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Acerca de Gabriela Cabrera Castromán

Lic. en Comunicación / Lic. en Cs. de la Información / Mag. en Estudios Organizacionales

“Los papeles, que siempre duermen a la espera, despiertan a través de un pliego”. La historia de Macachines – Arte en papel

De niños, en la escuela, seguramente todos hicimos algún que otro origami: el molinete, el barco o el avión. La técnica —también conocida como papiroflexia— es milenaria, de origen oriental y consiste en plegar papel para formar figuras sin cortes ni pegamentos. La base inicial es la de un cuadrado o rectángulo, y el resultado es sorprendente: desde figuras sencillas hasta modelos muy complejos.

Gabriela Retamosa (37, licenciada y posgrado en márketing y responsable de Macachines – Arte en papel) dice que el origami llegó a su vida casualmente; pero le gusta pensar que en otra vida debe de haber nacido en China porque, además de armar figuras a través de plegar el papel, hizo yoga y tai chi. Así explica su afición y, en particular, hace hincapié en lo sorprendente de la técnica, pues a partir de un simple papel se pueden lograr fantásticas figuras: una grulla, un elefante, una mariposa, una letra o una flor.

Esta es la historia de un interés que nació para llenar un posible vacío cuando Gabriela se mudó sola y se volvió un emprendimiento que cuenta con tres colaboradoras más, una línea de productos bien definida, impactos en escenarios y grandes superficies, y muchos planes a futuro. Macachines es un ejemplo de cómo un hobbie puede transformarse en un proyecto con perspectivas de crecimiento, un ejemplo de cómo aprender a resolver las más diversas cuestiones y sobreponerse a las dificultades para lograr lo que se quiere.

Frente a su mesa de trabajo, entre papeles de colores, entre vicisitudes y dificultades, proyectos y perspectivas, Gabriela relató las experiencias que dan identidad a Macachines – Arte en papel. Y, en especial, como responsable de Macachines, se atrevió a poner en palabras sus sueños. Como otros emprendedores, Gabriela se sobrepone al “me gusta/no me gusta” y hace de todo, aprende y lo intenta, y vuelve a empezar para “buscarle la vuelta, siempre”.

¿Cómo comenzó tu vínculo con el origami?
Todo surgió por mi hermano, que en un viaje a Europa trajo un libro de origami. Fue hace un montón de años, [tanto que] no recuerdo ni qué edad tenía yo. Él hizo algo de origami y yo también, pero no mucho. Y pasó la vida. A los 30 me mudé sola y me busqué un hobbie para no aburrirme. Le pedí el libro y comencé a plegar papel; hice un móvil para regalarle a mi sobrina que recién había nacido y le mostré los origamis a mis amigos. Comencé a regalarlos; la consigna era: “A vos te lo regalo, pero si querés regalárselo a alguien, te lo cobro”, [porque] esa fue la forma que encontré para promocionarme.

¿Y te empezó a entusiasmar cada vez más?
Sí, veía que todo quedaba lindo. Comencé a comprar otros libros y a seguir tutoriales en YouTube. Machachines me acompaña todo el tiempo, siempre estoy pensando qué hacer y cómo hacerlo. Un día estaba en el Puertito del Buceo, en la tienda que venden frutas y verduras exóticas, y vi un móvil hindú con el clásico elefante. Lo miré y pensé: “Yo puedo hacerlo, pero en papel”. Lo intenté; no encontré las campanitas, pero le adicioné una borla y así salió ese producto.

¿Sos autodidacta o tenés alguna formación específica?
Totalmente autodidacta y no solo en los origami, sino en el mundo de la artesanía. Resuelvo todas las cuestiones vinculadas a los “macachines”, pero nunca me formé.

Cuando vas a un bar, ¿doblás las servilletas para hacer origamis?
No exactamente, pero al principio, hacía grullas con los boletos de ómnibus y las dejaba en las ventanas para ofrecerlas de regalo. Y cuando tengo pedidos grandes, hago origamis hasta cuando voy en el ómnibus a trabajar, porque no tengo mucho tiempo. Mi trabajo full time en IBM —con emprendedores tecnológicos— me demanda muchas horas.

¿En qué momento surgió Macachines como emprendimiento de origamis?
Los móviles gustaban y la forma de hacerme conocida era a través de Facebook. Así que armé la fan page en junio de 2013 porque no tenía sentido, en aquel momento, hacer una página web. Empecé sin pagar nada, a puro pulmón y pidiendo a los amigos que me recomendaran. También tuve que aprender todo lo relacionado con Facebook: cómo publicar, a qué hora, qué promocionar, las fotos.

Nunca tuve dudas con respecto al nombre, porque siempre me llamó la atención la sonoridad de la palabra “macachines”. Si bien la palabra refiere a una flor silvestre que nace en el campo, lo elegí por la conocida canción de Los Olimareños que me recuerda mi infancia y los viajes que hacíamos en el auto [de la familia]. Es un recuerdo lleno de cariño que trato de transmitir en las piezas que hago.

¿Cuál fue tu primer encargo?
Fue en otoño de 2013 través de Mercado Libre y me pidieron un móvil con grullas y cuentas en tonos beige y lila, para el dormitorio de una nena. Me salió carísimo y hasta lo llevé a la casa [del cliente]. Perdí dinero, pero el objetivo [no era ganar, sino] validar la idea.

El primer trabajo grande fue para el Ministerio de Turismo. Me pidieron grullas enormes en tonos de otoño. Las hice con hojas de revista y fue tremendo laburo. Primero seleccioné los colores, pegué las hojas, armé y corté cuadrados y finalmente armé las grullas. Tenía pensado cómo colgarlas, pero finalmente lo tuve que resolver en el lugar. Mi prima y una amiga me ayudaron. Estuvimos hasta medianoche poniendo tanzas, hilvanando y colgando las grullas de lingas. Estuvo desde marzo a diciembre de 2015.

Y en la primavera de 2016, también a través de Mercado Libre, la agencia que hace la decoración de Montevideo Shopping me contactó para hacer gaviotas.

¿Cuáles son los productos que definen a Machachines – Arte en papel?
Móviles (con 24 y 16 origamis), colgantes simples, colgantes tipo hindú y móviles para el auto. La base es el origami y, para diferenciarme, busqué la funcionalidad en la decoración. Por eso los productos de Macachines son algo más que un origami, ya son “macachines”, son arte en papel.

Incluso ahora estamos haciendo kirigami que es arte en papel recortado. También viene de Oriente y ofrece muchas posibilidades; por ejemplo, en este momento estamos haciendo margaritas, con esa técnica, para los centros de mesa de un cumpleaños.

Macachines crece con el cliente, con los pedidos que me hacen. He tenido que ver cómo hacer las estructuras de los móviles en madera y también en alambre forrado con lana. Incluso me pidieron que un móvil tuviese el nombre y [así aprendí] a hacer el alfabeto en origami.

También he decorado escenarios que es algo que me gusta mucho. Hago los escenarios de Gus Oviedo, un compañero que es músico. E hice la ambientación de dos casamientos, uno en Chile y otro en Tarariras.

¿Investigás permanentemente?
Sí y eso me estimula muchísimo. Como te decía, los desafíos vienen de los clientes y de la búsqueda de un producto mejor. Los móviles para el auto los hacía con un elástico que se estiraba y no me gustaba cómo quedaban. Entonces busqué otras opciones y cambié el material. Hoy los hilvano con alambre y el ganchito en el que cuelgan también es más bonito y eficaz.

¿Cuáles han sido los pedidos más difíciles?
Las gaviotas para Montevideo Shopping fueron todo un tema. Estaba de viaje, en Florencia [Italia] cuando recibí el llamado. Así que en el hotel armé un prototipo con unos papeles que mi madre me había comprado en Alemania, le saqué una foto y la envié por WhatsApp al cliente (la agencia que se encarga de las decoraciones del shopping). En ese papel, de 15 x 15 cm, la gaviota funcionaba bien.

Después nos fuimos a Venecia y todo estaba lleno de gaviotas, las filmaba para ver la curvatura de las alas y cómo volaban. Solo miraba gaviotas. Llegué a Uruguay de mañana temprano y me fui a Lagomar a la casa de mis padres derecho a armar los origamis gigantes. A las 4 de la tarde tenía que entregar una muestra. Cuando hice la gaviota en grande, cortando y pegando papeles, las alas se caían, no quedaban curvas. La gaviota no volaba… tenía flacidez en los brazos, era horrible. Creí que el trabajo se pinchaba, sentía que podía “quemarme” con un trabajo así, pero lo intenté. Salí a buscar una papelería cerca y ¡justo conseguí una que se llama “Origami”, no lo podía creer! Compré cartulina, corté un cuadrado, doblé y la gaviota voló.

Hace un tiempo también me pidieron un colgante con unicornios que me dio muchísimo trabajo. Tuve que mirar varios tutoriales y finalmente lo saqué. Y, por mi trabajo, conozco a los chicos de Oincs, así que a Marcelo [Wilkorwsky] le hice un chanchito de regalo que también demandó su investigación.

Me cuelgan mucho los trabajos así, me incentivan a ir a más. Para resolverlos sigo en YouTube a especialistas, me gustan Leyla Torres y también Jo Nakashima; con él aprendí a hacer el unicornio y las letras del alfabeto.

¿Un solo taller y una sola persona para tanto trabajo?
Yo trabajo en mi casa que está invadida por Macachines. La mesa está siempre llena de papeles, cuentas, tijeras e hilos. Pero no es el único taller, ahora hay otros porque Macachines hoy cuenta con más artesanas. Si bien empecé sola en 2013, amigos y familiares se han sumado a ayudarme cuando tuve pedidos grandes, y luego llegó el momento de sumar colaboradores “oficialmente”. Primero fue Érika, una amiga, y ahora somos cuatro con la incorporación de Sara y Karin.

Cuando entró Érika, tuve que armar la estructura de precios y costos, tiempo de trabajo, fijar una lista de precios, definir cuestiones del armado y cobrar el envío que es tiempo perdido. Ese fue un momento muy importante en el proceso de crecimiento de Macachines.

¿Dónde conseguís el material para armar los productos?
Algunos aquí, pero mayormente en el exterior. Y como no soy la única que hace origami en Uruguay, busqué diferenciarme en el papel que es muy importante. Invierto mucho en la materia prima, compro por internet y mis amigos y conocidos me traen papeles —en lugar de chocolates— cuando viajan. Y si me voy yo, la prioridad son las papelerías. ¡Tener papeles es mi vicio!

¿Tenés stock o trabajás por encargo?
Solo por pedidos. Los macachines son muy personales y requieren de una creación en conjunto; quien los solicita, pide la estética, [define o sugiere] los colores y las figuras. Y vamos trabajando en contacto directo porque el gusto del cliente es muy importante. Los papeles siempre están a la espera de un cliente, por así decirlo. Duermen hasta que despiertan a través de un pliego. El feedback con el cliente es vital; incluso, al terminarlo y entregarlo, si no está satisfecho, me devuelve el producto y yo le reintegro el dinero. El objetivo no es obligarlo a quedarse con algo que no le guste, sino disfrutar y valorar el “macachín”.

¿Cuáles son las dificultades con las que te has encontrado como origamista-artesana-”macachinera”?
¡Es verdad, creo que ya soy una “macachinera”! Además de los papeles, problema que está medianamente solucionado, [es difícil] conseguir cuentas y todos los elementos que adicionan a un “macachín”. El mercado uruguayo es muy limitado en esos productos; en Argentina y Brasil cambia la cosa, pero aquí hay muy poco.

También está el tema de la regulación de la empresa y los costos fijos que eso implica. ¡Todo es muy caro! Y el tiempo, porque trabajo muchas horas y no tengo horas libres para dedicarme a Macachines. También sé que no podría vivir de esto porque físicamente es muy demandante. Para participar de una feria en el Colegio Alemán trabajé muchísimo y me contracturé; después de esa feria estuve una semana tomando medicamentos. Por todo eso, el modelo de negocios será tener otros artesanos trabajando para la marca.

¿Cómo ves el futuro de Macachines?
Macachines ha crecido significativamente. En 2016 se duplicó la cantidad de ventas y de clientes en relación con el año anterior, y eso está muy bueno. Ahora quiero crecer más, ¡mucho más! Estoy a punto de lanzar la página web para acompañar la venta a través de Facebook y de Mercado Libre.

