionalmente, tanto que aclara: “me falta la cabeza ordenada que favorecería el emprendimiento. Tengo muchas ideas, pero no siempre tengo la disciplina de seguir una rutina que me permita concretarlas ni tampoco el tiempo para lograrlo. O al menos no lo he logrado aún, es un punto a trabajar. Muchas veces me cuesta mantener la cabeza positiva porque no siempre estoy con el mejor ánimo, especialmente en las semanas en las que hay poco trabajo. Pero sé que eso es parte de emprender”.

“Emprender significa momentos altos y momentos bajos en los que no hay más remedio que acudir al entorno familiar por una ayuda puntual o para levantar el ánimo. Son fundamentales el apoyo de la familia, de la pareja y de algún mentor (he tenido varios en mi vida profesional). Emprender es aprender y también arriesgar. Yo dejé el trabajo en una consultoría y lo pude hacer porque mi familia me apoyó. Tenía, además, la motivación de mis niñas chiquitas y con la fotografía podía quedarme más en casa”.

“Me organizo como puedo, cada día es diferente. Mi esposo, además de ser abogado es mi segunda cámara y hacemos las bodas en conjunto. En la previa de la ceremonia, yo voy con la novia y él con el novio, pero además hacemos juntos la preboda (la sesión de exteriores anterior) un tiempo antes, donde se establece un vínculo previo con la pareja. En esos días, siempre hay algún familiar que cuida a las niñas. Son horas y horas de trabajo. Podemos hacer dos eventos por día, uno al mediodía y otro en la noche (que comienza en la tarde, muchas veces). Y después paso mucho tiempo en la edición. Es una tarea que me gusta, me concentro en la noche cuando los demás ya duermen. Tomo bastante café para mitigar el sueño, disfruto de la noche y de la serenidad”.

Autorretrato II: los proyectos

Las ideas y proyectos surgen durante toda la charla, Virginia muestra, da ejemplos, busca libros en los que aprende y se inspira. “Me gustaría participar de productos fotográficos con una veta o fin periodística. Desde hace mucho pienso en un libro para mostrar estancias porque es parte de mi historia. [En particular,] me gustaría hacer un libro de las estancias en decadencia. Quizás para ayudar, de alguna manera. Sé lo difícil que es mantener un casco de estancia. Sé cuánto trabajó mi abuela primero y mi madre después para que no decaiga Rincón de Francia. Está el caso de Viraroes, que estaba en muy mal estado y un grupo inversor extranjero la recuperó y recicló por completo. Quién dice… quizás a través de un libro de fotografías se consiga atraer el interés de inversores en otras construcciones históricamente valiosas a nivel rural, se logre obtener los fondos para restaurarlas o invitar a la reflexión acerca de esta realidad que existe en tantos lugares menos conocidos del interior de nuestro país. O al menos, sacarle una foto antes de que se vuelva una ruina total”.

“La edición de libros fotográficos es un interés que tengo pendiente y ojalá pueda concretarlo de la mano de varios proyectos que tengo en mente. Algunos tienen relación con lo editorial y otros con poner la fotografía al servicio de la sociedad donde hay mucho para dar y trabajar, como el caso del proyecto fotográfico “Aunque sea por un segundo”, una iniciativa de la Fondation Mimi Ullens, de origen belga, que me llegó mucho y despertó en mí la voluntad de por qué no hacer algo similar algún día en nuestro país”.

A Guillermo y a Virginia les gustan los proyectos sociales porque ayudar a la comunidad está entre sus valores personales. Por eso, llevan adelante una iniciativa en la que ofrecen sus servicios fotográficos para organizaciones que necesiten mostrar su actividad. A cambio piden conocer el trabajo de la organización y costear los gastos de traslado si hay que movilizarse fuera de Maldonado.

El ojo de Virginia Zabaleta está atento a las demandas, mira la escena y decide, cambia de lente y se enfoca en una boda, en un recién nacido, en un bautismo, en el glamour de un apartamento lujoso o en las demandas de una organización social que necesita la ayuda de una fotógrafa sensible y cercana.

Del blog al taller. La experiencia de “La Vida la la la” para “construir la realidad en la que se quiere vivir”

Susana Castro Conti (43) es esposa, madre y docente de Comunicación Visual, y es la responsable del Taller (de crochet y otras artesanías) La Vida la la la. Susana es muy cordial, expresiva y se muestra naturalmente dispuesta a mostrar lo que hace. Su inclinación por la docencia se hace evidente en el tono de su voz y en la forma de encarar los temas. Además, en la manera generosa de contar sus vivencias como emprendedora.

Su experiencia comenzó con un blog que se transformó en un taller. El lugar físico en el que se desarrollan las instancias creativas (el taller físico) está muy cuidado porque el entorno debe favorecer el proceso de enseñanza-aprendizaje. La modalidad de taller permite intervenciones que Susana considera fundamentales para el proceso creativo, por ello “el lugar debe generar ganas de estar para predisponer al aprendizaje y fomentar la creatividad”.

El taller, amplio y con ventana a la calle, es un lugar que invita. Es un espacio en el que prevalece el color y el orden, a pesar de la gran cantidad de materiales. Hay latas y latitas, cajas de todos los tamaños y baldes pequeños que albergan lápices, pinceles, fibras. Hay muchos cajones, algunos grandes y otros chiquitos. Hay armonía y diversas texturas. Hay elementos que invitan a trabajar con las manos y artesanías que invitan a mirar o usar. Entre tanto color, prevalece el anaranjado y el rosa con algunos tonos de fucsia y violeta.

La preocupación estética del emprendimiento también se evidencia en las redes sociales. El contenido de las publicaciones de “La Vida la la la” en Faebook e Instagram es variado y, además, generan un boletín de noticias cuando tienen un taller para ofrecer. Se muestra un trabajo arduo y constante, y un afán por sostener el interés del público.

Una instancia para la creatividad personal

Susana se presenta como profesora de Comunicación Visual y también como emprendedora, aunque lo expresa con timidez y parece que debe justificarlo con una sonrisa, como si todavía no se convenciera de su iniciativa. “Mi trabajo formal como profesora de Dibujo, y de Educación Visual y Plástica es en Secundaria (pública y privada). Toda la vida me gustaron las manualidades, me gusta coser, tejer, bordar, y  me pasó algo que es habitual en la docencia: mi espacio creativo personal se fue relegando porque los tiempos no dan….

A partir de una capacitación específica en relación con las TIC (Tecnologías para la Información y la Comunicación), Susana se enganchó en un foro español de decoración de interiores, un tema vinculado a su veta creativa. “Muchos de los miembros del foro tenían blogs, descubrí ese mundo y me entusiasmé. Los blogs abren puertas que abren otras puertas, así que de la decoración de interiores llegué a blogs de artesanías. Y de España salté a Argentina. Me entusiasmé tanto que comencé a armar un blog; empecé a hacerme un espacio para mí, el tiempo creativo que estaba abandonado. Ese fue el primer sentido del blog La Vida la la la.

El nombre del blog, que canta a la vida, es una expresión comodín de su familia. “Es una frase que dice todo y nada, que tiene música y que destaca la unión de vida y del canto, de la vida y del disfrute. Es algo divagada, pero me gustó y me sigue gustando”.

Entre los miembros de un foro (personas con un fuerte interés en común) suelen generarse vínculos fraternos y Susana no fue ajena a esa realidad. En las conversaciones digitales —dice que en ciertas charlas hasta se trataban temas muy íntimos— surgió la necesidad y el empuje para pasar del blog a la acción. Hubo quienes se dedicaron a vender sus artesanías, quienes emprendieron en grupo y quienes se enfocamos a enseñar. Del blog, entonces, surgió el taller “La Vida la la la” para unir la docencia y un espacio de creatividad.

Un espacio para crear con las manos

Los primeros talleres que Susana ofreció, hace cuatro años, fueron de crochet. “El crochet es muy sencillo, yo veía, de niña, a mis abuelas hacer crochet y en particular lo aprendí con mi suegra. Ella me enseñó la técnica básica y descubrí que, a partir de lo básico, se puede hacer mucho”.

Susana agrega, insistentemente, que no es necesario de “tener mano”. En su taller para principiantes llegan personas “que no saben nada y se van con algo hecho por ellos”. “Lo más básico es el punto bajo que permite mucho más, porque el crochet se basa en combinaciones de ese punto. Es cierto que requiere algo de pensamiento geométrico y quizás algunas personas, las que tienen inteligencia espacial, se sentirán más cómodas con la técnica. Pero quienes no tengan esa habilidad, también pueden aprender”.

La propuesta de talleres de “La Vida la la la” es de aprendizaje y experiencia compartida. Susana trabaja en la creación de “un espacio para pasarla bien, para crear con las manos”. Asisten, mayormente, mujeres entre 20 y 60 años y, en general, cuando van adolescentes lo hacen en compañía de sus mamás, “para pasar un tiempo juntas”.

Del crochet para principiantes —que es el primer escalón— se puede continuar con talleres más avanzados. En 2016, se realizaron varios: uno de mandalas, otro de amigurumis y uno de granny squares (los cuadrados de abuela).  

Además del crochet, en “La Vida la la la” se ofrecen diversas instancias creativas porque Susana comparte el taller con otros artesanos. Esas instancias (sobre bordado, encuadernación, fieltro húmedo y papel reciclado) le permiten, además, participar como asistente para aprender y enriquecer su veta creativa.

Emprender es aprender

Gestionar el taller y que funcione implica mucha dedicación, significa tiempo de trabajo, además del que demandan las clases y la vida (del hogar y en general). Para que el taller sea viable hay que alimentar las redes sociales y generar boletines informativos. “Mi esposo me ayuda porque es mucho trabajo. Requiere dedicación, esfuerzo y mantenimiento. Todo fue surgiendo y tuve que aprender sobre la marcha. No solo he tenido que aprender y mejorar las técnicas que enseño, sino que debo estar al día con otras cuestiones. Por eso aprendí a manejar Facebook e Instagram, por ejemplo. Me inclino por las redes que me gustan más o las que me son más fáciles, el blog primero e Instagram ahora. Pero también tengo que hacer otras, porque Facebook, por ejemplo, tiene gran alcance y muchas repercusiones”.

El taller de Susana es parte de su casa, porque “en definitiva, es un emprendimiento familiar, mi esposo se encarga de la gestión de la base de datos para la newsletter y mis hijos me ayudan los días de taller. El emprendimiento tiene un involucramiento familiar. Así se dio porque emprender implica vivir de una forma coherente con los sueños”.

Susana agrega que emprender significa animarse a seguir a pesar de las dificultades y que el desafío es sobreponerse a los problemas y continuar. También implica estar atento a las oportunidades, generar espacios, manejar los intereses y lidiar con el manejo de los tiempos (¡todo un tema, según ella misma confiesa!). Cuando Susana pasó de los sueños a la acción, tenía mucho miedo. “Pensaba ¿qué pasa si no viene nadie? Y me decía: ¡nada! Habrá que ofrecer un nuevo taller”.

Su recomendación, como emprendedora, es que “hay que aprender a bancarse la frustración. Hay que aprender a tolerar los errores porque si realmente se quiere algo, hay que meterle para sobreponerse a `los a pesar de´”.

Taller La Vida la la la

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Qué se ofrece: “Técnicas y experiencias, un tiempo para cada uno. Un tiempo para tomar té, café y crear, para sentir la gratificación de transformar algo.

Días de taller: sábados de tarde.

Técnicas: crochet y bordado, fundamentalmente. En estos años han realizado talleres de encuadernación, fieltro húmedo y papel reciclado. Y a futuro mucho más: origami, caligrafía bordada y confección de prendas básicas.

Para: quienes gustan de las manualidades, valoran los oficios y quieren experimentar la satisfacción de crear.

Zafiro Vocal: un coro desestructurado y riguroso el “que se deja el cuerpo en cada ensayo”

Según parece, en Uruguay la actividad coral es intensaHay coros nacidos en instituciones educativas, asociaciones profesionales, organizaciones sociales, culturales y en clubes sociales y deportivos. Hay coros para niños, adolescentes y para la tercera edad, femeninos masculinos y mixtos, los hay gratuitos y otros en los que hay que pagar. Algunos reúnen a personas que simplemente quieren cantar y para participar de otros, sin embargo, hay que “tener voz”.

Hay grupos vocales para todos los gustos y para elegir el indicado solo hay que indagar las características del coro en función de los intereses y necesidades del coreuta. En esa oferta tan amplia, de organizaciones de todo tipo, hay uno con cierta particularidad: Zafiro Vocal. Este grupo nació en un gimnasio, no se trata de un club social y deportivo de esos que se visualizan de lejos por su infraestructura, sino de un gimnasio de barrio.

“Mi vida era muy estructurada, estudié secretariado y trabajé como secretaria durante quince años”, dice Roxana López Buongiorno (45 años, directora). “Un buen día decidí cambiar todo: ese mismo año me divorcié, dejé el trabajo y puse el gimnasio, que siempre había sido un sueño”. Así, en 2007, nació Zafiro Centro de Bienestar (Francisco Solano López esq. Dalmiro Costa, Buceo) que es más que un gimnasio, es un lugar “que ofrece bienestar” según las últimas tendencias en gimnasia y en el que hay clases hombres y mujeres, desde niños a adultos. La propuesta de Zafiro incluye fitness en general: pilates, zumba, body pump, power jump, entrenamiento funcional y clases tradicionales (glúteos, abdominales y piernas, y aerolocal) y sala de aparatos (aeróbicos y fierros clásicos). “Tenemos de todo [e incluso hemos llevado adelante] recuperaciones de operaciones, por ejemplo. Y ahora se agregó el coro porque amo el ejercicio en toda su dimensión: el ejercicio físico en el gimnasio y el musical en el coro”.