A través de IBM, conocí a Gabriel Colla (Infocorp). A él le gustó el proyecto y, además de pedir sus regalos para fin del año pasado, me ha incentivado y hoy es mi mentor. Él me está ayudando a ver Macachines desde otro lugar y no solo como un hobbie. La idea, a través de la mentoría de Gabriel, es tener artesanos en diversas partes del mundo haciendo “macachines”. Porque no hacemos origami, sino algo más: son “macachines” funcionales para decorar.

El próximo paso es validar Macachines en otro territorio que no sea Uruguay y que esté bastante lejos. Comenzaré con una fan page en inglés y procuraré vender en Estados Unidos, fundamentalmente.

También quiero explorar escenografías, vidrieras y museos porque son desafíos muy interesantes y un mundo para crecer. Sueño con hacer una intervención en el Teatro Solís, ¡me emociono de solo pensarlo!

“Hay un interés creciente por la encuadernación artesanal, en consonancia con otros oficios que recuperan el valor del trabajo manual”

Charla con Gervasio Monchietti, encuadernador artesanal

Gervasio habla pausadamente. Argumenta, describe y narra con la soltura de quien domina el tema y de quien maneja, además, la oralidad. Porque Gervasio es periodista y locutor, y la profesión se le nota en las pausas, en la entonación y en los énfasis. Tiene 37 años y es argentino. Nació en Santa Fe, en un pequeño pueblo que se llama San Genaro; luego vivió en Rosario (Arg.) y hace un año y medio se mudó a Montevideo. Ni su acento, ni su apariencia lo delatan como argentino, Gervasio ya está totalmente acoplado a la idiosincrasia de nuestro país, es un uruguayo más y parece disfrutarlo. Dice que un poco tarde descubrió la encuadernación; ya había estudiado Periodismo, Locución y también algo de Derecho. En 2005, en la Fundación Patrimonio Histórico de Rosario asistió a un taller de encuadernación artesanal de cuatro meses y así comenzó un vínculo que se desarrolló como un oficio.

“En San Genaro, mi pueblo, no había librerías y en mi casa
no había una gran biblioteca con libros;
en su lugar comprábamos fascículos que salían
en los diarios que después se encuadernaban”

¿Cómo llega un periodista a la encuadernación?
Lo hice como casi cualquier persona hace un taller: con ganas de aprender algo diferente. A mí me gustan mucho los libros. En San Genaro, mi pueblo, no había librerías y en mi casa no había una gran biblioteca con libros; en su lugar comprábamos fascículos que salían en los diarios que después se encuadernaban. Consideré entonces que era interesante aprender algo que estaba relacionado con mi niñez y adolescencia. Ese primer taller que tomé [estaba a cargo de] un encuadernador de Rosario que es de profesión veterinario, en realidad. Se llama Alberto Charamonte y aprendió a encuadernar en Suiza, en una abadía; él es un verdadero apasionado del tema y su interés está focalizado en enseñar y compartir.

Cuatro años después comencé a hacer cuadernos para ir a ferias, adquirí bastante experiencia y en algún momento me proponen dar un taller. Lo hablé con Alberto, que era “mi maestro”. La modalidad de taller ―a partir del periodismo y de la locución― me gusta mucho, [así que] me animé. Fue en 2010, con 25 asistentes; una linda experiencia, aunque nunca repetí un taller con tantas personas.

A partir de ahí busqué más oportunidades para seguir aprendiendo. Hice dos talleres con Martín Farfán Patiño, un encuadernador mexicano que estuvo en Argentina. Uno de encuadernación en cuero y dorado manual, y otro de restauración de papel; aunque no me dedico a la restauración. También asistí a un taller en Buenos Aires en Papelera Palermo sobre álbumes de fotos.  

¿Cuáles son las características que definen a la encuadernación? 
La encuadernación artesanal, que es lo que yo comparto en los talleres, es un trabajo en gran parte manual para pensar la estructura de un libro, el tipo de tapa y el tipo de costura.

La encuadernación “en un primer nivel es una técnica, un oficio,
y hay instancias o aportes que el encuadernador
hace para que la obra se transforme en una artesanía”

¿Es un arte o una técnica? 
Yo creo que es una técnica que puede desarrollarse como arte. En las ferias hay toda una discusión [acerca de] si se considera una artesanía o una manualidad. Creo que en un primer nivel es una técnica, un oficio, y hay instancias o aportes que el encuadernador hace para que la obra se transforme en una artesanía.

¿Qué tipos de encuadernaciones existen? 
Hay unos 30 o 40 estilos de encuadernación, incluso hay encuadernadores reconocidos que han desarrollado sus propios métodos —por ejemplo, Keith Smith que tiene libros publicados y muchos videos en internet—. En general, los estilos tienen que ver con épocas históricas.

A grandes rasgos, en Occidente la encuadernación comienza con la encuadernación copta que es muy conocida, no lleva lomo y tiene una costura con una buena apertura. [Se desarrolló] del siglo II al VI y tiene dos o tres modificaciones diferentes.

Después está la encuadernación a la greca que surgió en Alemania, tiene refuerzo de cuerdas y generalmente lleva lomo redondo. La más tradicional, la que generalmente se aprende en los talleres, se llama cartoné, también conocida como encuadernación francesa, por el tipo de costura. Es una técnica en la que se construye la tapa por un lado y el lomo por otro. Esos son los formatos más clásicos.

La costura parece ser muy importante… 
Hay costuras para cuadernillo y para hojas sueltas. En la encuadernación japonesa, que es muy simple, se trabaja con la segunda, la de hojas sueltas. La costura para cuadernillo más conocida se llama de escapulario o francesa. Hay otra, a la greca, que es para cuadernillo, pero reforzada con cuerdas (antiguamente se usaban nervios de animales, ahora se usa hilo). También está la costura copta y hay muchas variaciones de los refuerzos (de cintas, de cuerdas, etc.).

Después hay una costura para hojas sueltas que se llama diente de perro. Con el mismo nombre se agrupan diferentes técnicas porque hay diferencias de traducciones y terminológicas.

¿Qué materiales se usan para encuadernar? 

Hay distintos tipos de papeles, se procura conseguir [aquellos] que no sean blancos y que tengan el gramaje adecuado al tipo de encuadernación que se quiere realizar. Para las coberturas hay algunos materiales específicos: el papel vinílico y la tela de encuadernación.  

El cuero y el papel son los materiales más tradicionales. De hecho, muchas veces una tapa queda mejor con un lindo papel que con los vinilos, que son más plásticos. Se usa el hilo de algodón específico para encuadernación porque es lo más fácil de obtener. El hilo de lino es el más buscado, aunque no es fácil de conseguir por aquí.

¿Qué más hay que tener en cuenta para encuadernar artesanalmente? 
La plegadera, que generalmente es de hueso, es el fetiche de los encuadernadores porque es una herramienta central. [Las hay de] distintos materiales y sirven para plegar y marcar. [Hay que contar con] un buen lugar donde cortar. También trinchetas y una buena regla de metal. Hay otra herramienta que es más difícil de conseguir: la prensa de encuadernación o prensa de hierro. No siempre se tiene, fundamentalmente al principio, y se puede suplir con una prensa como las de matambre. La guillotina también es importante. Aunque hay encuadernadores que no la usan.

“Hay un interés creciente,
en consonancia con otros oficios
que han recuperado la importancia de lo personal,
lo hecho a mano,
también la reutilización de materiales”

¿Por qué crees que está de moda la encuadernación? Lo habrás notado en la oferta de talleres y en la oferta de agendas, libretas, libretitas y libros encuadernados manualmente 
No diría que la encuadernación está de moda, pienso que los celulares están de moda, en el sentido de objetos de consumo masivo. Una cosa es que haya muchos talleres y oferta de cuadernos, y otra muy diferente es que eso se traduzca en que la gente se interese genuinamente por la encuadernación. Es verdad que hay un interés creciente, en consonancia con otros oficios que han recuperado la importancia de lo personal, lo hecho a mano, también la reutilización de materiales.

Creo que en las grandes ciudades —Buenos Aires, Rosario y Montevideo— hay como un boom con la encuadernación, pero cien kilómetros afuera el tema no existe y la gente se sorprende de que haya personas haciendo encuadernación.

He hablado del tema con Alberto [Charamonte] y él considera que la encuadernación tiende a desaparecer, pero yo creo que los talleres generan un movimiento de gente curiosa por la encuadernación y los emprendimientos que de ahí surgen también contagian. Hay, por lo tanto, cada vez más personas que impulsan el tema. Y hay una gama bastante grande de cosas que se pueden hacer y cada uno le aporta su sello personal.

¿Te referís a distintos tipos de encuadernaciones? 
Sí y distintos tipos de objetos, desde editoriales artesanales, cuadernos, agendas, cartas de restoranes. También la restauración, los libros objeto, los libros de artistas.

¿Cómo funciona el tema de los talleres en Uruguay?  
Hay mucho interés. Estoy contento, en los talleres muestro técnicas que aprendí de otros encuadernadores y algunas que descubrí de forma autodidacta, al explorar sobre el tema. Me gustaría que viniesen otros encuadernadores; en Buenos Aires hay algunos maestros que se encargan de la “encuadernación fina” y que han participado de talleres y de ferias internacionales.

¿Cuáles son los próximos cursos que brindarás? 
En [este momento hay un taller en] la librería Las Karamazov que combina poesía y encuadernación. [Es una modalidad muy particular] porque a mí me gusta y escribo poesía. Se llama “poesía y encuadernación japonesa”. Los cupos están completos, pero seguramente en marzo lo vamos a repetir.

El 25 de febrero habrá un taller intensivo de un día en Espacio Aquiles. También estoy armando dos talleres trimestrales, uno en Estudio Sur que será sobre encuadernación de libros de fotografía. Es un taller orientado a la utilización de la encuadernación para realizar fotolibros. Y a partir de mayo, en Espacio Anata, habrá un segundo taller trimestral sobre encuadernación artesanal en general.

En los talleres de febrero, en Las Karamazov, enseñas la técnica japonesa… 
La encuadernación japonesa comienza tardíamente. A mí lo que me gusta es su simpleza; en el taller muestro ejemplos de técnicas realizadas entre los años 1600 y 1800. Son costuras relativamente simples que requieren poca maquinaria, no se utilizan herramientas grandes, en general solo punzón, aguja e hilo o alguna plegadera y la prensa chiquita. Con eso es suficiente, además de martillo y clavo, o taladro para casos específicos.

En el taller, [los participantes] realizan dos o tres costuras y un estuche japonés que también se llama estuche de cuatro lados. [Se trata de] un estuche, como si fuera la base de una caja con cuatro lados que cierran, que sirve para guardar libros pequeños. Es como una caja que contiene varios tomos de una misma unidad.

“Me gusta combinar funcionalidad,
prolijidad y belleza para que la
persona se enamore del objeto”

¿Cuáles son las características que definen las creaciones de Gervasio Monchietti? 
En este momento uso mucho el papel marmolado que es una técnica que se pinta y se lava en agua. Me considero un tanto sobrio para encuadernar, pero estoy atento a los intereses y veo que el color gusta mucho y llama la atención. Busco funcionalidad en el tamaño, fundamentalmente.

Cada persona que aprende sobre encuadernación le agrega algo personal: los materiales, los detalles, etc. Yo procuro trabajar en la edición artesanal, ese sería mi agregado. Es algo a lo que me dediqué hace un tiempo y quiero volver próximamente. Me gusta combinar funcionalidad, prolijidad y belleza para que la persona se enamore del objeto.

¿Cómo es tu jornada de trabajo como encuadernador? 
Trato de hacer cosas diferentes, pues hacer una misma actividad durante un largo rato es muy demandante. [Por eso], procuro variar. Trabajo en series cortas: tengo el papel, lo corto, lo doblo, lo perforo, después llega el momento de coser, encolar y elegir la cobertura, forrar las tapas, por ejemplo.

Trabajo en casa, siempre trato de tener un espacio para ese fin, y también en Anata. Cuando encuaderno escucho música, salvo cuando hago papel marmolado porque la técnica invita al silencio, a estar en contacto con la naturaleza [porque] se trabaja en una batea con agua para que los colores se abran y después se cuelgan los papeles al sol.

¿Es un trabajo que demanda mucha paciencia? 
Sí, aunque depende de lo que cada uno quiera desarrollar. Es lento, pero no tanto. Y es muy entretenido. Es importante trabajar con otro para facilitar la tarea y enriquecer el trabajo. Es muy disfrutable, sin lugar a dudas.

¿Dónde se consiguen tus encuadernaciones?  
[En este momento] estoy yendo a Villa Biarritz los sábados y también comencé a ir a Tristán Narvaja los domingos. Se vende, aunque cada día es un azar. En general, en Montevideo hay mucha afluencia de turistas que son los que más compran. En este momento lo que más gusta son las bitácoras de viaje que se hacen con cuero.

Natalia Cantarelli. De las botas de goma al diseño artesanal: una historia de colores y texturas

 

A fines de 2016, para mi cumpleaños, dos compañeras de trabajo que conocen mi interés por los accesorios me regalaron un collar de la artesana Natalia Cantarelli. Se trata de una pieza original que combina diversas texturas. Tanto me gustó el collar (que parece un “jardín de flores”), que me interesé en la obra de Natalia y la contacté. Un mes después nos encontramos en Santé, que está muy de moda —una carta elegante y una decoración jugada otorgan personalidad a la propuesta gastronómica—. El ámbito fue propicio para una larga charla que derivó en múltiples temas mientras Natalia, con orgullo, me enseñaba piezas de las colecciones Rosita y las Tres Marías.

Natalia luce como una orfebre, se mueve con gracia, es natural y delicada. Se define como artista textil y, fundamentalmente, diseñadora artesanal. Se formó como tal en la escuela de Peter Hamers, aunque su etapa laboral comenzó en el área agropecuaria. En la actualidad, vive de la orfebrería artesanal y realiza piezas únicas que se venden en Uruguay y en el exterior y que forman parte de colecciones que recogen la fusión estética de América Latina y Europa.

Las artesanías de Natalia tienen equilibrio cromático, balance de forma y vibración. Cada pieza es armónica, con características inusuales y mucha personalidad. Los collares y los brazales son un ensamble de texturas. Todas las piezas son muy prolijas y hay un cuidado particular en la presentación y en el empaque. Natalia se encarga de todo, hasta de teñir de forma natural las bolsitas de tela en las que entrega las piezas grandes.

Retener los colores del amanecer, de las flores y de la helada en los montes de manzanos

¿Natalia mujer luce las creaciones de Natalia artesana?
Sí, fundamentalmente las caravanas. Me encariño con lo que hago, tanto que a veces me cuesta vender [las piezas]. ¡Es que me gusta todo! Me tendría que quedar con tanto y eso es imposible, [y por eso] solo tengo un collar que uso muchísimo.

¿Cómo llegaste a ese estilo particular de artesanía?
Totalmente por azar. Comencé a trabajar en una galería de arte, con una artista, pero vengo de la formación agropecuaria. Nací en Montevideo y siempre tuve la fantasía de un internado. Cuando terminé el liceo [me debatía] entre estudiar Antropología y la Escuela Agraria. Mi hermana convenció a mi madre de que no estudiara Antropología, aunque en casa tampoco estaban de acuerdo con la Escuela Agraria, que finalmente fue la opción.

[En la Escuela Agraria de Libertad] comenzó a desarrollarse algo que después reflejé en mis colecciones. Me deslumbró la naturaleza, nunca había estado en contacto con esos amaneceres. Mi preocupación, en una época en la que no era fácil tener una cámara, era retener los colores del amanecer, de las flores y de la helada en los montes de manzanos.

Con la agricultura aprendí muchas cosas, [fundamentalmente] a valorar el tiempo de la naturaleza que me cambió y moldeó mi carácter. Siento que tenía que pasar por eso, también para encontrar la belleza en lo mínimo: en un fruto, en una flor silvestre. A veces añoro vivir rodeada de perfume, de gotas de rocío. Todo era un éxtasis, un descubrimiento que pensé que nunca iba a abandonar.

¿Cuándo llegó ese abandono?
Me abandonaron, en realidad. Trabajaba para unos suizos con un compañero de la Escuela Agraria, hacíamos agricultura no convencional y un día nos despidieron. Fue drástico. Yo tenía facilidad para encontrar trabajo, de hecho elegía en qué establecimiento trabajar, pero la racha se cortó.

Fue en 1999, me estaba comiendo los ahorros y un día una amiga fue a visitarme con una noticia: tenía un trabajo para mí como asistente en una galería de arte en la Ciudad Vieja. En aquel momento practicaba tai chi y estaba vinculada a artistas, mi grupo de amigos estaba conformado por gente del arte. La vida me iba poniendo en ese camino…

Esa oportunidad era la antítesis, [significaba] pasar de la bota de goma al taco. Una amiga me maquilló y fui a la galería. Ana Baxter estaba pintando y con ella empecé una vida diferente que, en definitiva, era la vida de mis sueños porque desde siempre había querido ir a Bellas Artes.

Con la fuerza de la formación agraria: de las ovejas y las lanas a los minitelares

¿Cómo te formaste en ese mundo tan diferente?
Estuve casi un año antes de hacer mi primera venta. Preguntaba, indagaba y estaba atrás de Ana todo el tiempo. Se me abrió un mundo. En mi casa se vivía un discurso muy fuerte [y diferente]: del arte no se puede vivir. En cambio, yo veía vender obras de más de USD 4000 y vivir del arte con dignidad.

Un día Ana me preguntó si quería aprender a dibujar o a pintar. Yo seguía con la formación agraria, con las ovejas y las lanas, y le respondí que quería hacer tapices. Me enseñó las bases e hice mi primer tapiz, comencé a explorar y [en una oportunidad] Ana me comentó que los holandeses usan cobre para dar volumen. Compramos cable en la ferretería y comenzó una nueva etapa de fascinación.

¿Y así comenzó tu recorrido personal?
Todo era muy fermental, en [la calle] Pérez Castellanos se había formado el circuito de diseño con Imaginario Sur, Tiempo Funky, Paulina Gross, Ana Livni. Yo estaba todo el día en la vuelta, pasaba a saludar, había galerías y artistas por todos lados (Cecilia Mattos, el Pollo Vázquez, MVD, Olga Bettas). Todo era propicio. Yo era una esponja, veía cuadros y los trataba de llevar al tapiz. Tenía 30 años y comencé a crear tapices en miniatura a sugerencia de Ana. Armaba los bastidores con fósforos, tenía una carterita llena de hilos con la que iba a todas partes y me pasaba haciendo minitapices. La primera venta fue a un extranjero.

Estaba fascinada y luego de un año me di cuenta de que todo mi dinero lo invertía en hilos, de que ya no salía los sábados y de que al llegar de trabajar me dedicaba exclusivamente a eso. Era algo pasional, mi trabajo era ingenuo y osado. La mayoría de las personas me decían que había algo nuevo [en mis creaciones] y que siguiera insistiendo, porque me faltaba técnica, pero había algo novedoso.

¿Seguís haciendo los minitelares? ¿Cuándo comenzó la joyería?
Ya no hago los telares, aunque fueron el inicio de la joyería porque con esas piezas armaba collares. Eran hermosos, pero lamentablemente no tengo ninguno. Comencé a trabajar con Imaginario Sur y Tiempo Funky. Consignaba mis creaciones y se empezaron a vender. Yo estaba sorprendida. Bordaba las lanas con canutillos, mostacillas, hacía florcitas bordadas y las incrustaba los minitelares. Mi estética actual no admitiría esas creaciones, pero eran muy lindas.

¿Tu estética cambió? ¿Cómo la definís actualmente?
Hago collares, pulseras, brazaletes, anillos, caravanas y prendedores, y todas mis creaciones son muy emocionales. Es tan pasional que estoy en la mesa de trabajo, ensimismada, levanto la cabeza y los ojos me guían al color que interiormente quiero usar. La naturaleza siempre está presente: en mis piezas hay flores y frutos. Procuro equilibrio, que cada artesanía transmita algo y cuando está terminada tengo que sentir algo. Busco unidad, [aunque] tuve una época disruptiva, rupturista y transgresora. Llegaba hasta el borde con colores que se peleaban. Hoy vivo un [momento] más componedor.

Me gustan la historia y la antropología y, de alguna manera, siento que hago un rescate antropológico cuando surgen líneas primitivas, en los colores y en las combinaciones. Mi bisabuela era indígena, mi abuela materna hacía alfombras y un algo de ellas hay en mí. [En mis colecciones] procuro rescatar la identidad uruguaya y siento que mi artesanía es, como el Uruguay, una fusión de Latinoamérica y Europa.

Las colecciones se definen en el proceso de taller y con el nacimiento de una pieza madre

¿Con qué materiales trabajás?
Hilos metalizados y de seda, metal, cobre, cintas de terciopelo y de raso, algo de cuero y tiento. Siempre estoy buscando nuevos materiales. En algún tiempo usé lana, pero no en este momento. La lana es más de invierno y me limitaba en las creaciones y en la venta. Paso buscando materiales. En Montevideo me conocen en todas las mercerías. Traigo del exterior también porque los viajes siempre aportan, me cambian mucho, tanto en la paleta como en los materiales que consigo.

Cuando te sentás a crear, ¿planificás o te dejás llevar?
Cada día, en [una maraña] de materiales, elijo los colores que me llaman la atención. Voy hilando hilo con alambre, voy seleccionando los colores de los hilos y formo una paleta para dar la estructura, la escultura de la pieza. No es un trabajo en serie, aunque procuro un poco de orden, hay días que me dedico a hilvanar, por ejemplo.

Busco movimiento y que el largo de los collares sea regulables. Me gusta que [los ornamentos] de un collar se puedan mover. Armo colecciones primero, dibujo, tiro ideas en el papel, aunque el trabajo se define sobre la marcha, en el proceso de taller. Luego de mucho trabajo, siempre aparece una pieza que es la madre y que define la estética de la colección. Esa pieza tiene una gran cantidad de información que la hace única y referente.

¿Qué te gusta hacer: collares, caravanas, pulseras?
No tengo una pieza favorita. Me gusta hacer todo, aunque en realidad lo que más me apasiona es hacer cosas elaboradas. Pero también me gusta Rosita, la colección más sencilla que tengo, porque es versátil, esos collares los puede usar una chica de quince o una señora mayor.

¿Se puede vivir de la artesanía en Uruguay?
Se vive de la artesanía, aunque hay que ser un poco malabarista. Hay que confiar, apelar a algo que pueda cambiar: que aparezca un buen cliente, una galería nueva, una tienda o una oportunidad. Yo trabajaba con Ana, tenía buenos ingresos, pero decidí jugarme. Me fui en 2008 y ese año, a los pocos meses de renunciar, me salió una beca inesperada. Fui a Hunan (China) a estudiar técnicas de bordado durante tres meses. Fue otro internado y la confirmación de que estaba en mi camino.

[Hace un buen tiempo] me mandaba hazañas que ahora no podría. Cuando me quedaban $ 1000 o $ 1500 era suficiente para irme a Buenos Aires a vender a Plaza Francia y traer dinero para seguir. Así estuve todos los primeros años. Yo creía en mi trabajo, en las creaciones que llevaba en mi mochila, viajaba con un tesoro en mi espalda. En cambio ahora soy más temerosa, ya no me juego tanto.

Quisiera que en Uruguay se valoraran y se vendieran mis creaciones como en Europa y Estados Unidos. Aquí vendo en la galería Acatrás del Mercado, en la tienda del Teatro Solís y cada año en la feria Ideas +. En el exterior, vendo en el barrio Latino de París —en la tienda Pays de Poche—, en la Fundación Iberé Camargo en Porto Alegre (Brasil) y en el museo de Arte Contemporáneo de Seattle, en Estados Unidos.

¿Qué te ha aportado la experiencia de las ferias?
Hace años que estoy en Ideas + y ahora formo parte de la comisión, incluso. Estuve en Francia, en París, y en México en Guadalajara y en el DF, donde me fue muy bien. Brasil y Argentina fueron mis primeras incursiones. De los viajes y de las ferias siempre se aprende mucho, nunca vuelvo de la misma manera.