El grupo vocal surgió porque Roxana dice que toda su vida ha estado signada por la música

El grupo vocal surgió porque Roxana dice que toda su vida ha estado signada por la música y aclara, enfáticamente, que en el gimnasio se trabaja con música. “Está todo conectado, en el fitness hay música, por ejemplo. El profe de fitness dedica toda la primera clase (…) al tiempo musical, al ritmo, a la cadencia, a la interpretación musical. [En cada clase hay] veinte almas que vienen a descargar, vienen para que las trates bien, para encontrar la alegría de vivir y nosotros, los profesores, hacemos teatro, hacemos actuación. [A través de] la música y del movimiento transmitimos emoción, alegría, fuerza”.

La idea del coro, concretamente, nació a partir de un hecho casual. “Hace un año y medio, en una salida nocturna conocí a Wilmer Márquez (38 años), profesor de Música, quien actualmente es el director del coro. [En aquel momento] yo pensaba tomar clases de canto, era un desafío personal que estaba dormido en mi interior. Cuando comenzamos a conversar y supe que Wilmer era profesor de Música le pregunté si podía darme clases. Él no estaba dando clases particulares en ese momento, pero se animó”. Wilmer afirma que accedió porque se trataba de una mujer decidida, que quería cantar y que, como desafío, se planteó “comenzar a formar su voz, al igual que Roxana forma cuerpos en las clases que da en el gimnasio”.

“A la semana [de aquel encuentro], estaba tomando clases de canto con Wilmer los lunes durante dos horas. Al mes sentía ganas de algo más y le propuse crear un coro”, dice Roxana. Wilmer le respondió que no y Roxana insistió. Hoy el director del coro agrega que la iniciativa no le cerraba porque “mi proyecto coral es Vibra, un grupo que llevo adelante en el liceo público en el que trabajo, y sinceramente no veía posible trasladar ese trabajo a la propuesta de Roxana».

Con un cartel en la recepción del gimnasio y su entusiasmo, un sábado de setiembre de 2015 comenzaron los ensayos. Eran todas mujeres con ganas de cantar, nada más

Roxana buscaba, en realidad, ampliar la dinámica de integración cultural de Zafiro Centro de Bienestar y el coro era una buena estrategia. Finalmente, eso convenció a Wilmer. Entonces, el profesor y futuro director de Zafiro Vocal, exigió diez voces, al menos. Y Roxana consiguió catorce en menos de una semana. Con un cartel en la recepción del gimnasio y su entusiasmo, un sábado de setiembre de 2015 comenzaron los ensayos. Eran todas mujeres con ganas de cantar, nada más.

A partir de ese momento, ensayan todos los sábados de 16 a 19 h en el gimnasio. “Yo lo tomé con rigurosidad artística porque así me gusta hacerlo”, explica Wilmer. “En el primer ensayo [indagué acerca] de los intereses y encontré que no había inquietudes ni experiencias artísticas, sino un interés colectivo en formar parte de un espacio para sentirse bien”. Roxana cuenta que en ese testeo algunas respuestas fueron inquietantes. Una chica dijo que buscaba “un espacio para ser feliz”; esa aseveración fue una de las tantas muestras de que el proyecto del coro se transformaría en una instancia para vibrar con la música en el marco de un centro en el que se manifiesta el cuerpo.

Las canciones y los arreglos musicales son, como dice Roxana, “obra de Wilmer”. “Tenemos un año y tres meses de vida, así que el repertorio es acotado” (1). Wilmer elige el repertorio en función de sus gustos, aclara que “tienen que ser temas que me partan la cabeza, esas canciones con las que deliro desde la idea”. Para Roxana, cada canción tiene un contenido emocional, tanto es así que la primera vez que cantaron De nada sirve (No Te Va Gustar) todas lloraron porque el tema hacía “referencia a la historia de vida de una de las participantes”.

El repertorio de Zafiro Vocal incluye “canciones para vibrar desde adentro”

El repertorio de Zafiro Vocal incluye “canciones para vibrar desde adentro”, como dice Roxana. “Cantamos De nada sirve de No Te Va gustar; Duende del Sur de Chambao; Spaguetti del rock de Divididos; Sud Africa Canción de Ruben Rada; Por las ruas, por las calles y El Círculo de Kevin Johansen; Para la vieja Isla de Flores de Alberto Wolf; Esa noche y La Soledad de Café Tacuba y Sirinoque de Abuelos de la Nada”.

En diciembre de 2015, con tres meses de vida y mucho arrojo, Zafiro Vocal cantó en público por primera vez invitado por el Coro Brisas. Con muchos nervios y altas expectativas, salieron al ruedo y mostraron su trabajo. No pensaban hacerlo inicialmente, porque el coro pretendía solo ejercitar sus voces y alimentar el alma, pero la invitación las tentó. La energía generada fue vital para animarse a más y en 2016 tuvieron una vida muy pública con una agenda de presentaciones muy poblada desde octubre a diciembre. “Comenzamos a ser parte de una dinámica de conciertos, invitaciones, comenzaron a abrirse puertas. El coro está sonando bien, pero lo que más valoro es el grupo humano. Nos conectamos y se genera una energía intensa que nos retroalimenta”, dice Roxana.

Para finalizar 2016, el grupo se animó a organizar el primer encuentro en su casa, en el gimnasio. La actividad se realizó el sábado 17 de diciembre. “Trabajamos arduamente para el primer encuentro; nos dio muchísimo trabajo porque teníamos que afrontar todos los costos. Hicimos rifas y una margarita como las de las kermés para [recaudar dinero] y también un remate al final de la actuación. Tuvimos que transformar el gimnasio en un teatro y lo logramos, para el festival de coro creamos el Teatro Zafiro con tarimas para recibir a 30 personas arriba del escenario. Además alquilamos sillas y el audio que es realmente importante [e incluso] hicimos hasta los regalos para los coreutas y los directores”.

Ese sábado se generó “algo realmente hermoso con un equipo comprometido y un profesor muy profesional que nos exige mucho, pero que hace relucir nuestro trabajo”, agrega Roxana. Al respecto, Wilmer aclara que está orgulloso del grupo pues ha podido “entrenar las voces que se han pulido superlativamente. El coro ensaya fuerte, la dinámica de ensayo es de alto rendimiento, pero también se prioriza el buen clima y el trabajo artístico con alegría, y eso da buenos resultados”.

“Comenzamos con miedo y perfil bajo, ahora mantenemos ese perfil bajo, pero lo hacemos con la seguridad del amor por lo que hacemos»

En resumen, dice Roxana, “comenzamos con miedo y perfil bajo, ahora mantenemos ese perfil bajo, pero lo hacemos con la seguridad del amor por lo que hacemos y con la seguridad de que nos está saliendo bien. Nuestro trabajo es humilde, sencillo, pero muy carismático. Hemos buscado un estilo desestructurado en nuestros atuendos con una camisa de jean abierta al estilo rockero. Somos desestructuradas, pero muy rigurosas con los ensayos porque dejamos el cuerpo cada sábado y también en las presentaciones con público”. “El coro ha significado alegría, orgullo, gratificación y crecimiento personal. Me gustaría ampliar el gimnasio, explorar la veta cultural con otras propuestas que también hacen bien”, agrega la directora de Zafiro Centro de Bienestar. “Soy feliz viendo a la gente motivada. También con la unión que se ha generado en torno a la música. Se despiertan sonrisas y llantos, además de una conexión fraterna muy profunda”.

(1) Entrevista realizada en diciembre 2016

Detrás del primer chocolate “del grano a la barra” del Uruguay hay sueños, investigación, muchos kilómetros recorridos y un gran deseo de superación

Lucía Contatore (27, estudiante de arquitectura y artesana en chocolates) es la creadora y responsable de Oh! Chocolaterie, una marca joven que ha marcado su impronta en el mercado uruguayo a partir de la innovación y de la sorpresa, características que dan identidad al emprendimiento.

Entre la arquitectura y el chocolate, Lucía ha intentado balancear pasiones y premisas familiares. “La arquitectura me encanta, pero el chocolate me gusta más. Y la profesión en sí, ser arquitecta, no me llama tanto la atención [porque] el ejercicio de la profesión y las condiciones que existen hoy en el Uruguay no me entusiasman”. En cambio, cuando Lucía habla del chocolate su visión es diferente, narra y describe el camino recorrido con precisión, amor y vehemencia, a pesar de su timidez y humildad.

Esta es una historia de dudas y logros con sabor a cacao. Es el relato de alguien que, en un principio, amaba chocolate solo para degustarlo. Pero había algo más que comer chocolate frente a la TV, y del placer del sabor, el chocolate pasó a ocupar el tiempo y la energía de Lucía. Invadió su casa y su vida, generó polémica familiar, y en la actualidad su emprendimiento en chocolatería se ha afianzado en todos los ámbitos: el personal, el familiar y en el mercado uruguayo.

Esta es una historia que muestra la zozobra de la incertidumbre, que evidencia situaciones casuales y causales, que ofrece el placer de explorar y la ganas de salir adelante. La de Lucía es una historia que tiene de todo: sabor y texturas, detractores y miedos, pasión y arrojo. Y mucha superación: “Yo hago chocolates, pero debo ser empresaria porque quiero que el proyecto [Oh! Chocolaterie] crezca; esa es la parte que no me gusta, pero debo hacerlo igual. Y después está la parte artística que me fascina. Lo que más me gusta es sorprender; por eso elegí el nombre ’Oh! Chocolaterie’. Me copa armar las propuestas particulares para cada fiesta, también elegir los bombones, los sabores y trabajar las texturas, y hasta armar el packaging”.

Montevideo: apatía y sabor. El mundo del chocolate más allá del “garoto”

¿Cómo llegó una estudiante de arquitectura a vincularse con el chocolate?
Un día, de adolescente, dije que quería tener una chocolatería, como esas cosas que uno dice… Quizás para tener un acceso directo a los chocolates que tanto me gustaban. Y nada más, ahí quedó.

Comencé la carrera de arquitectura, iba a clases, todo el mundo estaba recopado y yo sentía que me faltaba algo. Veía que los demás se entusiasmaban y yo no. En 2009, en Pocitos Libros, buscando un regalo para una amiga encontré un libro de chocolates y lo compré. No sé realmente por qué, si bien cocinaba algunas tortas, la cocina tampoco era lo mío.

Comencé a probar con el chocolate, hice unas canastitas con dulce de leche y frutos secos. Usaba un chocolate cualquiera y el producto gustaba porque era goloso. Seguí probando y comenzaron los pedidos: para el cumple de una amiga, para una reunión.

En aquel momento usaba símil chocolate que tiene pasta de cacao, azúcar y aceite (generalmente hidrogenado) en lugar de manteca de cacao. Es un producto fácil de usar porque se derrite, se pone en un molde y ¡listo! Durante todo el primer año trabajé intuitivamente, sin saber nada del mundo del chocolate.

A través de varios conocidos, me enteré de un curso en la Universidad Católica que se llamaba “La ciencia y la tecnología del chocolate”. En mi casa estaban un poco preocupados por mi carrera porque yo demostraba mucho interés por el chocolate; así que cuando le pedí dinero a mi madre para hacer el curso, me dijo que no. Pero uno de mis hermanos —el del medio— me ayudó, vio mi entusiasmo, intuía que yo no estaba tan conectada con la Facultad y por eso me ayudó.

¿Qué encontraste en ese primer curso?
Me encontré con una primera clase de Química —casualmente en mi casa son todos químicos— y un pizarrón lleno de fórmulas porque el chocolate no era lo que yo pensaba… Ese curso tuvo dos días teóricos y uno práctico, y descubrí que el mundo del cacao era mucho más amplio que el “garoto”, el símil chocolate que usaba en aquel momento.

No me había puesto ni a pensar de dónde salía el chocolate y desde ese primer día [tomé contacto] con el cacao, las plantaciones, cómo se procesa y el movimiento bean to bar en el que el chocolate se elabora directamente desde el grano. Estaba ahí sentada y dije “algún día voy a hacer ese chocolate”. Todo me resultaba muy atractivo y veía miles de cosas para hacer.

Con los conocimientos que adquirí en ese curso me pasé al chocolate para templar y comencé a trabajar con el belga. Después me fui a Buenos Aires a hacer un curso sobre elaboraciones, para sacarme el miedo porque temía templar el chocolate.

¿Por qué ese temor?
Porque hay que trabajar con las temperaturas y ser muy cuidadoso. Ahora sé que no pasa nada, pero en aquel momento no sabía y no tenía práctica. El miedo, en realidad, era la carga de estar haciendo algo que no debía: porque yo, en lugar de estar haciendo chocolate, tenía que estudiar arquitectura.

Todo era un caos, en el miedo al chocolate [se condensaban] otros miedos. Pasaba noches enteras haciendo cosas de Facultad y cuando podía, pasaba noches enteras cocinando. Tenía 21 años. Estaba muy perdida y todas mis referencias eran de profesionales que se habían dedicado a sus carreras. Ese tenía que ser mi camino.

[Por eso], en 2011 conseguí un trabajo en una constructora. Me venía bien tener un trabajo vinculado a la carrera y tener mi dinero. Trabajaba ocho horas, tenía mi sueldo y estudiaba. Parecía que todo estaba en orden, pero en un momento volvieron los chocolates. Al año de estar trabajando ya no aguantaba más y pensé en hacer una marca, un logo, un lugar en el mercado… Empecé a soñar, aunque me convencí de no dejar la carrera.

¿Ese fue el inicio del emprendimiento oficialmente?
Sí. En 2012 arranqué con Oh! y a mitad de año estaba muy angustiada porque no podía con todo (trabajo, estudio y pedidos). Llegaba a las cinco a casa y me ponía a hacer chocolates; entre las siete y las ocho tenía que limpiar la cocina para la hora de la cena y después lavaba todo, porque nadie lo iba a hacer para que yo me dedicara a mis chocolates. Y vuelta a trabajar hasta finalizar los pedidos. Me iba a dormir a las tres de la mañana y al otro día trabajaba a las nueve, y también tenía clases. Sabía que así no podía seguir: era invasivo, sacrificado y generaba problemas.

Después de un año y medio, renuncié al trabajo porque, además, quería irme de viaje y conocer las chocolaterías de las que había escuchado en el curso. Y me mudé para la casa de mis abuelos que eran arquitectos. La casa tiene un estudio abajo que ya no se usaba y pensé que era el lugar ideal para producir mis chocolates. No tenía una relación muy estrecha con mi abuela, pero me sobrepuse, compré masitas y la visité con el objetivo de pedirle el garage. Ella me dijo que usara todo el espacio que necesitaba, no solo el garage.

¿En el estudio de tu abuela nació el laboratorio de Oh! Chocolaterie?
Mudé la producción de chocolates, fui despejando el estudio y armé una cocina. Fue en setiembre de 2012. De a poco acomodé el espacio; mi abuela me decía que dejara todo como estaba, que no abandonara los estudios, pero también me incitaba a que volviera al otro día. El verano siguiente, con el dinero que había ahorrado, me fui de viaje a Alemania, Suiza y Francia para conocer chocolaterías y chocolateros.

París y la confirmación de los próximos pasos.  “Mi camino era el del chocolate a partir del grano del cacao: buscar la esencia misma”

¿Cómo fue la experiencia de conocer chocolaterías europeas?
¡En algunos lugares me quería quedar todo el día! Tenía un cuaderno en el que escribía notas, apuntes, palabras sueltas. El viaje fue una confirmación de lo que quería hacer. Mi producto, que no llegaba al nivel de las mejores chocolaterías, era aceptable; mi intuición estaba en foco y el nicho [de mercado] existía para explorarlo.

Además, tuve la oportunidad de conocer a Chloé Doutre-Roussel. Ella es francesa, vivió en México y es la autora del libro Chocolate para conocedores que yo había leído hacía un tiempo. La contacté, me invitó a su casa y charlamos durante horas. Le conté sobre las chocolaterías que había visitado y ella me ayudó a ser más crítica, a aprender de márketing, del chocolate y de la experiencia de degustación. Me ayudó a armar un mapa para ubicarme y decidir por dónde ir. Fue el día antes de volverme y la alegría no me entraba en el cuerpo; esa noche caminé por París con una energía desbordante.

Regresaste a Montevideo con el camino en mente y el laboratorio instalado en la casa de tus abuelos…
Sí. Me volví a Uruguay con la certeza de que mi camino era el del chocolate a partir del grano del cacao: buscar la esencia misma. Al llegar, el librero de Pocitos Libros (donde había encontrado el libro disparador de toda esta historia) me convenció para dar una charla sobre chocolates. Yo no estaba segura, pero él quería que yo contara mi historia y que diera a degustar mis preparaciones.

Así, un poco presionada por Leonardo [librero y dueño de Pocitos Libros], comenzó un ciclo de charlas que fue creciendo y que significó una experiencia muy enriquecedora. Fueron diez charlas y mientras tanto seguía con la producción de Oh! y con la Facultad.

¿Así comenzaste a posicionar la marca de un modo diferente?
Sí, con vínculos a la Literatura y [con el propósito de] potenciar la sorpresa y la creación, fundamentalmente. También [he procurado] mostrar el verdadero chocolate. En ese momento, en Uruguay habían surgido varias chocolaterías y me di cuenta de que debía especializarme aún más. Todos estábamos trabajando con chocolate belga [Belcolade] así que me decidí por seguir la esencia de Oh!: el chocolate a partir del grano.

Me puse a investigar. En Uruguay no entraban granos de cacao y no había maquinaria, parecía difícil. Pero conocí a alguien que me ayudó a armar un proyecto de financiación para la ANII [Agencia Nacional de Investigación e Innovación] y trabajamos arduamente con el apoyo de la Universidad Católica. Mientras tanto, continuaba con la Facultad y vendía rifas para hacer el viaje de arquitectura. Seguía con todo, pero sabía que la prioridad era el proyecto. ¡Y la ANII lo aprobó! Aceptaron financiar mi propuesta para comenzar a elaborar chocolate a partir de granos del exterior (porque Uruguay no produce cacao).

El 27 de diciembre de 2014 me avisaron que el proyecto había sido aceptado. Y ahí comenzó el proyecto en sí. Durante la primera parte, hice los trámites de importación de una máquina y del cacao, y en Uruguay compré el horno. Tuve un primer acercamiento con el grano, ¡que nunca había visto!, hice la primera experiencia de tostado y pelado, y me fui de viaje de arquitectura.

Atreverse en Ho Chi Minh. “Soy una chocolatera de Uruguay y estoy haciendo mi propio bean to bar, si me interesa tu cacao, puedo llegar a comprarte”

¿Viviste tu primera experiencia en la elaboración de chocolate a partir del grano y el viaje casi en el mismo momento?
Hice las primeras pruebas antes del viaje, me fui con las muestras y con el objetivo de evacuar dudas (¡tenía muchas!). En especial me preocupaba cómo pelar; lo habíamos hecho a mano y fue odioso. Buscaba máquinas y las que existen ¡pelan mil toneladas por segundo y yo importé 300 kilos! Tenía que buscar otra alternativa, un camino intermedio.

Durante el viaje, en mi día libre semanal, visité chocolaterías. Ya no iba a cualquier lado porque había aprendido, a partir de lo que me enseñó Chloé, a seleccionar. En Japón me enteré de un viaje a una plantación de cacao en Vietnam. Yo también viajaba a Vietnam y las fechas eran las mismas, ¡no podía creer la coincidencia! Insistentemente, mandé muchos mails hasta que logré ir a [la plantación de] Ho Chi Minh. Al llegar, quien coordinaba la actividad, me dijo: “No sé quién te invitó acá, pero esto es un viaje de negocios”. Yo le respondí: “No te preocupes, yo soy una chocolatera de Uruguay y estoy haciendo mi propio bean to bar y, si me interesa tu cacao, puedo llegar a comprarte”. ¡Por suerte tenía las pruebas conmigo!

Era mi oportunidad, no podía perderla. No sé de dónde saqué la fuerza, pero me impuse porque era la primera vez que iba a ver una plantación de cacao. Fue un momento tan cumbre como la conversación con Chloé en París. Si bien la experiencia fue fascinante, me quedé con ganas de conocer más. El viaje era para vender cacao y yo quería conocer la plantación desde otro lugar, desde la esencia. Así que el objetivo, en ese momento, fue volver a una plantación.

Seguiste el viaje con tus pruebas y la experiencia de haber estado en una plantación de cacao ¿y, mientras tanto, quién se hacía cargo de Oh!?
Seguí viajando, con mis pruebas en el bolsillo y esa experiencia, además de haber conocido otros productores a los que consulté mis dudas sobre la elaboración del bean to bar. Durante esos cuatro meses, Oh! continuó abierto con mi madre a cargo. El entorno, que durante mucho tiempo se había opuesto a los chocolates, ya tenía otra posición.

De la elaboración, se encargó la chica que trabajaba conmigo y mi madre fue la responsable del área comercial, [pues] ella tiene muchísima experiencia en ese tema. Pero también le tocó, alguna que otra noche, elaborar chocolate cuando había un pedido grande.

Colombia: aprender y enseñar. “Nunca habían comido [su chocolate] (…) y les hice [una barra] con sus granos. Fue un momento intenso”

El viaje de “arquitectura y chocolatería” ya finalizaba…
Sí, al regresar, seguí adelante el proyecto de la ANII que había quedado en suspenso y me fui a una plantación de cacao en Colombia en enero, que baja mucho la producción de aquí. Aprovecho cada enero para formarme justamente por eso.

Estuve un mes viviendo en una plantación. [El viaje a la plantación de Colombia fue] otro gran momento en esta historia. Coseché y planté, en silencio, al lado de los productores, para aprender e incorporar sus conocimientos. Fue en la Región de Santander, cerca de Bucaramanga, un lugar muy afectado por la guerrilla en el que los productores no cuidaban mucho su cacao porque estaba ahí, en el fondo de sus casas. No tenían protocolos de calidad, ni nada similar. Y yo, desde el escaso conocimiento que tenía en ese momento, me sumé a ayudarlos a profesionalizar su producción. Fue una experiencia en la que ganamos todos: yo aprendía y además les pedía qué necesitaba del cacao, cómo producirlo y cosecharlo, cómo conservarlo mientras se espera el envío.

Ellos nunca habían comido chocolate de sus granos de cacao. Tenían una máquina igual a la mía que no habían usado y les hice chocolate con sus granos. Fue también un momento intenso. Ese grano que usamos estaba muy descuidado, el cacao tenía moho y yo sabía que era imposible tapar ese gusto. Ellos me decían que exageraba y en la prueba les mostré que no. A pesar de la cuidadosa selección que hicimos, algún que otro grano con moho se fue y el chocolate quedó horrible, a mi modo de ver. Pero en definitiva, fue lo mejor porque probaron la realidad. Fue un cierre fantástico.

¿De ese viaje pudiste traer cacao?
Me traje cuatro tipos de granos diferentes: de la plantación en la que había estado, dos de plantaciones de ellos en otro lugar y una cuarta de un amigo de los productores. Al llegar a Uruguay hice una muestra de los cuatro cacaos y [los di a probar] en una cata para conocer el nivel de aceptación del chocolate.

Recogí 120 encuestas y los datos fueron muy curiosos: uno fue muy aceptado (cremoso y clásico) y otro muy poco aceptado, justo el de la plantación en la que estuve. Pero igualmente elegí traer ese cacao porque creo en su potencial y porque, en definitiva, no deja de ser chocolate. Es más ácido y astringente, pero es un tipo de chocolate que vale la pena conocer.

En esta segunda importación, que fue la oficial porque la otra era de prueba, traje 300 kilos de granos de cacao. Y todavía tenemos el problema del pelado que no está resuelto del todo.

¿Aún estás bajo el financiamiento de la ANII?
Sí porque se demoró la importación y debimos frenar el proyecto hasta que llegaran los granos. Tuvimos muchos problemas, era mi primera importación y también la de ellos con este producto. Pero logramos traer los granos y producir oficialmente el primer chocolate bean to bar del Uruguay.

El 30 de noviembre de 2016 largamos al mercado las dos primeras barras de chocolate producido aquí con granos de cacao de Colombia. Yo quería lanzarlo sí o sí en 2016, pero el cacao recién llegó en setiembre. De setiembre a noviembre corrimos para llegar a lanzar las barras y lo logramos porque tenía que ser antes de diciembre que es un mes muy loco que tiene otros propósitos comerciales. Y después llegó enero que es muy tranquilo.

Montevideo en el mundo: producción local con materia prima foránea. “Me gustaría presentar mi chocolate en otros países”

Decías que cada enero aprovechas para formarte…
Este último enero lo dejé para replantear y reorganizar Oh! porque tenemos que mudarnos. Aproveché para evaluar el camino realizado, qué hice, qué funcionó y qué no prosperó. Pasaron muchas cosas, son muchos años ya…

Armé planes y definí las inversiones que necesito. Estoy abierta a propuestas y cambios, quizás compartir un lugar de elaboración porque los costos son muy altos. Me gustaría, en 2017, presentar mi chocolate en otros países. El proyecto de la ANII termina ya, pero tengo posibilidades de una nueva financiación y voy a explorarla.

También tengo muchas ganas de volver a la plantación de Colombia para ver cómo está todo. Ambos crecimos, ellos consiguieron una financiación del gobierno y han aprendido mucho. ¡Es que la filosofía bean to bar se basa en el comercio justo que es beneficioso para todas las partes!

Y me gustaría presentarme en alguna feria, pero para eso dependo del financiamiento de la ANII también. Hay muchísimas ferias, las de Europa y la de Japón son una locura. Hay competencias, aunque mi chocolate del grano a la barra debe mejorar para competir.

¿Qué productos conforman la actual carta de Oh! Chocolaterie?
Con el cacao de Colombia solo hacemos tabletas y con el belga bombones y tabletas. Todos los productos que siempre existieron en Oh! siguen elaborándose con el chocolate belga y paralelamente tengo mi chocolate puro 70 % cacao. Son dos barras: “bosque de yariguíes” y “campo hermoso”.

La carta de bombones belgas de Oh! Chocolaterie tiene diez sabores. Y este año habrá una cajita aniversario (cinco años) que incluirá bombones importantes en la historia de Oh! Además, tenemos las barras belgas de las que hay tres sin azúcar.