Hacer feria ya no me entusiasma tanto, aunque trato de exigirme y de salir de la dicotomía me gusta/no me gusta. Me da un poco de pereza encarar una producción para una feria que es muy demandante; se trata de un mínimo de USD 5000, además del gasto del viaje, si es en el exterior. Tengo que hacer los trámites de exportación, pensar en el armado y en el empaquetado de cada pieza. Yo me encargo de todo y de la exposición también. Toda esa previa es muy cansadora, además del tiempo de trabajo. Quizás en mayo o junio vaya a México, un lugar que es muy inspirador y en el que no se corre con tanto riesgo porque es barata la estadía.

¿Cómo ves el futuro de Natalia Cantarelli artesana?
Quiero entrar más en el tema del metal. Voy a empezar una investigación con Claudia Anselmi, [ya que] quiero saber qué pasa con la fusión de textil y metal. Siempre en joyas y accesorios y desde lo artesanal, porque cada vez me gustan más la aguja y el hilo, aunque es una lucha con el tiempo y la cantidad [de piezas] que puedo producir. El cuerpo se cansa, las manos se cansan, aunque la cabeza no para…

Retratos de un emprendimiento: producir jabones artesanales en Uruguay

Plano general: la historia de un producto de uso cotidiano
En el supermercado y en las farmacias hay metros de góndolas que despliegan las más diversas marcas y tipos de jabones. Se trata de un producto de consumo masificado y con oferta estratificada con pastillas para todas las franjas etarias y tipos de piel, perfumes de los más variados y con agregados, incluso. Además, la oferta de jabones se presenta en una amplísima carta de precios desde pastillas muy económicas hasta productos para “sibaritas de la piel”.

El jabón —que es protagonista en la vida cotidiana de hombres y mujeres de las más diversas culturas— es parte de la historia de la humanidad, aunque es difícil determinar la fecha exacta de su origen. Ciertas investigaciones datan las primeras referencias cerca del 2500 años AC en Sumeria. Según consta en una tableta de arcilla, los habitantes del lugar lavaban la lana con una sustancia que contenía agua, un álcali (“compuesto que en disolución acuosa se comporta como una basefuerte”, según RAE) y aceite de acacia.

Parece ser que los egipcios usaban el jabón para curar infecciones cutáneas, y para los hebreos el baño significaba limpieza corporal y espiritual. En la antigua China se producía jabón con base en vegetales, no solamente para uso personal. En la América prehispánica el baño era costumbre y también el lavado de ropas y cabello con productos naturales específicos. En cambio, los griegos y los romanos utilizaban aceite de oliva para la limpieza del cuerpo. Las referencias históricas varían con una constante: la búsqueda de ingredientes naturales para procurar la limpieza.

El jabón, entonces, es parte importante de la historia y protagonista en el ámbito de la higiene personal, una costumbre que ya no se discute en la actualidad (en la Europa de la Edad Media se dejó de utilizar porque que se consideraba agente de transmisión de ciertas enfermedades). La elaboración de jabones, artesanales e industriales, es una práctica que también tiene su largo recorrido y el primer producto con “nombre y apellido” fue el “jabón de Marsella” (Francia). Este, conocido hasta el día de hoy, fue tan popular que a mediados del siglo XVII el gobierno francés reguló el mercado de jabones de Marsella y determinó qué tipo de elementos debía contener. 

Hoy el consumo de los productos de higiene personal implica, en determinados contextos socioeconómicos, algo más que una cuestión de limpieza. Esos públicos, atentos a las tendencias internacionales, consumen productos que cuidan el ambiente en general y procuran “mimar” el cuerpo en particular. Por eso, a los metros de góndola en los que se exponen los más diversos jabones industriales, se agrega una creciente oferta de productos artesanales naturales. La tendencia (en boga en Europa, Estados Unidos y Canadá) se ha extendido a nuestro país y en la actualidad hay respuestas locales a esas demandas.

Plano americano: de la fotografía a la elaboración artesanal de jabones

Noel Zunino tiene 45 años, es fotógrafa y responsable de “Las Mercedes. Jabonería Boutique”, un microemprendimiento artesanal de producción de jabones. “Me encanta la fotografía, pero el ámbito al que me dedicaba, los sociales, es muy cansador. [Era una vida que profesionalmente] implicaba mucha noche y mucha fiesta, era realmente agotador; así que decidí dedicar mi mayor energía a algo que me gusta desde hace un tiempo, pero que no me había animado a sacar al mercado”, explica Noel.

“Comencé a experimentar en el tema jabones en 2007, probaba conmigo y con mis familiares. Empecé a investigar con jaboneras europeas, en especial cuando viví allí en 2012. Desde siempre me ha gustado el tema de la manufactura y en especial la cosmética natural (…). Empecé a probar con formulaciones para pieles con problemas que requieren un especial cuidado en la higiene cotidiana porque en mi familia hay varios miembros con piel seca y, además, la madre de una amiga tiene vitiligo”. 

“Mi formación es completamente autodidacta. Me gusta la química, aunque todo lo que sé es lo que aprendí en el liceo. Y soy un animal cibernético, leo todo el tiempo, investigo, busco”. En jabonería y cosmética natural “me he formado en línea mayormente, (…) hay mucha información disponible y mucho ensayo y error. En mi caso, son tres años de intensa práctica porque, más allá de los primeros intentos, hace relativamente poco que me dedico casi exclusivamente”. 

Primer plano: la elaboración del jabón artesanal

Un jabón es la fusión de una sustancia grasa (aceite y manteca) y una alcalina (hidróxido de sodio). El hidróxido de sodio —soda cáustica con agua destilada mezclada a determinada temperatura— es el encargado de hacer reaccionar a las grasas y transformarlas en jabón. 

A la pasta que resulta de la mezcla de ácidos grasos y álcali se le agregan aceites esenciales, oleatos e hidrolatos. “Los hidrolatos surgen de hervir una planta en agua para extraer sus cualidades, yo uso agua destilada porque cuido todos los elementos”, explica Noel. Y agrega que “el oleato surge de macerar una planta más de 40 días en aceite de oliva al sol o a la sombra, según de qué tipo se trate. Por ejemplo, el laurel, el tomillo, el romero y el orégano se maceran durante más de un mes. Las propiedades de la planta pasan al aceite que se usa para hacer el jabón. Así se logran los diferentes tipos: el de romero tiene el oleato de romero y además se le suma el aceite esencial. Los aceites esenciales se extraen por evaporización o arrastre y debo comprarlos en laboratorios porque no tengo destiladores para hacerlos”.

El curado es la siguiente fase de la producción del jabón.Una vez hecha la mezcla, se pone en cubetas de madera, se deja solidificar de dos a tres días, se desmolda, se cortan las pastillas y se sellan una a una. La pasta descansa durante 30 días y finalizado el ciclo, cada molécula de grasa se transforma en jabón.

Noel produce en su casa, donde también cultiva las hierbas para enriquecer los jabones. La barbacoa es su laboratorio, un espacio grande que ha acondicionado especialmente, pues la higiene es fundamental. Todos los productos que forman parte del proceso de elaboración de “Las Mercedes” son “artesanales y naturales casi en su totalidad. No uso plásticos durante el proceso de elaboración y tampoco para el embalaje. Solo me falta usar tintas biodegradables en la folletería, no he podido todavía, aunque aspiro a ello. Busco coherencia en todo el proceso de producción”. 

Primerísimos primeros planos con profundidad de campo: los productos

La marca de Noel se llama “Las Mercedes” en homenaje a una de sus abuelas. En noviembre de 2016 se largó al mercado, sin un lanzamiento oficial en un “debut con boom”. “La feria Montevideo Místico en el hotel Dazzler fue mi primera salida al mercado», detalla la artesana. «Me fue estupendo. Después llegó la feria de Nuestro Camino en la que vendí todo lo que tenía producido. Me pasó el agua y, además de las ventas, hice muchísimos contactos”. 

La variedad de jabones artesanales que ofrece Noel es extensa: son trece en total. “El primero [en salir] fue el de rosas y en segundo lugar el de lavanda, porque son clásicos. El último es el de orégano, que es excepcional. Mi favorito, sin lugar a dudas, es el de canela porque es una especia que me encanta. Voy experimentando en función de las esencias que hay en el mercado en procura de que el aroma se sienta. No me importan tanto el diseño y el color, pero sí el perfume. Y deben contener las propiedades de la planta a partir de la que se hizo, eso es muy importante”.

Los jabones de “Las Mercedes” no contienen ingredientes corrosivos y, además de un rico perfume y la experiencia de un baño muy natural, aportan varios de los nutrientes que la piel necesita. Estos aportes se deben, según la emprendedora, a “los productos naturales: mantecas que provienen de África como la de Karité que se extrae de una nuez; la manteca de cacao; el aceite de coco; el de ricino y el de oliva que es fundamental y, en particular, el orujo de oliva que tiene más propiedades nutritivas que el aceite extra virgen y es mejor, aún, para el ámbito cosmético”.

Las pastillas de “Las Mercedes” se pueden comprar en línea y en EcoAlmacén Life & Design, Almacén Odiseo (Youhub Cowork, Carrasco), Artesanos del Uruguay (Franca Flor) y La Vitrina en Montevideo y también en La Casita en Manantiales (Punta del Este). Todos son “puntos de venta que tienen la misma filosofía que yo, con especial cuidado por la estética y por lo natural”, explica la emprendedora. 

Plano medio: la experiencia de emprender en Uruguay

Noel confiesa que ya tiene muchos años de experiencia en el tema jabones y que su familia y los amigos agradecen las pruebas. El entusiasmo que la ha llevado a indagar, a estudiar y a embarcarse en el emprendimiento le ha permitido buscar soluciones para todas las dificultades que se le han presentado; “aunque el gran tema es el capital de giro”, agrega. 

Los costos para elaborar jabones son altos, “la materia prima es costosa en relación con el destino. Si comprás un aceite de oliva extra virgen para comer te dura mucho, no así para la producción de jabón que demanda abundante aceite. Mis proveedores son uruguayos que traen del exterior porque, según averigüé, la producción de aceite de oliva de Uruguay no tiene excedente y se utiliza toda para el consumo gastronómico. Me vi obligada a comprar a importadores y estoy trabajando con aceite de oliva español que es espectacular”. 

El registro también fue solucionado: “tengo un monotributo para facturar y esas cuestiones. A cada dificultad le he encontrado una respuesta asequible y por suerte el mercado de las ferias y el cosechado en los contactos ha respondido para seguir adelante. El Ministerio de Salud Pública sí es una traba, es muy costoso porque son $ 30.000. Si lograra vender como en la temporada navideña, tendría que vender 600 pastillas por mes durante dos meses para pagar el MSP. Pero puedo vender sin la habilitación igualmente; en Uruguay no es necesario tener el registro del MSP para vender jabones, aunque es un plus que aporta y me gustaría lograrlo. Es uno de los objetivos que me he fijado, ya que no lo tengo por cuestiones económicas exclusivamente”. 

Noel es una “mujer orquesta” y con “Las Mercedes” ha acrecentado su caudal de conocimientos en química, en cosmetología y también en las distintas disciplinas que giran en torno a la comercialización. 

En cuestiones de márketing, se ocupó del logo, del eslogan y del empaquetado y la presentación. Al respecto, agrega: “tuve que resolver el tema del packaging que está diseñado y hecho por mí, salvo la imprenta. Los costos de packaging son altos, así que uso bolsas kraft y negras, son dos líneas diferentes. La primera es más artesanal y la segunda es más formal y glamorosa. Todos los detalles están pensados, hasta la información del tipo de jabón y una tarjeta de agradecimiento. Busqué soluciones económicas y atractivas con los mínimos costos posibles”.

Además, Noel se dedicó al sitio web para promocionar la marca y vender en línea. Confiesa que hizo todo y que contó con la ayuda de un amigo que es analista de sistemas. “Me demandó horas, en especial el contenido. No está redondo, necesito un copywritter, pero por ahora no me da el rubro. Me metí en blogs y foros, hice cursos, leí y aprendí para armar la web. Ahora estoy armando la página de Facebook y tengo la de Instagram (lasmercedes.uy)”.