¿Entre los chocolates belgas que elaboras, cuál es tu favorito?
Entre las tabletas de chocolate belga, la que más me gusta es la que tiene sal marina de José Ignacio [Sal Franca]. Le tengo cariño porque la hago desde que empecé y ha tenido mucha aceptación porque funciona en boca.

Entre los bombones, me gusta el de limón y albahaca. Lo hice para uno de mis cumpleaños, [instancia en la que] aprovecho para hacer cata de chocolate. ¡Por eso todos quieren ir a mis cumpleaños!

¿Se puede vivir de un emprendimiento de chocolates en el Uruguay?
Es difícil, yo todavía vivo en la casa de mis padres para poder reinvertir. Estoy abierta a financiamiento externo, también. Ahora quiero conseguir el segundo financiamiento de la ANII para poder seguir investigando y produciendo con el cacao colombiano, mientras la elaboración con chocolate belga sostiene a Oh!

Para dejarse tentar
Lucía selecciona muy cuidadosamente a los responsables de los puntos de venta que deben alinearse a su filosofía, conocer el producto y valorarlo. Como emprendedora, procura que todo en Oh! descanse en los paradigmas del grano a la barra y del comercio justo. Además, se preocupa por la estética de la marca en general y de los envoltorios y cajas en particular. Los diseños de Oh! son minimalistas, simples y lúdicos para que la experiencia de probar un buen chocolate no se acote solamente al paladar.

Detrás de las tabletas y bombones de Oh! Chocolaterie hay una historia sorprendente de una mujer que, con humildad, narra dudas, miedos, aciertos en el sabroso mundo del chocolate.

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Dagda / Ciudad Vieja
Delishop Uy / Pocitos
Los Horneros / Pocitos
Pecana / Pocitos
Cafetto Prado / El Prado
Almacén Odiseo / Carrasco
Carrasco Beer House / Carrasco
Say Cheese / Carrasco
Macachín / Maldonado
Cura Té Alma / Punta del Este
Una Pausa / Tacurembó

Diseño, arte y artesanía detrás de las letras bonitas de Sofía Donner

Sofía Donner (27) es artista visual. Desde hace un tiempo su trabajo —en Sinergia Cowork y en CreativeMornings/Mvd, fundamentalmente— se ve en las redes sociales. En las formas y figuras que crea hay fuerza y osadía, características que emergen cuando describe su trabajo y que dan cuenta de una persona con gran bullicio interior. Sofía habla con soltura y enfatiza vivencias y proyectos con el tono de su voz, interjecciones y risas, y también con su cuerpo: gesticula, se mueve, se acomoda. Y, en especial, acompaña el relato con sus ojos inquietos que brillan frente a lo que se imagina que puede hacer.

Coordinamos una reunión en Sinergia y, como es anfitriona en esa casa, eligió un lugar cómodo para charlar (el living del primer piso). En un ambiente en el que se respiran ideas creativas —con mesas en plena producción, mucho blanco, bastante verde y notas de color— conversamos, casi sin pausa, sobre sus estudios, su ejercicio laboral y los proyectos.

¿Cuál es tu formación?
Soy licenciada en Diseño Industrial (ORT); esa es mi formación académica. La artística empezó de muy chica: a los nueve años comencé a ir al  Taller para las Artes que dirige Gloria Raquel Sánchez. Fui hasta los 18 años como alumna y después seguí vinculada porque he hecho varias suplencias.

¿Cómo te definirías como artista?
Hago diseño e ilustración. Ahora [me identifico con] el pensamiento visual: expresar ideas a través de dibujos. Es muy espontáneo y lo estoy haciendo en eventos y charlas, por ejemplo. Plasmo en dibujo las ideas fuerza mientras se desarrolla la actividad. Es algo importante para las personas “más visuales” que captan a través de las imágenes. A veces, por problemas técnicos, no es posible hacerlo en grande [para que todos lo vean] y en esos casos lo hago en un tamaño reducido que se viraliza, después, en formato digital.

¿Es una nueva tendencia?
Sí, está sucediendo en varios lugares. Yo lo descubrí en 2013, estuve viajando y conocí a una alemana que vive de eso. Me fasciné, dije que quería hacer lo mismo y uso CreativeMornings como práctica, también practico en mi casa escuchando charlas TEDx y tímidamente estoy comenzando a ofrecerlo.

¿Requiere una técnica especial?
Requiere facilidad para convertir conceptos en formas visuales y dibujar rápidamente, que se entienda el dibujo y también seleccionar las palabras porque es combinación de texto e imagen. La selección de las frases es lo que más me cuesta, lo que practico todavía, [porque me resulta difícil] retener una frase mientras estoy dibujando. Pero se entrena, como todo.

¿Qué formación se necesita?
Creo que no hay formación académica para eso. Yo utilizo todos los recursos que tengo y, como todo en la vida, si hay ganas y te gusta, le metés horas. Necesita cabeza, ganas y muchas horas, ¡muchas horas! A mí lo que más me importa es que la letra sea legible; a veces hago un poco más de arte, si quiero destacar algo (título con volumen, sombra o decoraciones), aunque en realidad son mayúsculas y minúsculas legibles con mi letra. No es una letra diferente, es la mía.

Una letra muy linda…
Porque la practico todo el tiempo. Siempre me gustó escribir a mano, la computadora me da velocidad, pero para bajar ideas necesito el lápiz. Escribo a mano todo el tiempo y si noto que hay una letra que no se entiende y que no me queda bien, la ejercito.

¿Como la practicás?
Con cualquier material; a veces uso renglones, aunque me gusta trabajar libremente. Si quiero incorporar un nuevo tipo de letra a mi memoria muscular, hago el abecedario una y otra vez. Uso mucho la música como forma de práctica, anoto frases de canciones que me gustan.

¿Cómo atrapás lo importante en las instancias de facilitación visual?
Hasta el momento he trabajado en [temáticas] que conozco y también trato de investigar un poco antes. [Así fue] en la Cámara de Diseño en el Mes del Diseño en junio de 2015. Les pregunté si podía conocer a los oradores, ellos tenían prevista una merienda y fui yo también para que mi cabeza [pudiese estar] colocada en ese entorno. Me puse en contexto, pude ver las expresiones faciales de los oradores, conocer las palabras que usan y algo del contenido para imaginarme cómo expresar esas ideas en imágenes. Solo una vez caí como en paracaídas y se notó en el resultado.

Es un ámbito laboral interesante…
Sí claro, aunque nunca voy a hacer una de Física Cuántica porque no conozco los términos. Voy a hacer de temas que entienda o que estén cercanos a mí para que cuando los estudie pueda tener imágenes. En pensamiento visual se habla de diccionario visual, de tener un pensamiento visual sobre [determinado] tema.

¿Te interesa tener otros diccionarios visuales para extender tus servicios?
Por ahora quiero profesionalizarme en lo que más conozco y estudiaré, por supuesto, si algún día veo que hay más oportunidades que me estoy perdiendo por no conocer determinados temas.

El pensamiento visual orientado a la facilitación gráfica para expresar ideas o resumir conceptos es algo innovador en Uruguay. En Sinergia lo he usado en la Incubadora y estuvo buenísimo. Fue solo un período y a mí me sirvió como práctica, tuve feedbacks increíbles. Los “incubados” recibían minutas de los encuentros y también les enviaban mis dibujos y algunos me dijeron que no leían las minutas, solo se guiaban por lo que yo había dibujado.

¿Cuáles son tus referentes en el mundo del diseño y el arte?
Busco referencias, en realidad. En Lettering uso Instagram porque hay mucho material para mirar. Me gusta una chica norteamericana que estuvo en Sinergia, dio un taller e hicimos un pizarrón juntas, fue terrible experiencia. Se llama Lauren Hom y es muy métodica. Sabe lo que funciona y lo aplica, y eso está “de más”, aunque a mí me gusta explorar un poco más y procuro que las letras digan más del concepto.

¿Cómo es eso?
Ella tiene varias familias tipográficas que le salen muy bien, hizo una pieza [en torno al concepto] de jardín con letras muy simples y llevó [la pieza gráfica] al mundo del jardín con flores, pétalos y hojas. Yo intento que la construcción de la letra diga algo más. En un taller de Arduino, en Sinergia, pude hacer algo de eso. Cuando tuve que hacer la comunicación, tomé estaño —que es súper maleable y divertido de jugar—, escribí “Arduino” con [ese material], puse objetos que se iban a usar en el taller y saqué una foto. Más allá de que la letra haya quedado perfecta o no, busqué transmitir algo más que la palabra en sí.

¿Qué materiales utilizás para transmitir esos conceptos visuales que van “más allá de las letras”?
Cada caso es específico, así que los materiales varían desde un pizarrón clásico, lápices, tinta y hasta el uso de condimentos y especias, por ejemplo. Hace un par de días exploré con semillas de achiote. Escribí la palabra “achiote” con las semillas y fue una experiencia específica que me encantó. Le busco la vuelta a cada caso; practico con pizarrones, pero me cuelga usar otros materiales.

¿Cuál es tu ejercicio laboral en la actualidad? ¿De qué vive Sofía Donner?
Tengo un trabajo fijo en Sinergia, soy parte del equipo de Comunicación. Alimento los contenidos del sitio de Sinergia y hago los envíos de newsletter; en ambos casos muchas veces realizo gráficas específicas. Apoyo a los participantes del colectivo de Sinergia con producciones visuales específicas y también hago los pizarrones, que es lo que más me divierte. [Se trata de] comunicar en el espacio distintas cosas. Surgen de la comunidad y deben ser dinámicos para que la gente se encuentre con algo diferente. [El objetivo] es renovar el espacio, [y por eso] dibujo en las paredes de los baños las cosas que se vienen, los talleres y actividades. Le pongo onda para que la gente los mire.

Los pizarrones nos llevan al Lettering y a la caligrafía. ¿Cuáles son las diferencias?
Yo creo que la caligrafía es una forma consciente de escribir y el Lettering se acerca más a la ilustración, tiene letras y expresa conceptos, pero cada letra es dibujada.

¿Y por qué se ha puesto de moda?
Veo una tendencia global a volver a lo hecho a mano y salir de la compu que nos atrapa tanto. [Esta forma nos] permite alejarnos de lo digital y dar valor a que alguien se sentó, le dedicó tiempo, se paró, se trepó a una escalera… Eso está buenísimo.

¿Cómo descubriste el mundo del Lettering?
En internet, vi algo y dije “yo hago esto y no lo sabía”. Empecé a ponerle nombre a una práctica que ya hacía en reuniones familiares o de amigos [porque] siempre tengo una libretita y una lapicera, aunque tenga una cartera mini. Si [en un encuentro] alguien dice una frase que me copa, la escribo tratando de buscarle una ilustración que acompañe.

Y hace poco me acordé de que en quinto año de escuela teníamos unos bancos con tapa que se levantaba y yo escribía “Sofi” de diferentes formas: con volumen, sombra, letras diferentes. Hacía Lettering a los 10 años e iba pegando mi nombre en esa tapa. Si hubiera tenido un smartphone le hubiese sacado una foto porque ahora es solo un recuerdo…

¿Cómo es el estilo Sofía Donner en Lettering?
El estilo Sofía Donner no está definido.

¿Por qué no está definido?
Porque estoy todo el tiempo probando. Por un lado, me gustaría tenerlo para ser reconocida por un sello, pero al mismo tiempo no me gusta un reconocimiento así [porque] me interesa más la exploración. No sé si alguna vez va a existir el estilo Sofía Donner.

¿Para quién o para qué te gustaría trabajar?
Eso es algo en lo que he estado pensando bastante en el último tiempo. Me doy cuenta de que quiero seguir cambiando. No existe el trabajo de mis sueños. Me resultó bastante fuerte darme cuenta de eso porque siempre surgen las preguntas ¿a dónde quiero ir?, ¿qué quiero hacer? Y lo que hago ahora está bien, [en cambio] mañana puede surgir algo totalmente diferente y también estar bien.

¿Se puede vivir de esta mezcla de diseño-artesanía-comunicación-arte?
Creo que sí, aunque requiere mucho trabajo [porque], como todo en la vida, para ser mejor, cobrar bien y que tu trabajo valga, hay que trabajar mucho. Como decía Picasso, “que la inspiración te encuentre trabajando”. [Además] hay que hacer valorar el trabajo. Yo me alejé del cliente que te dice “haceme la primera pieza y después vemos el precio”. Si el cliente no valora lo que hago, no trabajo en [esas circunstancias]. No significa estar súper involucrada, pero sí tiene que haber cosas en común; debe de haber un ida y vuelta significativo, una valorización en común.

¿Cuántos años de experiencia en estas áreas tenés?
En Sinergia trabajo desde hace dos años. Antes trabajé en La Pasionaria, era encargada de la tienda y, como el equipo era chico, hacía mil cosas más. Fue mi primer trabajo y fue terrible experiencia, [aprendí] a solucionar problemas todos los días con inspiración porque el entorno de La Pasionaria es hermoso. Y cuando había que hacer una vidriera era una fiesta.

¿Cuáles son los trabajos que recordás con más cariño?
En 2015 di un taller de maquillaje artístico en Proarte. Me gustó muchísimo. Fue mi primera experiencia [como tal], aunque había hecho suplencias en el Taller para las Artes en el área de plástica.  Como trabajo freelance una buena experiencia ha sido trabajar con Underground Beer Club. El diseño es una disciplina bastardeada por el propio mercado: los clientes y los diseñadores. Este es un mercado chico y muy permeable a esas prácticas. Y trabajar con Mariano [Mazzolla] es genial porque él valora el trabajo y disfruto el vínculo con la empresa por eso.

Ahora, [además] estoy por armar un taller de Lettering que está en proceso de creación. Es algo que me gusta, hay mucha gente que quiere hacerlo y tengo ofrecimientos de varios lugares para darlo, también. Será pronto; estoy pensando hacer una encuesta previa a la inscripción porque hay dos niveles bien diferenciados: están los principiantes que solo saben que les gusta el tema y están los diseñadores que ya tienen la mano entrenada y que necesitan otro nivel. La gente está necesitando salir de la computadora y hacer cosas con las manos, [así que] veo en el Lettering un camino que me parece divertido.

“Los papeles, que siempre duermen a la espera, despiertan a través de un pliego”. La historia de Macachines – Arte en papel

De niños, en la escuela, seguramente todos hicimos algún que otro origami: el molinete, el barco o el avión. La técnica —también conocida como papiroflexia— es milenaria, de origen oriental y consiste en plegar papel para formar figuras sin cortes ni pegamentos. La base inicial es la de un cuadrado o rectángulo, y el resultado es sorprendente: desde figuras sencillas hasta modelos muy complejos.

Gabriela Retamosa (37, licenciada y posgrado en márketing y responsable de Macachines – Arte en papel) dice que el origami llegó a su vida casualmente; pero le gusta pensar que en otra vida debe de haber nacido en China porque, además de armar figuras a través de plegar el papel, hizo yoga y tai chi. Así explica su afición y, en particular, hace hincapié en lo sorprendente de la técnica, pues a partir de un simple papel se pueden lograr fantásticas figuras: una grulla, un elefante, una mariposa, una letra o una flor.

Esta es la historia de un interés que nació para llenar un posible vacío cuando Gabriela se mudó sola y se volvió un emprendimiento que cuenta con tres colaboradoras más, una línea de productos bien definida, impactos en escenarios y grandes superficies, y muchos planes a futuro. Macachines es un ejemplo de cómo un hobbie puede transformarse en un proyecto con perspectivas de crecimiento, un ejemplo de cómo aprender a resolver las más diversas cuestiones y sobreponerse a las dificultades para lograr lo que se quiere.

Frente a su mesa de trabajo, entre papeles de colores, entre vicisitudes y dificultades, proyectos y perspectivas, Gabriela relató las experiencias que dan identidad a Macachines – Arte en papel. Y, en especial, como responsable de Macachines, se atrevió a poner en palabras sus sueños. Como otros emprendedores, Gabriela se sobrepone al “me gusta/no me gusta” y hace de todo, aprende y lo intenta, y vuelve a empezar para “buscarle la vuelta, siempre”.

¿Cómo comenzó tu vínculo con el origami?
Todo surgió por mi hermano, que en un viaje a Europa trajo un libro de origami. Fue hace un montón de años, [tanto que] no recuerdo ni qué edad tenía yo. Él hizo algo de origami y yo también, pero no mucho. Y pasó la vida. A los 30 me mudé sola y me busqué un hobbie para no aburrirme. Le pedí el libro y comencé a plegar papel; hice un móvil para regalarle a mi sobrina que recién había nacido y le mostré los origamis a mis amigos. Comencé a regalarlos; la consigna era: “A vos te lo regalo, pero si querés regalárselo a alguien, te lo cobro”, [porque] esa fue la forma que encontré para promocionarme.

¿Y te empezó a entusiasmar cada vez más?
Sí, veía que todo quedaba lindo. Comencé a comprar otros libros y a seguir tutoriales en YouTube. Machachines me acompaña todo el tiempo, siempre estoy pensando qué hacer y cómo hacerlo. Un día estaba en el Puertito del Buceo, en la tienda que venden frutas y verduras exóticas, y vi un móvil hindú con el clásico elefante. Lo miré y pensé: “Yo puedo hacerlo, pero en papel”. Lo intenté; no encontré las campanitas, pero le adicioné una borla y así salió ese producto.

¿Sos autodidacta o tenés alguna formación específica?
Totalmente autodidacta y no solo en los origami, sino en el mundo de la artesanía. Resuelvo todas las cuestiones vinculadas a los “macachines”, pero nunca me formé.

Cuando vas a un bar, ¿doblás las servilletas para hacer origamis?
No exactamente, pero al principio, hacía grullas con los boletos de ómnibus y las dejaba en las ventanas para ofrecerlas de regalo. Y cuando tengo pedidos grandes, hago origamis hasta cuando voy en el ómnibus a trabajar, porque no tengo mucho tiempo. Mi trabajo full time en IBM —con emprendedores tecnológicos— me demanda muchas horas.

¿En qué momento surgió Macachines como emprendimiento de origamis?
Los móviles gustaban y la forma de hacerme conocida era a través de Facebook. Así que armé la fan page en junio de 2013 porque no tenía sentido, en aquel momento, hacer una página web. Empecé sin pagar nada, a puro pulmón y pidiendo a los amigos que me recomendaran. También tuve que aprender todo lo relacionado con Facebook: cómo publicar, a qué hora, qué promocionar, las fotos.

Nunca tuve dudas con respecto al nombre, porque siempre me llamó la atención la sonoridad de la palabra “macachines”. Si bien la palabra refiere a una flor silvestre que nace en el campo, lo elegí por la conocida canción de Los Olimareños que me recuerda mi infancia y los viajes que hacíamos en el auto [de la familia]. Es un recuerdo lleno de cariño que trato de transmitir en las piezas que hago.

¿Cuál fue tu primer encargo?
Fue en otoño de 2013 través de Mercado Libre y me pidieron un móvil con grullas y cuentas en tonos beige y lila, para el dormitorio de una nena. Me salió carísimo y hasta lo llevé a la casa [del cliente]. Perdí dinero, pero el objetivo [no era ganar, sino] validar la idea.

El primer trabajo grande fue para el Ministerio de Turismo. Me pidieron grullas enormes en tonos de otoño. Las hice con hojas de revista y fue tremendo laburo. Primero seleccioné los colores, pegué las hojas, armé y corté cuadrados y finalmente armé las grullas. Tenía pensado cómo colgarlas, pero finalmente lo tuve que resolver en el lugar. Mi prima y una amiga me ayudaron. Estuvimos hasta medianoche poniendo tanzas, hilvanando y colgando las grullas de lingas. Estuvo desde marzo a diciembre de 2015.

Y en la primavera de 2016, también a través de Mercado Libre, la agencia que hace la decoración de Montevideo Shopping me contactó para hacer gaviotas.

¿Cuáles son los productos que definen a Machachines – Arte en papel?
Móviles (con 24 y 16 origamis), colgantes simples, colgantes tipo hindú y móviles para el auto. La base es el origami y, para diferenciarme, busqué la funcionalidad en la decoración. Por eso los productos de Macachines son algo más que un origami, ya son “macachines”, son arte en papel.

Incluso ahora estamos haciendo kirigami que es arte en papel recortado. También viene de Oriente y ofrece muchas posibilidades; por ejemplo, en este momento estamos haciendo margaritas, con esa técnica, para los centros de mesa de un cumpleaños.

Macachines crece con el cliente, con los pedidos que me hacen. He tenido que ver cómo hacer las estructuras de los móviles en madera y también en alambre forrado con lana. Incluso me pidieron que un móvil tuviese el nombre y [así aprendí] a hacer el alfabeto en origami.

También he decorado escenarios que es algo que me gusta mucho. Hago los escenarios de Gus Oviedo, un compañero que es músico. E hice la ambientación de dos casamientos, uno en Chile y otro en Tarariras.

¿Investigás permanentemente?
Sí y eso me estimula muchísimo. Como te decía, los desafíos vienen de los clientes y de la búsqueda de un producto mejor. Los móviles para el auto los hacía con un elástico que se estiraba y no me gustaba cómo quedaban. Entonces busqué otras opciones y cambié el material. Hoy los hilvano con alambre y el ganchito en el que cuelgan también es más bonito y eficaz.

¿Cuáles han sido los pedidos más difíciles?
Las gaviotas para Montevideo Shopping fueron todo un tema. Estaba de viaje, en Florencia [Italia] cuando recibí el llamado. Así que en el hotel armé un prototipo con unos papeles que mi madre me había comprado en Alemania, le saqué una foto y la envié por WhatsApp al cliente (la agencia que se encarga de las decoraciones del shopping). En ese papel, de 15 x 15 cm, la gaviota funcionaba bien.

Después nos fuimos a Venecia y todo estaba lleno de gaviotas, las filmaba para ver la curvatura de las alas y cómo volaban. Solo miraba gaviotas. Llegué a Uruguay de mañana temprano y me fui a Lagomar a la casa de mis padres derecho a armar los origamis gigantes. A las 4 de la tarde tenía que entregar una muestra. Cuando hice la gaviota en grande, cortando y pegando papeles, las alas se caían, no quedaban curvas. La gaviota no volaba… tenía flacidez en los brazos, era horrible. Creí que el trabajo se pinchaba, sentía que podía “quemarme” con un trabajo así, pero lo intenté. Salí a buscar una papelería cerca y ¡justo conseguí una que se llama “Origami”, no lo podía creer! Compré cartulina, corté un cuadrado, doblé y la gaviota voló.

Hace un tiempo también me pidieron un colgante con unicornios que me dio muchísimo trabajo. Tuve que mirar varios tutoriales y finalmente lo saqué. Y, por mi trabajo, conozco a los chicos de Oincs, así que a Marcelo [Wilkorwsky] le hice un chanchito de regalo que también demandó su investigación.

Me cuelgan mucho los trabajos así, me incentivan a ir a más. Para resolverlos sigo en YouTube a especialistas, me gustan Leyla Torres y también Jo Nakashima; con él aprendí a hacer el unicornio y las letras del alfabeto.

¿Un solo taller y una sola persona para tanto trabajo?
Yo trabajo en mi casa que está invadida por Macachines. La mesa está siempre llena de papeles, cuentas, tijeras e hilos. Pero no es el único taller, ahora hay otros porque Macachines hoy cuenta con más artesanas. Si bien empecé sola en 2013, amigos y familiares se han sumado a ayudarme cuando tuve pedidos grandes, y luego llegó el momento de sumar colaboradores “oficialmente”. Primero fue Érika, una amiga, y ahora somos cuatro con la incorporación de Sara y Karin.

Cuando entró Érika, tuve que armar la estructura de precios y costos, tiempo de trabajo, fijar una lista de precios, definir cuestiones del armado y cobrar el envío que es tiempo perdido. Ese fue un momento muy importante en el proceso de crecimiento de Macachines.

¿Dónde conseguís el material para armar los productos?
Algunos aquí, pero mayormente en el exterior. Y como no soy la única que hace origami en Uruguay, busqué diferenciarme en el papel que es muy importante. Invierto mucho en la materia prima, compro por internet y mis amigos y conocidos me traen papeles —en lugar de chocolates— cuando viajan. Y si me voy yo, la prioridad son las papelerías. ¡Tener papeles es mi vicio!

¿Tenés stock o trabajás por encargo?
Solo por pedidos. Los macachines son muy personales y requieren de una creación en conjunto; quien los solicita, pide la estética, [define o sugiere] los colores y las figuras. Y vamos trabajando en contacto directo porque el gusto del cliente es muy importante. Los papeles siempre están a la espera de un cliente, por así decirlo. Duermen hasta que despiertan a través de un pliego. El feedback con el cliente es vital; incluso, al terminarlo y entregarlo, si no está satisfecho, me devuelve el producto y yo le reintegro el dinero. El objetivo no es obligarlo a quedarse con algo que no le guste, sino disfrutar y valorar el “macachín”.

¿Cuáles son las dificultades con las que te has encontrado como origamista-artesana-”macachinera”?
¡Es verdad, creo que ya soy una “macachinera”! Además de los papeles, problema que está medianamente solucionado, [es difícil] conseguir cuentas y todos los elementos que adicionan a un “macachín”. El mercado uruguayo es muy limitado en esos productos; en Argentina y Brasil cambia la cosa, pero aquí hay muy poco.

También está el tema de la regulación de la empresa y los costos fijos que eso implica. ¡Todo es muy caro! Y el tiempo, porque trabajo muchas horas y no tengo horas libres para dedicarme a Macachines. También sé que no podría vivir de esto porque físicamente es muy demandante. Para participar de una feria en el Colegio Alemán trabajé muchísimo y me contracturé; después de esa feria estuve una semana tomando medicamentos. Por todo eso, el modelo de negocios será tener otros artesanos trabajando para la marca.

¿Cómo ves el futuro de Macachines?
Macachines ha crecido significativamente. En 2016 se duplicó la cantidad de ventas y de clientes en relación con el año anterior, y eso está muy bueno. Ahora quiero crecer más, ¡mucho más! Estoy a punto de lanzar la página web para acompañar la venta a través de Facebook y de Mercado Libre.

A través de IBM, conocí a Gabriel Colla (Infocorp). A él le gustó el proyecto y, además de pedir sus regalos para fin del año pasado, me ha incentivado y hoy es mi mentor. Él me está ayudando a ver Macachines desde otro lugar y no solo como un hobbie. La idea, a través de la mentoría de Gabriel, es tener artesanos en diversas partes del mundo haciendo “macachines”. Porque no hacemos origami, sino algo más: son “macachines” funcionales para decorar.