Plano general: la mirada puesta en el futuro

Noel narra las peripecias vividas, muestra fotos de los jabones, introduce anécdotas y explica los procesos. Su entusiasmo se percibe de lejos pues, mientras habla, se expresa con los ojos y con las manos. En relación con el futuro, confiesa, como todos los emprendedores, que ella es su propia “herramienta de trabajo”. Dice que piensa producir todos los días un poquito ya que, aunque tiene lugar para el stock, no puedo hacerlo sin saber cómo serán las ventas porque el aroma de los jabones se pierde porque son elaborados con productos naturales. 

Para la emprendedora, hasta el momento “todo viene prometedor y estoy entusiasmada. Creo en mis productos, sé que son buenos. Quienes los han probado reiteran la compra y eso me da confianza”. “Estuve investigando sobre el apoyo financiero externo, a través de líneas de crédito. Pero prefiero el piano piano, porque así me da para seguir como hasta el momento. Y mientras tanto sigo sacando algunas fotos en sociales porque intentar vivir de la venta de jabones es un apostolado. Hasta el momento la respuesta es muy favorable, a la gente le gusta el producto y yo lo muestro con orgullo. Procuro que cada jabón transmita que fue hecho a mano con productos naturales, son objetos que agradan a la vista y al tacto. ¡Además, son hechos uno a uno y totalmente naturales! Y en el futuro cercano quisiera incorporar otros productos de cosmetología natural: emulsiones, cremas, repelente, bálsamo”. 

Referencias

Diccionario de la Real Academia Española

Regla et alter. La química del jabón y algunas aplicaciones

 

Un regalo de Reyes para adultos: recuerdos de los primeros libros, los que marcaron la historia de cada lector

La nota sobre lecturas y recomendaciones de “gente común para gente común” tuvo una importante acogida. Los reseñados se la apropiaron, la compartieron y las repercusiones no tardaron en llegar a través de comentarios, además de la oportunidad de una nueva reseña.

Jennifer sugirió, para Reyes, una nota sobre libros infantiles y la idea me entusiasmó. En clase de inglés con Mariana terminé de definir el alcance de la reseña y salí, una vez más, a consultar al entorno. En esta oportunidad la pregunta procuró indagar acerca de los libros que habían marcado la niñez y la adolescencia, pues en las conversaciones con Jennifer y Mariana surgió la hipótesis de la permanencia de esos libros.

Con sorpresa, recibí muchísimas respuestas y en algunos casos los consultados también preguntaron a los allegados más jóvenes. Esta nueva nota, entonces, se ha enriquecido con respuestas de niños y adolescentes, y es larga porque consigna todas las opiniones por respeto a los entusiastas colaboradores.

Los libros mencionados reflejan diversas épocas, sus personajes, autores, estilos narrativos y temas demuestran la rica variedad que la literatura infantil y juvenil ha propuesto en los últimos 50 años. Este Día de Reyes es la oportunidad para obsequiar ricas memorias literarias de la niñez y en esta reseña el regalo se materializa en recuerdos de libros y personajes. A través de aventuras e historias de vidas, con personajes reales y mitológicos, con cuentos pueriles y otros no tanto, se tejen los recuerdos de historias literarias de infancia y de adolescencia de “gente común”.

Entre tantas respuestas recibidas, hay una obra que se roba la mayor atención: Mujercitas de Louise May Alcott. La obra insigne de Alcott es mencionada por mujeres de diferentes edades, ocupaciones e intereses que recuerdan esta historia en particular. Las razones son diversas y dan cuenta de las estrategias simbólicas que se desarrollan en torno a una misma historia.

Leticia —maestra de Inicial, profesora de literatura y de inglés— era una niña muy lectora y este es el libro que elige para representar ese momento de su vida. “Creo [que me marcó] por la descripción de un mundo femenino que invitaba a soñar e imaginar. Eran las aventuras de cuatro hermanas que jugaban a ser otras, sin evitar u olvidar la guerra o la mala situación económica. Eso me permitía soñar a partir de un relato sencillo que plasmaba un mundo [diferente al mío]”.

Beatriz, Renée y María Eugenia también son maestras, comparten profesión, lugar de trabajo y un mismo libro que identifica su niñez. Dice Beatriz que al leer Mujercitas “se sentía grande”. Renée cuenta que el libro “colmó la cuota de fantasía y de romanticismo que una niña de nueve o diez años necesitaba. Me pude identificar con las jovencitas protagonistas y sus desventuras”. Y María Eugenia, en especial, hace énfasis en “ese vínculo mágico de las hermanas y en Jo con su fuerza desafiante”. Además, aporta que le gustaba la colección “Los cinco [Enid Blyton] porque era pura aventura y misterio… antecedente de la novela negra y Torres de Malory [del mismo autor] con las intrigas femeninas, lecturas que compartía con mi amiga Ana Patricia, que es lo que tiene más peso en el recuerdo”.

Margarita —secretaria e incansable aprendiz— también mencionó Mujercitas junto a los cuentos de Horacio Quiroga que leía en la escuela.  Gabriela, profesora y experta en cocina sin gluten, dice que su “infancia pueblerina [en Minas] estuvo marcada por Mujercitas y otros del estilo [porque] me encantaba ese estilo romanticón e inocente”.

Anita (profesora y cocinera amateur) confiesa que le “encantaba leer Mujercitas porque vivía en un hogar muy desestructurado y la Sra. March, la madre, llevaba adelante todo con orden, amor y sabiduría”. “Yo me identificaba con ella; era el modelo de madre que yo quería ser cuando tuviera hijos”. Para Mariela (profesora y experta en té), hay varios libros y Mujercitas surge en primer lugar “por sus vivencias de dificultad política y económica (¡viví de niña toooooda la dictadura!)”; también recuerda Peter Pan [James Matthew Barrie], Buscabichos [Julio C. Da Rosa] y El Principito [Antoine de Saint-Exupéry] por su sutileza espiritual y la belleza exaltada.

En una frenética conversación de amigas a través de Whatsapp (con mensajes que parece que se interrumpieran como en la oralidad) en la que se mezclaron libros y vivencias infantiles, Gabriela —médica y aficionada a la jardinería— describió su periplo como lectora: “Me fascinaban las Selecciones [del Reader’s Digest], no era una lectura muy infantil, pero yo me devoraba [esas revistas]. Recuerdo “La risa, remedio infalible”, “Gajes del oficio”, “Así es la vida”. También Mafalda de Quino y después se incorporó Asterix [René Goscinny y Albert Urderzo]. Y mi adolescencia estuvo marcada por Mario Benedetti, [de quien] leí casi toda su obra”.

Por su parte, Cynthia —veterinaria y trotamundos— aportó su recorrido literario que da cuenta de su posterior interés por conocer el mundo. “Yo no era de las más lectoras, pero me encantaban Las Aventuras de Tom Sawyer [Mark Twain] y ya de chica leía las novelas de Agatha Christie. En la preadolescencia me marcó Mi planta de naranja lima [José Mauro de Vaconcelos], una historia muy cruel que me hizo llorar mucho”.

Para Mónica, profesora y experta en economía doméstica, el libro más significativo de su niñez también es Mi planta de naranja lima. “Fue recomendado por mi papá que vivió muchos años en Brasil. Me lo regaló en portugués y después me lo compró en español. Mi planta de naranja lima me atrapó con las historias de Zezé”.

La fuente de inspiración artística de Laura (maestra de Inicial) parece nutrirse de las historias que abuela, una excelente narradora, le contaba en la infancia. El Principito, Las aventuras de Tom Sawyer, La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson y Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas “me aportaban aventura, nobleza, valor, y profundos sentimientos a través de entrañables personajes”.

Alejandra, que desarrolla su profesión de maestra con especial sensibilidad artística, cuenta que El principito es el libro de su niñez “por los temas que trata y por el análisis desde la mirada del mundo de los niños”.

Gloria, profesora y especialista en arte, dice que de El tesoro de la juventud le gustaba un poema Rubén Darío que comienza diciendo “Margarita, está linda la mar…”. “Es la historia de una niña que, desobedeciendo al rey (su padre), sale a buscar una estrella para ponérsela de prendedor. Me la leía una tía muy dulce (…) y yo me la aprendí de memoria [cuando era] muy chiquita. Creo que resume mi vida de rebeldía y utopías”.

Vania, corredora de seguros y experta en tejido, dice que la lectura le llegó de adolescente y no fue por algo especial. “Mi padre era un lector compulsivo y yo simplemente lo imité. El libro más significativo [de esa etapa] fue Expreso de medianoche. Yo era una adolescente de 13 o 14 años, bastante ‘paloma´ y recuerdo que no paré. Mi padre decía que no era para mí y yo quedé en shock”. El libro mencionado por Vania nos zambulló en una conversación acerca de su vigencia. Luego de varias apreciaciones, concluyo —con la ligereza de ser una simple lectora— que la temática ya no es original y casi con seguridad no cause el impacto de hace unos años. En cambio, el valor y la vigencia de la obra de Billy Hayes y William Hoffer residen en haberse adelado en el tiempo.

Alicia confiesa que Blancanieves [Hermanos Grimm] fue su libro preferido durante mucho tiempo “porque me lo leía mi abuela y para nosotras era un momento de encuentro especial, además me encantaba la historia en donde la niña buena triunfaba sobre la bruja mala. Más adelante, cuando comencé a leer libros más grandes, fue El señor de los anillos quien me introdujo sin vuelta atrás a la literatura fantástica.  Si bien hace poco que se comenzó a hablar de Tolkien, esa novela maravillosa se publicó por los años 50 y pico”. Esas prolíferas lecturas narradas con tanto cariño parecen haber inspirado la profesión de Alicia que es bibliotecóloga.

Marcos, profesor, corredor y bloguero, dice que Corazón, de Edmundo de Admicis, fue el primer libro que lo hizo llorar.  Gabriela y Laura son profesoras de inglés y trabajan juntas. Se sorprendieron, pues no sabían, que el libro de Edmundo de Admicis es la historia que identifica la niñez de ambas.

Valentina —nutricionista, deportista y repostera— recuerda una colección que es una marca en su familia y que seguramente, ahora que espera a su primer hijo, procurará continuar. Los libros de Teo [Biblioteca Teo] fueron especiales “porque ya habían pasado por las manos de mis tres hermanos y leerlos marcaba una tradición familiar”.

Carolina, licenciada en comunicación y fotógrafa, escoge otra colección: Elige tu propia aventura [R. A. Montgomery y Edward Packard] porque “me encantaba elegir el final, me sentía constructora y parte de la historia”. “Mis favoritos eran La tribu perdida y Perdidos en el Amazonas. Éramos cinco amigas, tanto nos gustaban esos libros que cada una compraba uno y después los intercambiábamos”.

Liliana (psicóloga y lectora empedernida) cuenta cómo surgió su pasión por la lectura: “en verano solía pasar unos días en casa de mis abuelos y en el altillo encontré unas revistas Leoplan en las que se publicaban novelas por entrega. Tendría unos 11 años y Laura de Vera Caspary me fascinó con el encanto adicional de lo prohibido. A partir de ahí me volví fanática de la lectura en general y de la novela policial en particular”.

Adriana, que tiene una marcada profesión docente, comparte un recuerdo familiar cargado de valores cuando, junto a sus hijos pequeños, disfrutaban Buscando a Wally porque “era un desafío [para ellos] y porque lo podíamos resolver en equipo”.

Osmar, médico y deportista, cuenta que el libro de su niñez es La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne. “Me cautivó la idea de viajar y conocer otras culturas. Creo que, de alguna forma, me sentía identificado con el protagonista, Phileas Fogg, que se embarca en una empresa que muchos creían imposible. Cuando lo leí yo ya estaba embarcado en mi viaje con destino a recibirme de médico. Y como el protagonista, a pesar de dificultades y opiniones pesimistas, logré completarlo. Y de `yapa´ he podido conocer varias ciudades que Fogg visita en su viaje”.

 

Gladys (maestra jubilada) relata que fue una niña que aprendió a leer sola, de tanto frecuentar los libros, las revistas, los cómics y los periódicos. “El estímulo de una hermanita mayor, que silabeaba sus libros desde los 4 años, sirvió de apoyo también. Tuve, desde la primera infancia, pasión por la lectura y mis padres me regalaban un libro de cuentos cada semana, que yo me encargaba de tener entre manos durante los siete días. Primero los miraba, después les ponía palabras inventadas y finalmente los pude aprender a leer sola. Eran libros que venían acompañados de un elemento adosado a la tapa (por ejemplo, El Conejito Pedro [Beatrix Potter] traía una regadera en miniatura) comprados en la librería del London París. Adoré unos libros grandes, de tapas duras y coloridas ilustraciones, de Constancio Vigil. La Gallinita Colorada fue mi libro de cabecera durante muchísimo tiempo y le siguió La Hormiguita Viajera”.

 

Los recuerdos de Rosita (que sabe italiano, español y es una entusiasta tejedora) son muy ricos, pues dan cuenta de prácticas y valores que marcaron a muchas generaciones. La historia que compartió es una descripción antropológica que recrea mucho más que el ejercicio de la lectura. “En mi infancia no hubo muchos libros. En el bus [montevideano] vendían unos libritos muy baratos de 6 u 8 páginas con muy lindas ilustraciones y poco texto. Eso era lo que me compraba mi papá. Los dibujos eran muy delicados con pájaros tipo chinos o japoneses. También recuerdo que él compraba Unión Soviética y China Popular. ¡Qué tiempos!, con mucho blanco y negro, poca cosa a color y siempre [con protagonistas] felices y regordetas, mujeres de mejillas muy sonrosadas y ataviadas con trajes típicos muy coloridos. Las revistas rusas eran significativamente más atractivas que las chinas. De las rusas saqué una enseñanza que creo muy lógica y buena, aunque no practico: quien hace trabajo físico duro debe jugar al ajedrez para descansar, y el oficinista debe practicar ejercicios físicos. Además de explicarlo en los textos, había dibujos muy esquemáticos pero impactantes (el del ajedrez prácticamente lo estoy viendo). Y con todo eso supongo que llegué al fin de la infancia”.

Gabriela encuentra en los libros que marcaron su niñez referencias a su profesión de psicóloga: “Platero y yo [Juan Ramón Jiménez] y Rosinha, mi canoa [José Mauro de Vasconcelos] marcaron mi infancia por los vínculos afectivos que se desarrollaban en las narraciones”.

Sylvia (profesora de cocina y experta en economía doméstica) y Cecilia (psiquiatra y profesora de inglés) recuerdan las sagas de Enid Blyton: Los cinco, Los siete y Torres de Malory por las aventuras y por la descripción de vidas, vínculos y personajes que transitaban entre la realidad y la fantasía.

Jennifer —inspiradora de esta reseña, además de entusiasta deportista y madre de Lucas— dice que Pateando Lunas de Roy Berocay fue su libro favorito. “Me lo prestó una maestra en una escuela de Durazno y lo leí en tres días. Me fascinó la historia de una niña que jugaba al fútbol, algo que no era común en esa época”.

Mónica (profesora y cocinera) aporta que en su infancia leía revistas, cómics y novelas rosa. Su madre es una lectora contumaz y su padre “era un hombre con poca instrucción y mucha preocupación por la educación de sus hijos”. Recuerda que cuando era niña le regaló La cabaña del tío Tom [Harriet Beecher Stowe], un libro que actualmente considera que fue una influencia decisiva en su vida adulta. “También me regaló una enciclopedia de arte que aún conservo y que creo que guió mis intereses posteriores”.

Alejandra, maestra y triatleta, dice que de chica le regalaron muchísimos cuentos, “pero La Cigüeña Agradecida [Ana Herring] me encantaba y pedía que lo leyeran una y otra vez. Siempre le decía a mi mamá que el final era triste, yo quería que fuera diferente y ella me explicaba que cuando creciera iba a entenderlo mejor.  Soy maestra desde hace 24 años y todos los años lo narro en clase, es un cuento en el que valores como el amor y la ayuda que le brindamos a los demás tienen su recompensa. Siempre pensé que el final debería de ser otro, pero cuando crecí entendí el mensaje de esta leyenda japonesa: con pequeños gestos o acciones podemos cambiar la vida de los demás y la nuestra también”.  

Dice Eglé que de pequeña leía desde fábulas hasta historietas: “La Pequeña Lulú [Marjorie Henderson Buell] era mi heroína total, peleando contra el machista club de Tobi. Las pobres princesitas de Disney esperando al héroe-príncipe no me emocionaban para nada… [eran] muy bobitas. Y compartía con mi hermano desde El llanero solitario [Fran Striker] hasta Súperman [Jerry Siegel y Joe Shuster]”. La historia de lecturas de Eglé creció y se enriqueció con su profunda formación como docente de Español.

Mario, escribano, bibliotecólogo y poeta, menciona que “De los Apeninos a los Andes [es su libro favorito]: era un niño pasando aventuras complicadas. Eso fue lo que me atrajo”. Marco, de los Apeninos a los Andes es un relato breve de ficción de Edmundo de Admicis que forma parte de la novela Corazón. En formato libro primero y en un ciclo televisivo después, esta historia cosechó ríos de lágrimas en muchas generaciones. Algunos de nosotros comenzábamos a llorar con solo escuchar las primeras estrofas de aquella canción que decía «No te vayas mamá, no te alejes de mí, adiós mamá, pensaré mucho en ti…”. El destierro y la emigración parecen ser temas que despertaron el interés desde los griegos y que en la actualidad nutren la prensa diaria.

Fiorella que está finalizando su formación como psicóloga cuenta: “amé Misterio en el Cabo Polonio de Helen Velando, fue especial, lo leí varias veces. Me hizo soñar con ese lugar, por lo mágico y diferente que era, su historia. Porque era simple y hermoso en la descripción. Siempre quise conocer El Cabo, fui y me encantó. Además, comparto el interés del libro con Leo, mi novio”.

Para Diego (que está terminando la Secundaria y le apasionan la música, el fútbol y la lectura) en la niñez y recién entrada la adolescencia los libros de Tolkien (El Señor de los Anillos, El Hobbit y Silmarillion) fueron muy importantes por “la fantasía que retrataban. Y porque las aventuras de esas historias no eran meras aventuras truchas de cuento de niño, sino que tenían valores, una finalidad gloriosa y honorable; supongo que todo eso me atrapó”.

Nacho cursa el liceo y ama el deporte, además de la lectura. “El muro de Daniel Baldi me encantó ya que habla de un tema muy importante para mí: la unión de gente de un misma franja etárea, sin importar la clase social en la que se encuentren. [Esta historia] confirma algo en lo que creo, que el deporte une, no separa ni genera odio. El libro es sobre un niño que vive en un barrio privado y que sueña con jugar al fútbol con los vecinos que viven en una zona humilde. Los padres de este niño tienen una imagen muy negativa de los vecinos de la `zona prohibida´ y estos opinan lo mismo [en relación con] los residentes del barrio privado. El libro es fácil de leer, atrapante y marca la realidad de muchas personas”.

Martina va a la escuela y tiene una marcada inclinación musical. Imaginarius de Marcos Vázquez es el libro que más le ha gustado “porque es de aventura y fantasía y me encanta la aventura”. En el colegio, además, tuvo la oportunidad de charlar con el autor. Agustina tiene la misma edad e intereses similares y en relación con los libros cuenta: “Susana Olaondo es mi ídola y me gusta toda su colección. Mi favorito es Palabras”.

A Lucas le gusta leer y sabe tanto (a pesar de ser un niño en etapa escolar) que lo ¡han aplaudido en talleres literarios! Con naturalidad y demostrando su rica trayectoria como lector, dice que «cuando era chiquito me gustaban los libros de Susana Olaondo o Verónica Leite porque tienen muchos dibujos, ahora que soy grande me gustan los de aventura, misterio y suspenso como los que escribe Helen Velando. También me gustó mucho la serie Mondragó que son siete libros, es una historia de dragones y tres amigos. El colegio de los chicos perfectos [Federico Ivanier] también está rebueno».

Los recuerdos de grandes y chicos ofrecen un amplio panorama de la literatura infantil. De las elecciones realizadas por los más jóvenes surge un repertorio de autores nacionales que vale la pena conocer para leer con ojos de niño, regalar o narrar. Y entre los clásicos mencionados, también hay historias para revisitar y volver a soñar.

Este desfile de recuerdos es una oportunidad para que grandes personajes vuelvan a pasar por el corazón. Las referencias literarias mencionadas, como dice Gloria, “resumen vida y rebeldía” y en palabras de Mónica, son elecciones personales o de referentes que “guían intereses posteriores”. Los recuerdos literarios no son simples anécdotas, sino que dan cuenta de enseñanzas, encanto, fascinación y desafíos planteados.

 

De niño quería dibujar como Walt Disney, se formó en la prestigiosa School of Visual Arts de Nueva York y hoy se dedica al «surf art»

Eduardo Bolioli (Montevideo) tiene 55 años. Dice que “es padre y que es artista desde que tenía dos años, cuando ya rayaba las paredes de su casa. A los tres años, decía que quería ser Walt Disney y dibujar como él”.

En la escuela pública de Suiza aprendió a dibujar con figuras geométricas, pudo completar el liceo en Estados Unidos gracias a las clases de arte, y la calidad de su portafolio artístico le permitió entrar a la School of Visual Arts.

Vive en Hawái desde hace mucho tiempo y desarrolla un arte descriptivo que se denomina surf art. Trabaja en telas, maderas recicladas y combina mar, ecología, color, gráfica e ilustración. “No intento un arte vanguardista como para llegar a la Bienal de Venecia, hago arte fácil de ver”.

El dibujo me ayudaba a zafar

Eduardo nació en Montevideo, es el hijo mayor de una familia numerosa con una veta creativa genética heredada de un padre «que dibuja y pinta muy bien”. Todos sus hermanos también tienen talento artístico, pero ninguno lo perfeccionó. Su niñez, adolescencia y juventud estuvieron signadas por viajes y experiencias en Suiza, Uruguay, Argentina y Estados Unidos donde desarrolló sus inquietudes artísticas.  

“Mi padre [1] era pastor en Sarandí Grande cuando yo era niño. Íbamos a verlo en tren y mi madre me compraba blocs de hojas grisáceas, como los de almacén, para entretenerme. Luego mi tío fue pastor en esa misma iglesia, así que continuaron los viajes en tren. Para mí dibujar en esos blocs era como tener una computadora. Pasaba las horas del viaje haciendo dibujos animados, creaba mis propias historias. Ya de muy chico lograba reproducir a Super Ratón, que era mi favorito”.

Cuando Eduardo cumplió siete años la familia se mudó a Suiza. En la escuela pública a la que asistía la maestra de arte le enseñó a dibujar con figuras geométricas. “Era la única clase a la que prestaba atención, lo demás me resbalaba todo. Ella me enseñó constructivismo: a partir de unos círculos y rectángulos dibujaba un caballo. Me dio nuevas herramientas, hasta ese momento yo dibujaba a mano libre y a partir de ahí (…) superé los contornos”.

En tercer año de escuela la docente de arte se enfermó y no regresó. La maestra de la clase encomendó a Eduardo hacerse cargo de enseñar dibujo a sus compañeros. “Les enseñaba a dibujar animales fantasiosos tipo cartoon. Con un círculo teníamos el cuerpo de un perro, le agregábamos un nariz tipo Pluto y con dos círculos más formábamos los ojos”. Los demás niños lo seguían con entusiasmo, pero él no tenía a quién seguir y volvió a ser autodidacta.

“Regresamos a Uruguay en 1973, papá tenía que estar acá y no sabía adónde nos estaba trayendo. De Suiza a Uruguay del 73”. En la Escuela 130 de Portones, a la que no le gustaba ir, “seguía siendo el peor de la clase, pero tuve una maestra a la que le gustaba dibujar y de golpe pasé a ser el favorito. El dibujo me ayudaba a zafar de todo”. “Logré terminar la escuela, hice quinto y sexto en Uruguay. Comencé el liceo y comenzaron nuevamente los conflictos”.

Su adolescencia fue especialmente problemática porque “sentía que el liceo no era para mí, me hacía la rata, solo quería andar en skate y dibujar. Ilustraba la injusticia exterior y mi disconformidad”. El skate y el dibujo eran sus escapes, “todavía quería ser Walt Disney y sentía que en Uruguay no podía. Era asfixiante. Tenía que ver cómo irme, pero no estaba dispuesto a pagar el precio para ello: estudiar y terminar el liceo”.