El próximo paso es validar Macachines en otro territorio que no sea Uruguay y que esté bastante lejos. Comenzaré con una fan page en inglés y procuraré vender en Estados Unidos, fundamentalmente.

También quiero explorar escenografías, vidrieras y museos porque son desafíos muy interesantes y un mundo para crecer. Sueño con hacer una intervención en el Teatro Solís, ¡me emociono de solo pensarlo!

Natalia Cantarelli. De las botas de goma al diseño artesanal: una historia de colores y texturas

 

A fines de 2016, para mi cumpleaños, dos compañeras de trabajo que conocen mi interés por los accesorios me regalaron un collar de la artesana Natalia Cantarelli. Se trata de una pieza original que combina diversas texturas. Tanto me gustó el collar (que parece un “jardín de flores”), que me interesé en la obra de Natalia y la contacté. Un mes después nos encontramos en Santé, que está muy de moda —una carta elegante y una decoración jugada otorgan personalidad a la propuesta gastronómica—. El ámbito fue propicio para una larga charla que derivó en múltiples temas mientras Natalia, con orgullo, me enseñaba piezas de las colecciones Rosita y las Tres Marías.

Natalia luce como una orfebre, se mueve con gracia, es natural y delicada. Se define como artista textil y, fundamentalmente, diseñadora artesanal. Se formó como tal en la escuela de Peter Hamers, aunque su etapa laboral comenzó en el área agropecuaria. En la actualidad, vive de la orfebrería artesanal y realiza piezas únicas que se venden en Uruguay y en el exterior y que forman parte de colecciones que recogen la fusión estética de América Latina y Europa.

Las artesanías de Natalia tienen equilibrio cromático, balance de forma y vibración. Cada pieza es armónica, con características inusuales y mucha personalidad. Los collares y los brazales son un ensamble de texturas. Todas las piezas son muy prolijas y hay un cuidado particular en la presentación y en el empaque. Natalia se encarga de todo, hasta de teñir de forma natural las bolsitas de tela en las que entrega las piezas grandes.

Retener los colores del amanecer, de las flores y de la helada en los montes de manzanos

¿Natalia mujer luce las creaciones de Natalia artesana?
Sí, fundamentalmente las caravanas. Me encariño con lo que hago, tanto que a veces me cuesta vender [las piezas]. ¡Es que me gusta todo! Me tendría que quedar con tanto y eso es imposible, [y por eso] solo tengo un collar que uso muchísimo.

¿Cómo llegaste a ese estilo particular de artesanía?
Totalmente por azar. Comencé a trabajar en una galería de arte, con una artista, pero vengo de la formación agropecuaria. Nací en Montevideo y siempre tuve la fantasía de un internado. Cuando terminé el liceo [me debatía] entre estudiar Antropología y la Escuela Agraria. Mi hermana convenció a mi madre de que no estudiara Antropología, aunque en casa tampoco estaban de acuerdo con la Escuela Agraria, que finalmente fue la opción.

[En la Escuela Agraria de Libertad] comenzó a desarrollarse algo que después reflejé en mis colecciones. Me deslumbró la naturaleza, nunca había estado en contacto con esos amaneceres. Mi preocupación, en una época en la que no era fácil tener una cámara, era retener los colores del amanecer, de las flores y de la helada en los montes de manzanos.

Con la agricultura aprendí muchas cosas, [fundamentalmente] a valorar el tiempo de la naturaleza que me cambió y moldeó mi carácter. Siento que tenía que pasar por eso, también para encontrar la belleza en lo mínimo: en un fruto, en una flor silvestre. A veces añoro vivir rodeada de perfume, de gotas de rocío. Todo era un éxtasis, un descubrimiento que pensé que nunca iba a abandonar.

¿Cuándo llegó ese abandono?
Me abandonaron, en realidad. Trabajaba para unos suizos con un compañero de la Escuela Agraria, hacíamos agricultura no convencional y un día nos despidieron. Fue drástico. Yo tenía facilidad para encontrar trabajo, de hecho elegía en qué establecimiento trabajar, pero la racha se cortó.

Fue en 1999, me estaba comiendo los ahorros y un día una amiga fue a visitarme con una noticia: tenía un trabajo para mí como asistente en una galería de arte en la Ciudad Vieja. En aquel momento practicaba tai chi y estaba vinculada a artistas, mi grupo de amigos estaba conformado por gente del arte. La vida me iba poniendo en ese camino…

Esa oportunidad era la antítesis, [significaba] pasar de la bota de goma al taco. Una amiga me maquilló y fui a la galería. Ana Baxter estaba pintando y con ella empecé una vida diferente que, en definitiva, era la vida de mis sueños porque desde siempre había querido ir a Bellas Artes.

Con la fuerza de la formación agraria: de las ovejas y las lanas a los minitelares

¿Cómo te formaste en ese mundo tan diferente?
Estuve casi un año antes de hacer mi primera venta. Preguntaba, indagaba y estaba atrás de Ana todo el tiempo. Se me abrió un mundo. En mi casa se vivía un discurso muy fuerte [y diferente]: del arte no se puede vivir. En cambio, yo veía vender obras de más de USD 4000 y vivir del arte con dignidad.

Un día Ana me preguntó si quería aprender a dibujar o a pintar. Yo seguía con la formación agraria, con las ovejas y las lanas, y le respondí que quería hacer tapices. Me enseñó las bases e hice mi primer tapiz, comencé a explorar y [en una oportunidad] Ana me comentó que los holandeses usan cobre para dar volumen. Compramos cable en la ferretería y comenzó una nueva etapa de fascinación.

¿Y así comenzó tu recorrido personal?
Todo era muy fermental, en [la calle] Pérez Castellanos se había formado el circuito de diseño con Imaginario Sur, Tiempo Funky, Paulina Gross, Ana Livni. Yo estaba todo el día en la vuelta, pasaba a saludar, había galerías y artistas por todos lados (Cecilia Mattos, el Pollo Vázquez, MVD, Olga Bettas). Todo era propicio. Yo era una esponja, veía cuadros y los trataba de llevar al tapiz. Tenía 30 años y comencé a crear tapices en miniatura a sugerencia de Ana. Armaba los bastidores con fósforos, tenía una carterita llena de hilos con la que iba a todas partes y me pasaba haciendo minitapices. La primera venta fue a un extranjero.

Estaba fascinada y luego de un año me di cuenta de que todo mi dinero lo invertía en hilos, de que ya no salía los sábados y de que al llegar de trabajar me dedicaba exclusivamente a eso. Era algo pasional, mi trabajo era ingenuo y osado. La mayoría de las personas me decían que había algo nuevo [en mis creaciones] y que siguiera insistiendo, porque me faltaba técnica, pero había algo novedoso.

¿Seguís haciendo los minitelares? ¿Cuándo comenzó la joyería?
Ya no hago los telares, aunque fueron el inicio de la joyería porque con esas piezas armaba collares. Eran hermosos, pero lamentablemente no tengo ninguno. Comencé a trabajar con Imaginario Sur y Tiempo Funky. Consignaba mis creaciones y se empezaron a vender. Yo estaba sorprendida. Bordaba las lanas con canutillos, mostacillas, hacía florcitas bordadas y las incrustaba los minitelares. Mi estética actual no admitiría esas creaciones, pero eran muy lindas.

¿Tu estética cambió? ¿Cómo la definís actualmente?
Hago collares, pulseras, brazaletes, anillos, caravanas y prendedores, y todas mis creaciones son muy emocionales. Es tan pasional que estoy en la mesa de trabajo, ensimismada, levanto la cabeza y los ojos me guían al color que interiormente quiero usar. La naturaleza siempre está presente: en mis piezas hay flores y frutos. Procuro equilibrio, que cada artesanía transmita algo y cuando está terminada tengo que sentir algo. Busco unidad, [aunque] tuve una época disruptiva, rupturista y transgresora. Llegaba hasta el borde con colores que se peleaban. Hoy vivo un [momento] más componedor.

Me gustan la historia y la antropología y, de alguna manera, siento que hago un rescate antropológico cuando surgen líneas primitivas, en los colores y en las combinaciones. Mi bisabuela era indígena, mi abuela materna hacía alfombras y un algo de ellas hay en mí. [En mis colecciones] procuro rescatar la identidad uruguaya y siento que mi artesanía es, como el Uruguay, una fusión de Latinoamérica y Europa.

Las colecciones se definen en el proceso de taller y con el nacimiento de una pieza madre

¿Con qué materiales trabajás?
Hilos metalizados y de seda, metal, cobre, cintas de terciopelo y de raso, algo de cuero y tiento. Siempre estoy buscando nuevos materiales. En algún tiempo usé lana, pero no en este momento. La lana es más de invierno y me limitaba en las creaciones y en la venta. Paso buscando materiales. En Montevideo me conocen en todas las mercerías. Traigo del exterior también porque los viajes siempre aportan, me cambian mucho, tanto en la paleta como en los materiales que consigo.

Cuando te sentás a crear, ¿planificás o te dejás llevar?
Cada día, en [una maraña] de materiales, elijo los colores que me llaman la atención. Voy hilando hilo con alambre, voy seleccionando los colores de los hilos y formo una paleta para dar la estructura, la escultura de la pieza. No es un trabajo en serie, aunque procuro un poco de orden, hay días que me dedico a hilvanar, por ejemplo.

Busco movimiento y que el largo de los collares sea regulables. Me gusta que [los ornamentos] de un collar se puedan mover. Armo colecciones primero, dibujo, tiro ideas en el papel, aunque el trabajo se define sobre la marcha, en el proceso de taller. Luego de mucho trabajo, siempre aparece una pieza que es la madre y que define la estética de la colección. Esa pieza tiene una gran cantidad de información que la hace única y referente.

¿Qué te gusta hacer: collares, caravanas, pulseras?
No tengo una pieza favorita. Me gusta hacer todo, aunque en realidad lo que más me apasiona es hacer cosas elaboradas. Pero también me gusta Rosita, la colección más sencilla que tengo, porque es versátil, esos collares los puede usar una chica de quince o una señora mayor.

¿Se puede vivir de la artesanía en Uruguay?
Se vive de la artesanía, aunque hay que ser un poco malabarista. Hay que confiar, apelar a algo que pueda cambiar: que aparezca un buen cliente, una galería nueva, una tienda o una oportunidad. Yo trabajaba con Ana, tenía buenos ingresos, pero decidí jugarme. Me fui en 2008 y ese año, a los pocos meses de renunciar, me salió una beca inesperada. Fui a Hunan (China) a estudiar técnicas de bordado durante tres meses. Fue otro internado y la confirmación de que estaba en mi camino.

[Hace un buen tiempo] me mandaba hazañas que ahora no podría. Cuando me quedaban $ 1000 o $ 1500 era suficiente para irme a Buenos Aires a vender a Plaza Francia y traer dinero para seguir. Así estuve todos los primeros años. Yo creía en mi trabajo, en las creaciones que llevaba en mi mochila, viajaba con un tesoro en mi espalda. En cambio ahora soy más temerosa, ya no me juego tanto.

Quisiera que en Uruguay se valoraran y se vendieran mis creaciones como en Europa y Estados Unidos. Aquí vendo en la galería Acatrás del Mercado, en la tienda del Teatro Solís y cada año en la feria Ideas +. En el exterior, vendo en el barrio Latino de París —en la tienda Pays de Poche—, en la Fundación Iberé Camargo en Porto Alegre (Brasil) y en el museo de Arte Contemporáneo de Seattle, en Estados Unidos.

¿Qué te ha aportado la experiencia de las ferias?
Hace años que estoy en Ideas + y ahora formo parte de la comisión, incluso. Estuve en Francia, en París, y en México en Guadalajara y en el DF, donde me fue muy bien. Brasil y Argentina fueron mis primeras incursiones. De los viajes y de las ferias siempre se aprende mucho, nunca vuelvo de la misma manera.

Hacer feria ya no me entusiasma tanto, aunque trato de exigirme y de salir de la dicotomía me gusta/no me gusta. Me da un poco de pereza encarar una producción para una feria que es muy demandante; se trata de un mínimo de USD 5000, además del gasto del viaje, si es en el exterior. Tengo que hacer los trámites de exportación, pensar en el armado y en el empaquetado de cada pieza. Yo me encargo de todo y de la exposición también. Toda esa previa es muy cansadora, además del tiempo de trabajo. Quizás en mayo o junio vaya a México, un lugar que es muy inspirador y en el que no se corre con tanto riesgo porque es barata la estadía.

¿Cómo ves el futuro de Natalia Cantarelli artesana?
Quiero entrar más en el tema del metal. Voy a empezar una investigación con Claudia Anselmi, [ya que] quiero saber qué pasa con la fusión de textil y metal. Siempre en joyas y accesorios y desde lo artesanal, porque cada vez me gustan más la aguja y el hilo, aunque es una lucha con el tiempo y la cantidad [de piezas] que puedo producir. El cuerpo se cansa, las manos se cansan, aunque la cabeza no para…

Retratos de un emprendimiento: producir jabones artesanales en Uruguay

Plano general: la historia de un producto de uso cotidiano
En el supermercado y en las farmacias hay metros de góndolas que despliegan las más diversas marcas y tipos de jabones. Se trata de un producto de consumo masificado y con oferta estratificada con pastillas para todas las franjas etarias y tipos de piel, perfumes de los más variados y con agregados, incluso. Además, la oferta de jabones se presenta en una amplísima carta de precios desde pastillas muy económicas hasta productos para “sibaritas de la piel”.

El jabón —que es protagonista en la vida cotidiana de hombres y mujeres de las más diversas culturas— es parte de la historia de la humanidad, aunque es difícil determinar la fecha exacta de su origen. Ciertas investigaciones datan las primeras referencias cerca del 2500 años AC en Sumeria. Según consta en una tableta de arcilla, los habitantes del lugar lavaban la lana con una sustancia que contenía agua, un álcali (“compuesto que en disolución acuosa se comporta como una basefuerte”, según RAE) y aceite de acacia.

Parece ser que los egipcios usaban el jabón para curar infecciones cutáneas, y para los hebreos el baño significaba limpieza corporal y espiritual. En la antigua China se producía jabón con base en vegetales, no solamente para uso personal. En la América prehispánica el baño era costumbre y también el lavado de ropas y cabello con productos naturales específicos. En cambio, los griegos y los romanos utilizaban aceite de oliva para la limpieza del cuerpo. Las referencias históricas varían con una constante: la búsqueda de ingredientes naturales para procurar la limpieza.

El jabón, entonces, es parte importante de la historia y protagonista en el ámbito de la higiene personal, una costumbre que ya no se discute en la actualidad (en la Europa de la Edad Media se dejó de utilizar porque que se consideraba agente de transmisión de ciertas enfermedades). La elaboración de jabones, artesanales e industriales, es una práctica que también tiene su largo recorrido y el primer producto con “nombre y apellido” fue el “jabón de Marsella” (Francia). Este, conocido hasta el día de hoy, fue tan popular que a mediados del siglo XVII el gobierno francés reguló el mercado de jabones de Marsella y determinó qué tipo de elementos debía contener. 

Hoy el consumo de los productos de higiene personal implica, en determinados contextos socioeconómicos, algo más que una cuestión de limpieza. Esos públicos, atentos a las tendencias internacionales, consumen productos que cuidan el ambiente en general y procuran “mimar” el cuerpo en particular. Por eso, a los metros de góndola en los que se exponen los más diversos jabones industriales, se agrega una creciente oferta de productos artesanales naturales. La tendencia (en boga en Europa, Estados Unidos y Canadá) se ha extendido a nuestro país y en la actualidad hay respuestas locales a esas demandas.

Plano americano: de la fotografía a la elaboración artesanal de jabones

Noel Zunino tiene 45 años, es fotógrafa y responsable de “Las Mercedes. Jabonería Boutique”, un microemprendimiento artesanal de producción de jabones. “Me encanta la fotografía, pero el ámbito al que me dedicaba, los sociales, es muy cansador. [Era una vida que profesionalmente] implicaba mucha noche y mucha fiesta, era realmente agotador; así que decidí dedicar mi mayor energía a algo que me gusta desde hace un tiempo, pero que no me había animado a sacar al mercado”, explica Noel.

“Comencé a experimentar en el tema jabones en 2007, probaba conmigo y con mis familiares. Empecé a investigar con jaboneras europeas, en especial cuando viví allí en 2012. Desde siempre me ha gustado el tema de la manufactura y en especial la cosmética natural (…). Empecé a probar con formulaciones para pieles con problemas que requieren un especial cuidado en la higiene cotidiana porque en mi familia hay varios miembros con piel seca y, además, la madre de una amiga tiene vitiligo”. 

“Mi formación es completamente autodidacta. Me gusta la química, aunque todo lo que sé es lo que aprendí en el liceo. Y soy un animal cibernético, leo todo el tiempo, investigo, busco”. En jabonería y cosmética natural “me he formado en línea mayormente, (…) hay mucha información disponible y mucho ensayo y error. En mi caso, son tres años de intensa práctica porque, más allá de los primeros intentos, hace relativamente poco que me dedico casi exclusivamente”. 

Primer plano: la elaboración del jabón artesanal

Un jabón es la fusión de una sustancia grasa (aceite y manteca) y una alcalina (hidróxido de sodio). El hidróxido de sodio —soda cáustica con agua destilada mezclada a determinada temperatura— es el encargado de hacer reaccionar a las grasas y transformarlas en jabón. 

A la pasta que resulta de la mezcla de ácidos grasos y álcali se le agregan aceites esenciales, oleatos e hidrolatos. “Los hidrolatos surgen de hervir una planta en agua para extraer sus cualidades, yo uso agua destilada porque cuido todos los elementos”, explica Noel. Y agrega que “el oleato surge de macerar una planta más de 40 días en aceite de oliva al sol o a la sombra, según de qué tipo se trate. Por ejemplo, el laurel, el tomillo, el romero y el orégano se maceran durante más de un mes. Las propiedades de la planta pasan al aceite que se usa para hacer el jabón. Así se logran los diferentes tipos: el de romero tiene el oleato de romero y además se le suma el aceite esencial. Los aceites esenciales se extraen por evaporización o arrastre y debo comprarlos en laboratorios porque no tengo destiladores para hacerlos”.

El curado es la siguiente fase de la producción del jabón.Una vez hecha la mezcla, se pone en cubetas de madera, se deja solidificar de dos a tres días, se desmolda, se cortan las pastillas y se sellan una a una. La pasta descansa durante 30 días y finalizado el ciclo, cada molécula de grasa se transforma en jabón.

Noel produce en su casa, donde también cultiva las hierbas para enriquecer los jabones. La barbacoa es su laboratorio, un espacio grande que ha acondicionado especialmente, pues la higiene es fundamental. Todos los productos que forman parte del proceso de elaboración de “Las Mercedes” son “artesanales y naturales casi en su totalidad. No uso plásticos durante el proceso de elaboración y tampoco para el embalaje. Solo me falta usar tintas biodegradables en la folletería, no he podido todavía, aunque aspiro a ello. Busco coherencia en todo el proceso de producción”. 

Primerísimos primeros planos con profundidad de campo: los productos

La marca de Noel se llama “Las Mercedes” en homenaje a una de sus abuelas. En noviembre de 2016 se largó al mercado, sin un lanzamiento oficial en un “debut con boom”. “La feria Montevideo Místico en el hotel Dazzler fue mi primera salida al mercado», detalla la artesana. «Me fue estupendo. Después llegó la feria de Nuestro Camino en la que vendí todo lo que tenía producido. Me pasó el agua y, además de las ventas, hice muchísimos contactos”. 

La variedad de jabones artesanales que ofrece Noel es extensa: son trece en total. “El primero [en salir] fue el de rosas y en segundo lugar el de lavanda, porque son clásicos. El último es el de orégano, que es excepcional. Mi favorito, sin lugar a dudas, es el de canela porque es una especia que me encanta. Voy experimentando en función de las esencias que hay en el mercado en procura de que el aroma se sienta. No me importan tanto el diseño y el color, pero sí el perfume. Y deben contener las propiedades de la planta a partir de la que se hizo, eso es muy importante”.

Los jabones de “Las Mercedes” no contienen ingredientes corrosivos y, además de un rico perfume y la experiencia de un baño muy natural, aportan varios de los nutrientes que la piel necesita. Estos aportes se deben, según la emprendedora, a “los productos naturales: mantecas que provienen de África como la de Karité que se extrae de una nuez; la manteca de cacao; el aceite de coco; el de ricino y el de oliva que es fundamental y, en particular, el orujo de oliva que tiene más propiedades nutritivas que el aceite extra virgen y es mejor, aún, para el ámbito cosmético”.

Las pastillas de “Las Mercedes” se pueden comprar en línea y en EcoAlmacén Life & Design, Almacén Odiseo (Youhub Cowork, Carrasco), Artesanos del Uruguay (Franca Flor) y La Vitrina en Montevideo y también en La Casita en Manantiales (Punta del Este). Todos son “puntos de venta que tienen la misma filosofía que yo, con especial cuidado por la estética y por lo natural”, explica la emprendedora. 

Plano medio: la experiencia de emprender en Uruguay

Noel confiesa que ya tiene muchos años de experiencia en el tema jabones y que su familia y los amigos agradecen las pruebas. El entusiasmo que la ha llevado a indagar, a estudiar y a embarcarse en el emprendimiento le ha permitido buscar soluciones para todas las dificultades que se le han presentado; “aunque el gran tema es el capital de giro”, agrega. 

Los costos para elaborar jabones son altos, “la materia prima es costosa en relación con el destino. Si comprás un aceite de oliva extra virgen para comer te dura mucho, no así para la producción de jabón que demanda abundante aceite. Mis proveedores son uruguayos que traen del exterior porque, según averigüé, la producción de aceite de oliva de Uruguay no tiene excedente y se utiliza toda para el consumo gastronómico. Me vi obligada a comprar a importadores y estoy trabajando con aceite de oliva español que es espectacular”. 

El registro también fue solucionado: “tengo un monotributo para facturar y esas cuestiones. A cada dificultad le he encontrado una respuesta asequible y por suerte el mercado de las ferias y el cosechado en los contactos ha respondido para seguir adelante. El Ministerio de Salud Pública sí es una traba, es muy costoso porque son $ 30.000. Si lograra vender como en la temporada navideña, tendría que vender 600 pastillas por mes durante dos meses para pagar el MSP. Pero puedo vender sin la habilitación igualmente; en Uruguay no es necesario tener el registro del MSP para vender jabones, aunque es un plus que aporta y me gustaría lograrlo. Es uno de los objetivos que me he fijado, ya que no lo tengo por cuestiones económicas exclusivamente”. 

Noel es una “mujer orquesta” y con “Las Mercedes” ha acrecentado su caudal de conocimientos en química, en cosmetología y también en las distintas disciplinas que giran en torno a la comercialización. 

En cuestiones de márketing, se ocupó del logo, del eslogan y del empaquetado y la presentación. Al respecto, agrega: “tuve que resolver el tema del packaging que está diseñado y hecho por mí, salvo la imprenta. Los costos de packaging son altos, así que uso bolsas kraft y negras, son dos líneas diferentes. La primera es más artesanal y la segunda es más formal y glamorosa. Todos los detalles están pensados, hasta la información del tipo de jabón y una tarjeta de agradecimiento. Busqué soluciones económicas y atractivas con los mínimos costos posibles”.

Además, Noel se dedicó al sitio web para promocionar la marca y vender en línea. Confiesa que hizo todo y que contó con la ayuda de un amigo que es analista de sistemas. “Me demandó horas, en especial el contenido. No está redondo, necesito un copywritter, pero por ahora no me da el rubro. Me metí en blogs y foros, hice cursos, leí y aprendí para armar la web. Ahora estoy armando la página de Facebook y tengo la de Instagram (lasmercedes.uy)”.

Plano general: la mirada puesta en el futuro

Noel narra las peripecias vividas, muestra fotos de los jabones, introduce anécdotas y explica los procesos. Su entusiasmo se percibe de lejos pues, mientras habla, se expresa con los ojos y con las manos. En relación con el futuro, confiesa, como todos los emprendedores, que ella es su propia “herramienta de trabajo”. Dice que piensa producir todos los días un poquito ya que, aunque tiene lugar para el stock, no puedo hacerlo sin saber cómo serán las ventas porque el aroma de los jabones se pierde porque son elaborados con productos naturales. 

Para la emprendedora, hasta el momento “todo viene prometedor y estoy entusiasmada. Creo en mis productos, sé que son buenos. Quienes los han probado reiteran la compra y eso me da confianza”. “Estuve investigando sobre el apoyo financiero externo, a través de líneas de crédito. Pero prefiero el piano piano, porque así me da para seguir como hasta el momento. Y mientras tanto sigo sacando algunas fotos en sociales porque intentar vivir de la venta de jabones es un apostolado. Hasta el momento la respuesta es muy favorable, a la gente le gusta el producto y yo lo muestro con orgullo. Procuro que cada jabón transmita que fue hecho a mano con productos naturales, son objetos que agradan a la vista y al tacto. ¡Además, son hechos uno a uno y totalmente naturales! Y en el futuro cercano quisiera incorporar otros productos de cosmetología natural: emulsiones, cremas, repelente, bálsamo”. 

Referencias

Diccionario de la Real Academia Española

Regla et alter. La química del jabón y algunas aplicaciones

 

De niño quería dibujar como Walt Disney, se formó en la prestigiosa School of Visual Arts de Nueva York y hoy se dedica al «surf art»

Eduardo Bolioli (Montevideo) tiene 55 años. Dice que “es padre y que es artista desde que tenía dos años, cuando ya rayaba las paredes de su casa. A los tres años, decía que quería ser Walt Disney y dibujar como él”.

En la escuela pública de Suiza aprendió a dibujar con figuras geométricas, pudo completar el liceo en Estados Unidos gracias a las clases de arte, y la calidad de su portafolio artístico le permitió entrar a la School of Visual Arts.

Vive en Hawái desde hace mucho tiempo y desarrolla un arte descriptivo que se denomina surf art. Trabaja en telas, maderas recicladas y combina mar, ecología, color, gráfica e ilustración. “No intento un arte vanguardista como para llegar a la Bienal de Venecia, hago arte fácil de ver”.