“Me echaron del liceo 15, después me mandaron al [colegio] San Juan Bautista de donde también me echaron. Mis hermanos iban a Crandon, pero papá no quería que yo fuera hasta que no tuvo más remedio [2]. Entonces, pidió que me marcaran cuerpo a cuerpo, como si fuera un número cinco. Entré y me pasaba las clases haciendo caricaturas. (…) En Crandon fue la primera vez que me sentí cómodo en Uruguay. La gente era distinta, más abierta, había otra sensibilidad. Me integré, aunque las notas no subían”.

La situación, “asfixiante y que superaba las posibilidades” se resolvió cuando “a papá lo invitaron a irse de Uruguay y nos fuimos a EEUU, a Ithaca, en 1979”. “Llegué con un carné lleno de unos, ni siquiera llegaba al dos. Tenía seis solamente en dibujo”. Luego de hablar con el consejero del liceo, logró un programa en el que tenía arte fundamentalmente. “Dibujaba todo el día (…), aprendí sobre acrílicos, óleos, carbonilla. Me daban todos los materiales. Tomé clases de fotografía. Fue mi segunda formación. Fueron dos años y terminé la Secundaria”.

Su portafolio: la llave para entrar a la influyente School of Visual Arts

La etapa universitaria no iba a ser fácil, obviamente. “Por recomendación de un amigo de mi padre, apliqué en la conocida School of Visual Arts. Me dijeron que no, pero yo insistí. Llamaba e insistía. Me decían que mis notas no daban y pedí que me dejaran presentar mi portafolio. Tanto insistí que lo logré y [al ver mi trabajo] me aceptaron”.

La experiencia en la School of Visual Arts fue muy fructífera, como no podía ser de otra manera. Las habilidades de Eduardo, su entusiasmo y su ritmo de producción llevaron a que el prestigioso Harvey Kurtzman lo eligiera como miembro de su grupo más íntimo. “[Harvey] me formó y me ofreció un mundo de contactos, estaba metido en la élite del cartooning de Estados Unidos”.

Ese ciclo tan fermental comenzó a cerrarse. Eduardo empezó a asfixiarse nuevamente, sentía que no aprendía más y el surf comenzó a ser protagonista de sus días. Tuvo ofrecimientos de Disney y del propio Harvey, pero decidió no aceptarlos. El de Disney, en particular, era “ser un esclavo de la industria” y “Harvey quería que sí o sí terminara la School of Visual Arts. Me faltaban dos años y me parecía una eternidad”. Entonces abandonó los estudios porque “quería encontrar el lugar donde balancear mis intereses. (…) California o Hawái [eran los lugares] porque mi arte ya estaba vinculado al surf”.

“Llevé el arte de las calles de Nueva York a las tablas de surf”

En 1985 se fue a Hawái con el objetivo de pintar una tabla que apareciera en la revista Surfer. “Tardé un año y medio, pero lo logré”. “Al principio me [rechazaba] todo el mundo” y con insistencia logró trabajar para la fábrica número uno de tablas de surf y aprender el oficio. “Era un embole, [trabajaba con] aerógrafo y cintas, pero aprendí una nueva técnica que yo no manejaba” y después de haber pintado varias llegó la oportunidad de hacer una a su estilo. “Me inspiré en los grafitis que veía en Nueva York. Eran tiempos de Kenny Scharf, Keith Haring, Jean Michel Basquiat, [era] un momento espectacular con mucho arte callejero. Cuando el dueño de la fábrica vio la tabla se horrorizó. Tenía pinceladas intensas, se alejaba de las líneas perfectas [porque] mi tabla era lo opuesto a la perfección. Había llevado el arte de la calle a la tabla”.

Un nuevo golpe de suerte cambió el curso de su historia: un surfista joven quedó impactado frente al diseño. “Le encantó. (…) Quería una, decía que estaba buenísima. El dueño de la fábrica no se convenció, pero me pidió que hiciera algunas más. Pinté diez y duraron dos días en el surf shop”. Y con mucho trabajo y la creatividad a flor de piel, Eduardo se convirtió en director de arte de la marca durante casi diez años.

Ya estaba en la liga grande, su arte era reconocido en el ambiente y en 1992 se cambió a Local Motion, otra marca fuerte. “Me pidieron una reestructura porque estaban perdiendo ventas. Había logrado respetar mis horarios creativos, trabajar en casa e ir a las reuniones dos veces por semana. Surfeaba de día y trabajaba de noche”.

Walt Disney y el regreso a Uruguay

En 1992 surgió una nueva oportunidad creativa al trabajar para VH1 de MTV.  “Hice mi primer dibujo animado junto con mi hermano Sergio. Fui Walt Disney. La idea original del guion fue de Sergio, hicimos la historia del logo de VH1 que se convertía en Rudolf, el reno, para el festejo navideño [de la marca]”. De ahí surgió la propuesta de Vodka Absolut, me invitaron a hacer la obra para Hawái y ese trabajo me expuso también en Estados Unidos. Mi obra se vio en Time Magazine, Newsweek, USA Today”.

El regreso a Uruguay estuvo de la mano de Absolut en 1994. “[Me propusieron] hacerme cargo de la marca. Al llegar, después de 15 años, me encontré sin el trabajo porque Absolut había sido vendida. (…) Decidí dejar la pintura y buscar otro trabajo. Tenía un hijo y algunas historias tristes como el desencanto con el representante. Busqué trabajo en márketing, me vinculé con varias marcas del Uruguay hasta que hace cinco años me quedé sin trabajo una vez más. Me empezó a afectar el tema del estudio, me alcanzó. Tenía experiencia, pero no tenía ningún título. Llegó un momento en el que me cansé y me volví a Hawái en 2014”.

La vuelta a la pintura

En Hawái “tenía un lugar donde quedarme, la casa de mi hermano Sergio, [así que] no tenía que pagar alquiler. Llegué dispuesto a trabajar en lo que fuera. (…). Fui a la tienda In4mation porque conocía al dueño, Jun Jo, un surfista muy famoso. Él conocía mi obra, le hice una tabla que según sus palabras fue la mejor que tuvo. Le dije que necesitaba laburo. Me contestó que no perdiera el tiempo y que volviera al arte. Yo sabía que no podía, que vivía con plata prestada y que tenía que comenzar a producir. Y los espónsores del entorno respondieron una vez más: mis padres. Me prestaron más dinero para volver a pintar”.

El regreso al ruedo del arte fue eminente y en poco tiempo tuvo que armar una muestra. “Mientras tanto, pintaba tablas en alguna que otra fábrica. Sabía que iba a volver a pintar, pero pensaba que a los 70, no a los 50. Me costaba, pero hice la primera obra y tuve mi mejor aliado: Facebook. Las redes sociales cambiaron todo (…) y me permitieron, de golpe, subir la foto de esa obra y venderla muy rápidamente. Tuve que hacer otra y me di cuenta de que había vuelto”.

“Todavía no vivo cien por ciento del arte, aunque lo llevo con dignidad. Siento que estoy en la frontera y estoy por pasar la Aduana. Mis clientes están en todas partes del mundo porque me conocen por las redes sociales y porque Hawái es un lugar muy cosmopolita. (…) Los japoneses compran obras pequeñas por la recesión y por los espacios reducidos en los que viven; también he vendido a europeos y norteamericanos. Y en Uruguay, de golpe, todos los que decían que mis colores estaban mal, que la estética no tenía que ver con el lugar, cambiaron de opinión. Es que yo soy parte de la estética de los ochenta de Nueva York, en la escuela de arte estaba en contacto con esa vanguardia. Ahora me doy cuenta, ¡hasta fui a un cumpleaños de Andy Warhol!, [aunque] en su momento no lo aprecié”.

El surf art de Eduardo en Uruguay

La apertura en Uruguay llegó “hace dos años [cuando] vine para el cumpleaños de mi padre y apareció la galería Los Caracoles para ofrecerme una muestra. Se operaba mi exesposa y me quedé unos meses ese año. La Folie en La Paloma también me pidió una muestra. Vendí unos cuadros y la cosa se empezó a mover. Pocitos Libros y Gourmet Martí también me convocaron. Mostrar y vender, aunque fueran cuadros chicos, me permitieron alargar esa estadía con mis hijos, pero sabiendo que tenía que volver [a Hawái]. Porque vendo acá porque no vivo aquí”.

Además de su trabajo artístico en lienzos, reciclaje y madera, Eduardo tuvo un ofrecimiento diferente este último año: trabajó para Opi Rubio. La diseñadora le pidió una pintura para una casa en Punta Ballena. “Fue algo distinto, un desafío: no podía usar negro y tenía que dibujar una ballena con determinados colores. Yo nunca había dibujado una ballena porque en Hawái hay un artista muy reconocido que se dedica a eso exclusivamente. Para mí era un tema vedado que había evitado toda mi vida y ahora tenía que hacerlo. Además no podía usar negro que es todo para un dibujo animado (…). Y la ballena quedó muy bien. Mucha gente me empezó a llamar porque les gustaba la ballena, tuve varios intentos de vender otras, pero el precio ha sido una limitante. El arte se cobra”.

Eduardo está de visita en Uruguay nuevamente. Este viaje responde, en particular, a una cuestión de salud porque a mediados de enero se intervendrá el hombro derecho. Mientras tanto aprovechó para coordinar una exposición que se realizará el 7 de enero en Punta del Este bajo el patrocinio de Scotiabank (Galería Los Caracoles). Ha recibido otras ofertas también y es probable que se lleve a cabo una muestra en el Hyatt Hotel. Además, acaba de cerrar un contrato de representación con Black Sand Publishing para la venta de arte y gestión de su marca personal.

“En los próximos meses no podré pintar, pero la cabeza funciona. Algunos trabajos los podré hacer de todos modos. Sé que no podré hacer los trazos que hago ahora. Si Carlos Páez Vilaró hizo los murales a partir de los bocetos y con sus ayudantes, yo puedo encarar un proyecto artístico con mis hijos. (…) Tengo ideas para afrontar esos meses. Y también sé que está bueno descansar y mirar el trabajo realizado, como cuando me subo a la escalera de mi estudio a mirar la pintura desde un ángulo distinto. Ahora necesito ver y proyectar. Estoy en el medio de la vorágine y he tenido miedo de parar, pero necesito hacerlo».

 

[1]  Oscar Bolioli, pastor de la Iglesia Metodista en el Uruguay.

[2]  El Instituto Crandon es una institución de la Iglesia Metodista en el Uruguay (IMU). Oscar Bolioli, padre de Eduardo, es un miembro de destacada labor en la IMU y en organizaciones de la Iglesia Metodista en el ámbito internacional.

Los balances del año: para estar al día en lo mejor de 2016

La artificialidad del calendario gregoriano nos pone, una vez al año, de cara a un fin y un nuevo comienzo. Diciembre es tiempo de balances y en los últimos días se acrecientan las listas que enumeran lo mejor y también lo peor del año. Están las clásicas evaluaciones de libros, películas, hechos y sorpresivamente la temática se ha ampliado a los más diversos temas. Diarios, revistas y organizaciones se encargan de dar sus veredictos y los consumidores nos vemos un poco aturdidos, muchas veces.

BBC.com dio a conocer un reportaje titulado “¿Cómo recordarán los historiadores del futuro el año 2016”. El artículo, que contiene fotos, datos y reflexiones muy interesantes, resume que el año será visto como un punto de inflexión en la historia.

#AsíLoVivimos es la etiqueta que usó CNN para el relevamiento de lo mejor del año. Y la noticia elegida fue la de la victoria de Donald Trump a la presidencia de los EEUU.

En el mundo del cine y la televisión, la revista Privilege elaboró varias listas: las diez mejores películas del año, las diez más románticas, las películas del año para ver en Netflix, etc.  En términos musicales, El País de Madrid hizo alusión a la gran cantidad de pérdidas del año y al nobel de Literatura que recibió a Bob Dylan. Temas visitados una y otra vez que, por su relevancia merecen estar en el balance de 2016, sin lugar a dudas.

En libros las listas son numerosas, la mayoría de los diarios hacen las suyas, también las editoriales y los críticos literarios. Los intereses corporativos se entrecruzan y el panorama de lo mejor del año se torna inabordable, más allá del interés por estar al día en las novedades literarias.

Entre tanto resumen, Babelia (El País de Madrid) ofrece una escueta lista de diez imperdibles y en primer lugar aparece Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin (editado por Alfaguara), un libro que tiene el privilegio de ubicarse en los peldaños superiores de varios balances.

La novela negra, un género que crece en adeptos día a día, también tiene sus decálogos. Elemental (El País de Madrid) realizó un repaso entre blogueros, libreros, escritores y organizadores de festivales para elegir lo mejor que se publicó en el género en 2016.

En relación con la fotografía, ámbito en el que abundan las mejores colecciones del año, National Geographic publicó la suya. La colección es fantástica y estremecedora por momentos.

Por su parte, la BBC publicó “12 fotos espectaculares para 12 meses llenos de drama: 2016 contado en imágenes”. La galería incluye imágenes impactantes que dan cuenta de importantes hechos históricos, del alcance de la miseria humana, de la riqueza cultural del mundo y del elevado nivel artístico de ciertos fotógrafos (ver mayo, fotomontaje de Jim Dyson).

Los diarios, fundamentalmente los de mayor renombre y tirada, elaboran las listas de los personajes del año. Para la revista Time, el elegido fue Donald Trump. Resulta sorprendente la gran cantidad de organizaciones que eligen al “personaje del año”, un galardón que en muchos ámbitos tiene relevante notoriedad.

La Fundación para el Español Urgente (Fundéu.es), una de mis páginas favoritas, investigó  cuál es la palabra del año. Es la cuarta vez que la entidad realiza un estudio de esta naturaleza entre las palabras que “han estado presentes en la actualidad informativa y manifiestan algún interés o curiosidad desde el punto de vista lingüístico”. Las candidatas en 2016 fueron: sorpaso, bizarro, youtubero, populismo, LGTBfobia, posverdad, abstenciocracia, cuñadismo, nigufoneo, vendehumos, papilomavirus, videoarbitraje. La palabra elegida se conoce el último día del año.

Miquelpellicer.com (blog colaborativo sobre comunicación) dio a conocer una lista de los cien mejores artículos sobre periodismo publicados en el año. Hay notas en inglés y en español que refieren a la comunicación y temas afines, obviamente. Como la temática es amplia, no solo es de interés para quienes trabajan en comunicación, además algunas notas se destacan pues sus autores son periodistas con oficio de buena escritura.

El mundo de la moda no queda al margen, como es de esperar. La revista Elle catalogó a Gigi Hadid como “la” modelo del año luego de haber obtenido el primer lugar en la premiación Fashion Award (Londres). Para Marie Claire, Giambattista Valli fue el diseñador estrella del año por su “aproximación intelectual” a la moda.

TripAdvisor otorga sus premios y a través de las puntuaciones de usuarios y expertos determina los mejores en diez categorías: hoteles, complejos turísticos con todo incluido, destinos, destinos emergentes, playas, islas, sitios de interés, atracciones, museos y restaurantes.

No todas las listas refieren al año vivido, para planificar el año próximo, Forbes creó el listado de 21 lugares excepcionales para conocer en 2017. Desde las Filipinas a Georgia, la reseña aporta sugerencias exóticas a partir de la opinión de expertos en viajes. Buenas idea para planificar o al menos soñar.

Las listas de lo mejor del año abundan y hay muchísimas que las reseñadas en este breve texto. Algunas de las mencionadas resultan originales y otras ya son clásicos, y todas aportan tema para pintorescas conversaciones entre amigas. Incluso algunas, aportan interesantes datos de lectura, cine, series.

«La carne» es un libro que entretiene y forma porque, una vez más, Rosa Montero demuestra un estricto ejercicio periodístico

Rosa Montero es una reconocida periodista y escritora española. Si bien no domino su obra con exhaustividad, sigo a Montero con cierta regularidad pues me interesa como periodista, fundamentalmente. Me gusta la investigación, recurrente, que ha realizado en torno a la mujer. En particular, devoré Historias de mujeres (Alfaguara, 1995) que recoge la vida de atrevidas féminas reseñadas semanalmente en El País de Madrid.

En La carne (2016, Alfaguara, su última novela), la periodista española plantea cuestiones filosóficas y también terrenales de la vida de una mujer que acaba de cumplir sesenta años. Montero, una vez más, ofrece la cruda descripción de las implicancias de vivir. En ciertas ocasiones se ha ocupado de la locura, de las relaciones amorosas insanas, del dolor del amor no correspondido, y en esta oportunidad se enfrenta a la vejez, además de otras cuestiones.

Con una prosa sencilla y la cadencia de quien maneja la escritura con soltura, la escritora exhibe, como en un juego, temas de alcance filosófico y algunos de los prejuicios de la sociedad occidental contemporánea. El juego comienza con el nombre de la protagonista: Soledad Alegre, y en el oxímoron emerge la primera muñeca rusa: ¿el retiro del desamparo (la soledad) puede vivirse como un sentimiento grato que suele manifestarse con signos exteriores de júbilo? En la historia de Soledad hay momentos en los que sí porque, como demuestra la autora, la soledad también puede vivirse por elección y con regocijo.

Además, a partir del nombre de la protagonista, la escritora plantea otro asunto: el legado de la designación. Soledad es una persona solitaria y Dolores, su hermana, es una mujer signada por la enfermedad. Montero toma partido en relación con la construcción de realidad a través de la palabra con varias cartas: Soledad, Dolores y Adam (el primer hombre), el protagonista masculino de la historia.

Y como si esos trucos no bastaran, Montero se mete con la prostitución masculina para indagar sobre prejuicio muy arraigado. Porque la novela comienza con un hecho casi pueril cuando Soledad contrata a un gigoló (Adam) para montar una ingenua escena de celos. La historia se desarrolla más allá del suceso que no termina en una noche.  Detrás de los encuentros con el prostituto, casi un pretexto, el tema central es el deterioro físico que se “entreteje con las historias de los `escritores malditos´ de la exposición que [la protagonista] está organizando para la Biblioteca Nacional”.

La carne es un libro que entretiene y forma porque, una vez más, Rosa Montero demuestra un estricto ejercicio periodístico. Los `escritores malditos´sobre los que trabaja Soledad —que es gestora cultural—, al igual que ella, se encontraron con que “al final todo acaba por desembocar en el amor [y] en el daño”. Y entre esos escritores que emergen mientras transcurre la historia, surge la propia Rosa Montero como periodista: un guiño que sienta bien porque la autora se lo merece y porque, además, se ríe de sí misma.

 

Estantes con detalles en la «casa de Rose Galfione»

Rose Galfione se ha puesto de moda y la tendencia parece haber llegado y superar al término, incluso. Moda es, según el diccionario de la Real Academia Española, “uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo” y en la concepción de la propuesta de Rose (productos y servicios para el hogar) hay valores que, por definición, son atemporales.

Rose  —nacida en Uruguay con muchos años de vida en Argentina— es licenciada en Relaciones Públicas, cocinera profesional y sommelier. Desde hace un tiempo su nombre es, en ciertos ámbitos, un lugar común que condensa la tranquilidad de valores que no necesitan explicación: hospitalidad, tradición, hogar, sencillez, buen gusto.

Su formación y su inquieta cosmovisión la han llevado a generar propuestas para la “puesta de mesa, los arreglos florales y la etiqueta, (…) las recetas de cocina para distintas ocasiones, la hora del té, el servicio y las diferentes maneras de recibir invitados”. En la “casa de Rose” hay cursos y charlas, además de accesorios para generar efecto de hogar.

En la búsqueda de esos detalles (que elevan un momento cotidiano), cinco días antes de la Navidad llegué a la “casa de Rose” en Carrasco, sobre la calle Rostand. Con el apuro de las fiestas y con una lista que clamaba por varios regalos originales, me dejé arropar en el mundo atemporal de Carrasco. El comercio de Rose —una casa amplia y con exquisitos detalles— acompasa la personalidad de un barrio que se ha transformado en uno de los paseos de compras más distendidos de Montevideo.

En los estantes de Rose encontré lo que buscaba y me tenté con varias cosas más. Hay guirnaldas y árboles navideños, mermeladas, velas, “vestidos” para botellas, paneras, cubiertos de delicada madera, plantas, cerámica, manteles, individuales y frascos con todos los ingredientes necesarios para preparar un budín. Los accesorios para el hogar que Rose ofrece tienen el sello “hecho en casa”, en cada uno se siente la mano y el buen gusto de quien cuida los detalles.

Si tu lista todavía tiene pendientes, date una vuelta por lo de Rose. Y si no, agendá una visita en algún momento del año porque esta mujer se reinventa cada temporada a través de cursos, charlas y diversas oportunidades en las que siempre reina el detalle para disfrutar de la vida cotidiana. Ir a su casa es como vivir en el mundo Pinterest del «do it yourself». Sus objetos inspiran y todo resume estilo, hasta el envoltorio de los regalos.

Fuente: @RoseGalfioneSite

Si te gusta el té, en Sinfonía te vas a deleitar

Surfeando en las redes sociales, actividad que realizo a diario para investigar tendencias en márketing digital, encontré la página de seguidores de Sinfonía Té de Mónica Devoto, reconocida sommelier de té uruguaya. El té me encanta, aunque no soy una experta. Mis gustos son variados y eclécticos e incluyen el té en saquitos y en hebras (negro básicamente), las infusiones de frutos y flores, y las tisanas. Por ello, siempre muy atenta a nuevas opciones, no dudé en zambullirme al identificar Sinfonía Té

La página de Facebook de la sommelier es muy elegante y las fotos son preciosas, ¡realmente muy bellas! La tentación me ganó y entré a la web de compras casi de inmediato, luego de un breve paseo por la fan page. Me encontré con un espacio muy cuidado y realmente responsivo que se adapta a los diversos dispositivos (lo probé en tableta, celular y computadora). La web, al igual que la página de seguidores de Facebook, es limpia, nítida y bien cuidada.

Entre las diversas opciones de té y accesorios, anclé en el té negro earl grey que es uno de mis favoritos. En primer término, se muestran la foto y el precio. La imagen, con la misma estética circular que el resto, da cuenta del té y de otros ingredientes del earl grey. Al entrar al ítem, se agranda la misma foto, aparece una brevísima descripción del producto y el botón para “añadir al carrito”.

El carrito fue el siguiente paso y la experiencia de compra fue sencilla e intuitiva. Entre los diversos medios para abonar, elegí RedPagos. En el correo electrónico recibí un mensaje con la boleta para pagar y con esa información (en el celular, obviamente) me dirigí a un local de la red de cobranzas. Tenía que hacerlo en menos de 48 horas y así fue. Al llegar al local de RedPagos, me informaron que debía imprimir la boleta y mi sorpresa fue mayúscula. En el mundo digital en el que vivimos, asumí que el lector de código de barras haría el trabajo, pero no fue así porque el sistema está pensado en el paradigma del papel. Gracias a la amabilidad de la empleada que me atendió, leí el código (número por número) y se resolvió el pago. De lo contrario, no hubiese abonado.

Con el dinero enviado, quedé a la espera del siguiente paso y en esa instancia extrañé un mensaje para anunciar la fecha de entrega y minimizar la espera que, de todos modos, fue muy corta. Un día después recibí el paquete en una bolsita de papel muy prolija y elegante, con la misma estética de toda la línea.

El té que elegí (una lata en hebras de 80 gramos para 40 tazas aproximadamente) es de alta gama y, por lo tanto, es costoso: $ 15.50 por taza; aunque la calidad del producto bien vale la inversión. Para detallar un té hay que contar con un saber específico y manejar la terminología de la temática, aspectos que no manejo. Más allá de esa cuestión y como asidua bebedora, encuentro que el earl grey selection de Mónica Devoto es fragante, delicioso, con cuerpo y alma. Es contundente pero delicado y de límpido color ámbar que empalideció cuando agregué una “nubecita” de leche (descremada y fría, por supuesto). En síntesis, es un té ¡perfecto para el desayuno o la merienda de la tarde!

La experiencia de compra en Sinfonía fue gratificante y casi perfecta, el producto es excelente y eleva la oferta montevideana en un rubro que ofrece muy buenas opciones. Si te gusta el té, en Sinfonía seguro te vas a deleitar.