El dibujo me ayudaba a zafar

Eduardo nació en Montevideo, es el hijo mayor de una familia numerosa con una veta creativa genética heredada de un padre «que dibuja y pinta muy bien”. Todos sus hermanos también tienen talento artístico, pero ninguno lo perfeccionó. Su niñez, adolescencia y juventud estuvieron signadas por viajes y experiencias en Suiza, Uruguay, Argentina y Estados Unidos donde desarrolló sus inquietudes artísticas.  

“Mi padre [1] era pastor en Sarandí Grande cuando yo era niño. Íbamos a verlo en tren y mi madre me compraba blocs de hojas grisáceas, como los de almacén, para entretenerme. Luego mi tío fue pastor en esa misma iglesia, así que continuaron los viajes en tren. Para mí dibujar en esos blocs era como tener una computadora. Pasaba las horas del viaje haciendo dibujos animados, creaba mis propias historias. Ya de muy chico lograba reproducir a Super Ratón, que era mi favorito”.

Cuando Eduardo cumplió siete años la familia se mudó a Suiza. En la escuela pública a la que asistía la maestra de arte le enseñó a dibujar con figuras geométricas. “Era la única clase a la que prestaba atención, lo demás me resbalaba todo. Ella me enseñó constructivismo: a partir de unos círculos y rectángulos dibujaba un caballo. Me dio nuevas herramientas, hasta ese momento yo dibujaba a mano libre y a partir de ahí (…) superé los contornos”.

En tercer año de escuela la docente de arte se enfermó y no regresó. La maestra de la clase encomendó a Eduardo hacerse cargo de enseñar dibujo a sus compañeros. “Les enseñaba a dibujar animales fantasiosos tipo cartoon. Con un círculo teníamos el cuerpo de un perro, le agregábamos un nariz tipo Pluto y con dos círculos más formábamos los ojos”. Los demás niños lo seguían con entusiasmo, pero él no tenía a quién seguir y volvió a ser autodidacta.

“Regresamos a Uruguay en 1973, papá tenía que estar acá y no sabía adónde nos estaba trayendo. De Suiza a Uruguay del 73”. En la Escuela 130 de Portones, a la que no le gustaba ir, “seguía siendo el peor de la clase, pero tuve una maestra a la que le gustaba dibujar y de golpe pasé a ser el favorito. El dibujo me ayudaba a zafar de todo”. “Logré terminar la escuela, hice quinto y sexto en Uruguay. Comencé el liceo y comenzaron nuevamente los conflictos”.

Su adolescencia fue especialmente problemática porque “sentía que el liceo no era para mí, me hacía la rata, solo quería andar en skate y dibujar. Ilustraba la injusticia exterior y mi disconformidad”. El skate y el dibujo eran sus escapes, “todavía quería ser Walt Disney y sentía que en Uruguay no podía. Era asfixiante. Tenía que ver cómo irme, pero no estaba dispuesto a pagar el precio para ello: estudiar y terminar el liceo”.

“Me echaron del liceo 15, después me mandaron al [colegio] San Juan Bautista de donde también me echaron. Mis hermanos iban a Crandon, pero papá no quería que yo fuera hasta que no tuvo más remedio [2]. Entonces, pidió que me marcaran cuerpo a cuerpo, como si fuera un número cinco. Entré y me pasaba las clases haciendo caricaturas. (…) En Crandon fue la primera vez que me sentí cómodo en Uruguay. La gente era distinta, más abierta, había otra sensibilidad. Me integré, aunque las notas no subían”.

La situación, “asfixiante y que superaba las posibilidades” se resolvió cuando “a papá lo invitaron a irse de Uruguay y nos fuimos a EEUU, a Ithaca, en 1979”. “Llegué con un carné lleno de unos, ni siquiera llegaba al dos. Tenía seis solamente en dibujo”. Luego de hablar con el consejero del liceo, logró un programa en el que tenía arte fundamentalmente. “Dibujaba todo el día (…), aprendí sobre acrílicos, óleos, carbonilla. Me daban todos los materiales. Tomé clases de fotografía. Fue mi segunda formación. Fueron dos años y terminé la Secundaria”.

Su portafolio: la llave para entrar a la influyente School of Visual Arts

La etapa universitaria no iba a ser fácil, obviamente. “Por recomendación de un amigo de mi padre, apliqué en la conocida School of Visual Arts. Me dijeron que no, pero yo insistí. Llamaba e insistía. Me decían que mis notas no daban y pedí que me dejaran presentar mi portafolio. Tanto insistí que lo logré y [al ver mi trabajo] me aceptaron”.

La experiencia en la School of Visual Arts fue muy fructífera, como no podía ser de otra manera. Las habilidades de Eduardo, su entusiasmo y su ritmo de producción llevaron a que el prestigioso Harvey Kurtzman lo eligiera como miembro de su grupo más íntimo. “[Harvey] me formó y me ofreció un mundo de contactos, estaba metido en la élite del cartooning de Estados Unidos”.

Ese ciclo tan fermental comenzó a cerrarse. Eduardo empezó a asfixiarse nuevamente, sentía que no aprendía más y el surf comenzó a ser protagonista de sus días. Tuvo ofrecimientos de Disney y del propio Harvey, pero decidió no aceptarlos. El de Disney, en particular, era “ser un esclavo de la industria” y “Harvey quería que sí o sí terminara la School of Visual Arts. Me faltaban dos años y me parecía una eternidad”. Entonces abandonó los estudios porque “quería encontrar el lugar donde balancear mis intereses. (…) California o Hawái [eran los lugares] porque mi arte ya estaba vinculado al surf”.

“Llevé el arte de las calles de Nueva York a las tablas de surf”

En 1985 se fue a Hawái con el objetivo de pintar una tabla que apareciera en la revista Surfer. “Tardé un año y medio, pero lo logré”. “Al principio me [rechazaba] todo el mundo” y con insistencia logró trabajar para la fábrica número uno de tablas de surf y aprender el oficio. “Era un embole, [trabajaba con] aerógrafo y cintas, pero aprendí una nueva técnica que yo no manejaba” y después de haber pintado varias llegó la oportunidad de hacer una a su estilo. “Me inspiré en los grafitis que veía en Nueva York. Eran tiempos de Kenny Scharf, Keith Haring, Jean Michel Basquiat, [era] un momento espectacular con mucho arte callejero. Cuando el dueño de la fábrica vio la tabla se horrorizó. Tenía pinceladas intensas, se alejaba de las líneas perfectas [porque] mi tabla era lo opuesto a la perfección. Había llevado el arte de la calle a la tabla”.

Un nuevo golpe de suerte cambió el curso de su historia: un surfista joven quedó impactado frente al diseño. “Le encantó. (…) Quería una, decía que estaba buenísima. El dueño de la fábrica no se convenció, pero me pidió que hiciera algunas más. Pinté diez y duraron dos días en el surf shop”. Y con mucho trabajo y la creatividad a flor de piel, Eduardo se convirtió en director de arte de la marca durante casi diez años.

Ya estaba en la liga grande, su arte era reconocido en el ambiente y en 1992 se cambió a Local Motion, otra marca fuerte. “Me pidieron una reestructura porque estaban perdiendo ventas. Había logrado respetar mis horarios creativos, trabajar en casa e ir a las reuniones dos veces por semana. Surfeaba de día y trabajaba de noche”.

Walt Disney y el regreso a Uruguay

En 1992 surgió una nueva oportunidad creativa al trabajar para VH1 de MTV.  “Hice mi primer dibujo animado junto con mi hermano Sergio. Fui Walt Disney. La idea original del guion fue de Sergio, hicimos la historia del logo de VH1 que se convertía en Rudolf, el reno, para el festejo navideño [de la marca]”. De ahí surgió la propuesta de Vodka Absolut, me invitaron a hacer la obra para Hawái y ese trabajo me expuso también en Estados Unidos. Mi obra se vio en Time Magazine, Newsweek, USA Today”.

El regreso a Uruguay estuvo de la mano de Absolut en 1994. “[Me propusieron] hacerme cargo de la marca. Al llegar, después de 15 años, me encontré sin el trabajo porque Absolut había sido vendida. (…) Decidí dejar la pintura y buscar otro trabajo. Tenía un hijo y algunas historias tristes como el desencanto con el representante. Busqué trabajo en márketing, me vinculé con varias marcas del Uruguay hasta que hace cinco años me quedé sin trabajo una vez más. Me empezó a afectar el tema del estudio, me alcanzó. Tenía experiencia, pero no tenía ningún título. Llegó un momento en el que me cansé y me volví a Hawái en 2014”.

La vuelta a la pintura

En Hawái “tenía un lugar donde quedarme, la casa de mi hermano Sergio, [así que] no tenía que pagar alquiler. Llegué dispuesto a trabajar en lo que fuera. (…). Fui a la tienda In4mation porque conocía al dueño, Jun Jo, un surfista muy famoso. Él conocía mi obra, le hice una tabla que según sus palabras fue la mejor que tuvo. Le dije que necesitaba laburo. Me contestó que no perdiera el tiempo y que volviera al arte. Yo sabía que no podía, que vivía con plata prestada y que tenía que comenzar a producir. Y los espónsores del entorno respondieron una vez más: mis padres. Me prestaron más dinero para volver a pintar”.

El regreso al ruedo del arte fue eminente y en poco tiempo tuvo que armar una muestra. “Mientras tanto, pintaba tablas en alguna que otra fábrica. Sabía que iba a volver a pintar, pero pensaba que a los 70, no a los 50. Me costaba, pero hice la primera obra y tuve mi mejor aliado: Facebook. Las redes sociales cambiaron todo (…) y me permitieron, de golpe, subir la foto de esa obra y venderla muy rápidamente. Tuve que hacer otra y me di cuenta de que había vuelto”.

“Todavía no vivo cien por ciento del arte, aunque lo llevo con dignidad. Siento que estoy en la frontera y estoy por pasar la Aduana. Mis clientes están en todas partes del mundo porque me conocen por las redes sociales y porque Hawái es un lugar muy cosmopolita. (…) Los japoneses compran obras pequeñas por la recesión y por los espacios reducidos en los que viven; también he vendido a europeos y norteamericanos. Y en Uruguay, de golpe, todos los que decían que mis colores estaban mal, que la estética no tenía que ver con el lugar, cambiaron de opinión. Es que yo soy parte de la estética de los ochenta de Nueva York, en la escuela de arte estaba en contacto con esa vanguardia. Ahora me doy cuenta, ¡hasta fui a un cumpleaños de Andy Warhol!, [aunque] en su momento no lo aprecié”.

El surf art de Eduardo en Uruguay

La apertura en Uruguay llegó “hace dos años [cuando] vine para el cumpleaños de mi padre y apareció la galería Los Caracoles para ofrecerme una muestra. Se operaba mi exesposa y me quedé unos meses ese año. La Folie en La Paloma también me pidió una muestra. Vendí unos cuadros y la cosa se empezó a mover. Pocitos Libros y Gourmet Martí también me convocaron. Mostrar y vender, aunque fueran cuadros chicos, me permitieron alargar esa estadía con mis hijos, pero sabiendo que tenía que volver [a Hawái]. Porque vendo acá porque no vivo aquí”.

Además de su trabajo artístico en lienzos, reciclaje y madera, Eduardo tuvo un ofrecimiento diferente este último año: trabajó para Opi Rubio. La diseñadora le pidió una pintura para una casa en Punta Ballena. “Fue algo distinto, un desafío: no podía usar negro y tenía que dibujar una ballena con determinados colores. Yo nunca había dibujado una ballena porque en Hawái hay un artista muy reconocido que se dedica a eso exclusivamente. Para mí era un tema vedado que había evitado toda mi vida y ahora tenía que hacerlo. Además no podía usar negro que es todo para un dibujo animado (…). Y la ballena quedó muy bien. Mucha gente me empezó a llamar porque les gustaba la ballena, tuve varios intentos de vender otras, pero el precio ha sido una limitante. El arte se cobra”.

Eduardo está de visita en Uruguay nuevamente. Este viaje responde, en particular, a una cuestión de salud porque a mediados de enero se intervendrá el hombro derecho. Mientras tanto aprovechó para coordinar una exposición que se realizará el 7 de enero en Punta del Este bajo el patrocinio de Scotiabank (Galería Los Caracoles). Ha recibido otras ofertas también y es probable que se lleve a cabo una muestra en el Hyatt Hotel. Además, acaba de cerrar un contrato de representación con Black Sand Publishing para la venta de arte y gestión de su marca personal.

“En los próximos meses no podré pintar, pero la cabeza funciona. Algunos trabajos los podré hacer de todos modos. Sé que no podré hacer los trazos que hago ahora. Si Carlos Páez Vilaró hizo los murales a partir de los bocetos y con sus ayudantes, yo puedo encarar un proyecto artístico con mis hijos. (…) Tengo ideas para afrontar esos meses. Y también sé que está bueno descansar y mirar el trabajo realizado, como cuando me subo a la escalera de mi estudio a mirar la pintura desde un ángulo distinto. Ahora necesito ver y proyectar. Estoy en el medio de la vorágine y he tenido miedo de parar, pero necesito hacerlo».

 

[1]  Oscar Bolioli, pastor de la Iglesia Metodista en el Uruguay.

[2]  El Instituto Crandon es una institución de la Iglesia Metodista en el Uruguay (IMU). Oscar Bolioli, padre de Eduardo, es un miembro de destacada labor en la IMU y en organizaciones de la Iglesia Metodista en el ámbito internacional.